Emilio Luis Magnaghi (*)
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Países del TIAR. |
Nuestro problema,
el de los americanos del Sur, es que somos contradictorios. Y lo somos porque,
siendo y diciendo que somos un bloque, actuamos como países aislados, sin ningún
tipo de coordinación y sin objetivos comunes. Aplaudimos, sin duda, el respaldo
de la Unasur del 19 de agosto, en Guayaquil, por el caso de Julián Assange
(Wikileaks), aunque más no sea por la actitud conjunta que muestra consenso.
Esto pareciera querer decir que hemos dado un paso más. Además de ser
solidarios, nos expresamos en conjunto, lo que significa tener reglas y
protocolos comunes. A pesar de ello, nos preocupa a los argentinos un
trascendido que viene fatigando los oídos de todo interesado en política
exterior y que habla de la posibilidad de que nuestro país denuncie, en muy poco
tiempo, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Ecuador y las
naciones integrantes del ALBA ya lo han hecho y también han solicitado se
convoque a la OEA por este tema de Wikileaks y el asunto parece no haber
terminado aún.
Otro contexto histórico
En algún momento tuvimos la
oportunidad y supimos aprovecharla. La Argentina logró imponer algunas
condiciones de la paz en la Conferencia de Río, en 1947. Hoy, a 65 años, nos
cuesta hacernos sostener nuestras convicciones, no ya ante el poder de los
Estados Unidos o Gran Bretaña, sino ante nuestros socios de la Unasur y del
Mercosur. Las cosas han cambiado demasiado en estos últimos años.
El
TIAR, conocido como Tratado de Río, es un pacto de defensa mutua interamericano.
Fue suscripto el 2 de setiembre de 1947. El mundo estaba superando el enorme
trauma y las secuelas de la II Guerra Mundial, con una Europa devastada. Una
confrontación Este-Oeste en ciernes, en la que las dos grandes potencias que
iban a ser las protagonistas de la competencia de la Guerra Fría iniciaban una
carrera que recién culminaría 42 años más tarde con el derrumbe de la Unión
Soviética.
En aquel entonces la Argentina era observada por Estados
Unidos, sino como un competidor por lo menos como una piedra en el zapato; no
tanto por su coqueteo comercial con la Unión Soviética o por su política de
neutralidad durante la guerra sino por su posición de liderazgo en la región.
Muy lejos estábamos aún de hablar de Sudamérica o del intento de conformar un
bloque compacto de naciones. La necesidad de los Estados Unidos de abroquelar a
las naciones americanas para impedir la irrupción del comunismo en esta parte
del globo hizo que finalmente, cediendo un poco cada parte, se concretara un
acuerdo de orden militar sin precedentes: el TIAR. Para comparar, el Tratado del
Atlántico Norte (OTAN) se iba a concretar sólo dos años más tarde, en
1949.
Disputa por imponer condiciones
La Argentina, a través de su
canciller Juan Atilio Bramuglia, puso de manifiesto cuáles eran los desacuerdos
con Estados Unidos. Uno era el referido al procedimiento para votar del órgano
de consulta (cancilleres de los países miembros signatarios) para la toma de
decisiones del tratado; las opciones eran por unanimidad, dos tercios o mayoría
simple. La Argentina fue el único país que estuvo a favor de la unanimidad y
debió aceptar el sistema de dos tercios. Nuestro país propuso un tratado de
defensa que contemplara la acción militar colectiva sólo ante un ataque
extra-hemisférico, pero solamente contó con el apoyo del Paraguay, Bolivia, Perú
y Venezuela. La oposición, encarnada en el senador norteamericano Arthur H.
Vandenberg, se impuso fundamentando que un acuerdo de esa naturaleza pondría las
Américas en contra del resto del mundo.
A pesar de estas controversias en
las que eran protagonistas casi exclusivos la Argentina y los Estados Unidos, a
diferencia de lo que había ocurrido en anteriores conferencias por primera vez
la Argentina asumió un papel cooperativo en las negociaciones. El canciller
argentino Juan Atilio Bramuglia logró convertir lo que parecía que iba a ser
solo una herramienta norteamericana para evitar el avance de la Unión Soviética
sobre las Américas en un reconocimiento implícito a la soberanía argentina sobre
esas Islas Malvinas y demás islas del Atlántico Sur, por cuanto el Reino Unido
de la Gran Bretaña, que tenía la administración efectiva de las Islas Malvinas,
no era, ni es, signatario del tratado.
La Argentina logró que en el
tratado figure una zona señalada con una minuciosa descripción geográfica que
indica la delimitación precisa. Esto no solo comprende todo el territorio de la
América del Norte, que los Estados Unidos pusieron a resguardo, incluyendo a
Groenlandia; la línea de delimitación que parte del Polo Sur por el este, sube
hacia al norte por fuera de las Islas Sandwich en línea recta y por fuera de las
islas de Fernando de Noronha, en Brasil. Y de ahí en recta por las Islas
Vírgenes y luego Bermudas. Es una amplia zona de seguridad que comprende a las
Islas Malvinas y demás islas del Atlántico Sur, con toda su vastedad
marítima.
La unión regional
Ahora intentaremos interpretar el
contexto en el que nos encontramos y discernir sobre la utilidad que pueda tener
el tratado de marras en el presente y, tal vez, en el futuro. Se da la paradoja
de que países como Venezuela, Bolivia, Ecuador Nicaragua y demás países
integrantes del ALBA denuncian el tratado del TIAR (en la 42 Asamblea General de
la OEA, celebrada entre el 3 y el 5 de junio del 2012 en Bolivia) fundados en
que cuando los países americanos, fundamentalmente Argentina, durante la guerra
de las Islas Malvinas solicitó su aplicación, varios países no la cumplieron.
Durante la guerra de las Malvinas (1982) se trató de hacerlo efectivo. Sin
embargo, Estados Unidos, que era tanto miembro del TIAR como de la OTAN,
prefirió cumplir las obligaciones de la OTAN, de la cual el Reino Unido era
integrante. La paradoja está en que estos países se retiran fundados en
argumentos que hacen a nuestra causa nacional, y nuestro país, que fue el
afectado con esa situación, continúa perteneciendo al TIAR.
Frente a esta
situación, anticipo mi postura: creo que Argentina debe seguir integrando el
TIAR y que los países que se han retirado denunciando el tratado deben volver a
su situación anterior fundamentalmente los anteriormente mencionados e
integrantes del ALBA, como en su momento lo hizo Perú, y para ello tienen 2
años.
La base de esta postura es que en la reunión de la OEA, que se
realiza hoy, se pida al Consejo Permanente de la OEA que actúa provisoriamente
como organismo para excitar el mecanismo de consulta, la aplicación del TIAR por
considerarse la actitud de Inglaterra una agresión (Art. 3.5 del tratado de Río)
y a las normas del Tratado de Viena, resguardadas por la ONU, y es entonces
frente a esta circunstancia donde se podrá apreciar qué países cumplen con sus
resoluciones y quiénes no; luego los que no las cumplan son los que deberían
retirarse del tratado, porque no les sirve, no lo necesitan, o porque
decididamente no lo consideran vigente.
La tesis es que los países no
deben retirarse del TIAR porque crean que no sirvió en tiempos pasados sino que
por el contrario es ahora el momento en que deben solicitar su vigencia expresa
y quienes no acaten las decisiones de su cuerpo orgánico son los que deben
elegir entre continuar cumpliendo o irse, denunciando el mismo por las causales
actuales.
No cabe duda de que para la Unasur en general y la Argentina en
particular, desde el punto de vista de los antecedentes curriculares para el
reclamo de soberanía, constituye una herramienta formidable. Occidente confió a
través de este tratado, durante toda la Guerra Fría, a la Argentina y a los
países del Cono Sur de América la seguridad del Atlántico Sur; a pesar de ser
Gran Bretaña un actor de hecho (aunque no de derecho) en la región.
Para
los Estados Unidos el tratado tiene plena vigencia y lo ha usado siempre que ha
sido víctima de un ataque o una amenaza, sean estos infligidos por fuerza armada
de una potencia extrarregional o una difusa organización terrorista. El caso del
ataque al World Trade Center, el 11 de setiembre del 2001, que llevó a que
Estados Unidos solicitara en la OEA la aplicación del TIAR es sólo una de esas
oportunidades.
La opinión de alguien que sabe mucho de esto, como es
quien fuera hasta hace poco tiempo secretaria general de la Unasur, María Emma
Mejía, es interesante. Afirmó que la liquidación del tratado no debía ser el
fruto de deserciones unilaterales sino el producto de una iniciativa regional,
liderada por el Grupo de Río o por la propia OEA. La cumbre de la OEA para
tratar el tema del asilo político concedido por Ecuador a Julián Assange (y que
es resistido por Inglaterra) en la que estarían presentes todos los cancilleres
de América, es una oportunidad para demostrar que existe una real vocación de
integración regional. Es importante que nuestros países de América regresen en
bloque al TIAR
y que si alguien le expide el certificado de defunción al
tratado sean quienes lo han incumplido y no los países americanos fundados en
causales del pasado. |
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