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por William S. LIND
El miércoles 6 de enero de 2021, el sueño de los marxistas se hizo realidad. Una gran multitud irrumpió y ocupó en el Capitolio de Washington, D.C. Los estadounidenses comunes se sentaron en asientos reservados para los ricos y los poderosos. Pero en lugar de llevar pancartas que decían "Marx, Mao y Marcuse", las banderas del pueblo tenían un solo nombre: Trump. ¡Ups!
César Augusto, 1er emperador romano. |
Como de costumbre, la Izquierda olvidó la vieja regla de que una buena salsa para pollo asado, también, lo es para un ganso. Después de ver a las turbas izquierdistas alborotar, saquear y quemar en muchas de nuestras ciudades el verano pasado, la Derecha decidió jugar con las mismas reglas, excepto que no saqueamos ni cometemos incendios intencionales. El partido único, el partido del Establishment "Republicrata", se levantó como uno para condenar la violencia. Al hacerlo, revelaron por qué la dinastía que representan está cayendo: está atrapada en una crisis de legitimidad que ni siquiera puede reconocer y mucho menos comprender.
La causa fundamental de la crisis de legitimidad es el intento del Establishment de usar el poder del Estado para forzar al marxismo cultural, también conocido como corrección política o a "concientizarse", en la garganta de todos los estadounidenses. Dado que el marxismo cultural busca destruir la religión cristiana, la cultura occidental y la raza blanca, no es sorprendente que los estadounidenses comunes no estén de acuerdo. La batalla es, para nosotros, existencial: el marxismo cultural quiere hacernos elegir entre humillarnos ante sus grupos “víctimas” o ser enviados a un campo de concentración.
Desde esta perspectiva, la ocupación del Capitolio es menos importante que el increíble error escolar de un profesional del Capitolio, el senador Mitch McConnell, al permitir que los senadores republicanos se conviertan en el único obstáculo que se interponga entre la mayoría de los estadounidenses y un cheque por U$ 2.000. Por supuesto, el Partido Republicano perdió las dos elecciones para el Senado de Georgia. ¿Qué más se puede esperar cuando la gente ve su elección entre obtener U$ 2.000 en lugar de U$ 600? McConnell no tuvo más remedio que aceptarlo. Su negativa a hacerlo fue tan tonta que uno tiene que preguntarse si fue una típica estupidez o un cálculo republicano. ¿Estaban dispuestos a perder el control del Senado en manos de los demócratas solo para manchar el legado del presidente Trump? Han pasado cosas más extrañas en Washington.
El efecto de entregar el Senado a los demócratas es poner a la Izquierda en posición de promulgar su agenda radical, lo que llevará la crisis de legitimidad del sistema al punto de ruptura y, probablemente, más allá. Si votan para poner fin al obstruccionismo y luego, imponen al Estado federal al Distrito de Columbia y a Puerto Rico con la mayoría de sus votos, el Senado perderá la legitimidad que le queda a los ojos de los conservadores. Si luego usan la gran mayoría que cuatro nuevos senadores demócratas les darán para llenar la Corte Suprema, las tres ramas del gobierno federal serán consideradas ilegítimas. En ese momento, lo que sucedió en el Capitolio el 6 de enero parecerá un "Tea Party".
Todo esto ahora aterriza en el regazo del presidente Joe Biden. Su instinto será gobernar desde el centro, pero sin un Senado republicano, tendrá dificultades para explicar a la multitud "concientizada" por qué no está implementando su agenda. Si cede a sus demandas, aviva la crisis de legitimidad del sistema.
Todo este lío y mucho más, incluida una política exterior demasiado extendida, las fuerzas armadas que suelen ser derrotadas, las instituciones que requieren grandes aportes para obtener resultados muy magros y una moneda cada vez más débil y sin valor, son signos clásicos del fin de una dinastía. En nuestro caso, la dinastía es una oligarquía entre Washington-Wall Street-Hollywood acoplada a un gobierno federal mucho más poderoso que el previsto en nuestra Constitución. No sé qué lo reemplazará, pero no será el marxismo cultural. Estamos esperando a nuestro Augusto o a nuestro Hitler.
Traducción: Carlos Pissolito
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