COMENTARIO: Los despliegues de seguridad de los jefes de Estado que nos visitan y los propios, les llaman la atención a muchos. Sin embargo, las amenazas no pueden ni deben ser tomados a la ligera. Ya que evidencian un salto cualitativo en las relaciones políticas. Tal como lo explica este fragmento de Martin van Creveld.
Como los fríos hechos lo demuestran, los dirigentes son crecientemente considerados blancos. Tiempo atrás, en 1956 los franceses capturaron a un pasajero de un avión marroquí que trasladaba a la conducción del FLN. Fue una suerte de golpe que hubiera sido inconcebible en cualquier clase de guerra, excepto una de tipo antisubversiva. En su momento fue considerado tan contrario a las convenciones de la guerra vigentes que las órdenes para llevarlo a cabo se dice que han sido destruidas.
Desde que estas prácticas se han convertido casi en un lugar común, particularmente en lugares como el Líbano, Afganistán y América Latina donde el asesinato y el secuestro de dirigentes opositores es un método tan normal ahora como lo fuera durante el Renacimiento italiano. Tampoco es un método confinado a los países “incivilizados”. Los israelíes en 1981 trataron de repetir la operación francesa, pero contra la dirigencia de la OLP, obligando a un avión de pasajeros sirio a desviarse en el medio de su ruta, pero sin encontrar a las personas que estaban buscando. Los norteamericanos en 1986 bombardearon Trípoli fallando en un aparente intento contra Muamar Ghadafi, pero en el que murieron varios miembros de su familia. De nuevo en 1989, los israelíes secuestraron con éxito a tres dirigentes pro-iranios de la organización Hizbulla en el Líbano, probando que quien combate al terrorismo, por un cierto tiempo, probablemente se transforme en uno de ellos.
Desde la Casa Blanca hasta 10 Downing Street aun el más distraído turista no puede dejar de notar el cambio de actitudes que ha tenido lugar. Presidentes y primeros ministros, que hasta no hace mucho vivían casi sin protección, ahora tienen que admitir las dificultades inherentes a la protección de sus vidas, quedando aislados de los ciudadanos de quienes son sus representantes. Están rodeados con elaboradas vallas y han tenido que transformar sus residencias en fortalezas.
Aquellos que mantienen su seguridad no es personal militar, tampoco lucen como soldados. No tienen la obligación de vestir uniforme sin mencionar a las faldas. No muestran sus armas en forma abierta. La mayoría de las defensas visibles, de hecho, no son más que una fachada destinada a advertir a los curiosos y a disuadir a los terroristas aficionados. Mientras tanto el trabajo real de protección es llevado a cabo sin obstrucciones por miembros de varios servicios secretos, otro indicador de lo lejos que han llegado los cambios en la organización trinitaria.
El cambio de lo establecido a estas formas emergentes es probable que afecte igualmente a las convenciones de la guerra en lo relacionado con el tratamiento de los prisioneros, los heridos y otros. Las convenciones internacionales como fueron desarrolladas a partir de Hugo Grotius consideraron a los soldados como “instrumentos” del Estado.
A partir del punto de que mientras ellos sirven a los intereses del Estado en lugar de los propios, hay una creciente tendencia a considerar a los heridos, a los prisioneros y a todo tipo de personal temporariamente indefenso, como víctimas de la guerra. Cualquiera que sea la conducta del vencedor, legalmente está obligado a no emplear una crueldad “innecesaria”.
Sin embargo, las modernas organizaciones responsables de librar conflictos de baja intensidad son generalmente incapaces de obligar a sus miembros en la misma forma en que lo hace el Estado. Al extremo que ellas emplean una coerción que el Estado no considera legítima. Por lo tanto, es difícil sostener la idea de que las tropas enemigas están simplemente cumpliendo con su “deber” (para citar a Vattel) como obedientes herramientas en la manos de la organización a la cual pertenecen.
Martin van Creveld - "La Transformación de la Guerra." Fragmento. Trad. CP.
Como los fríos hechos lo demuestran, los dirigentes son crecientemente considerados blancos. Tiempo atrás, en 1956 los franceses capturaron a un pasajero de un avión marroquí que trasladaba a la conducción del FLN. Fue una suerte de golpe que hubiera sido inconcebible en cualquier clase de guerra, excepto una de tipo antisubversiva. En su momento fue considerado tan contrario a las convenciones de la guerra vigentes que las órdenes para llevarlo a cabo se dice que han sido destruidas.
Desde que estas prácticas se han convertido casi en un lugar común, particularmente en lugares como el Líbano, Afganistán y América Latina donde el asesinato y el secuestro de dirigentes opositores es un método tan normal ahora como lo fuera durante el Renacimiento italiano. Tampoco es un método confinado a los países “incivilizados”. Los israelíes en 1981 trataron de repetir la operación francesa, pero contra la dirigencia de la OLP, obligando a un avión de pasajeros sirio a desviarse en el medio de su ruta, pero sin encontrar a las personas que estaban buscando. Los norteamericanos en 1986 bombardearon Trípoli fallando en un aparente intento contra Muamar Ghadafi, pero en el que murieron varios miembros de su familia. De nuevo en 1989, los israelíes secuestraron con éxito a tres dirigentes pro-iranios de la organización Hizbulla en el Líbano, probando que quien combate al terrorismo, por un cierto tiempo, probablemente se transforme en uno de ellos.
Desde la Casa Blanca hasta 10 Downing Street aun el más distraído turista no puede dejar de notar el cambio de actitudes que ha tenido lugar. Presidentes y primeros ministros, que hasta no hace mucho vivían casi sin protección, ahora tienen que admitir las dificultades inherentes a la protección de sus vidas, quedando aislados de los ciudadanos de quienes son sus representantes. Están rodeados con elaboradas vallas y han tenido que transformar sus residencias en fortalezas.
Aquellos que mantienen su seguridad no es personal militar, tampoco lucen como soldados. No tienen la obligación de vestir uniforme sin mencionar a las faldas. No muestran sus armas en forma abierta. La mayoría de las defensas visibles, de hecho, no son más que una fachada destinada a advertir a los curiosos y a disuadir a los terroristas aficionados. Mientras tanto el trabajo real de protección es llevado a cabo sin obstrucciones por miembros de varios servicios secretos, otro indicador de lo lejos que han llegado los cambios en la organización trinitaria.
El cambio de lo establecido a estas formas emergentes es probable que afecte igualmente a las convenciones de la guerra en lo relacionado con el tratamiento de los prisioneros, los heridos y otros. Las convenciones internacionales como fueron desarrolladas a partir de Hugo Grotius consideraron a los soldados como “instrumentos” del Estado.
A partir del punto de que mientras ellos sirven a los intereses del Estado en lugar de los propios, hay una creciente tendencia a considerar a los heridos, a los prisioneros y a todo tipo de personal temporariamente indefenso, como víctimas de la guerra. Cualquiera que sea la conducta del vencedor, legalmente está obligado a no emplear una crueldad “innecesaria”.
Sin embargo, las modernas organizaciones responsables de librar conflictos de baja intensidad son generalmente incapaces de obligar a sus miembros en la misma forma en que lo hace el Estado. Al extremo que ellas emplean una coerción que el Estado no considera legítima. Por lo tanto, es difícil sostener la idea de que las tropas enemigas están simplemente cumpliendo con su “deber” (para citar a Vattel) como obedientes herramientas en la manos de la organización a la cual pertenecen.
Martin van Creveld - "La Transformación de la Guerra." Fragmento. Trad. CP.
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