Desde aquella primera vez en la que había que elegir entre los que quemaban ataúdes en los actos de campaña contra los que denunciaban el pacto militar-sindical.
Los falsos dilemas se fueron repitiendo en cada elección. Y tal como pronosticara, Julio Irazusta, cada uno de ellos fue peor que el anterior.
Hoy, pretenden que elijamos entre un grupo de ladrones certificados contra otro de entregadores apátridas.
Nos dicen, hasta sus seguidores rentados, que ambos son malos, pero que no tenemos otra opción que elegir al “menos malo” de ambos. Agregan que solo nos queda la opción del miedo o la del desencanto.
Moralmente, no hay ninguna obligación de elegir entre dos males. La denominada teoría del mal menor es falsa. Ya que toda decisión moral impone elegir, siempre, entre algo bueno, verdadero o bello.
Entre la espada y la pared, se puede elegir la espada.
Y no es este el caso. Ambas opciones son malas, mentirosas y están llenos de fealdad, como su gusto por el aborto o por la ideología de género.
Tampoco, ha podido crecer y germinar una 3ra opción. Todas ellas, hasta las mejor intencionadas, han terminado siendo funcionales a la polarización del menos malo.
Por lo tanto, no votaré a ninguno. Votaré en blanco.
Un mito urbano sostiene que votar de ese modo, es darle fuerza al candidato más votado. Eso no es así. Ni siquiera desde el punto de vista estadístico.
Por otro lado, no son pocas las elecciones de nuestra historia en que el voto en blanco, no fue solo una consigna, también, anticipó resultados revolucionarios.
En este último sentido recuerdo las elecciones legislativas de octubre del 2001. En ellas hubo un 24% de votos en blanco o anulados y se llegó a una abstención del 26%.
Claro, meses después, estábamos gritando:”que se vayan todos”. Está vez a la consigna habrá que agregarles: “no los dejemos escapar”
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