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jueves, 30 de junio de 2016

El doble juego de Erdogan con Daesh le estalla en las manos











FRANCISCO DE ANDRÉS

Guardado en: Internacional
El respaldo del Gobierno islamista moderado de Erdogan a los yihadistas sirios es un secreto a voces desde que en enero de 2014 se produjo un curioso incidente, rápidamente escondido bajo la alfombra por las autoridades turcas: el decomiso de varios camiones cargados de armas en la provincia sureña de Adana, dirigidos a las milicias islamistas que combaten al régimen de Bachar al Asad. Ankara estableció un «apagón informativo» sobre el caso, devolvió las armas aprehendidas a sus servicios de inteligencia, y no volvió a saberse nada.

Desde entonces, abundantes informes –tanto de la prensa internacional desplegada en la región como de diplomáticos occidentales– coinciden en denunciar que los 910 kilómetros de frontera entre Turquía y Siria se han convertido en una autopista para que los yihadistas, tanto los de Daesh –los más sanguinarios– como los de Al Qaida (frente Al Nusra), entren y salgan de territorio turco tanto para avituallarse como para curar a sus heridos en la guerra contra el régimen de Al Assad.



Pese a ser ambos islamistas y además suníes, los planteamientos ideológicos del partido AKP de Erdogan y los de Daesh están en las antípodas. El AKP aspira a crear un régimen islamista en la península de Anatolia capaz de emparejarse con la economía de mercado y las relaciones con Occidente; idealmente, dentro de la Unión Europea. El «califato» creado hace ahora dos años por Daesh en los territorios conquistados de Irak y Siria quiere en cambio establecer un régimen integrista de corte medieval, sin fisuras a la hora de aplicar la ley islámica.

Las razones del pacto tácito de Erdogan con Daesh son por tanto estratégicas: acabar con el régimen enemigo de Bachar al Assad (en su día aliado personal de Erdogan); y beneficiarse del petróleo de los campos que controla Daesh en el norte de Irak. Los yihadistas tienen el crudo, pero necesitan cash. Así que negocio perfecto.

En un bazar turco
Turquía recibía la parte del león de sus necesidades de petróleo de Rusia, hasta que las relaciones con Moscú saltaron por los aires. Así que ahora satisface buena parte de sus necesidades negociando, a través de intermediarios, con el movimiento yihadista. Oficialmente, Ankara niega esa relación comercial. El presidente Erdogan ha dicho –ante las repetidas acusaciones de Israel y de Rusia de que «alimenta al monstruo»– que dimitirá si se presentan pruebas en su contra. No las hay. El contrabando es la cultura de la región, y lo practican todos. Hace poco, un comandante delEjército Libre Sirio, el movimiento armado contra Assad que apoya EE.UU., admitió a «The Financial Times» que también ellos compran petróleo a Daesh, al que combaten de modo encarnizado en Siria. «Daesh necesita el dinero, y nosotros necesitamos la gasolina. Ante eso, se puede reír o se puede llorar».

El «califato terrorista» comprende mejor que nadie la lógica de la guerra en la región, y parece haber tomado la medida a Tayip Erdogan. Así que un día negocia con él en materia de recursos, o de estrategia militar para acabar con el régimen de Assad y los kurdos, tanto en Irak como en Siria; y otro día le extorsiona, para que sienta también la amenaza. Esa es la lógica de los atentados terroristas en Turquía de los últimos doce meses –que yihadistas y kurdos extremistas se reparten por igual–, y de algunos acontecimientos que han marcado tendencia en el conflicto regional. Por ejemplo, la toma de rehenes diplomáticos turcos cuando Daesh conquistó Mosul, la segunda ciudad iraquí, en junio de 2014. Al final fueron liberados, pero nadie sabe exactamente qué precio pagó Erdogan.

El amigo americano
Turquía tiene que contentar a Daesh pero también a Occidente, y en particlar a su gran aliado norteamericano. No en vano es un socio clave en la OTAN. Asi que Ankara se siente en la obligación de jugar con doble baraja, moviendo ficha según la intensidad del golpe que reciba por la derecha o por la izquierda. Algunos comparan su situación con la de Pakistán, el coloso musulmán que negocia con Occidente y al mismo tiempo maquina, a través de sus turbios servicios de inteligencia, con los talibanes.

Uno de los puntos de inflexión de ese doble juego de Erdogan, que al parecer no gustó nada a los yihadistas del «califato», tuvo lugar a finales del año pasado, cuando Turquía ofreció a Estados Unidos sus bases para la campaña de bombardeos en Siria de posiciones de Daesh. Como represalia, los yihadistas del «califato» perpetraron varios ataques terroristas en Turquía, el más sangriento en Ankara, con un procedimiento similar al utilizado el martes por la noche en el aeropuerto de Estambul.
Si alguien duda del doble juego de Turquía respecto a Daesh solo debe observar la cómica trayectoria de la intervención turca en la alianza occidental contra los terroristas de Daesh. Mientras los aviones norteamericanos despegan desde las bases de Anatolia para bombardear los alrededores de Raqqa y otros bastiones del «califato» en Siria, los aparatos turcos optan por rediseñar sus hojas de ruta para castigar posiciones de las Unidades Populares de Protección, el movimiento armado anti-Assad de los kurdos sirios que, según Ankara, es solo la fachada siria del PKK, el movimiento terrorista kurdo-turco.

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