“Me dejaste pensando” - Tuit anónimo.
por Carlos PISSOLITO
Días atrás la sencilla publicación de uno de mis tuits. En el que se comparaban dos caras. La de una de una mujer bella (provida) y otra de una fea (proaborto) disparó más de 15.000 interacciones entre sus lectores. Pero, una de ellas me llamó la atención. Decía, simplemente:
“Me dejaste pensando”.
Vamos a tratar de pensarlo juntos.
Lo que habría que definir, primero, es qué entendemos por algo bello. Los antiguos decían que la belleza era el “splendor veri” o el esplendor de la verdad. Una suerte de fulgor de luz que emana de la cosa bella y que como la verdad bella, brilla.
Para ellos una cosa es bella, no porque nos agrade mirarla; sino que nos agrada porque es bella. Pero, ¿qué sería la belleza? ¿Se trata de algo objetivo o, totalmente, subjetivo?
Estudios científicos han demostrado que la percepción de la belleza radica en un asunto de proporciones matemáticas. Concretamente, en el número φ (phi) . Vale decir que son bellas aquellas cosas que más se acerquen a:
Por ejemplo, es la fórmula que regula la relación entre el techo y las columnas del Partenón de Atenas o las relaciones entre la altura y el ancho de las personas que aparecen en las obras de Miguel Ángel, Durero y Leonardo Da Vinci, entre otros. También, en las composiciones musicales estructuras de las sonatas de Wolfgang Amadeus Mozart, en la Quinta Sinfonía de Ludwig van Beethoven, en obras de Franz Schubert y Claude Debussy.
Como no podía ser de otro modo, tiene su correlato en las formas de la naturaleza, tales como el diseño de las flores, los caracoles o en la distribución de las hojas en un tallo. Obviamente, también, en las proporciones de un rostro humano, que es lo que hace que nos parezca bello o que no.
Es por eso, por lo que los Antiguos, los medievales y hasta los renacentistas educaron siempre a través de los arquetipos bellos y virtuosos, basados en héroes, en sabios y en personas santas.
Fue el genio griego de Aristóteles quien planteó una Ética fundamentada en 4 virtudes fundamentales o cardinales: la Prudencia, la Justicia, la Fortaleza y la Templanza. Y que con ella educó, nada más ni nada menos, que a Alejandro Magno.
Por su parte, el filósofo contemporáneo alemán, Josef Pieper, en su obra “Las Virtudes Fundamentales” nos habla de la virtud como concepto. Uno que es sinónimo de fuerza y que puede convertirse en una herramienta decisiva para el perfeccionamiento humano.
Por ejemplo, la Prudencia se presenta como la virtud preeminente que tiene la capacidad de identificar el bien a partir de la razón en una situación concreta. Por su parte, la Justicia es la aplicación del bien en medio de la convivencia con los demás seres humanos. Ya que su finalidad es dar a cada uno lo que se merece. La Fortaleza, trata de que superemos nuestras naturales debilidades. Finalmente, la Templanza nos ayuda a encontrar la armonía entre los diferentes apetitos, como la ira y el deseo sexual, que anidan en nuestra interioridad.
Todas ellas, no aparecen en el ser humano por generación espontánea, ya que, por el contrario, requieren para ser adquiridas, de la repetición constante de hábitos buenos.
En consonancia, la Ética que propone Aristóteles supone para el hombre la búsqueda permanente del bien, lo que implica un esfuerzo que apunta hacia la belleza. Pues, el bien es, fundamentalmente, bello; ya que complace, tanto a los sentidos como al espíritu humano.
Por lo tanto, la belleza no se agota en la mera admiración estética de un rostro o de un cuerpo bello, sino en la búsqueda de la perfección en el obrar humano. En este sentido, siempre se ha intuido y con razón que una vida virtuosa tiene efectos benéficos sobre la salud, tanto psíquica como física de quien la practica. Por el contrario, es notorio el deterioro físico que sufren, por ejemplo, las personas que abusan del alcohol o de las drogas.
Como vemos, el esfuerzo por buscar el bien de la prudencia, por ser justos con los demás, por superar nuestras debilidades a través de la fortaleza y de la templanza, se genera un orden interior que es bello. Uno que bien, no solo puede transformar el rostro de una persona, también, ayudar a reformular una sociedad donde los seres humanos utilicen la ética de las virtudes como su brújula para su conducta y que la belleza sea siempre la guía para sus actos.
No por nada, el célebre escritor ruso, Fiodor Dostoievski, escribió en su novela “El Idiota”, que en estos tiempos de incertidumbre será: “La belleza quien salvará al mundo”.
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