por Carlos Pissolito
Bajo relieve con la escena de lucha en un gimnasio griego circa 500 b.C. |
Ya Tácito describe algunos juegos que practicaban las tribus bárbaras y que consistían en peleas con espadas y con lanzas. En las cuales la única forma que tenían los vencidos de evitar la muerte era aceptar servir como esclavos, de por vida, a sus vencedores.
Por su parte, los griegos eran conocidos por jugar duelos individuales que eran sólo detenidos ante la inminencia de la muerte de uno de sus participantes.
El mismísimo santo cristiano, Agustín de Hipona, cuenta en sus “Confesiones”, como los duelos de gladiadores del foro romano tenían por finalidad templar el espíritu de los espectadores para con los azares de la guerra.
Llegado a este punto, creo que no deberíamos cometer, el muy elegante error, de despreciar tales juegos como si fueran sólo apropiados para unos degenerados sedientos de sangre.
No es casual por estos días, por ejemplo, la popularidad de un sinnúmero de entretenimientos extremos, los que van desde una simple montaña rusa hasta atemorizantes saltos en bungee-jump. Por su parte, deportes individuales antiguos y bien consolidados como el boxeo, el paracaidismo o el montañismo, le deben su fascinación al nivel de riesgo de muerte que su práctica, en ocasiones, implica.
Por ello, no es casualidad que su jerga incluya términos extraídos del vocabulario militar.Tales como: “asalto a la cumbre”, “campamento base”, “tácticas ofensivas/defensivas”, etc.
Por su parte, otros deportes de conjunto como el rugby, por excelencia, simulan y preparan a sus participantes para la guerra, no ya en forma aislada e individual, sino en grupo. Lo hacen apelando a un set de reglas, a los efectos de limitar las capacidades humanas que se pueden desplegar, con el fin de regular el nivel de violencia que se puede usar. Pero, la idea es que quienes lo practiquen comprendan una verdad esencial de las organizaciones armadas: el equipo está siempre por sobre el individuo.
Por el contrario, a lo que sucede en estos deportes, se sabe que la guerra real permite y demanda la intervención, sin restricciones, de todas las facultades humanas para ser usadas en contra de un enemigo al que hay que derrotar, aún a costa de la propia vida. Esto explica porque a través de la historia, las sociedades han buscado preparar a sus guerreros, preferentemente hombres, mediante juegos que de alguna manera atenuada simularan esta realidad.
Del Feminismo al Infantilismo: Este proceso que era considerado “normal” hasta hace unos pocos años atrás; viene siendo seriamente cuestionado desde las posturas ideológicas del Feminismo.
Un proceso que no solo está afectando a la práctica de estos deportes. También, a un cúmulo de actividades consideradas propia de los hombres jóvenes, como el trabajo o la simple autorización paterna para viajar solos.
Por ejemplo, cualquier referente social que hoy afirmara que sería bueno para sacar a los jóvenes de la calle llevarlos a trabajar, recibiría una ola de desaprobación. En parte, esto se ha debido a la elevación creciente de la escolaridad obligatoria. Y que como sabemos, hoy exige el nivel del secundario completo. Lo que no les ha facilitado a los jóvenes que lo terminan obtener un trabajo; como, tampoco, ha impedido los altos niveles de deserción escolar.
Si no hace muchos años atrás, casi todos nosotros solíamos ir caminando o en bicicleta a nuestras escuelas, ahora, todos ellos son "transportados", de alguna forma, por sus padres o por un tercero. Igualmente, la distancia máxima desde sus respectivos hogares a la que se les permite deambular solos ha estado disminuyendo sin pausa.
En pocas palabras: los varones jóvenes son tratados cada vez más como si no pudieran cuidarse a sí mismos. Sin embargo, estas realidades se contraponen a la tendencias de otorgarles a ellos derechos a más temprana edad. Una que comenzó, en épocas del Servicio Militar Obligatorio, cuando la edad de convocatoria se bajó de los 21 a los 18. Y, más recientemente, con el derecho a voto de los 18 a los 16.
Por el contrario, desde los albores de la humanidad el momento en que los jóvenes de ambos sexos; pero especialmente los hombres, se separaron de la tutela de sus padres, se consideró un paso crítico en su camino hacia la edad adulta.
Muchas sociedades, le reconocían a la mujer esa libertad a muy temprana edad con su primer menstruación, ya que le abría la posibilidad del matrimonio. Y para el caso de los varones, se establecieron ritos destinados a probar la hombría del postulante, muchas veces organizadas como pruebas de supervivencia y/o de caza.
Paradójicamente, la progresiva feminización de nuestra sociedades es la que parece estar sacando de control a nuestros jóvenes varones. ¿Qué es lo que salió mal? Tal como lo muestra la creciente violencia entre ellos. Cuándo solo hace unos pocos años esa conductas no eran las habituales. Nos referimos, concretamente, a la poca moderación en la ingesta de bebidas alcohólicas y al uso de la violencia, sin control, para zanjar situaciones de discriminación, acoso, maltrato, etc.
Parecería ser como si nuestros jóvenes no hubieran sido educados para manejar las pulsiones de la ira y de la libido. Para colmo de males, toda una ristra de falsos pedagogos, no hacen otra cosa que recomendar menos autonomía y más control para con ellos, como si esto fuera posible de realizar y, por lo tanto, práctico.
Para empezar, hay que reconocer la solución del problema marcha en dirección contraria. Ya que no hemos dejado de infantilizarlos; negándoles cualquier tipo de independencia. Tampoco, los hemos preparado para ejercerla. Para seguir, a ambos sexos, se los ha convencido de colocar sus derechos por sobre sus obligaciones. Finalmente, los hemos debilitado a los varones, especialmente, al igualar la educación de los sexos, privándolos de toda dureza, es decir, de todo realismo.
Hoy se nos habla de “Libertad”. De la libertad de prensa, de la libertad de empresa, incluso de la libertad de disponer de la vida de otro ser humano; pero se olvida que el ejercicio de la misma demanda del dominio por parte del sujeto sobre sí mismo, para que su voluntad no sea atraída por la concupiscencia de los placeres o por la violencia por la ira irreflexiva.
Educar para el dominio de sí mismo: Esto es los que los Antiguos llamaban como el “señorío interior”, uno que es el producto de una necesaria subordinación interior de las facultades inferiores a las superiores de la persona, donde lo meramente sensitivo-animal pueda ser conducido por la voluntad iluminada por la inteligencia. Subordinación, que como todos sabemos, no se logra sin esfuerzo; pues es siempre el resultado de una dura conquista interior.
Esta subordinación vital no se obtienen sino mediante la verdadera educación. Entendida ésta como una sujeción de lo que hay de inferior a lo que tiene de superior la persona, mediante la adquisición de las virtudes necesarias para ello.
Al respecto, los griegos tenían el concepto de “paideia” (formación) y los romanos el de “humanitas” (cultura, educación) que era entendida como el proceso de crianza de los niños y por el cual se le transmitían valores (saber ser) y saberes técnicos (saber hacer) inherentes a su vida en comunidad.
Como tal, la currícula de la paideia, no solo incluía saberes teóricos como la Geometría, la Gramática, la Retórica y, fundamentalmente, la Filosofía. Abarcaba la parte física del individuo, ya que los adolescentes varones debían concurrir al gimnasio para practicar las que serían, hoy, las disciplinas atléticas; tales como: correr, saltar, lanzar el disco o la jabalina; pero, también, tenían combates de boxeo y de lucha libre para enseñarles a controlar su agresividad.
Posteriormente, los jóvenes más avanzados serían integrados a la milicia de su ciudad para servir en las filas de la falange como prueba final de su aceptación social. Ya que se suponía la disposición de todo ciudadano por defender con su vida la libertad de su ciudad-estado, como condición previa para el ejercicio de cualquier actividad considerada noble.
Esto que a algunos les pueden resultar extraño, no es -ni más ni menos- que el sistema educativo del que contaban todas las clases sociales argentinas cuando existía el denominado Servicio Militar Obligatorio. Tampoco, parecen ser pocos los que añoran sus ventajas. Aunque, ya no se habla de incluir a la oleada de inmigrantes que bajan de los barcos en el puerto de Buenos Aires. Se menciona la necesidad de contener a la juventud para que no caiga en los flagelos de la droga y la delincuencia.
Pero, hoy, las FFAA disponen de un Servicio Militar Voluntario que funciona muy bien. Con unidades especializadas que no tienen más alternativa que nutrirse de soldados profesionales. Tales como, las de paracaidistas, las de blindados, o las de cazadores, etc.
Aún así, creemos que no habría que descartar la vuelta parcial al sistema obligatorio, donde la necesidad de una preparación especial no sea tan importante y que pudieran servir para incorporar a los denominados Ni-Ni. También, esta iniciativa podría complementarse con un “servicio cívico voluntario”, una escuela de artes y oficios en la cual ellos podrían adquirir conocimientos tendientes a su salida laboral.
Pues, tal como lo atestigua la historia militar, la mayoría de los ejércitos del mundo, aún los mejores. No están siempre compuestos por la crema y nata de sus sociedades. En sus filas, ha sido siempre más fácil encontrar vagos, atorrantes y mal entretenidos que señores de abolengo. Sin embargo, por las virtudes propias de la educación militar, muchos de ellos han logrado integrarse a lo que Pedro Calderón de la Barca catalogara como “una religión de hombres honrados.” Creemos que en hacer que esta transformación sea factible, está la clave de todo.
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