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viernes, 13 de noviembre de 2020

EEUU: ¿Cómo sigue la película?

 




por Carlos A. Pissolito

En nuestro blog "Espacio Estratégico" en el mes de septiembre de este año agregamos un artículo de Barton Gellman, cuyo título traducimos como: “La elección que podría romper a los Estados Unidos” y que había aparecido en el semanario pro demócrata  y pro globalista: “The Atlantic”.

“Destrucción” del pintor inglés Thomas Cole,
 que representa la caída del Imperio Romano.

El autor comparaba por esos días a la incertidumbre previa a las elecciones con la que tuvo lugar antes de los atentados catastróficos del 11 S del 2001.

Concretamente, argumentaba que:

“Como nación, nunca hemos dejado de superar esta vara. Pero en este año electoral de plaga, de recesión y de política catastrófica, los mecanismos de decisión corren un riesgo significativo de romperse. Los estudiosos más cercanos de la ley y del procedimiento electoral advierten que las condiciones son propicias para una crisis constitucional que dejaría a la nación sin un resultado claro. No tenemos ningún seguro contra esa calamidad. Así que las luces rojas parpadean.

“Bien podríamos ver una lucha postelectoral prolongada en los tribunales y en las calles si los resultados son ajustados”, dice Richard L. Hasen, profesor de la Facultad de Derecho de UC Irvine y autor de un reciente libro  llamado “Election Meltdown”. "El tipo de colapso electoral que pudiéramos ver sería mucho peor que el caso Bush vs. Gore del 2000"”. (1)

A estas alturas, creo que los temores enunciados por Gellman, entre otros tantos analistas. Tanto simpatizantes del partido demócrata como del republicano, como locales e internacionales. Confirman que los EEUU se enfrentan a una crisis de proporciones descomunales. Probablemente, la mayor de su historia. Pues, como lo afirmara el filósofo ruso, Alexandr Dugin: 

“Si entendiéramos lo importante que es ahora la “geopolítica de las elecciones estadounidenses”, el mundo aguantaría la respiración y no pensaría en nada más, ni siquiera en la pandemia de Covid-19 o las guerras, conflictos y desastres locales”.

También, en el ya mencionado artículo de Gellman, se explicaban los pasos del complicado sistema electoral norteamericano. El que se inicia con la votación del 1er martes del mes de noviembre y que, recién, culmina con la ceremonia de traspaso de poder presidencial el próximo 20 de enero del año siguiente. 

En concreto, se trata de un interregno de 79 días jalonado por varias fechas importantes. A saber: 

1ro “el primer lunes después del segundo miércoles de diciembre”, que este año cae el 14 de diciembre, cuando los electores se reúnen en los 50 Estados y en el Distrito de Columbia para emitir sus votos para presidente; 2do “El tercer día de enero”, cuando se sienta el Congreso recién elegido; y 3ro “el sexto día de enero”, cuando la Cámara de Diputados  y el Senado se reúnen conjuntamente para un conteo formal del voto electoral. 

Hasta el momento, estos hitos habían sido casi irrelevantes. Con la probable única excepción de las elecciones presidenciales del 2000, entre el republicano George Bush Jr. y el demócrata Al Gore, cuando los candidatos, también, lograron una elección muy ajustada y en la que debió intervenir la Corte Suprema de Justicia. Pero, el dato significativo fue que el candidato demócrata renunció a proseguir con sus acciones legales, lo que bien podría haber hecho, y reconociera el triunfo de su oponente a mediados de diciembre.

Pero, en esta ocasión hay dos nuevos elementos de juicio que complican una solución negociada. El primero  es que quien dice no aceptar el resultado de la elección, porque lo considera fraudulento, es un presidente en ejercicio, con todo lo que ello implica. Y el segundo, porque el denominado Establishment ya ha decidido que el candidato demócrata es el claro ganador de la elección.

Por Establishment entendemos a un grupo o élite dominante que controla una política u organización. El término, en su sentido moderno, fue popularizado por el periodista británico Henry Fairlie, quien en septiembre de 1955 en la revista londinense “The Spectator”, lo como:

“Por Establishment, no  refiero sólo a los centros del poder oficial —aunque ciertamente son parte de él— sino a la matriz completa de relaciones oficiales y sociales dentro de la cual se ejerce el poder. El ejercicio del poder en el Reino Unido (más concretamente, en Inglaterra) no puede entenderse si no se reconoce que se ejerce socialmente”.

A la luz de esta definición, le agregamos nosotros el denominado “Deep State” (2), a las corporaciones mediáticas -tanto norteamericanas como extranjeras-, a las omnipresentes redes sociales, a una constelación de mandatarios de otros Estados, a poderosas ONG norteamericanas como el “Council of Foreign Relations”  o internacionales como el “World Economic Forum” con sede en Davos, solo por mencionar a los 2 más importantes.

Todos ellos, ya decidieron y proclamaron que el candidato demócrata, Joe Biden, es el ganador indiscutido de esta elección.  Es más, lo han anunciado antes que estas elecciones tuvieran lugar. Tal como puede verse en numerosas publicaciones en todos los idiomas y que hemos venido citando en diferentes artículos.

Por su parte, el actual presidente de los EEUU, Donald Trump, también, ha anticipado que no aceptaría, lo que considera son los resultados de una elección fraudulenta.

Nos lo grita él mismo es uno de sus últimos tuits:

"Domination" es el nombre del software electoral usado en varios Estados.
"Domination" es el software electoral
usado en varios Estados. 

Podríamos realizar una serie de largos análisis tratando de establecer diversos escenarios sobre la probable evolución del resultado final de las elecciones e, incluso, incluir una posible intervención de la Corte Suprema de los EEUU. Creemos que esas instancias ya están superadas por la postura irreductible del actual presidente, quien ha manifestado que no entregará el mando, por un lado. Y, por otro lado, por la postura -igualmente- irreductible del desafiante candidato demócrata que ya se considera el legítimo ganador de las elecciones y el presidente electo de los EEUU.

Llegado a este punto, podemos preguntarnos, como dice nuestro título: “¿Cómo sigue esta película?”  No lo sabemos. Lo que sí sabemos es lo qué están haciendo sus protagonistas principales. Especialmente, Donald Trump, todavía en el pleno ejercicio de todas sus funciones. 

Por ejemplo, sí sabemos que Donald Trump está realizando importantes cambios en la cadena militar de las FFAA norteamericanas. En ese sentido, su administración ha llevado a cabo cambios radicales en la estructura de liderazgo civil del Departamento de Defensa, destituyendo a varios de sus funcionarios de mayor rango y reemplazandolos por otros más leales al presidente.

Los mismos comenzaron con la remoción del secretario de Defensa, Mark Esper, hace pocos días,  y con cuatro altos funcionarios civiles que supervisan las políticas de Defensa y de inteligencia.  Entre ellos se destaca el nuevo secretario, Cristopher Miller, un veterano coronel de las fuerzas especiales del Ejército y un experto en tareas de contrainsurgencia con amplia experiencia en la campaña de Afganistán. 

Por su parte, el jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, dejó en claro su obediencia a las normas constitucionales, cuando afirmó que:  "...los militares no prestamos juramento a un rey o una reina, un tirano o un dictador. No prestamos juramento a un individuo. No, no prestamos juramento a un país, a una tribu o religión. Hacemos un juramento a la Constitución…” 

Las desavenencias de Trump con Esper, comenzaron, precisamente, cuando éste último no estuvo de acuerdo con la orden del primero de  utilizar al ejército regular durante los disturbios civiles de junio en proximidades de la Casa Blanca. También, cuando se opuso a la repatriación total de las tropas norteamericanas desplegadas en Siria y en Afganistán.

En ese sentido, el nuevo secretario de Defensa, ya ha expresado su intención de traer a las tropas desplegadas antes de Navidad. A la par de que se especula de su inclinación a aceptar una posible orden presidencial para aplicar la Ley de Insurrección en caso necesario. (3)

Pero, el Pentágono es bien conocido por ser una pesada burocracia que necesita tiempo y abundantes fondos para implementar cualquier cambio de política. Sin mencionar a las espinosas cuestiones políticas en juego en estas cuestiones, en particular. 

Por lo que, hasta el momento, y hasta donde sabemos, los comandantes militares no han recibido nuevas órdenes al respecto. Y los principales líderes militares, incluido Milley, están aconsejando paciencia y estabilidad. 

Aún así, la mayoría ve a Afganistán como un posible indicador de la resolución de Trump  de resistir en la Casa Blanca. Tal como, históricamente, reaccionaban los emperadores romanos, trayendo sus legiones a casa, cuando su autoridad era cuestionada en Roma.

Por su parte, Milley  ha podido frenar  los impulsos de la Casa Blanca. Argumentando en contra de sacar a todas las fuerzas estadounidenses de esos teatros de operaciones a los efectos de preservar el status quo en el Levante. 

Pero, a nadie se le escapa que los abruptos cambios de personal que ya hemos mencionado y que podrían incluir cambios similares, tanto en la CIA como en el FBI, bien pueden anticipar una estrategia de Trump destinada controlar, más estrechamente, a sus fuerzas militares. 

Tampoco, pueden ni deben pasarse por alto que toda esta situación se da a caballo de otra muy complicada, relacionada con el mal manejo de la crisis provocada por la pandemia del Covid19 por parte de la administración Trump. Una en la que, particularmente, los EEUU no pueden mostrarse orgullosos por su tratamiento. Especialmente, cuando diversos expertos en sanidad pronostican que su pico en ese país podría alcanzarse en Navidad. 

Al respecto, la revista del influyente “Council on Foreign Relations” nos dice en su última edición, en un artículo de Richard Haass, quien fuera asesor para Medio Oriente de la administración de George Bush Jr.:

“Los desafíos internos que enfrenta este país van mucho más allá de su salud física y económica. Estados Unidos es un país dividido. Más de 70 millones de estadounidenses votaron por Donald Trump, y muchos de ellos aceptarán su narrativa destructiva de que la elección fue robada y creen que Biden es un presidente ilegítimo. La sociedad estadounidense estará dividida en cuestiones de desigualdad de riqueza, raza y educación. Los dos partidos (ninguno de los cuales es monolítico) adoptan posiciones radicalmente opuestas en asuntos de política que van desde los impuestos hasta la reforma policial y la atención médica. El gobierno también puede estar dividido, ya que los republicanos tienen buenas posibilidades de mantener el control del Senado y el margen de control de los demócratas en la Cámara de Representantes se reducirá”. (4) 

Por su parte, Robert Kaplan, otro asesor de ese presidente norteamericano, partidario del Nuevo Orden Mundial, proclamado por su padre en la década de 1990, afirma que los imperios tienen larga vida y aconseja lo siguiente:

“ES imperativo reconocer que esta nueva era imperial de conflictos entre grandes potencias ocurre en un momento de demonios globales: pandemias, ciberguerra, oleadas periódicas de anarquía en partes del mundo, todo lo cual demuestra un mundo más interconectado y más claustrofóbico que nunca. Las fortunas de China, Rusia y los Estados Unidos estarán, por lo tanto, estrechamente ligadas a su capacidad para atravesar este torbellino continuo. Atrás quedaron los días de las vastas propiedades coloniales que se extendían por los continentes con un ritmo más lento de toma de decisiones, en las que el declive imperial podía registrarse en décadas e incluso siglos, a medida que la seguridad se deterioraba gradualmente en las provincias. Hoy en día, la supervivencia dependerá de un tiempo de reacción rápido para evitar que la reputación de poder de un gobierno se vea socavada rápidamente”. (5) 

Por nuestra parte, solo podemos agregar que el daño al prestigio, a la institucionalidad y, muy probablemente, a la gobernabilidad de los EEUU ya está hecho. Solo nos resta evaluar cuán profundo es este daño y qué consecuencia tendrá, no solo para los EEUU, también, para el mundo entero y, especialmente, para nosotros. Pero, esa es ya otra historia que espera ser escrita y contada. 


Notas

(1) https://espacioestrategico.blogspot.com/2020/09/la-eleccion-que-podria-romper-los.html

(2) La Ley de Insurrección es una antigua ley federal de los Estados Unidos enmendada en el 2007 que autoriza al presidente de los Estados Unidos a desplegar fuerzas militares y tropas de la Guardia Nacional federalizadas dentro de los Estados Unidos en circunstancias particulares, como para reprimir el desorden civil, la insurrección y la rebelión. La ley proporciona una "excepción legal" a la Ley Posse Comitatus de 1878, que limita el uso de personal militar bajo el mando federal para fines de aplicación de la ley dentro de los Estados Unidos.

(3) Mike Lofgren los define como: "una asociación híbrida de elementos del gobierno y partes de las finanzas y la industria de alto nivel que pueden gobernar efectivamente a los Estados Unidos sin hacer referencia al consentimiento de los gobernados expresado a través del proceso político formal". 

(4) https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2020-11-09/repairing-world

(5) https://espacioestrategico.blogspot.com/2020/10/la-vida-eterna-de-los-imperios.html


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