por Carlos A. PISSOLITO
Hoy como ayer los argentinos hemos tenido la necesidad de apelar a las ficciones, vale decir a las simulaciones, para asumir realidades, que en el fondo, nos resistimos a hacernos cargo.
Así fue en el propio 25 de mayo de 1810. Queríamos ser independientes de la Metrópoli española, pero no nos atrevíamos a proclamarlo. Preferimos, simular que seguimos fieles al monarca español, Fernando VII, detenido por el invasor Napoleón en Bayona.
La historiografía basada en una visión didáctica de la historia ha querido inventar diversos mitos. Entre ellos, que los señores French y Berutti repartieron en esa famosa plaza nuestra escarapela. Cuando en realidad lo que entregaron fue un retrato encarnado del Rey prisionero. Nada de escarapelas. Tampoco, había paraguas para todos, por la simple razón de que éstos no eran muy caros y que el pueblo llano prefería el capote.
Más importante y profundo fue el mito de que los vecinos de Buenos Aires se habían agolpado para saber de qué se trataba todo aquello. En realidad, se fueron las milicias de patricios comandadas por Cornelio Saavedra, convenientemente, vestidos de civil, los que concurrieron a pedir lo que su jefe les había pedido que pidieran.
Como sucede con toda ficción política se hizo cada vez más difícil sostenerla a lo largo del tiempo. El problema es que no todos estaban de acuerdo en lo qué había que hacer. Pues, por esos tiempos, ya existía la famosa grieta.
Por un lado estaban los seguidores de poderoso secretario de la Primera Junta de Gobierno, Mariano Moreno, que querían una independencia, pero una tutelada por la Gran Bretaña.
Uno se sus impulsores, Carlos María de Alvear, se lo diría francamente en una carta portada por una misión diplomática, a cargo de Manuel José García y enviada a entrevistarse con el embajador británico en Río de Janeiro, Lord Strangford:
“Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y buena fe del pueblo inglés, yo estoy resuelto a sostener tan justa solicitud para librarlas de los males que las afligen. Es necesario que se aprovechen los buenos momentos, que vengan tropas que impongan a los genios díscolos y un jefe plenamente autorizado que empiece a dar al país las formas que fueren del beneplácito del Rey”.
La otra facción concordaba en la necesidad de la Independencia, pero la quería altiva , libre de toda dominación extranjera y soberana. Su mejor representante era el Coronel José de San Martín quien en una carta al representante mendocino en el Congreso de Tucumán le expresaba lo siguiente:
“¡Hasta cuándo esperamos declarar nuestra independencia! ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula, acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos? ¿Qué nos falta más que decirlo? Por otra parte ¿Qué relaciones podremos emprender, cuando estamos a pupilo? Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas”.
Hoy como ayer, el dilema sigue siendo el mismo. Patria o colonia próspera. Pero, también, tal como sucedería durante la Guerra de Malvinas el 25 de mayo de 1982. Un día que fuera calificado como el más negro de la flota británica. Las efemérides del 25 de mayo parecen atraer sobre nosotros su energía cósmica.
Veremos que pasa este 25 de mayo del 2018 y de aquí en más. Estemos atentos.
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