Estrategia - Relaciones Internacionales - Historia y Cultura de la Guerra - Hardware militar. Nuestro lema: "Conocer para obrar"
Nuestra finalidad es promover el conocimiento y el debate de temas vinculados con el arte y la ciencia militar. La elección de los artículos busca reflejar todas las opiniones. Al margen de su atribución ideológica. A los efectos de promover el pensamiento crítico de los lectores.

martes, 3 de noviembre de 2020

¿Golpe de Estado en los EEUU?

COMENTARIO:  Eduad Luttwak es un experto en estrategia que se gana la vida escribiendo libros, asesorando empresas y dando conferencias por el Mundo. Cree, por ejemplo, en la lógica paradójica de la guerra. La que, por lo general,  implica hacer en forma, aparentemente, ineficiente algo para ganar una ventaja sobre nuestros enemigos confundiéndolos. Concretamente, si nuestro regimiento tiene la opción de usar un buen camino o desplazarse a campo traviesa por un mal terreno, hay que  tomar el segundo. Con ello, no dice nada que no haya sido dicho por genios como Su Tzu o practicados por conductores como nuestro general José de San Martín. 

Por ello, Luttwak cree que la lógica de la estrategia contiene verdades que se aplican a todos los tiempos y lugares. Sus libros y artículos han dedicado seguidores entre académicos, periodistas, empresarios, oficiales militares y primeros ministros. 

De joven se hizo conocido por su libro “Coup d’État: a Practical Handbook” publicado en 1969. Un texto clásico leído en universidades norteamericanas que carecen de nuestra basta experiencia al respecto. Hoy, es una figura conocida en los ministerios gubernamentales, en las páginas de las principales revistas y en la televisión italiana.

Una pequeña anécdota personal me une a Edward Luttwak. Siendo vecinos del condado de Maryland, EEUU, en los años del 11 S, me resultó fácil concurrir a sus seminarios y conferencias. Al término de una de ellas, cuando comprobó mi condición de argentino, me confesó -para sorpresa de los otros oyentes- que los EEUU se encaminaba a tener un futuro similar al de la Argentina de los 5 presidentes.

Cuando me interrogó sobre mi opinión. Me limité a decir que la Argentina es un gran país bajo una mala administración. Luego de reírse me dio toda la razón. 

***



https://americanmind.org/features/get-ready-for-a-fight/how-trump-survives-a-coup/


Cómo Trump sobrevive a un golpe



Edward N. Luttwak

Respondiendo a Michael Anton, "¿El golpe que viene?" Y cómo nuestra forma de gobierno sobrevive con él.


Cuando se publicó la primera edición estadounidense de mi “Coup d’État: a Practical Handbook” en 1969, los Estados Unidos estaban en una gran confusión. Las manifestaciones contra la guerra de Vietnam se habían vuelto cada vez más agresivas, un proceso que culminó con las manifestaciones del Kent State (1) del año siguiente, durante las cuales miembros de la Guardia Nacional asediados y en inminente peligro físico mataron a cuatro e hirieron a otros en defensa propia, según lo determinaron, sin ambigüedades, varios tribunales. 

El encargado de prensa del editor no tuvo ningún problema en coordinar las entrevistas con los medios. Los manejé lo mejor que pude, ya que acababa de llegar a los Estados Unidos por primera vez y estaba muy mal preparado para la naturaleza peculiar del provincialismo estadounidense. No es que los estadounidenses no sepan sobre tierras extranjeras (innumerables estadounidenses individuales saben más sobre países extranjeros concretos que cualquier grupo de europeos), sino que comparten la creencia peculiar de que las experiencias políticas de cualquier tipo en cualquier otro lugar del mundo son irrelevantes para su país. 

Los Estados Unidos, porque Estados Unidos es… diferente. Así que los entrevistadores siguieron haciendo la misma pregunta de muchas formas diferentes: "¿Podría ocurrir un golpe de estado en los Estados Unidos?". Yo siempre les respondía señalando que todo sistema político tiene un punto de ruptura y si eso sucede, las fuerzas armadas son, inevitablemente, el garante residual, especialmente si han ganado recientemente y por lo tanto tienen confianza o si han sido derrotadas recientemente y por lo tanto están resentidas. 

Allí las cosas habrían terminado si no fuera por un accidente del destino. Tenía muchas ganas de irme de Nueva York después de una semana, no impresionado por su deterioro y por su pobre vida social y con mucho que hacer en París, cuando de repente me invitaron a ir a Washington, DC para trabajar, ilegalmente, con una visa de turista, para dos personalidades preeminentes, Paul Nitze (2) y el formidable Dean Acheson (3), arquitectos -entre otros- de toda la estructura de la política exterior y de defensa estadounidense. 

Fue algo bastante prematuro en mis labores ilegales cuando supe que me había equivocado por completo al creer que los Estados Unidos también eran, potencialmente, vulnerables a un golpe de estado. No lo era. Descubrí que el sistema político estadounidense no tiene un punto de ruptura y que, por lo tanto, las fuerzas armadas no pueden convertirse en su garante residual. Lo que me hizo ver mi profundo error, tan rápidamente, fue el trabajo que estaba haciendo para Acheson y Nitze, quienes habían creado el Comité para Mantener una Política de Defensa Prudente para defender el caso del sistema de defensa de misiles balísticos Safeguard (4) para enfrentar una inminente votación en el Senado. Suena técnico, pero no lo era: en una atmósfera política candente, con enormes manifestaciones antibélicas que se sucedían, el gran notable de Acheson y el mago estratégico de Nitze desafiaban el consenso intelectual de la época, la opinión editorial de la prensa de prestigio y el tsunami anti-defensa en el Congreso ocasionado por la guerra de Vietnam, todo para exigir miles de millones por un arma que muchos consideraban no sólo inútil, sino muy dañina, porque socavaría la capacidad de disuasión. 

El debate político fue vehemente, pero cuando fui con Acheson al Capitolio para su testimonio ante el Comité de Relaciones Exteriores, todos fueron, extremadamente, corteses y, aunque hubo preguntas directas, no hubo matices burlones ni comentarios despectivos. Nadie cuestionó los motivos de Acheson: apoyó a Safeguard, sus críticos en el Congreso no lo hicieron, y se debatieron los argumentos a favor y en contra. 

Quizás fue, entonces, cuando alguien me explicó el misterioso término “filibustero”. Nada que ver con el original o sea un pirata cuentapropista; era más bien el derecho de los senadores a retrasar los asuntos del Senado con conversaciones sin parar para negar un voto mayoritario que perderían: los senadores toleraron la práctica porque en una democracia, la leve preferencia de una mayoría por “A” debería dar paso a una preferencia mucho más intensa de una minoría por “B” debido a un honrado respeto hacia sus conciudadanos.

El director de la CIA, Richard Helms, fue un testigo clave. Sin inspiración, revisó las posiciones de las otras potencias nucleares, con la Unión Soviética en oposición, como era de esperarse y con los franceses, sorprendentemente, vehementes: su pequeña fuerza de misiles podría ser, completamente, neutralizada por defensas de misiles balísticos. Resultó que su testimonio no fue importante; pero me permitió ver que todo el mundo presumía que la CIA era,por supuesto, imparcial.

El “Washington Post” y el “New York Times” escribieron editoriales en contra de Safeguard; pero sus páginas de opinión estaban abiertas a opiniones a favor de Safeguard, incluidas las de los miembros de nuestro comité. Esto también difería de mi experiencia con la prensa británica e italiana, una prensa militante en la que cada periódico reflejaba un solo punto de vista. Todo esto al menos sugería que el sistema político estadounidense estaba estabilizado por normas no escritas que imponían moderación. 

Pero fue un encuentro casual con Earl Warren Burger, recién nombrado presidente de la Corte Suprema y visitante habitual de la finca de Dean Acheson en Sandy Springs, lo que fue decisivo. Le pregunté a Burger, directamente, si había alguna política en la Corte Suprema. Comencé mencionando al tribunal de “Cassazione” (5) equivalente de Italia, en el que diferentes jueces pertenecían a diferentes "corrientes" de Izquierda o de Derecha. La respuesta de Burger fue que él había sido designado por Nixon, otros habían sido designados por presidentes demócratas y todos tenían opiniones políticas; pero la Corte estaba por encima de la refriega política y sus sentencias nunca serían cuestionadas por motivos políticos. Creo que fue Acheson quien dijo palabras en el sentido de que la Corte era el respaldo de todo el sistema político. 

Las cosas no habían cambiado cuando regresé a los Estados Unidos algunos años después, a tiempo para ver mis impresiones de 1969 fuertemente reforzadas por el manejo bipartidista del escándalo de Watergate y la renuncia ordenada de Nixon. El Congreso era, ciertamente, un lugar de debate político mucho más tranquilo que la ruidosa Cámara de los Comunes que había observado desde la galería más de una vez. 

Desde entonces, sin embargo, “todo” ha cambiado. Cada uno de los obstáculos y barreras del sistema político estadounidense se ha deshecho. Una vez más, por lo tanto, debo confesar el error y cambiar mi veredicto: sí, el sistema político estadounidense también tiene un punto de ruptura, y sí, las fuerzas armadas podrían quedar como su legatario residual.

En la lucha

En contraste con la rigurosa imparcialidad de los funcionarios del gobierno de 1969, incluso en medio del furioso debate nacional sobre Safeguard, ahora es un hecho probado que varias personas vinculadas con el FBI, hasta el subdirector Andrew George McCabe, engañaron al tribunal de la FISA (6) para representar Donald Trump como un "activo" ruso, es decir, un individuo controlado por Moscú y el "Manchurian Candidate" (7) de la vida real. 

También,  se registra el hecho de que el director de la CIA, John Brennan, más su superior, el director de Inteligencia Nacional James Clapper, sugirieron, públicamente, que Trump podría ser un espía ruso que opera bajo la dirección de Putin, mientras que, simultáneamente, testificaron en sesiones cerradas con comités del Congreso que no existía tal evidencia. De la rigurosa imparcialidad de Richard Helms no quedó rastro, ya que McCabe, Brennan y Clapper se convirtieron en ejemplos de partidismo envenenado. 

En cuanto a la imagen, más amplia, del Congreso, las escenas de 2019 y 2020 habrían sido inimaginables en 1969, desde Nancy Pelosi rompiendo con desprecio su copia del discurso sobre el estado de la Unión ante las cámaras de televisión, hasta la descripción habitual de Trump como "subordinado a Putin". ”Por senadores y congresistas. Bien podrían creer lo que dicen, pero solo si no tienen ningún conocimiento de geopolítica, algo muy complicado, sin duda, pero no por su regla más simple y relevante: no pelees con China y Rusia al mismo tiempo. (El primer ministro de Japón, Abe Shinzo, visitó Putin varias veces y lo invitó a una visita oficial de jefe de estado con una estadía en la casa de la familia en la prefectura de Yamaguchi, no porque Abe sea prorruso o un espía ruso, sino porque tiene sentido que un primer ministro japonés separe a Rusia de China.) 

Sin embargo, lo más grave es la intimidación constante de la Corte Suprema: sólo tres senadores han declarado, públicamente, que el presidente recién elegido debería nombrar más jueces para anular la mayoría moderada. Pero de los tres (Gillibrand, Harris y Warren), uno es ahora la candidata a vicepresidente por los demócratas. 

Eso es muy relevante porque es la opinión expresada por los líderes del establishment demócrata —enunciada por la exsecretaria de Estado, Hilary Clinton— de que Biden no debe conceder la victoria a Trump bajo ninguna circunstancia, es decir, independientemente, del número de votos que pueda tener para ganar. Esas son palabras que hubieran sido, simplemente, inimaginables en el pasado; ahora ni siquiera despiertan mucho furor cuando se pronuncian. 

Por lo tanto, si el recuento de las boletas electorales en la noche de las elecciones o el recuento tardío de las boletas enviadas por correo no arroja el número requerido de votos para Biden en los diferentes Estados, lo que requerirá una apelación a los tribunales y que llegaría, rápidamente, a la Corte Suprema, esta última debe cumplir con su deber y ponerse del lado de Biden, bajo pena de diluirse con nuevos nombramientos. Esa es la lógica de los líderes del partido demócrata. 

Hay un obvio obstáculo de procedimiento en el camino. La elección de Biden, con o sin la mayoría de los votos electorales, no puede ser asegurada por una Corte Suprema repleta, porque solo un presidente en funciones puede nombrar jueces para la Corte Suprema. Pero dos tenientes coroneles retirados, John Nagl y Paul Yingling, han encontrado un remedio. (Nagl era conocido, hasta ahora, como el verdadero autor del manual de contrainsurgencia excesivamente largo, repetitivo atribuido a los generales Petraeus y Mattis: cientos de páginas escritas para eludir el simple hecho de que los insurgentes deben ser superados por el terror, como todo imperio lo ha hecho a lo largo de la historia). 

Nagl y Yingling obviamente están de acuerdo en que Biden debe ganar las elecciones presidenciales de 2020, comprensiblemente porque esa es, ciertamente, la opinión del establishment estadounidense en su conjunto, desde la aristocracia de Silicon Valley hasta el “New York Times”, desde los mandarines académicos de Boston a los vividores, los oportunistas y para los actores de poco cerebro de la industria del entretenimiento. El remedio de Nagl /Yingling para el problema de Trump, es decir, su papel como obstáculo para el acceso de Biden a la presidencia, está contenido en su carta abierta al general Mark A Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto.

En él, escriben que Donald Trump está "subvirtiendo activamente nuestro sistema electoral y amenazando con permanecer en el cargo desafiando nuestra Constitución" y concluyen que "el escenario antes impensable de un gobierno autoritario en los Estados Unidos es, ahora, una posibilidad muy real."  Las razones aducidas son las siguientes: “Trump se enfrenta a una derrota electoral casi segura", un resultado que: "daría como resultado que enfrente no solo la ignominia política, sino también cargos criminales (sic, pero inexplicable: ¿espionaje para Putin?)". Es más, añaden los autores, “Trump está armando un ejército privado capaz de frustrar, no solo la voluntad del electorado sino, también, las capacidades de las fuerzas del orden público ”(énfasis mío). 

Luego viene la orden judicial al general Milley: "cuando estas fuerzas [sic] chocan el 20 de enero de 2021, el Ejército de los Estados Unidos será la única institución capaz de defender nuestro orden constitucional", una acción que requiere que el general Milley ingrese a la Casa Blanca con una cantidad suficiente de tropas para abrumar al contingente del Servicio Secreto de servicio, destituir a Trump e instalar a Biden ... o tal vez, directamente, a Harris, en caso de que la conmoción sea demasiado para el viejo senador de Delaware. 

Lo que sigue es un poco anticlímax en el que los dos oficiales enumeran las culpabilidades de Trump. "Más de 160.000 estadounidenses han muerto a causa de COVID 19 y es probable que el número de víctimas aumente a 300.000 en noviembre"; es muy probable que, en realidad; pero si ese es el criterio, entonces los primeros ministros belga, británico, italiano, español y sueco deberían arrancar, dado que cada uno de esos países registró un número comparable de muertes per capita. 

Siguen más estadísticas, al estilo de sopa minestrone del manual de Nagl, que culminan en la profecía de  “The Economist”, que estima que las posibilidades de Biden de ganar las elecciones son del 91%; no es el lugar que deben haber determinado Nagl y Yingling, para citar a la Secretaría de Defensa de Andrew Marshal sobre el desempeño de los pronósticos de “The Economist” durante dos décadas (los aciertos son mucho menores del 50% y mucho menos que las del diario “Daily Mirror” de Londres). 

La cuestión urgente que nos ocupa se basa en la afirmación que los autores deslizan sin ningún rastro de prueba: “Trump está formando un ejército privado capaz de frustrar no solo la voluntad del electorado sino, también, las capacidades de las fuerzas del orden público ". Esa afirmación sobre el "ejército" inexistente es la clave del plan real de Nagl/Yingling, que también debe ser el plan de Clinton y Cia.: si el resultado electoral no logra ganar la Casa Blanca para el 46º presidente para Biden, los manifestantes "interestatales" y los que rompen ventanas que han servido como tropas del Partido Demócrata en innumerables manifestaciones desde Washington DC hasta Portland, Oregon, se reunirán, una vez más, alrededor de la Casa Blanca; pero esta vez en gran número; tal vez cientos de miles, sin duda ayudados en su camino por las acciones y las malas acciones de los funcionarios demócratas en una miríada de pueblos y ciudades, con el fin de abrumar por completo "las capacidades de la aplicación de la ley ordinaria", lo que obligará al general Milley a intervenir con el número necesario de tropas. 

En ese punto, en teoría, podría otorgar la presidencia a Trump, sin tener en cuenta los mensajes mediáticos, casi unánimes, de que llegarán sus tropas; pero Nagl y Yingling ni siquiera toman en cuenta esa posibilidad. Nunca he sido abogado en un tribunal británico, un trabajo en el que la mayor habilidad es provocar autoincriminaciones de los testigos hostiles. 

Si bien el ejército privado de Nagl / Yingling que pretende abrumar a las "fuerzas de seguridad" para mantener a un Trump derrotado en la Casa Blanca, no existe. Sí existe el peligro no imaginario de que una mafia se apodere de la Casa Blanca para expulsar a un Trump victorioso. Sus posibilidades pueden ser solo del 0.09% (como opinó “The Economist”); pero, incluso, esa es una proporción demasiado alta para los extremistas que ahora están influyendo en todo un partido político estadounidense para que no acepte nada por encima del 0.0%.

Edward N. Luttwak es asesor estratégico del gobierno de Estados Unidos.

Traducci[on y notas: Carlos Pissolito

Notas:

(1) Los tiroteos de Kent State, también conocidos como la masacre del 4 de mayo,  consistieron en la muerte de cuatro estudiantes de la Universidad Estatal de Kent en Kent, Ohio, por parte de la Guardia Nacional el 4 de mayo de 1970. Las muertes tuvieron lugar durante una manifestación por la paz que se oponía a la creciente participación norteamericana en la guerra de Vietnam.  (N.T.)

(2) Paul Henry Nitze fue un oficial de alto de rango de los Estados Unidos que ayudó a dar forma a la política de defensa estadounidense durante la Guerra Fría. (N.T.)

(3) Dean Gooderham Acheson fue el Secretario de Estado de los Estados Unidos desde 1949 hasta 1953 y consejero de cuatro presidentes de Estados Unidos y principal artífice de la política exterior de su país en la época de la Guerra Fría. (N.T.)

(4) El Programa Safeguard era un sistema de misiles antibalísticos del Ejército de los EE UU diseñado para proteger los silos de misiles balísticos intercontinentales Minuteman de la Fuerza Aérea de los EE UU de los ataques enemigos con misiles intercontinentales. (N.T.)

(5) En italiano en el original. 

(6) La FISA es la Ley de Vigilancia de Inteligencia Extranjera. Es una ley federal de los Estados Unidos, sancionada en 1978 que establece procedimientos para la vigilancia física y electrónica y la recopilación de información de inteligencia sobre  potencias extranjeras y agentes de potencias extranjeras  sospechosos de espionaje o terrorismo. (N.T.)

(7) La película “The Manchurian Candidate” es un thriller político ambientado durante la Guerra Fría que describe la captura de un joven oficial, hijo de una prominente familia política conservadora de los EEUU, durante la Guerra de Corea; quien luego de ser sometido a un lavado de cerebro,  se convierte en un agente enemigo que llega a presidente de los EEUU y es manipulado por los comunistas. (N.T.)


No hay comentarios: