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lunes, 28 de marzo de 2016

Israel y Palestina: un conflicto sembrado hace dos mil años por un general romano.



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Es una paradoja: judíos y palestinos proceden del mismo tronco y comparten muchos profetas. Pero la creación del estado de Israel en 1948, y el desplazamiento de los palestinos a campos de refugiados, ha creado un conflicto que no tiene visos de solucionarse. ¿Quién tiene razón? Para responder a esa pregunta, hay que viajar en la máquina del tiempo al primer siglo después de Cristo, cuando desembarcó en aquellas tierras un general romano llamado Tito Vespasiano






CARLOS SALAS


El Arco de Tito situado en las ruinas del Foro de Roma es un monumento construido aproximadamente en el año 80 después de Cristo para conmemorar las victorias de Tito Vespasiano. Este joven militar fue enviado a Judea para sofocar un levantamiento en el año 66 después de Cristo, lo cual logró destruyendo entre otras cosas el Templo de Jerusalén, del que sólo queda una pared que hoy se llama el Muro de las Lamentaciones. Luego, obligó al pueblo judío a dispersarse. Les expulsó de aquellas tierras.

Según una leyenda, ningún judío se digna a pasar por debajo del Arco de Tito, ese monumento que representa para ellos el principio de la Diáspora, la fecha en la que fueron expulsados de su tierra, vendidos como esclavos, y condenados a vagar errantes durante siglos.

Aquella Diáspora acabó en 1948 cuando se fundó el Estado de Israel. Pero la herida no se ha cerrado. Para muchos, Tito es el causante de todas las desgracias de Oriente Medio, a pesar de que murió en el 81 después de Cristo. Si no hubiera destruido Israel, el pueblo judío seguiría viviendo en su tierra prometida, y conviviría quizá pacíficamente con los palestinos, que tienen tanto derecho a esas tierras porque las habitan desde antes que los judíos.



Pero también Tito hizo que el pueblo judío desarrollara como ningún otro una fuerza extraordinaria para sobrevivir a las dificultades en medio de otros pueblos. ¿Cómo es posible que 2.000 años después de su expulsión, este pueblo minúsculo que no llega a 15millones de personas en todo el mundo, tenga una presencia tan importante en la política, en la cultura, en la ciencia y por supuesto, en la economía?
El 39% de los premios Nobel en economía han ido a parar a manos de judíos como Paul Samuelson, Milton Friedman, Gary Becker,Lawrence Klein, MarcoModigliani, Robert Merton, Joseph Stiglitz, Daniel Kahneman, y el último, Paul Krugman. Sin hablar de científicos como Einstein, investigadores, biólogos, artistas o filósofos como Husserl.
¿Dónde radica su fuerza? Se puede aventurar que se ha debido a una especie de selección natural gracias a la cual, para sobrevivir en medio de expulsiones y cautiverios desde Babilonia hasta Judea pasando por Egipto, desarrollaron algunas capacidades más que otras: instinto para los negocios y para el dinero (eran los cobradores de impuestos en la Edad Media), penetración psicológica (Freud, como José, hijo de Jacob, se ganaba la vida interpretando sueños), facilidad con los números...
En su gesta, los judíos se mezclaron levemente con otros pueblos y ese cóctel concedió más cualidades a sus portadores. Según la ley mosaica, cualquier persona de madre judía sigue siendo judía, sin importar el padre. La proximidad y en algún caso la mezcla de judíos con alemanes o europeos eslavos, dio al judío askenazi, los mejor situados y más prósperos, según su propia escala social, aunque también es verdad que son los mayoritarios.
Los askenazis desarrollaron un dialecto, el yidish, que es una mezcla de hebreo antiguo con alemán. Muchos judíos askenazis tienden a tener rasgos caucásicos como ojos claros, piel clara y hasta pelo rubio, como se ha visto en muchos actores de Hollywood como Paul Newman. Eso significaría que los judíos unieron las cualidades de los germanos, pueblo perseverante, trabajador, creador y filosófico, con las destrezas judías en muchos órdenes.
En cambio el judío falasha, mezclado con etiópicos, es hoy día marginado como clase social y ocupa la escala más baja en la misma Israel.
Las aportaciones de los judíos a la cultura o a la ciencia son antiguas: el filósofo Filón de Alejandría, los 70 sabios que compusieron y tradujeron la Biblia para la exuberante biblioteca de Alejandría, el historiador y militar Flavio Josefo, el filósofo Maimónides, y por supuesto, Jesús.
Pero es a partir sobre todo del siglo XIX cuando irrumpen poderosamente en la historia a medida que obtienen más libertad, y es entonces cuando se plantean seriamente crear un Estado para ellos solos. La prosperidad de los judíos gracias a su fama de hábiles mercaderes permitió a esta comunidad financiar en el siglo XX el regreso a la tierra prometida a millones de judíos.
Si hubieran intentado acometer esta singular aventura hace tres o cuatro siglos, cuando las fronteras del mundo eran desconocidas, hoy no estarían peleando con los árabes. Sólo es una hipótesis.
Pero desde hace cincuenta años ya no hay sitio en el planeta para ensayos de esa envergadura, lo cual ha abierto una herida en esa zona que no se va a cerrar a corto plazo, y que está impactando profundamente en las economías mundiales desde entonces.
El cierre en 1956 del canal de Suez por el presidente egipcio Nasser fue respuesta al nacimiento del Estado de Israel, y dio lugar a una crisis económica y política de gran magnitud.
La crisis del petróleo de 1972, que se produjo después de la campaña exitosa de los generales judíos contra sus enemigos árabes, fue debida a la venganza de los países productores de petróleo que subieron el precio del barril de petróleo al mundo entero de 4 a 12 dólares.
Y además, el nacimiento del Estado de Israel en 1948 no sólo es la causa de una prodigiosa inestabilidad geopolítica en Oriente Medio, y podemos decir que en el mundo, sino que también es la causa del terrorismo mundial de origen islámico, pues muchos árabes no perdonan a Israel haber desplazado a los palestinos, y no perdonan a los occidentales por haber mirado a otro lado. Por cierto, que no se habla mucho del terrorismo israelí de los grupos llamados Irgun, la Haganah y Stern, que desataron una ola de atentados y asesinatos en los años cuarenta para obligar a los ingleses a reconocer su estado. Con el mismo estilo que ahora usan los terroristas palestinos contra Israel.
Pero hasta entonces, Palestina existía en los mapas del mundo entero aunque fuera como Protectorado Británico, y los palestinos, según reza la misma Biblia, vivían allí antes que los judíos. La llegada de los judíos a esa Tierra Prometida se produjo hace miles de años con Moisés, quien tenía la misión de llevarlos allí desde Egipto. Y en las Sagradas Escrituras se deja bien claro que los judíos tuvieron que combatir con los pueblos que habitaban esas tierras para asentarse allí y fundar su nuevo hogar. Pero ya estaban ocupadas por cananeos, moabitas y gabaonitas, a los que intentaron exterminar. Dice el Éxodo: “Yo sembraré el terror delante de ti, llenaré de confusión a los pueblos que encuentres a tu paso, y haré que todos tus enemigos te vuelvan las espaldas. Haré cundir el pánico delante de ti, y él pondrá en fuga delante de ti al jivita, al cananeo y al hitita. Pero no los expulsaré en un solo año, no sea que el país se convierta en un desierto y las bestias salvajes se multipliquen en perjuicio tuyo. Los iré expulsando de tu vista poco a poco, hasta que crezcas en número y puedas tomar posesión del país. Extenderé tus dominios desde el Mar Rojo hasta el mar de los filisteos, y desde el desierto hasta el Éufrates, porque yo pondré en tus manos a los habitantes del país para que los expulses delante de ti”. (Éxodo 23, 27).
La historia de los árabes desde la antigüedad es también prolífica en todos los órdenes del conocimiento, mucho más que la judía. Junto con Bizancio y los monasterios medievales cristianos, los árabes conservaron parte de la sabiduría greco-latina gracias a la Casa de la Sabiduría de Bagdad, que guardó los textos perdidos de los filósofos y hombres de ciencia griegos y romanos.
Como sabemos, fue una civilización poderosa cuya  expansión llegó hasta los Pirineos, y hasta Viena. Pero una vez el imperio otomano se desmoronó a principios del siglo XX, los árabes sólo se han mantenido como países con un grado de desarrollo discutible, o levantados con ayuda del petróleo.
Los judíos han logrado convertir su joven país en una seria potencia económica gracias a las ayudas de los judíos de todo el mundo, especialmente de Estados Unidos, y gracias a las indemnizaciones alemanas desde la Segunda Guerra Mundial. Pero también han puesto mucho de su parte: Israel es hoy un país que ha desarrollado novedosas técnicas agrícolas, y que sobre todo ha destacado por su industria de alta tecnología y espacial.
Más de 70 empresas israelíes cotizan en el Nasdaq, el índice norteamericano de empresas de tecnología. La renta per capita en 2006 era de 17.380 dólares, la más alta después de Kuwait. Tiene la esperanza de vida más alta de la zona (80 años), y el mayor consumo de energía. ¿Y los árabes? A pesar de que muchos de esos países están asentados sobre cuernos de la abundancia llenos de petróleo, no se puede decir que hayan descollado por sus productos de alto valor añadido.
El día que se les acabe el petróleo a los árabes, ¿sólo les quedarán camellos? Durante años, Arabia Saudí, Irán e Irak han destinado siderales sumas de dinero a ayudar a sus hermanos musulmanes (financiando incluso el terrorismo), especialmente a los palestinos, pero los resultados han sido muy tristes, y la prueba es que muchos palestinos sobreviven gracias a sus empleos en Israel.
Pero tienen el derecho legítimo a recuperar unas tierras que hasta hace 60 años se llamaban Palestina. Y la opinión pública mundial desconoce que ellos, según el derecho Internacional, tenían más derecho a esas tierras que los judíos porque las habitaban antes que los israelitas.
De modo que aquí tenemos un problema causado por Tito, y que no tiene visos de resolverse en los próximos decenios.
Porque nadie puede pensar que la solución consista en pedir a los judíos que salgan de allí, como tampoco es la solución dejar que los palestinos sobrevivan en campos de refugiados en sus propias tierras, y en unas pequeñas parcelas llamadas Gaza y Cisjordania donde ni siquiera tienen un Estado serio (aunque parezca increíble, Palestina aún no existe como nación), sino un conato de país, y donde el agua es controlada por los judíos. Basta darse una vuelta por los territorios palestinos para comprobar que viven en un nivel de subsistencia o de pobreza.
Gran parte de esa situación se debe a que el gran aliado de Israel es Estados Unidos, que siempre que le toca votar en el Consejo de Seguridad de la ONU, impide cualquier medida contra el gobierno israelí, y su política antipalestina.
De todos modos, es curioso que los judíos, de los que sabemos que tienen en sus manos los medios de comunicación de masas más influyentes del planeta como The New York Times y la industria del cine de Hollywood, no han podido convencer a la opinión pública de que su causa es la más justa. Basta echar un vistazo a los medios europeos en estos días para comprobar que, sean de derechas o de izquierdas, la mayoría está contra la invasión de los territorios palestinos. La mayoría opina que Israel está abusando de su fuerza y que está actuando con terror, usando bombas de fósforo, castigando inicuamente a la población civil, atentando contra edificios de la ONU y hasta contra los periodistas. Quizá gane esta guerra, pero por ahora ha perdido la batalla de la opinión. Al menos en Europa.
En las guerras anteriores, la eficacia y rapidez de sus ejércitos dejaron boquiabierto al mundo entero. Ahora no combaten contra otros ejércitos regulares sino contra guerrilleros que se esconden en casas de civiles, quizá porque no tienen otro sitio donde hacerlo, y cuando las tropas israelíes bombardean esas casas y aparecen niños muertos, (como está pasando ahora que un tercio de los fallecidos son niños) la opinión pública se enfurece contra Israel, incluso buena parte de los judíos norteamericanos.
¿Cómo arreglar esto? Nadie tiene la solución, pero las consecuencias del conflicto entre judíos y árabes han ido mucho más lejos que el Mar Muerto: los atentados contra las Torres Gemelas, los de Madrid y los de Londres son los escombros de un frente de batalla a uno de cuyos lados están los árabes, y al otro, occidentales y judíos.
 Y he aquí la paradoja, porque los judíos y los árabes proceden del mismo tronco semita y deberían estar en el mismo bando, según la teoría del Choque de Civilizaciones de Huntington.
El Antiguo Testamento explica que los árabes descienden de Ismael, quien era hijo del judío Abraham y de su esclava egipcia. El Islam es “una herejía del judaísmo”, como dice el profesor Jesús Mosterín. Los nombres árabes son derivados de un gentilicio compartido con los judíos, como Ibrahim (de Abraham), Harum (de Aarón), Ishaq (de Isaac), Isa (de Jesús)… Y si alguien tiene dudas, que consulte El Corán. Adán, Noé, Abraham, Moisés, Jesús de Nazaret y Juan Bautista son nada menos que profetas islámicos.
Desde el punto de vista genealógico, judíos y musulmanes tienen más similitudes entre ellos que las que pueden existir con los europeos, pues estos últimos crearon una tradición grecolatina de dioses y creencias politeístas que, aunque fue sustituida por el cristianismo, no tiene un origen semita.
Y encima, para encontrar más similitudes entre árabes y judíos, Jerusalén es una ciudad sagrada para los dos pueblos.
A lo mejor habría que empezar por ahí para resolver el conflicto, es decir, poner en la mesa todas las cosas que tienen ambos pueblos en común y que les deberían llevar a la concordia. 

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