por Carlos Pissolito
"Los Pueblos alcanzan aquello que son capaces de
conseguir". Dijo un poeta. Con esta perogrullada nos advirtió que la
fuerza prima por sobre la justicia, los derechos y los campeones morales. La
historia da cuenta que a la hegemonía la alcanzan aquellos dispuestos a todo. En
defensa de sus propios intereses, por supuesto.
En este marco los pueblos anglosajones vienen superando a
los otros, incluido al nuestro, desde el
siglo XIX. Un hecho que fuera reconocido por la literatura del genial Joseph
Conrad, cuando nos hablada de la ingenuidad de los Pueblos del Sur frente al
cinismo de los del Norte.
En la actualidad, tanto la cultura latina, como la eslava y
hasta la laboriosa asiática parecen meros acompañantes de quienes hoy deciden
que Siria siga su curso de Estado fallido o que Venezuela no termine de
definirse, ni en un sentido ni en otro.
Por unos pocos meses, tuvimos la falsa esperanza de que el
nuevo presidente de los anglosajones encarnaría un cambio posible y contrario a
los imperativos del Nuevo Orden Mundial.
Cincuenta y nueve misiles de crucero disparados contra una
base militar siria bastaron para anoticiarnos que nada había cambiado en
realidad.
Pese al pesimismo de lo expresado, aún quedan resquicios
para un cauto optimismo. Por ejemplo, Trump no ha hecho otra cosa que despertar
a un gigante dormido. El de los EEUU profundo y poner al descubierto a las
fuerzas oscuras que lo mantienen atenazado.
El no podrá ser, seguramente, su conductor, pero ha
preparado el terreno para que otros lo sean. Ha desnudado al establishment como
ningún otro lo había hecho hasta el momento.
Por ejemplo, los europeos, aún, están a tiempo de retomar la
fuerza de sus raíces cuando opten en sus respectivas elecciones nacionales.
También, podrá la Rusia de siempre volver acariciar sus sueños de grandeza,
pues como hemos dicho siempre: no es tan fuerte como ella se cree, pero
tampoco, tan débil como la consideran sus enemigos.
Además, quedan los pueblos asiáticos en las figuras
fundamentales de la China y del Japón. Engañosamente similares; pero con una
vieja ansia de independencia y de grandeza.
Y por último estamos nosotros mismos, los americanos del
Sur. Tras años de decadencia nos hemos convertido -merced de la corrupción y
del bandolerismo- en un lugar peligroso para vivir.
Pero, bastaría que recordáramos la palabras de cuando
teníamos algo que decir para que volviéramos a ser lo que debemos ser.
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