por Carlos A: PISSOLITO
Derribo de la estatua de Cristobal Colón en los EEUU |
No deja de ser llamativo que las lógicas y justificadas protestas contra la brutalidad policial se hayan expandido a aspectos comunitarios como su raza su cultura y ,ahora, a la Historia. Lo que se ha visto materializado por la acción de vandalizar o destruir estatuas de distintos héroes nacionales a los que se le atribuye actitudes racistas.
Las acciones no se han detenido en cuestiones físicas y arquitectónicas y se han extendido a otros ámbitos de la cultura como la literatura, el cine, el entretenimiento, donde se está procediendo a censurar a todos aquellos contenidos que no expresen lo que se denomina como lo “políticamente correcto”.
Lo políticamente correcto, es un movimiento intelectual que nace a caballo de la década del 70 y que , hoy, es el responsable de impulsar el multiculturalismo y que de la mano de la globalización pretende homogeneizar a las sociedades a través de la imposición de contenidos comunes sobre una concepción determinada del hombre y la sociedad.
Estos contenidos son derivados del marxismo cultural que propugna una sociedad igualitaria en la cual las minorías puedan, no solo mantener, sino –de paso– imponer sus creencias y valores culturales a las mayorías. De esta forma se han ido imponiendo las ideas del matrimonio igualitario, de la aceptación de los transgénero, del aborto, entre otras que podrían citarse.
Como tal, el marxismo cultural no es una derivación directa de la doctrina política del Marxismo-leninismo de la vieja Unión Soviética. El mismo comenzó, como tal, inmediatamente después de la 1ra GM. Cuando las profecías marxistas que habían pronosticado que tras la Gran Guerra, la clase obrera se sublevaría contra el Capitalismo y crearía el Socialismo. Pero, cuando terminó la guerra, esto sucedió, solamente, en Rusia, ya que los trabajadores en otros países europeos no la siguieron. Algo había salido mal.
Ante ello, dos teóricos marxistas, Antonio Gramsci en Italia y Georg Lukács en Hungría, llegaron a la misma conclusión: la cultura occidental y la religión cristiana habían enceguecido a la clase trabajadora con sus verdades, de tal modo que los intereses marxistas de clase eran imposibles de alcanzar en Occidente hasta que ambas estuvieran destruidas.
En 1919, Lukács se preguntó: “¿Quién nos salvará de la civilización occidental? El mismo año, cuando se convirtió en comisario de cultura del gobierno bolchevique de Bela Kun en Hungría, uno de los primeros actos de Lukács fue el introducir la educación sexual en las escuelas públicas. Él sabía que si podía destruir los valores tradicionales occidentales sobre el sexo, habría dado un gran paso para la imposición del marxismo cultural.
En 1923, inspirado parcialmente por Lukacs, un grupo de marxistas alemanes establecieron un grupo de pensamiento en Frankfurt, Alemania denominado el Instituto de Investigación Social. Este fue conocido simplemente como la "Escuela de Frankfurt", la que se convertiría en la impulsora mundial del Marxismo cultural.
A partir de su fundación los miembros de esta escuela (Max Horkheimer, Theodor Adorno, Wilhelm Reich, Eric Fromm y Herbert Marcuse, solo para mencionar a los más importantes) sabían que debían contradecir a Marx en varios puntos. Para ello argumentaron que la cultura era no solo una parte de lo que Marx llamaba como la “superestructura” de la sociedad, sino una variable independiente muy importante.
También, dijeron que la clase trabajadora no lideraría la revolución marxista, porque se había transformado en parte de la clase media, el odiado burgués. ¿Quién lo haría? En 1950, Marcuse respondió la pregunta: una coalición de negros, estudiantes, feministas y homosexuales.
Gramsci enseñó que al Marxismo no se llegaría por la lucha de clases sino por la destrucción del sentido común cristiano. Al efecto, era necesario cambiar la cultura, imponiendo lo “políticamente correcto". Con contenidos tales como: el matrimonio igualitario, la violencia de género y la legalización del aborto.
Con la llegada de A. Hitler al poder en Alemania, la Escuela de Frankfurt se trasladó a la Universidad de Berkeley en California, EEUU y tomó a Hollywood por asalto. Desde allí se difundió, a través de películas y de shows de TV que había que liberar al sexo de cualquier atadura, darle protagonismo a las minorías raciales, especialmente, a los afroamericanos como empezaban a ser -obligatoriamente- nombrados y crear una sociedad sin trabajo y solo hecha para divertirse (en palabras del propio Marcuse: “Hacer el amor, no la guerra”).
También, se inventó lo que se denominó como la “tolerancia liberadora”, a la que definió como la aceptación hacia todas las ideas progresistas y la intolerancia para con todas la provenientes de la Derecha. Para hacer corta una historia larga hay que reconocer que como pasa con tantas otras modas culturales, el multiculturalismo, llegó –finalmente– a la Argentina. Tarde, pero llegó. Concretamente, hace años que se vienen sancionando una batería de leyes en consonancia con ellas. A saber: en el 2006, la Ley 26.150 de Educación Sexual Integral, en el 2008, los Lineamientos Curriculares para la Educación Sexual Integral, en el 2010, la Ley 26.618 de Matrimonio Igualitario y en el 2012, la Ley 26.743 de Identidad de Género.
Otro tópico preferido por los impulsores del Marxismo cultural es el de la "supremacía blanca" , el que se ha ido imponiendo en las tramas y guiones de la industria del entretenimiento con cupos para actores de color y con la prohibición de incluir con una visión favorable a aquellos personajes considerados racistas. Pero, la actitud no se ha detenido, siquiera con el pasado; ya que pretende censurar o reescribir historias que fueron populares en su momento, pero que, hoy, no son lo suficientemente políticamente correctas.
Lo sucedido, principalmente, con la industria del entretenimiento norteamericana se ha trasladado a todos los rincones del mundo occidental. Y la Argentina no ha quedado al margen, ya que cada tanto estatuas o monumentos dedicados a la Campaña del Desierto son vandalizadas por minorías que reivindican extraños colectivos a nuestra verdadera historia, como el que representa los indios chilenos conocidos como "pueblo mapuche".
Pero, como ha sucedido con tantas otras modas culturales, lo políticamente correcto se ha convertido, de facto, en una verdadera política de Estado.
Todo ello quedó de manifiesto, muy claramente, durante los debates parlamentarios a caballo de la ley que propugnaba el aborto legal y gratuito. Pero, lo notable fue que esta vez se produjo una efectiva reacción de la sociedad civil, la que no sólo impidió la aprobación de la norma, sino que generó una serie de nuevos colectivos políticos.
Salvando las necesarias distancias con otros países, notablemente con Rusia, los EEUU y con el Brasil, esta reacción no ha sido extraña ni ha estado desconectada al surgimiento de líderes que eran, en su momento, outsiders y que se oponían al “main stream” propugnado por los respectivos establishments de lo políticamente correcto. Los casos más notorios han sido los de Vladimir Putin en Rusia, el de Donald Trump en los EEUU y el de Jay Bolsanaro en el Brasil. A la par, de un profuso surgimiento de diversas figuras políticas –todavía de segundo orden–, en numerosos países del mundo.
Por ello, no es extraño que más allá de sus evidentes errores políticos en el manejo de la pandemia, esos líderes sean, hoy, objeto de un desmesurado ataque por parte de los medios de comunicación social y de diversas usinas impulsoras de la globalización y que sean presentados en forma muy desfavorable frente a sus respectivas sociedades.
Así como están las cosas, la revolución cultural de lo políticamente correcto está mostrando sus verdaderas intenciones que no es la igualdad o el respeto mutuo es, simplemente, el control social y tal como lo expresara George Orwell:
“Cada registro ha sido destruido o falsificado, cada libro reescrito, cada imagen ha sido repintada, cada estatua y edificio de la calle ha sido renombrado, cada fecha ha sido alterada. Y el proceso continúa día a día y minuto a minuto. La historia se ha detenido. Nada existe excepto un presente sin fin en el que el Partido siempre tiene la razón ".
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