Se conmemora, hoy, 20 de junio, un aniversario más de nuestra Bandera Nacional, creada por el General don Manuel Belgrano un 27 de febrero de 1812. Un hecho cargado de simbolismo patrio; pero que en épocas recientes ha tratado ser reducido a un mero expediente administrativo. Una simple efemérides. En forma paralela, se ha tendido a reemplazar a este símbolo primigenio por otros diferentes.
Sin embargo, la necesidad de tener una bandera puede ser cotejada con hechos similares protagonizados por otras culturas a lo largo de la historia universal. Lo que nos permite comparar y valor, a ese acto, en su justa medida.
Para ello, traemos a colación, un fragmento de la obra: "La Transformación de la Guerra" de Martin van Creveld. Uno que nos muestra que en el amor por las banderas y por los uniformes no estamos solos.
"Como decía Platón, la batalla es el momento apropiado para que el hombre luzca elegante. Durante los últimos 150 años, el creciente aumento en la letalidad y en el alcance de las armas ha tornado problemáticas a las demostraciones marciales; los ejércitos, uno por uno y generalmente contra su voluntad, se vieron forzados a mudar sus esplendidos uniformes y reemplazarlos por los utilitarios “uniformes de combate” para poder mezclarse con el entorno. Aun, tan tarde como en la Primera Guerra Mundial el uniforme era la prenda normal para los jefes de estado que no fueran presidentes de una república, quienes a menudo lucían su triste figura en medio de sus resplandecientes colegas. Aun hoy la predilección por los uniformes es común entre ciertos grupos sociales quienes se visten con chaquetillas mimetizadas, borceguíes de salto y boina. A los líderes de muchos países en desarrollo, así como los jefes guerrilleros desde Jonas Sawimbi a Yasser Arafat, les encanta mostrase ataviados militarmente. Mientras que para la mayor parte del mundo desarrollado no es más la vestimenta normal ésta se ha mantenido como el traje ceremonial por excelencia. Desde Beijing hasta la Casa Blanca, cuando sea que un líder quiere impresionar, se rodea de guardias de honor cuyos uniformes son a menudo tan inútiles como teatrales".[3]
Además, todo militar posee una amplia gama de objetos que han sido creados específicamente para servir a una función simbólica y que son considerados más valiosos que la sangre. Los estandartes, las banderas y otras representaciones similares de la tradición militar son tan antiguos como la guerra misma y bajo circunstancias normales, indispensables para el espíritu militar. A menudo, a través de la historia recibieron un significado religioso; entre ellos estuvieron la bíblica Arca de la Alianza y el oriflamme [4] medieval francés. Napoleón personalmente le presentaba a cada regimiento su águila. En la Alemania nazi se suponía que las banderas estaban “consagradas” por Hitler y por la sangre de los camaradas caídos. Sin importar la mitología que los rodea, se supone que estos símbolos derivan su significado de los más altos valores de la sociedad en cuestión. Aun más importante para nuestro propósito, es el hecho de que su significado tendió a incrementarse en la medida en que habían sido llevados al combate, por los cuales se combatió y se derramó sangre.
Desde los días de los veteranos de César a aquellos de la Grande Armée, son incontables los casos en que las tropas dieron sus vidas por sus estandartes, no porque les resultaran útiles o fueran intrínsecamente valiosos, sino porque son una representación del honor. Cuando tanto las recompensas pierden sentido y los castigos dejan de disuadir, sólo el honor retiene la capacidad de hacer a los hombres marchar contra balas de cañón dirigidas hacia ellos. Esto es también la única cosa que acompaña a un hombre hasta la tumba, aun si –como a menudo es el caso- no es su propia tumba.
Una profunda paradoja rodea estos y otros objetos del ritual y del simbolismo militar. Ellos son, sin excepción, “reales” e “irreales” a la vez. Una bandera es todo menos que un paño de color, tampoco un águila es un pedazo de bronce puesto en el asta de un mástil de madera para asemejarse a cierto pájaro adusto. Una cabra marchando al frente de un regimiento no es nada más que un cuadrúpedo peludo; sin embargo, es también una querida mascota. Lo mismo para los uniformes vistosos, las armaduras pulidas, las armas decoradas y los trofeos llamativos; para no mencionar a las danzas, las alabanzas, las marchas y las demostraciones que los acompañan. Suponer que las tropas que llevan a cabo este ritual, visten las armaduras y marchan detrás de una cabra no son conscientes de la naturaleza objetiva de tales cosas sería insultar su inteligencia. Sin embargo, es cierto que un cierto entusiasmo juvenil es necesario para una conducción exitosa de la guerra. Este entusiasmo, a su vez, puede causar que aquellos que se enganchen con él mantengan un espíritu juvenil; ya que la guerra ha sido siempre una actividad para los más jóvenes."
Traducción y notas: Carlos Pissolito.
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