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domingo, 15 de septiembre de 2013

¿Sirven de algo las amenazas contra Siria?

 

 

 

Amenazar con amenazar

 

Por Thomas L. Friedman - Servicio de noticias The New York Times - © 2013

Amenazar con amenazarSi usted es un estadounidense promedio y está confundido y preocupado porque nos enredemos en una guerra civil en Siria que no se puede ganar, hace bien en estar interesado. Significa que usted está prestando atención.

Pero, si usted es un miembro del Congreso o senador que aún se pregunta si debe o no otorgarle al presidente Barack Obama la autoridad para usar la fuerza a fin de disuadir al presidente sirio, Bashar al-Assad, de que asesine de nuevo a cientos de sus compatriotas con gas venenoso, ahora tiene sentido tomar un descanso. Eso también significa que usted está prestando atención.

Se ha creado una nueva situación en los últimos dos días por la oferta rusa, acogida por Obama, todos nuestros aliados principales y China, pero aún vagamente aceptada por Siria; para que Siria entregue sus reservas de gas venenoso al control internacional. No nos hagamos ilusiones.

Aún existe una verdadera posibilidad de que los rusos y los sirios tan solo estén haciendo tiempo y se amañen al final, e incluso si uno o ambos van en serio, existen formidables obstáculos logísticos y políticos para asegurar las armas químicas de Siria rápida y completamente. Una parte de mí se pregunta: ¿alguien ha pensado esto a fondo?

Sin embargo, todo mi ser quiere reconocer que si se pusiera en marcha una entrega de gas venenoso de Siria -lo cual aún es muy dudoso-, sería un buen final a esta crisis en el corto plazo. Se mantendría el tabú mundial sobre el gas venenoso y Estados Unidos no tendría que enredarse en una guerra con disparos en Siria.

En ese contexto, pienso que vale la pena que Obama y el Congreso amenacen con programar una votación para aprobar la amenaza de Obama sobre el uso de la fuerza -si los sirios y rusos no actúan de buena fe-, pero no programen una votación justo ahora (ese fue esencialmente el mensaje del presidente en su discurso de esta semana).

Al “amenazar con amenazar”, Obama conservaría influencia para mantener a los sirios y rusos concentrados en poner en marcha cualquier acuerdo, pero sin tener que probar la verdadera voluntad del Congreso para permitirle volver realidad esa amenaza. Esto porque, si no lograra ser aprobada, los rusos y sirios no tendrían incentivo alguno para moverse.

Si todo lo anterior suena increíblemente desordenado y confuso, lo es. Y si bien Obama y su equipo han contribuido a este desorden mediante demasiadas palabras sueltas, para ser justos, existe también una profunda razón estructural para eso. Obama está lidiando con un mundo árabe que ningún presidente moderno ha tenido que enfrentar.

Hasta 2010, el Oriente Medio árabe había sido relativamente estable durante 35 años. La combinación de la Guerra Fría, el ascenso de dictadores financiados por el petróleo que erigieron fuertes estados de seguridad y la paz entre Egipto e Israel impusieron orden.

Sin embargo, la convergencia en esta segunda década del siglo XXI de explosiones poblacionales de árabes, desempleo, degradación ambiental, escasez de agua, menguantes ingresos del petróleo y la revolución informática destrozó gobiernos que en otra época parecían sólidos -Siria, Egipto, Túnez, Irak, Libia y Yemen-, obligándonos ahora a enfrentar algunas preguntas nuevas y muy incómodas, no sólo el uso de la fuerza.

Una de ellas es la siguiente: ¿son verdaderas algunas cosas incluso si George W. Bush creía en ellas? Nadie, militarista o pacifista, quiere ver botas estadounidenses en tierra siria, bajo ninguna condición. Cuéntenme entre ellos. El único problema es que es imposible imaginar una solución al conflicto en Siria sin un poco de ayuda exterior que ponga botas en el territorio. 

Cuando se llega al nivel de rompimiento social y del Estado que se ve en una sociedad tan multitribal y multisectaria como Siria, no hay confianza con la cual gobernar y rotar el poder. Por lo tanto, se necesita ya sea una partera o un Mandela o un ejército confiable (a la Egipto) para arbitrar la transición hacia un nuevo orden, y debido a que Siria no tiene Mandela alguno ni ejército en el que confiar, va a necesitar una comadrona externa.

Entiendo la razón de que no haya voluntario alguno, pero el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas con el tiempo tendrá que abordar esta realidad, de lo contrario Siria se convertirá en Afganistán en el Mediterráneo.

Existen además incómodas preguntas que necesitamos presentar a nuestros aliados árabes. Durante la Guerra Fría, nuestro temor al comunismo y dependencia en el petróleo nos hizo que estuviéramos listos para alinearnos con cualquiera que estuviera con nosotros en contra de los soviéticos. Nunca cuestionamos a nuestros aliados árabes con respecto a qué valores estaban promoviendo en su ámbito nacional.

Bien, aquí hay una pregunta que necesitamos empezar a formular: se ha informado que hay miles de jóvenes árabes y musulmanes que han venido desde lugares tan remotos como Australia para unirse a las milicias yihadistas en Siria, que pelean para crear un estado islamista sunita ahí.

¿Pero cuántos jóvenes árabes y musulmanes han llegado en tropel a Siria para pelear con los decentes elementos del Ejército Libre de Siria por una Siria multisectaria, plural y democrática; esto es, el tipo de Siria que nosotros esperamos e imaginamos? Yo no he sabido de ninguno. Proveedores de armas, sí, pero no gente que ponga su propia vida en riesgo.

Me alegra que líderes árabes del Golfo Pérsico nos estén apoyando en público -en su mayoría son moderados en el contexto de Oriente Medio-, pero todos saben que mezquitas y organizaciones de caridad en esos mismos países están financiando a los yihadistas. Atención: con la salida de los soviéticos y las líneas de petróleo, los estadounidenses no van tirar sangre y recursos hoy para defender personas y lugares en el mundo árabe que no comparten nuestros valores y tampoco están listos para sacrificarse por ellos. Ya no podemos darnos ese lujo, y no tenemos necesidad de hacerlo.

Así que denle a Obama el reconocimiento por un importante principio en una región caótica. Sin embargo, también hay que darle cierto reconocimiento a la población estadounidense. Esta le está diciendo a nuestros dirigentes algo de importancia: es difícil seguir enfrentando en duelos de intimidación a Hitlers de Oriente Medio cuando no hay Churchills del otro lado.

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