COMENTARIO: Están de moda en la Defensa. Los expertos civiles y si son mujeres mejor. Me pregunto, junto con Clausewitz, si habrán sentido en sus corazones, la sensación que produce el agudo silbido de los proyectiles sobre sus cabezas.
Martin CREVELD, Martin. "THE CULTURE OF WAR". Ed. Ballantine Books, New York, 2008. Capítulo V - Contrastes - Feminismo.
Desde el momento en que la primera banda de cavernícolas hizo pinturas sobre la guerra y formó clubs para matar a sus vecinos (frecuentemente con el objetivo, entre otras cosas, de capturarles sus mujeres), [1] la relación entre las mujeres y la cultura de guerra ha sido compleja y contradictoria. Esto continúa siendo así, aún hoy, y a pesar de los esfuerzos de reformas realizados por feministas y otros varios grupos, los que muy probablemente seguirán en el futuro.
Como revela cualquier visión superficial de la historia, las mujeres son absolutamente esenciales en la guerra. Principalmente, no porque ellas hayan tomado parte activa en el combate, aunque aquí y allá se puede encontrar un puñado que lo hizo; ya sea usando disfraces (principalmente en el S XVIII) o, menos frecuente, en forma abierta. [2] Ni es porque, ya sea vestidas de uniforme, como en las fuerzas militares de los países avanzados de hoy, o sin ellos mientras siguen a los soldados a la guerra, sino porque frecuentemente han apoyado a los hombres, contribuyendo en los campos de la logística, la administración, el transporte, la sanidad, la inteligencia y otros similares.[3] En estas dos capacidades, todo lo que las mujeres han hecho ha sido imitar a los hombres y actuar como sustitutas de ellos. Haciendo esto último, algunas veces permitieron que más hombres fuesen al frente y llevaran a cabo el trabajo real de la guerra, combatir. Esto ha sido reflejado en su bajo estatus, escasa paga y en las pocas oportunidades para su promoción; es una realidad, una de las razones por la cual los ejércitos emplearon mujeres fue porque, comparadas con los hombres, tendían a ser más baratas.
En contraste, cuando las mujeres se comportan como mujeres, su impacto sobre los hombres, sobre los que combaten sobre todo, no puede ser desestimado. “Regresa con tu escudo o sobre él” fue la despedida de una madre espartana a su hijo cuando estaba partiendo para el campo de batalla. En una ocasión, cuando los hombres de Ciro estaban escapando de la batalla, las mujeres persas los llamaron “infelices y cobardes” y se levantaron sus faldas para enfatizar este punto. [4] Nos han contado historias similares sobre otras civilizaciones, como la de los Zulu de Sudáfrica.[5] A través de la historia, incontables mujeres ansiosas regalaban a sus compatriotas hombres con retratos, amuletos, pedazos de su vestuario (incluyendo prendas íntimas) y otros recuerdos. En 1914, las mujeres británicas distribuyeron plumas blancas a los remisos y les dijeron “No queremos perderlos, pero creemos que deben irse”. “Móntate y entra”, una adaptación obscena de una bendición judía tradicional, pronunciada cuando los fieles son llamados en la sinagoga para leer de la Torah, fue el saludo que supuestamente las mujeres israelíes dieron a sus esposos cuando retornaron de la guerra de 1973.
Tanto en la realidad como en la ficción, son las mujeres las que demandan, ruidosamente, que sus hombres las protejan contra las intenciones lascivas de los hombres del enemigo. Tanto en la realidad como en la ficción, uno de los objetivos más importantes por lo que se va a una guerra es para salvar a las mujeres de esas cosas. Por lo tanto, son las mujeres las que animan a los hombres a engalanarse con sus atributos marciales, tomar sus armas, vestirse con jerarquías y marchar a campaña; también, rezan por ellos mientras están luchando; los saludan y abrazan cuando vuelven victoriosos a casa; los consuelan cuando pierden y han dejado de escapar; cuidan a los heridos (cuánto mejor es ser cuidado por una mujer que por un hombre!); y, como último favor, velan a los muertos y los entierran. Los victoriosos en una guerra seguramente tomarán como blanco a las mujeres de los derrotados. “Para cada hombre una moza bonita o dos” como dijo la madre del comandante bíblico Sisra; no hay sentido de solidaridad femenina aquí. [6] Las mujeres de los derrotados pueden tornarse como botín en tanto están sujetas a todo tipo de atrocidades e indignidad que culminan en la violación, en la muerte o en ambas cosas.
Las mujeres que no se ajustan, ya sea rehusando a guardar duelo por sus muertos o por encontrar rápidamente otro compañero, pueden esperar el ostracismo tanto por los hombres como por otras mujeres. Aquellas que crucen las líneas, sea voluntariamente para asociarse con el enemigo, pueden esperar castigos, quizás castigos muy severos. No bien Ulises regresó de sus viajes y se vengó de los pretendientes de Penélope, hizo colgar del cuello a doce de sus sirvientas que habían dormido con los pretendientes. “como zorzales o pichones en una red”. [7] En la Europa liberada inmediatamente después de la 2da GM, las mujeres que se habían asociado con los soldados alemanes fueron frecuentemente formadas en las calles después de haberles rapado el pelo. En Irak, en Afganistán, cualquier mujer que se atreviese a acercarse a las tropas extranjeras de ocupación se sabe que ha firmado su propia sentencia de muerte.
Brevemente, si no hubiera sido por la tensión entre los sexos la guerra podría haber sido inconcebible. Más aún, no hubiera tenido sentido. Los hombres que están sin un futuro – en otras palabras, sin mujeres y sin su descendencia – no hubieran tenido muchas razones para pelearse por el honor y las posesiones y hubieran dejado de hacerlo rápidamente. [8]
Lo que se aplica a la guerra se aplica también a su cultura. Aparte de cualquier cosa, una razón muy importante por la que los hombres han creado la cultura de la guerra fue el de impresionar a las mujeres con su propia gloria marcial. Ellos no lo hubiesen hecho si las mujeres no hubiesen sido capaces de ser barridas por la cultura, como lo son los hombres; por la admiración que ellos inspiran en las mujeres, ¿qué uso tienen las armas brillantes y las armaduras, cuerpos y caras pintadas, plumas, uniformes entallados, las luchas de gladiadores, los torneos de caballeros, las revistas, las formaciones, las celebraciones de victorias, los monumentos y mucho más? Hace muchos años estuve presente cuando los US Marines en San Diego, que montaban una demostración algo temeraria de sus habilidades, fueron observados por sus familiares y amigos, muchos de los cuales estaban nerviosamente con las manos en la boca. Todo hubiese resultado corto para describir lo que las mujeres son lo para la guerra y lo que para su cultura significan y esto es como dice Horacio, desde “mucho antes que Helena de Troya viviera”. [9]
Al observar la magnífica apariencia de Bernier, el héroe del poema del siglo XII de Raoul de Cambrai, su admiradora, Bernice, exclama: “Cuán afortunado una sería, de ser la amante y la prometida de un caballero como éste! Cualquiera a la que se le hubiese permitido besarlo y abrazarlo lo hubiese encontrado mucho más sabroso que cualquier comida o que cualquier bebida” [10] La persona que inventó a Bernice y puso esas palabras en su boca fue un hombre. Sin embargo, las mujeres coinciden. Al escribir de inmediato después de finalizada la guerra más grande en la historia hasta ese momento, la feminista inglesa Virginia Wolf marcó el punto así como lo pudo haber hecho cualquiera. “Las mujeres” dice: “han servido todos estos siglos como espejos de aumento que poseen el mágico y delicioso poder de reflejar la figura de los hombres dos veces su tamaño real”. Si no hubiera sido por ese poder. “probablemente la tierra hubiera permanecido como un pantano y una jungla. La gloria de todas nuestras guerras hubiese sido desconocida…los espejos son esenciales para toda acción violenta y heroica”.[11]
Un número amplio de feministas han discutido que la guerra y por ende su cultura, son típicamente un producto malvado de los hombres que (supuestamente) no apelan a la “real” naturaleza de la mujer. [12] Por lo tanto, las mujeres que intentan participar en guerras son traidoras a su propio sexo; lo que deberían hacer es apartarse de ella y resistir tanto como puedan. La realidad, sin embargo, es mucho más compleja. Considere el siguiente párrafo, escrito por un miembro del US Women’s Auxiliary Army Corps (WAAC) a mediados de la II GM:
"Nosotras que éramos 800 desfilamos en el la Plaza de Armas para ser revistadas por el Coronel Faith. Giramos nuestros corazones hacia la izquierda y nos alineamos por la derecha, y cuando fuimos revistadas, nuestras cabezas se voltearon tan enérgicamente que me sorprendí que no rodaran por el campo. Estando allí, con todas esas condiciones, vehementes mujeres moviéndose a la perfección por filas con la banda tocando, y el sol en las banderas, fue la más tremenda experiencia que haya vivido. No hay nada que pueda igualar el sentimiento de ser parte de algo infinitamente más grande que uno mismo".[13]
Pero las mujeres, ¿Disfrutan de la guerra como lo hacen los hombres? Si se juzga por el hecho que, una vez que han dejado la pubertad atrás, pocas de ellas participan en juegos de guerra de algún tipo (incluyendo aquellos que no demandan fortaleza física, como los juegos de computadoras) aún cuando hayan sido invitadas, la respuesta es negativa. Mis propios intentos de buscar los pocos libros escritos por mujeres que pelearon, como opuestos de aquellos que meramente sirvieron u observaron lateralmente, fracasaron en tropezar con frases similares a las que frecuentemente eran pronunciadas por los hombres. En su lugar, esas mujeres tienden a enunciar las dificultades que han encontrado en despojarse del rol de la mujer y asumir esos que son normalmente reservados a los hombres.
Por ejemplo, tomemos la obra Cavalry Maiden de Nadezhda Durova. La autora fue una joven mujer de la nobleza rusa. A la edad de 27 años, más o menos, se fue de su casa para engrosar las filas de Zar y pelear contra Napoleón – como mujer, ella sintió que el ejército le ofrecía una mayor libertad que la que le ofrecía la vida en el hogar. Cuando escribe tiempo después del evento, ella frecuentemente describe cuán “espantosas” fueron las cosas. La guerra y el combate por supuesto que le causaba emoción, incluso una emoción salvaje, pero normalmente su reacción parece haber sido la de ansiedad y la de miedo. A través de su libro, ni una vez expresa su alegría en ello. [14]
Quizás la razón real por la que las mujeres poco frecuentemente disfrutan de la batalla o que, de todos modos, escasamente expresan su placer, es porque hay una trampa. La guerra y la masculinidad se refuerzan la una a la otra, por lo que los hombres luchadores han sido siempre envidiados por otros hombres y han sido atractivos para las mujeres. Simone de Beauvoir describe la escena. No bien los alemanes (a quienes ella no olvida decir que estaban “perfectamente arreglados”) ocuparon París en 1940, fueron rodeados por prostitutas, tanto profesionales como aficionadas. [15] En 1945, cuando los aliados pasaron por encima primero de Europa Occidental y luego de la misma Alemania, lo mismo ocurrió; pero al revés. Estos no son sino dos, de los innumerables ejemplos que podrían ser citados. Una mujer israelí, mirando a sus compatriotas masculinos que llevaban un arma, pensó que eran “dioses”.[16]
Para las mujeres, las cosas van exactamente en la dirección opuesta. Cuanto más rudas luchadoras se muestren y comporten, mayor será la dificultad para mantener su femineidad y serán menos atractivas para los hombres en los que se quieren transformar. Por lo tanto, los esfuerzos, notados en los capítulos previos, para hacer que las mujeres luchadoras figuren en la literatura o aparezcan en la pantalla y se muestren tan femeninas como sea posible de manera que los hombres, especialmente los jóvenes, quieran leer sobre sus aventuras, observarlas en acción, o jugar juegos en la computadora con ellas; ha producido el hecho, de que en la vida real esas criaturas no existan, su existencia haya sido simplemente rechazada. Rousseau, el que era un gran mujeriego y que conocía de estas cosas, dijo: “Cuanto más traten de ser como nosotros, damas” escribió “menos vamos a gustar de ustedes”.
La culpa de esto no es únicamente el “chauvinismo masculino”. Muchos hombres encuentran lindas a las mujeres que juegan a la guerra – como por ejemplo cuando el artista de la 2da GM, Alberto Vargas que se especializaba en ilustrar revistas de hombres como Esquire, pintó a algunas de ellas usando tacos altos, unos pantalones cortos, una blusa desabotonada y un birrete elegantemente inclinado. No obstante, las mujeres sabiendo el resultado, por lo menos tanto como los hombres, no se impresionaron. Por cada mujer uniformada que haya alguna vez honrado la tapa de revistas como Vogue, Cosmopolitan, o Marie Claire, hay miles de modelos y actrices maravillosas que han hecho lo mismo, pero en ropas bien femeninas. El hecho de que estas revistas y otras parecidas son editadas por mujeres -meramente- sirve para enfatizar el punto. Estas actitudes pueden muy bien disuadir por lo menos a algunas mujeres que de otra forma se han engalanado con los atuendos de la guerra y expresado su alegría por la guerra como lo han hecho los hombres; luego, la cuestión concerniente a las cualidades innatas para la guerra debe permanecer abierta.
Hombres y mujeres difieren en otros aspectos relacionados con el asunto. Primero, hablando físicamente, las mujeres son consideradas más débiles y más vulnerables que los hombres – un hecho que cuando se llega a una actividad como la guerra en la cual la fortaleza del cuerpo, la robustez y la resistencia han jugado siempre y continúan jugando un rol crucial no puede ni debe ser ignorada. Las diferencias más importantes entre los sexos puede ser resumida como sigue: [17] en promedio, las mujeres son aproximadamente cinco pulgadas más bajas que los hombres. Tienen solamente el 72 por ciento de la fortaleza total y el 55 por ciento de la fortaleza del tren superior que posee el hombre. Las articulaciones de las mujeres están hechas de diferente forma. Eso las hace que se adapten menos a actividades como escalamiento, saltos, carreras y lanzamiento de objetos. Sus esqueletos, especialmente el cráneo y la espina dorsal, las hace más susceptibles a lesiones que pueden ser resultado de golpes o esfuerzos, son más débiles que los masculinos.
La anatomía más débil de las mujeres significa que son menos resistentes a infecciones, por lo a tanto, a la suciedad y a la vida en el terreno, de lo que son los hombres. Sus pechos sensibles que tienden a crecer más grandes a medida que envejecen, requieren de una protección especial y presentan obstáculos a cierta clase de movimientos. Cuando el problema es alcanzar a un enemigo, a las mujeres las disminuye sus brazos y piernas más cortos. Tener los pulmones más chicos significa que no pueden igualar a los hombres en todas los tipos de trabajo aeróbico; en realidad, la capacidad aeróbica de un hombre de 50 años es igual a la de una mujer de 20 años de edad. [18] Más aún, los músculos masculinos difieren de los femeninos. Como resultado, un período de entrenamiento intensivo, en vez de cerrar la brecha entre los sexos, causará que se incremente aún más. [19] El hecho es que desde más o menos la probabilidad de achicamiento de la brecha entre los tiempos de carrera entre hombres y mujeres se haya reducido meramente prueba de el punto de partida era muy bajo para las mujeres.[20] Finalmente, las mujeres, al igual que los hombres, son capaces de llevar o ser llevadas a un esfuerzo físico muy grande excediendo en mucho sus capacidades ordinarias. Para las mujeres, sin embargo, los resultados en el largo plazo pueden incluir osteoporosis, amenorrea y esterilidad.[21]
Vistas las diferencias físicas entre los sexos, diseñar un curso de entrenamiento para que prepare a ambos para la guerra en igualdad de condiciones, mientras al mismo tiempo asegurare que están de hecho listos para ello, es casi imposible. Haga que las mujeres se entrenen tan duramente como los hombres, en tareas como el escalamiento, las carreras o las marchas con mochilas pesadas (o meramente hacerlo sin duchas) y el resultado será que un alto porcentaje de ellas que resultará lastimadas, se retirará o fracasará en aprobar. [22] Así, en un experimento canadiense, solo una de cada 100 mujeres que ingresaron al entrenamiento de infantería sobrevivió al curso; en Israel, es tan bajo el número de mujeres graduadas que no justifican los recursos invertidos.[23] Hacer lo opuesto, es decir, llevar a los reclutas masculinos a los estándares femeninos, y los hombres terminarán no recibiendo ningún entrenamiento exigente. Todavía peor, un curso de entrenamiento que no presente un desafío, en vez de incrementar la confianza propia de los entrenados, probablemente sea visto con indiferencia y también llevará a la desmoralización. Hay más aún otra desventaja: cuanto menos extenuante sea el curso y luego no impulse a los entrenados hasta sus límites, menos podrá ser usado como vehículo de selección para separar los niños de los soldados.
Es posible, por supuesto, diseñar un sistema que comenzará por medir las capacidades relativas de hombres y mujeres, luego separar a los reclutas por sexo y ponerlos a cada uno en el tipo de régimen que puedan sostener sus cuerpos. Este método tiene la desventaja de que en vez de preparar a las reclutas femeninas en lo que tienen que hacer en campaña y diseñar así el curso para proporcionar la mejor preparación posible para eso, solo toma en cuenta sus propias posibilidades. Se ignora el hecho de que ningún entrenamiento es lo suficientemente duro para la guerra de la vida real – y también que en la guerra el costo de un entrenamiento inadecuado significará pérdidas innecesarias. Luego, no es solo un error; más bien representa un crimen hacia la fuerza como un todo, y hacia las mujeres que contiene tal fuerza, en particular.
Este sistema tiene además otra desventaja, es decir, va a hacer que los hombres se entrenen menos duro que las mujeres por la misma recompensa. Por ejemplo, los hombres van a tener que correr 7 Km en vez de 5, o completar una pista en 45 minutos en vez de en 1 hora, o escalar una pared de 3 metros en vez de una de 2 o arrojar una granada a una distancia de 60 metros en vez de 35, o llevar una mochila que es el doble de pesada. Al ser entrenados más duramente, los hombres pueden bien preguntar cuál es el punto, dado que la mujer, que tiene menos estándares, obtiene el mismo crédito y termina en las mismas unidades supuestamente haciendo el mismo trabajo y obteniendo el mismo pago y privilegios.
Algunas escuelas militares tratan de resolver el problema conciliando estas discrepancias – por ejemplo, entregando a hombres y mujeres granadas de mano de entrenamiento que parecen similares pero que están hechas de diferente material y tienen peso diferente, o incluso haciendo que los hombre y las mujeres participen de cursos diferentes (más prolongados para los hombres, más breves para las mujeres); pero con un punto de partida y de llegada común. Todas estas medidas descansan en la creencia que los hombres son estúpidos – y por lo tanto tenderán a hacerlos aún más cínicos y amargos. En tanto, el número de mujeres no exceda un nivel simbólico, alrededor entre 10 y 15 por ciento, estos problemas podrán ser manejados por los hombres, actuando para bien o para mal, a ayudarlos a hacer frente al problema y para que las cosas avancen. [24] Poner más, sin embargo, una vez más, el resultado inevitable, será la desmoralización.
Lo que puede causar dificultad para incrementar, aún más esto, es la muy real posibilidad de que las facilidades disponibles serán insuficientes, de tal manera que habrá que asumir compromisos. Cuando eso ocurra los hombres, además de hacer el trabajo más duro, invariablemente tendrán la tajada más chica relacionada con el alojamiento, las facilidades sanitarias, de comida y demás. [25] El ejército que, dado la elección, prefiera a las mujeres sobre los hombres todavía no ha sido creado; pero si quisiera hacer eso, luego sin duda alguna, se encontrará con los gritos de protesta de las mismas reclutas femeninas y de sus parientes y amigos civiles. Todos estos problemas explican por qué, a través de la historia, hombres y mujeres (aún excediendo las muy raras ocasiones cuando las mujeres no estaban presentes para nada) hayan convivido tan poco juntos o hecho ejercitaciones físicas juntos. A la inversa, en los momentos en que el entrenamiento fue llevado a cabo en común, como en las gigantescas formaciones en los países comunistas como Corea del Norte, el objetivo no fue maximizar las habilidades y capacidades de los reclutas, sino simplemente decorativo.
Cuando el entrenamiento sea cuestión del conjunto antes que de individuos, las cosas se tornarán aún más difíciles. Ningún equipo es más fuerte que su integrante más débil. Introduzca una mujer en el equipo, y a menos que sea una verdadera amazona (los experimentos muestran que solo un pequeño porcentaje de mujeres son capaces de aguantar los que puede aguantar aún el hombre más débil)[26], ellas se tornarán sus responsabilidades, forzando a sus camaradas masculinos a trabajar más duramente en forma adicional para compensar su debilidad y su vulnerabilidad. Gran parte del tiempo esta responsabilidad será solamente un irritante menor, como pasó durante la Guerra del Golfo de 1991, cuando los soldados masculinos tuvieron que ayudar siempre a los femeninos cuando era asunto de mover alojamientos, cargar y descargar munición y demás.[27] No obstante, en algunas situaciones puede ser una amenaza para la vida, tanto para ellas como para los hombres, quienes en vez de concentrarse en la misión, tengan que protegerlas y cuidarlas.
Tampoco la situación de la mujer es confortable; siempre llegando tarde y siempre teniendo que requerir una dispensa especial o más ayuda para llevar a cabo varias tareas. [28] Si ella no es lo suficientemente agradecida será abandonada, quizás saboteada deliberadamente. Cuanto más chico sea el número de mujeres alrededor y menor contacto puedan tener con las mujeres de la población civil que las rodea, más intensa será la presión para obtener favores sexuales. Entra las tropas de los EE.UU. en Irak, esto fue llevado a un punto en que, ocupadas en rechazar los avances de sus camaradas masculinos, las soldados femeninas no funcionaron para otra cosa.[29]
Finalmente en todos los ejércitos del mundo existen ciertos tipos de entrenamiento donde el contacto físico entre instructores y reclutas, así como entre reclutas, es indispensable. Son ejemplos el combate cuerpo a cuerpo, la asistencia médica como vendajes, masajes al corazón, resucitación boca a boca; evacuación, como en el transporte de heridos; y la resistencia, como cuando los reclutas son puestos en situaciones de tortura simulada para prepararlos por lo que pueda venir. Eso requiere que hombres y mujeres se toquen mutuamente y con seguridad el resultado serán las quejas de lo que la generación presente entiende como abuso sexual y lo que antes se llamaba simplemente como inmoralidad. Demandarán que se guarden las distancias y el entrenamiento degenerará en un absurdo ritual sin ninguna relación con la realidad. Ese ritual, parecido a un ballet cuidadosamente orquestado, de hecho puede ser observado en muchas fuerzas armadas modernas en los Estados Unidos y en otros lugares.[30]
Como vimos, una gran parte de la cultura de la guerra surge desde y hacia las instituciones y procedimientos mediante los cuales los futuros guerreros son puestos a prueba para pelear y quizás para sacrificar sus vidas. Con las varas tan elevados como lo son, bajo ninguna circunstancia el sistema debe ser injusto o ser percibido como injusto. Si lo es, es casi una certeza que se va a quebrar. En lugar de ser admirado y apreciado, será odiado y detestado; en vez de generar cohesión y poder de lucha, evitará que sean formados. Para estar seguro, esta injusticia será difícil de mantener en la mejor de las circunstancias. Sin embargo, cuando los hombres y las mujeres están mezclados tan cerca como en las muchas formas que demanda el entrenamiento militar, el hacerlo es casi imposible.
Probablemente hay una razón aún más importante por la que la justicia sea difícil de mantener. En todas las sociedades conocidas desde que el mundo ha sido creado, lo que es considerado apropiado para los hombres es percibido como muy difícil para la mujer. Al mismo tiempo, lo que es considerado apropiado para una mujer es percibido como demasiado fácil para el hombre. No es solamente una cuestión de ejercer la fortaleza física, como está probado por el hecho que cuando llega el cumplimiento de un castigo a hombres y mujeres, la misma situación prevalece. Tome juramento a un hombre y se supone que lo hará; no así una mujer. Esta asimetría explica porqué una mujer muy fuerte como la primer ministro israelí Golda Meier o como la primer ministro de India Indira Ghandi, se las llamaba como a un hombre, el que para ambas era, frecuentemente, tomado como un cumplido (aunque uno que, que si amabas hubieran buscado un esposo, les hubiera causado problemas). Pero para un hombre ser llamado mujer representa la máxima humillación posible.
Esta asimetría tiene consecuencias importantes para ambos, el hombre y la mujer. Como notó la más famosa antropóloga de todos los tiempos, Margareat Mead, en todas las sociedades ambos, hombres y mujeres, se valoran los éxitos de los hombres mucho más alto que los de las mujeres; [31] como el holandés Chawwa Wijnberg dijo: si solamente los hombres tuviesen períodos, las toallas sanitarias serían grandes e impresionantes. [32] Inquietos por no ser considerados mujeres, los hombres están impulsados a gastar una parte considerable de su energía asegurándose que las mujeres no los releguen. Si, como pasa cuando las mujeres comienzan a entrar en un campo reservado para los hombres en un número significativo, los hombres no pueden hacerlo, luego es solo una cuestión de tiempo antes que comiencen a irse. Una vez que eso pasa, el estatus social del campo en cuestión comenzará a declinar. También, lo hará la recompensa económica que proporciona, así como la capacidad de atraer buen personal. [33] Las cosas también trabajan en este sentido, como se muestra por ejemplo, por el incremento del prestigio desde más o menos 1970, de actividades como la cocina que los hombres han abrazado, eso surge de los programas de mujeres y de las revistas donde había sido ocultados a la vista, pero que una nueva corriente de opinión, ahora, les dedica mucha atención.
¿Cómo explicar estos procesos? Claramente, tienen algo que ver con la mayor fortaleza física de los hombres; sin embargo, desde que se aplica igualmente bien a los campos en los cuales tal fortaleza es irrelevante, como el jugar ajedrez (prácticamente todos los grandes jugadores de ajedrez son hombres) de ninguna manera es una explicación completa. Una mejor -quizás- sea como sigue: dado que los hombres son capaces de producir mucha más descendencia que las mujeres, desde un punto de vista evolutivo sus vidas son menos valiosas. En cualquier grupo humano dado, un gran porcentaje de hombres puede morir, ya sea en guerra o por cualquier otra razón. No obstante, excepto una real catástrofe, los que queden serán casi siempre capaces de fertilizar tantas mujeres como las que los rodeasen. Siempre que haya suficiente alimento y ningún enemigo externo, eventualmente, el equilibrio entre sexos será restaurado y la existencia del grupo no será puesta en peligro y, nuevamente, tomando un punto de vista evolutivo, no será puesto en peligro aunque exista un enemigo externo, uno que habiendo matado a los hombres, tome las mujeres, ya sea adoptando a sus hijos o teniendo otros con ellas.
Donde sea que miremos, el valor superior que la sociedad pone en la vida de las mujeres es evidente. En cualquier sociedad conocida, la violencia criminal mata menos mujeres que hombres – al punto donde esa violencia es ampliamente un asunto hombre-hombre. [34] La sociedad tiende, también, a ser más perdonadora de la mujer violenta que del hombre violento. En los Estado Unidos, por cada mujer asesina condenada a muerte, hay ocho hombres; cuando se va al número de ejecuciones que se llevan a cabo, la discrepancia es aún mayor. [35] Desde que por lejos, menos mujeres trabajan en lugares peligrosos, sufren muchos menos accidentes. [36] La brecha más amplia de todas, sin embargo, puede ser vista en el cine. En las películas, por cada mujer que pierde la vida, aproximadamente, hay 200 hombres que comparten la misma suerte.[37] Aún estas cifras subestima la diferencia entre sexos. En la pantalla, a menos que el personaje femenino sea ciertamente muy malvado, su muerte es casi siempre mostrada como trágica. Por contraste, la misma suerte tomada por un hombre es simplemente parte de la diversión.
No solamente las vidas de los hombres son, groseramente, subvaluadas en comparación a las de las mujeres; pero las hormonas masculinas como la testosterona también los hace más inclinados a comportamientos agresivos, perentorios y competitivos.[38] Estos hechos son cruciales. Explican por que los hombres están mucho más inclinados a tomar riesgos en casi todos los campos, incluyendo a muchos, como las inversiones de dinero, las apuestas y, aún, cuando rinden un examen de selección múltiple, que no tienen nada que ver con la guerra o con el esfuerzo físico.[39] Por definición, la toma de riesgo requiere coraje y el coraje ha sido siempre admirado quizás como la más grande cualidad humana de todas, no menos para las mujeres que para los hombres.
Estas consideraciones pueden finalmente resolver el gran enigma que Margaret Mead y muchos otros han enunciado, pero que pocos han tratado de resolver: por qué, en todas las sociedades conocidas, los hombres recogen tanta parte desproporcionada de los honores que esas sociedades tienen a su disposición. Muchas de las cosas que hacen los hombres (incluyendo algunos dirían, hacer la guerra) son enteramente sin sentido; por ejemplo deportes extremos, como el tipo más peligroso de montañismo, montar toros en un rodeo, carreras de autos y motos, saltos en esquí, y canoas en rápidos. En estos campos es difícil encontrar mujeres participando. No son las cosas en sí mismas lo que cuenta, sino la forma o, a lo mejor, meramente la forma percibida, en las cuales los hombres van a hacerlas. En tanto no fracasen miserablemente, cuanto más imprudente sea la forma en que busquen sus metas, será más fuerte el aplauso que recojan.
De hecho, en tanto las posibilidades sean suficientemente malas y la causa suficientemente buena, aún el fracaso puede adquirir suficiente aura. El coraje en sí mismo es una virtud muy grande; aún los perpetradores del Robo al Gran Tren tuvieron un cierto monto de simpatía pública. Cuando puede ser demostrado que no es por el bien propio sino por el beneficio de otros, uno puede hablar del propio sacrificio, algunas veces incursionando en verdadera nobleza. En la vida civil, el ejemplo clásico es el bombero (difícilmente exista un bombero mujer) que entra a una casa que se está quemando para salvar a un niño y muere en el intento. El hecho de que los hombres son mucho menos importantes para la supervivencia de la sociedad que las mujeres significa que se espera de ellos que sacrifiquen sus vidas y que lo hagan en forma mucho más frecuente. Más aún, el hombre que sacrifica su vida para salvar a una mujer será admirado. Por contraste, uno que permita que muera una mujer para salvar su propia vida no puede esperar otra cosa que más que desprecio. El sacrificio de los machos ante predadores puede ser observado hasta entre algunas especies de animales, como cebras y monos baboons.
De todas las actividades humanas, la guerra es prácticamente la única en la cual la gente, casi exclusivamente los hombres, son deliberadamente ordenados de hacer esto y aquello y eso hasta implicar que van a perder el derecho a sus vidas. Si ellos se esconden o rehúsan, pueden ser juzgados, castigados y hasta ejecutados por cobardía. Los romanos practicaban diezmar unidades – matar uno de cada diez soldados para dar coraje a los otros – es famoso como uno de los más duros ejemplos de esta práctica. Pero, no es ciertamente la única: en la 2da GM, cuando el Ejército Rojo sólo ejecutó a miles de hombres (pero pocas, sino ninguna mujer) por estas ofensas. Es para preparar hombres para el sacrificio, así como para recompensarlos por los riesgos que han tomado, que mucha de la cultura de guerra ha sido primero inventada y ha continuado desarrollándose a través de las épocas. Compartir esto, igualmente con mujeres que, gracias a su función biológica como paridoras y cuidadoras de hijos, se requiere raramente y, mucho menos, se les ordenar sacrificar sus vidas, lo que representaría la más alta iniquidad dirigida, directamente, para que la cultura colapse.
En teoría y, escasamente, en la práctica, es posible imaginar algún dictador enloquecido que tratara de hacer caso omiso a estos problemas. El punto de partida que éste podría ser, simplemente, el deseo de maximizar las fuerzas disponibles; pero, también, podría ser la versión extrema del “feminismo igualitario” recostado en probar que las mujeres pueden hacer todo así como lo pueden los hombres. En cualquier caso, comenzará por convocar a los sujetos femeninos (incluyendo, uno supone, madres; ¿acaso no han reclamado los feministas que los hombres son capaces de cuidar los niños igual que las mujeres?); así como sujetos masculinos. Luego procederá a entrenar a los soldados de ambos sexos, ya sea separados o juntos, ya sea con estándares diferentes o iguales. Poniendo de lado cualquier otra consideración, los hombres serán puestos a cargo de mujeres tan frecuentemente como las mujeres serán puestas a cargo de los hombres. Miembros de ambos sexos serán destinados, promovidos y recompensados solamente de acuerdo a las capacidades que hayan demostrado. En el proceso, no se prestará atención al hecho que, guste o no, la sociedad no valora igualmente los logros del hombre y los de la mujer, así que el resultado será la humillación de los hombres.
Sigue que, habiendo infundido a hombres y mujeres con la cultura de la guerra como parte de su entrenamiento, nuestro dictador podrá ordenarles ir a combatir sobre bases iguales. Habiendo sacrificado a ambos igualmente, recompensará a los sobrevivientes, igualmente, por actos heroicos llevados a cabo y por las victorias obtenidas. Sin embargo, igualmente castigará a los sobrevivientes – por ejemplo, asignando a los desertores a batallones de castigo donde las chances de sobrevivencia son mínimas, o si no, poniéndolos en frente de un pelotón de fusilamiento compuesto por ambos, hombres y mujeres. Por supuesto, un ejército que trate de arreglar las cosas en este sentido vería a tantas mujeres recibiendo lesiones durante el entrenamiento como para hacer el ejercicio contraproductivo o ser forzado a lidiar con hordas medio entrenadas de hombres y de completamente asqueados. Socialmente se desmoronará mucho antes de que lleguen a la distancia del alcance de las armas.
Inevitablemente estos arreglos llevarán a muchas más bajas de soldados femeninos que lo que actualmente es el caso en la mayoría de las FFAA Occidentales “avanzadas”. Probablemente, esto es así porque, aún en los más radicales utopías feministas de los ’70, no sugirió, por no hablar de la demanda, nada de esto: uno no reúne partidarios prometiendo que como recompensa por actuar como hombres y ser tratadas tan rudamente como los hombres, ellas serán asesinadas, tan frecuentemente, como ocurre con los hombres. Comportamientos de este tipo como los recién descriptos pueden encontrarse, si se encuentran, solamente en extremistas, como en los últimos momentos de una ciudad asediada que, habiendo sido tomadas por asalto su puertas y rotos sus muros, pasan a ser saqueadas o destruidas. [40] Aún así, las mujeres que montan en los techos y arrojan objetos sobre el enemigo que pasa, están ciertamente peleando por su propio pellejo, en la desesperación y no porque alguna organización se los haya ordenado.
En estos días y edad, ciertamente en países occidentales “avanzados”, es mucho más fácil imaginar el escenario opuesto – el cual sin embargo llevará al mismo resultado. Imaginemos una sociedad cuyos miembros femeninos, en particular, han estado revolcándose en un período tan largo de paz que ya no ven ninguna necesidad de la guerra o de su cultura. Mientras los hombres se acicalan, se pavonean y dicen bravatas, las mujeres en vez de aplaudirlos, les dan vuelta la cara. Escupen sobre los uniformes y les arrancan las condecoraciones. Ríen ante las gorras y les dicen a las tropas que están partiendo para la guerra – esto realmente le pasó a uno de mis amigos durante la era de Vietnam – que ellas esperan que los hombres mueran.
Algunos de los feministas más radicales van más lejos. Como la Lisístrita de Aristófanes, rechazan, no solo la cultura de guerra sino también a los hombres, quienes, a través de la historia, han sido sus principales creadores, difusores y beneficiarios. Mientras esta clase de feminismo gana en fuerza, la cultura de la guerra – las banderas, las insignias, la música, y los monumentos – son expulsados de las calles hacia las barracas. De las barracas pasan a las salas de los museos y de allí a los olvidados y no visitados sótanos, donde, al final, quedan nada más que restos polvorientos. Mientras la cultura de la guerra retrocede, este tipo de feminismo gana y así, sucesivamente, en un ciclo que se refuerza a sí mismo.
Las mujeres siempre han sido, absolutamente, esenciales para la cultura de guerra y, a través de ella, a la guerra en sí misma. Por esa misma razón, hay dos diferentes formas en las cuales las mujeres, volcándose al feminismo, pueden hacer sentir su impacto destructivo sobre la cultura de guerra. Una es siguiendo el ejemplo de Lisístrata transformándose contra la cultura, desertando de ella y lo peor de todo, ridiculizándola. La otra, que es igualmente mala, es poniendo presión para sostener y hacer que las FFAA tomen muchas mujeres y que las ocupen en las posiciones más importantes – en breve, tratando de imitar a los hombres. En cualquier caso, la cultura en cuestión tendrá que hacerse sin el “delicioso poder” de las mujeres para reflejarla y magnificarla. Como resultado, seguramente, colapsará como un castillo de naipes como lo es cualquier cultura cuando venga la guerra, ya que habrá colapsado, también, la capacidad de pelearla y de ganarla.
Notas:
[1] Acerca de mujeres como objetivos de la guerra, véase, más recientemente, A. Gat, War in Human Civilization, Oxford, Oxford University Press, 2006, pp. 67-76.
[2] Sobre esto, R.M.Dekker y L.C.van de Pol, The Tradition of Female Travestism in Early Modern Europe, New York, St. Martin’s, 1989.
[3] Para un resumen corto del rol de las mujeres como combatientes (con o sin disfraz) y seguidoras de soldados, vea M. van Creveld, Men, Women and War, pp. 54-66,88-89, 126-48.
[4] Estas dos historias se encuentran en Plutarco, Moralia, 240 ff.
[5] Por ejemplo, los Zulu: J. Kriege, The Social System of the Zulus, Londres, Longmans, 1936, p.279.
[6] Jueces, 6:30.
[7] The Odissey, 2.468.
[8] Sobre esto, M. van Creveld “A woman’s place: Reflections on the origin of Violence”, Social Research, 67, fall 2000, pp.825-47.
[9] Satires, 1.3.107-8
[10] Raoul de Cambrai, ed. and trans., S. Kay, New York, Oxford University Press, 1992, p. 333.
[11] V. Wolf, A Room of One’s Own, New York, Harcourt, Brace y Jovanovich, 1957. Pp. 35-36.
[12] Sobre esto, en especial, D. Giossefi ed. Women on War: an International Collection of Writings fron Antiquity to the present, New York, CUNY Press, 2003.
[13] E. R. Pollack, Yes, Ma’am: the Personal papers of a WAAC Private, Philadelphia, Lippincott, 1943, p. 31.
[14] N. Durova, The Calvalrt Maiden, London, Paladin, 1988 [1836], passim.
[15] S. de Beauvoir, The prime of life, Harmondsworth, Penguin, 1962, pp. 452-454.
[16] Citado en U. Ben Eliezer y J. Robbins, “Gender Inequality and Cultural Militarism”[Hebrew] in Gor, ed., The militarization of Education, p. 266.
[17] El major resumen corto es B. Mitchell, Women in the Military Flirting with Disaster, Washington DC. Regnery, 1998, pp. 141-42.
[18] Vea la Tabla “Aerobic Capacity Norms” publicada por Health Drgily, 2007, disponible en http://health.drgily.com/walking-test-peak-aerobic-capacity.php
[19] Vea en esto, G. Zorpette, “The Mystery of Muscle”, Scientific American, 10, 2, verano de 1999, p.48.
[20] Vea C. Dowling, The Frailty Myth: Women approaching Physical Equality, New York, Random House, 2000, pp.192-96; A Fausto – Sterling Myths of Gender, New York, Basic Books, 1992, pp. 218-20.
[21] Vea K,J. Colson, S.A. Einstadt, y T. Ziporyn, The Harvard Guide to Women’s Health, Cambridge, Harvard University Press, 1996, pp. 238, 241, 322, 379,388.
[22] Mitchell, Women in the Military, pp. 141,148.
[23] Ben Eliezer y Robbins. “Gender Inequality and Cultural Militarism”p.269.
[24] Cifra sugerida por R. Kanter, Men and Women of the Corporation, New York, Wiley, 1991.
[25] Vea por ejemplo, G.J.DeGroot, “Whose finger is on the Trigger? Mixed Anti Aircraft Batteries and the Female Combat Taboo”, War in History, 4, 4, November 1997, p.437; F. Pile, Ack-Ack, Britain’s Defence Against Air Attack During the Second World War; London, Harrap, 1949, pp. 190-191.
[26] D. Morris, Manwatching: a Field Guide to Human Behaviour; New York, Abrams, 1977, pp. 239-40.
[27] Cf. GAO Report to the Sec/Def, U. S. GAO, Washington, DC, 1993, pp. 2-5; S. Gutmann, The Kinder, Gender Military: Can America’s Gender Neutral Fighting Force Still Win Wars? New York, Scriber, 2000, pp. 15,258.
[28] Ver en esto, H. Rogan, Mixed Company: Women in the Modern Military, Boston, Beacon, 1981, pp. 23-24.
[29] Vea, por las experiencias de una mujer que se encontró en esta situación, K. Williams, Love my Rifle More than You: Young and Female in the U.S. Army, London, Orion, 2005, especialmente pp. 18-23.
[30] Vea Gutmann, The Kinder, Gentler Military, pp. 59-60 passim.
[31] Male and Female, London, Gollancz, 1949, pp. 18-23.
[32] C. Wijnberg, “If Men were to Bleed”in E. de Waard, ed., The New Savages in Passion [Dutch], P. Newint, trans., Amsterdam, van Gennep, 1998, 1998. P.2.
[33] B. P. Reskin y P. A. Roos, Job Queues, Gender Queues: Explaining Women’s Inroads to Male Occupations, Philadelphia, Temple University Press, 1996.
[34] Para algunas cifras iluminadoras sobre esto, Vea G. Greer, The Whole Woman, New York, Anchor Books, 2000, p. 285.
[35] Nancy Levit, The gender Line: Men, Women and the Law, Albany, State University of New York Press, 1998, p. 107.
[36] Vea sobre esto, por ejemplo, J. Waldron y S. Johmson. “Why do Women live Longer that Men?”, Journal of Human Stress, 2, 2, 1976, pp. 19-30.
[37] Conforme a W. Farrel, Why Men are as They Are: The Male-Female Dynamics, New York, Mc Graw-Hill, 1998, p.362.
[38] Vea, además de una inmensa literature, S. Creel, “Social Dominance and Stress Hormones”, Trends in Ecology and Evolution, 6,9,2001, pp. 491-97; J. Archer, “The Influence of Testosterona on Human Agression”, British Journal of Psychology, 82, 1991, pp. 1-28; y D. Olweus et al., “Circulating Testosterona levels and Agression in Adolescent Males”, Psychosomatic Medicine, 50, 3, 1998, pp. 261-72
[39] Vea, adedmás de una inmensa literatura, T. Bltiz-Miller et.al, “Cognition Distortion in Heavy gambling:, Journal of Gambling Studies, 13, 3, September 1997, pp 253-60, disponible en http://www.springerlink.com/content/xr32856666034307h/; J.J. Mondak y R. Anderson, “The Knowledge Gap: A Reexamination of Gender-based Differences in Poilitical Knowledge, : Journal of Politics, 6, 2, 2004, pp. 492-512, disponible en http://web.ebscohost.com/ehost/pdf?vid=3&hid=108&sid=75aecdb4-c901-49aabab7-931ecd6d8f0e%40sessionmgr107; V. Bajlets y A. Bernaski “Why do Women Invest Differently Than Men” Financial Counseling and Planning 7, 1996, pp. 1010, disponible en http://www.afcep.org/doc/vol%2071.pdf
[40] Vea, por uno de estos episodios, Josephus, The Jewish War, iii, 7.32
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