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Por Eduardo Febbro - Desde París
El Reino Unido rompió lo que parecía inamovible. El Brexit sacudió las bolsas europeas, dejó en estado de nocaut a la clase política del Viejo Continente y despertó las ambiciones separatistas de una extrema derecha europea que, desde hace varios años, hizo hecho de su hostilidad a la construcción Europea uno de sus caballitos de batalla preferidos. La canciller alemana Angela Merkel advirtió sobre las consecuencias del “golpe” contra al construcción europea y el consiguiente “proceso de unificación de Europa”. Figura de proa del euro liberalismo Merkel invitó al lunes al presidente francés, François Hollande, al jefe del gobierno italiano Matteo Renzi, a un encuentro en círculo cerrado. A su vez, con la prosa literaria que caracteriza al presidente francés, François Hollande admitió que Europa ya no podía “actuar como antes” y propuso que Europa se concentrara en una “hoja de ruta” cuyo contenido sería “la inversión a favor del crecimiento, la armonización fiscal y social” así como “el refuerzo de la zona euro y su gobernabilidad democrática”. Esas medidas son exactamente lo contrario de lo que se ha estado llevando a cabo hasta ahora, sobre todo en lo que atañe a la “gobernabilidad democrática” de la zona Euro. La crisis griega y la manera en que se le impuso a Atenas las medidas de austeridad son una película de terror de la metodología en curso. El Brexit blinda además con un aura de legitimidad la narrativa central de las ultraderechas europeas y abre un campo de influencia política difícil de evaluar por el momento. Nada resume mejor el entusiasmo en el seno de las euroextremas derechas como la frase que dejó en Twitter Matteo Salvani, el dirigente de la italiana Liga del Norte: “Ahora nos llegó el turno a nosotros”.
En Francia, quién es actualmente y a escala europea la líder más popular de esa corriente política, la jefa del Frente Nacional, Marine Le Pen, reclamó un referéndum similar al británico “en Francia y en los demás países de la Unión europea”. La misma exigencia fue planteada en Holanda por Geert Wilders, líder de la formación de extrema derecha y antimusulmana Partido de la Libertad. El entusiasmo de los ultras está sin embargo sembrado de incertidumbres porque nadie sabe exactamente qué ocurrirá y a quién beneficiará realmente esta ruptura de la UE. El presidente del Parlamento Europeo, el socialdemócrata alemán, Martin Schulz, estimó que “la reacción en cadena que los euroescépticos celebran hoy no tendrá lugar”. Sin embargo, con Francia a la cabeza, las extremas derechas de Italia y Holanda son muy poderosas. Si lograran imponer un esquema similar al del Reino Unido, un quiebre en uno de estos tres países fundadores de la UE desencadenaría un descenso a los infiernos. Las extremas derechas de Alemania, Austria o Dinamarca cuentan también con capitalizar este primer ejemplo de un país que, incluso si tenía un estatuto especial dentro de la UE, decide que es posible vivir fuera del rebaño sin que “se desencadene el apocalipsis”, según expresó el Frente Nacional en Francia.
Las extremas derechas están en una fase jubilatoria. La victoria del Brexit valida la posibilidad de que ese planteo de vivir “afuera” no sea una propuesta descabellada ni un atentado contra la democracia planteado por una minoría extremista. Los euroescépticos han obtenido un triunfo radical. Como lo expresaba el ultraderechista holandés Geert Wilders: “la elite euro eufórica ha sido vencida. Los británicos nos muestran el camino hacia la liberación”. En el plano de la dimensión política, el Brexit vino a jugar el papel de una prueba en tiempo real para las propuestas de ruptura de la ultraderecha europea. A través de lo ocurrido en Gran Bretaña, el Frente Nacional francés asiste a la la realización de su proyecto, es decir, retiro de Francia de la UE y de la zona euro. El tema de la “soberanía nacional” y, por consiguiente, monetaria (frente al euro) ha dejado de ser un discurso concentrado tanto en la extrema derecha como en la extrema izquierda soberanista. El voto británico lo precipitó como uno de los grandes ejes de la discusión futura en todas las campañas electorales que se realicen en el futuro. En Francia, la consulta presidencial se llevará a cabo en menos de un año y lo que acaba de ocurrir cambiará sin dudas su contenido. Se trata de una suerte de “revolución popular”(diario Libération) contra un proyecto que pasó de ser del pueblo para quedarse en manos de las euroelites. La cultura de la frontera cerrada, de la soberanía, derrotó a la temática oficialista de la apertura y el libre intercambio. Como un regalo de la Navidad, ello reinstaló en el centro la pertinencia de lo que la extrema derecha viene alegando desde los años 90. Los ultras encontraron en el pueblo británico un aliado que desafió a todos aquellos que la extrema derecha señala como enemigos: La Comisión Europea, el Banco Central Europeo, los medios a sueldo de la UE, los “partidos de gobierno” cómplices de la euroburocracia, la “tecnocracia totalitaria” (Marine Le Pen). Aunque aún borroso, el terreno nunca ha sido tan propicio para las propuestas del Frente Nacional y sus movimientos afines: desencanto de las opiniones públicas, espeluznante inmovilismo y egoísmo ante la crisis migratoria, desconfianza ante aquello que está por encima de la referencia nacional que tanto agita los corazones populares. Hoy se plantea incluso la posibilidad de una amplia alianza entre las extremas derecha de Europa. En 2014, luego de las elecciones europeas, el jefe de los euroescépticos ultras de Gran Bretaña, Nigel Farage, había excluido toda alianza con el FN francés porque esta partido “tiene el antisemitismo en el ADN”. Todo puede cambiar en adelante. Desde ya, la extrema derecha del AFD en Alemania está protagonizado un acercamiento con el FN francés al tiempo que los aliados de la extrema derecha francesa en el Parlamento europeo aunados en el grupo parlamentario “La Europa de las naciones y las libertades”, el FPÖ austríaco, el PVV holandés y la Liga del Norte italiana, ganan un peso enorme en torno a su narrativa mayor, “la Europa de las naciones”. El virus de la Nación contra el conjunto se vistió de gala y llevó a la segunda economía de la EU a alejarse luego de su ingreso hace 43 años. La referencia nacional destrozó el proyecto de un espacio geográfico pacífico y solidario y regulado por reglas comunes. Los euroescépticos recibieron refuerzos consistentes. Sin embargo, no es la primera vez en que los pueblos cuestionan al proyecto europeo sino la segunda en poco más de un año. El 15 de julio de 2015, el Primer Ministro griego Alexis Tsipras organizó un referendo para consultar a las sociedad sobre si aceptaba o no el plan de rigor planteado con camisa de fuerza por la famosa Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo, FMI) a cambio de un nuevo paquete de ayuda. El “No” ganó con 61, 31% de los votos y, con él, en ese momento, perdió el Eurogrupo. Entonces se dijo que Grecia le decía que no a Europa y al Euro. Con otro sentido y un alcance más vasto, Gran Bretaña repite un segundo y rotundo no justo cuando los populismos de extrema derecha y la decadencia del sueño de la Unión Europea está en alza. Sus líderes sólo esperan que el fruto se caiga para llevarse los tributos del fracaso colectivo
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