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jueves, 23 de agosto de 2012

Otra oportunidad para el TIAR.


El TIAR se debe mantener, porque representa un ámbito de integración de los estados del Cono Sur.  
Emilio Luis Magnaghi (*)


Países del TIAR.
Nuestro problema, el de los americanos del Sur, es que somos contradictorios. Y lo somos porque, siendo y diciendo que somos un bloque, actuamos como países aislados, sin ningún tipo de coordinación y sin objetivos comunes. Aplaudimos, sin duda, el respaldo de la Unasur del 19 de agosto, en Guayaquil, por el caso de Julián Assange (Wikileaks), aunque más no sea por la actitud conjunta que muestra consenso. Esto pareciera querer decir que hemos dado un paso más. Además de ser solidarios, nos expresamos en conjunto, lo que significa tener reglas y protocolos comunes. A pesar de ello, nos preocupa a los argentinos un trascendido que viene fatigando los oídos de todo interesado en política exterior y que habla de la posibilidad de que nuestro país denuncie, en muy poco tiempo, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Ecuador y las naciones integrantes del ALBA ya lo han hecho y también han solicitado se convoque a la OEA por este tema de Wikileaks y el asunto parece no haber terminado aún.

Otro contexto histórico
En algún momento tuvimos la oportunidad y supimos aprovecharla. La Argentina logró imponer algunas condiciones de la paz en la Conferencia de Río, en 1947. Hoy, a 65 años, nos cuesta hacernos sostener nuestras convicciones, no ya ante el poder de los Estados Unidos o Gran Bretaña, sino ante nuestros socios de la Unasur y del Mercosur. Las cosas han cambiado demasiado en estos últimos años.

El TIAR, conocido como Tratado de Río, es un pacto de defensa mutua interamericano. Fue suscripto el 2 de setiembre de 1947. El mundo estaba superando el enorme trauma y las secuelas de la II Guerra Mundial, con una Europa devastada. Una confrontación Este-Oeste en ciernes, en la que las dos grandes potencias que iban a ser las protagonistas de la competencia de la Guerra Fría iniciaban una carrera que recién culminaría 42 años más tarde con el derrumbe de la Unión Soviética.

En aquel entonces la Argentina era observada por Estados Unidos, sino como un competidor por lo menos como una piedra en el zapato; no tanto por su coqueteo comercial con la Unión Soviética o por su política de neutralidad durante la guerra sino por su posición de liderazgo en la región. Muy lejos estábamos aún de hablar de Sudamérica o del intento de conformar un bloque compacto de naciones. La necesidad de los Estados Unidos de abroquelar a las naciones americanas para impedir la irrupción del comunismo en esta parte del globo hizo que finalmente, cediendo un poco cada parte, se concretara un acuerdo de orden militar sin precedentes: el TIAR. Para comparar, el Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se iba a concretar sólo dos años más tarde, en 1949.


Disputa por imponer condiciones
La Argentina, a través de su canciller Juan Atilio Bramuglia, puso de manifiesto cuáles eran los desacuerdos con Estados Unidos. Uno era el referido al procedimiento para votar del órgano de consulta (cancilleres de los países miembros signatarios) para la toma de decisiones del tratado; las opciones eran por unanimidad, dos tercios o mayoría simple. La Argentina fue el único país que estuvo a favor de la unanimidad y debió aceptar el sistema de dos tercios. Nuestro país propuso un tratado de defensa que contemplara la acción militar colectiva sólo ante un ataque extra-hemisférico, pero solamente contó con el apoyo del Paraguay, Bolivia, Perú y Venezuela. La oposición, encarnada en el senador norteamericano Arthur H. Vandenberg, se impuso fundamentando que un acuerdo de esa naturaleza pondría las Américas en contra del resto del mundo.

A pesar de estas controversias en las que eran protagonistas casi exclusivos la Argentina y los Estados Unidos, a diferencia de lo que había ocurrido en anteriores conferencias por primera vez la Argentina asumió un papel cooperativo en las negociaciones. El canciller argentino Juan Atilio Bramuglia logró convertir lo que parecía que iba a ser solo una herramienta norteamericana para evitar el avance de la Unión Soviética sobre las Américas en un reconocimiento implícito a la soberanía argentina sobre esas Islas Malvinas y demás islas del Atlántico Sur, por cuanto el Reino Unido de la Gran Bretaña, que tenía la administración efectiva de las Islas Malvinas, no era, ni es, signatario del tratado.

La Argentina logró que en el tratado figure una zona señalada con una minuciosa descripción geográfica que indica la delimitación precisa. Esto no solo comprende todo el territorio de la América del Norte, que los Estados Unidos pusieron a resguardo, incluyendo a Groenlandia; la línea de delimitación que parte del Polo Sur por el este, sube hacia al norte por fuera de las Islas Sandwich en línea recta y por fuera de las islas de Fernando de Noronha, en Brasil. Y de ahí en recta por las Islas Vírgenes y luego Bermudas. Es una amplia zona de seguridad que comprende a las Islas Malvinas y demás islas del Atlántico Sur, con toda su vastedad marítima.


La unión regional
Ahora intentaremos interpretar el contexto en el que nos encontramos y discernir sobre la utilidad que pueda tener el tratado de marras en el presente y, tal vez, en el futuro. Se da la paradoja de que países como Venezuela, Bolivia, Ecuador Nicaragua y demás países integrantes del ALBA denuncian el tratado del TIAR (en la 42 Asamblea General de la OEA, celebrada entre el 3 y el 5 de junio del 2012 en Bolivia) fundados en que cuando los países americanos, fundamentalmente Argentina, durante la guerra de las Islas Malvinas solicitó su aplicación, varios países no la cumplieron. Durante la guerra de las Malvinas (1982) se trató de hacerlo efectivo. Sin embargo, Estados Unidos, que era tanto miembro del TIAR como de la OTAN, prefirió cumplir las obligaciones de la OTAN, de la cual el Reino Unido era integrante. La paradoja está en que estos países se retiran fundados en argumentos que hacen a nuestra causa nacional, y nuestro país, que fue el afectado con esa situación, continúa perteneciendo al TIAR.

Frente a esta situación, anticipo mi postura: creo que Argentina debe seguir integrando el TIAR y que los países que se han retirado denunciando el tratado deben volver a su situación anterior fundamentalmente los anteriormente mencionados e integrantes del ALBA, como en su momento lo hizo Perú, y para ello tienen 2 años.

La base de esta postura es que en la reunión de la OEA, que se realiza hoy, se pida al Consejo Permanente de la OEA que actúa provisoriamente como organismo para excitar el mecanismo de consulta, la aplicación del TIAR por considerarse la actitud de Inglaterra una agresión (Art. 3.5 del tratado de Río) y a las normas del Tratado de Viena, resguardadas por la ONU, y es entonces frente a esta circunstancia donde se podrá apreciar qué países cumplen con sus resoluciones y quiénes no; luego los que no las cumplan son los que deberían retirarse del tratado, porque no les sirve, no lo necesitan, o porque decididamente no lo consideran vigente.

La tesis es que los países no deben retirarse del TIAR porque crean que no sirvió en tiempos pasados sino que por el contrario es ahora el momento en que deben solicitar su vigencia expresa y quienes no acaten las decisiones de su cuerpo orgánico son los que deben elegir entre continuar cumpliendo o irse, denunciando el mismo por las causales actuales.

No cabe duda de que para la Unasur en general y la Argentina en particular, desde el punto de vista de los antecedentes curriculares para el reclamo de soberanía, constituye una herramienta formidable. Occidente confió a través de este tratado, durante toda la Guerra Fría, a la Argentina y a los países del Cono Sur de América la seguridad del Atlántico Sur; a pesar de ser Gran Bretaña un actor de hecho (aunque no de derecho) en la región.

Para los Estados Unidos el tratado tiene plena vigencia y lo ha usado siempre que ha sido víctima de un ataque o una amenaza, sean estos infligidos por fuerza armada de una potencia extrarregional o una difusa organización terrorista. El caso del ataque al World Trade Center, el 11 de setiembre del 2001, que llevó a que Estados Unidos solicitara en la OEA la aplicación del TIAR es sólo una de esas oportunidades.

La opinión de alguien que sabe mucho de esto, como es quien fuera hasta hace poco tiempo secretaria general de la Unasur, María Emma Mejía, es interesante. Afirmó que la liquidación del tratado no debía ser el fruto de deserciones unilaterales sino el producto de una iniciativa regional, liderada por el Grupo de Río o por la propia OEA. La cumbre de la OEA para tratar el tema del asilo político concedido por Ecuador a Julián Assange (y que es resistido por Inglaterra) en la que estarían presentes todos los cancilleres de América, es una oportunidad para demostrar que existe una real vocación de integración regional. Es importante que nuestros países de América regresen en bloque al TIAR
y que si alguien le expide el certificado de defunción al tratado sean quienes lo han incumplido y no los países americanos fundados en causales del pasado.
(*) Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana y empresario.

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