por Carlos A. PISSOLITO
Aquiles arrastra triunfal el cadáver de Héctor a quien acaba de matar en combate singular. Luego, lo entregaría a su doliente padre, Rey de Troya. |
Ya los griegos cuando trasladaban el emplazamiento de una de sus ciudades-estado llevaban consigo a los huesos de sus muertos.
Ni que decir si esos muertos eran ilustres o habían muerto en defensa de la polis. El profanarlos de palabra o de obra le hubiera costado la vida al ofensor.
Baste recordar las súplicas del Rey Príamo al héroe Aquiles para que le entregara el cadáver de su hijo Héctor muerto en batalla para cumplir con los ritos de la muerte.
No por nada, en las guerras más bárbaras que se desarrollan en la actualidad, aún, se profanan los cementerios del enemigo. Un extraño débito a esa creencia ancestral.
Es por ello que la artera campaña desarrollada por fuerzas oscuras que pretenden desvirtuar la naturaleza del sacrificio de aquellos que dieron su vida en la Guerra de Malvinas es una ofensa que clama al Cielo.
Ellos no son NN ni desaparecidos. Son muertos en combate por la Patria. Sus cuerpos han sido reconocidos, aunque no todos hayan podido ser identificados. Otro de los azares terribles de la guerra.
Se puede estar o no de acuerdo con la decisión política de haber intentado su recuperación. Se puede criticar desde el punto de vista político y estratégico el desarrollo bélico de toda la campaña. Se puede, incluso, en nombre del pacifismo más extremo, repudiar todo lo vinculado a ella.
Pero, lo que no se puede hacer ni permitir es faltarle el respeto a los que en cumplimiento de órdenes -justas o injustas- dejaron lo más preciado que tenían, vale decir su vida, en la contienda.
Simplemente, porque no estaba en su humilde prudencia el poder juzgarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario