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miércoles, 12 de febrero de 2020

El aterrador futuro de Europa después del Brexit.








por Stephen M. Walt



Elvis ha abandonado el edificio y la Gran Bretaña ha abandonado la Unión Europea. Aunque algunos expertos afirmaron que nunca ocurriría, el Brexit sí ocurrió. Las ramificaciones completas no se conocerán por algún tiempo, pero el eslogan de  la UE de: "Una unión cada vez más profunda",  claramente recibió un impacto el 31 de enero.


Este revés es el último de una serie de golpes al cuerpo que la UE ha sufrido en las últimas dos décadas. La primera fue la Guerra de los Balcanes de la década de 1990, donde la UE demostró ser incapaz de manejar el conflicto sin llamar a los Estados Unidos. El siguiente golpe, fue la prolongada crisis de la eurozona, que provocó graves dificultades económicas en varios países, generó un considerable resentimiento entre los países acreedores y los deudores y consumió grandes cantidades de tiempo y de capital político. La tercera fue la crisis de refugiados del 2015, que expuso profundas divisiones dentro de la UE y dio un gran impulso a los movimientos nacionalistas de extrema derecha y a líderes antiliberales como Viktor Orban de Hungría.



El Brexit fue el siguiente, seguido por la hostilidad del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, hacia la UE y las reiteradas amenazas de abandonar la OTAN y que han enviado ondas de choque a través de las capitales europeas. Los ex presidentes de los EE UU se quejaron de que los miembros de la OTAN no estaban poniendo el hombro; pero ninguno de ellos hizo una amenaza creíble de retirarse de la alianza. Trump es diferente: nadie en Europa está completamente seguro de que no se levantará alguna mañana y decidirá sacar a Estados Unidos de la OTAN.

Para aquellos de nosotros que admiramos los valores que representa la Unión Europea y sus muchos logros a lo largo de los años, estos desarrollos son profundamente desalentadores. Para una reflexión elocuente, pero sombría, hay que leer el eulogio al columnista Roger Cohen. Pero me temo que los problemas que enfrenta Europa van mucho más allá de la decisión de Gran Bretaña de irse y plantean serias dudas sobre el papel futuro de Europa en la política mundial. También arroja dudas sobre el futuro de las relaciones transatlánticas.

El problema es, inherentemente, estructural: aparte de las negociaciones comerciales, donde la UE, generalmente, habla con una sola voz; el bloque no está diseñado ni es capaz de producir una política unificada sobre cuestiones estratégicas importantes y respaldar esa política con las capacidades necesarias. Se han derramado grandes océanos de tinta que describen la conveniencia de una "política exterior y de seguridad común" y la UE ha tratado de fabricar esta apariencia de unidad creando un cuasi ministerio de relaciones exteriores (el del Servicio Europeo de Acción Exterior) y nombrando a un alto representante para asuntos exteriores como su voz, supuestamente, oficial. Pero al final del día, los Estados miembros han guardado celosamente sus propias prerrogativas de política exterior y se han negado a equipar al Servicio de Acción Exterior o a su alto representante.

Tomemos la cuestión de Irán. La administración de Trump se alejó, tontamente, del acuerdo multilateral que había encapsulado con éxito el programa nuclear de Irán, una decisión que los firmantes europeos no lograron disuadir a Trump de tomar. Sabían que era un error, e hicieron algunos intentos débiles para mantener vivo el trato. Pero cuando los Estados Unidos amenazaron con imponer sanciones secundarias a las empresas o bancos europeos que hacían negocios con Irán, las orgullosas naciones de Europa cedieron rápidamente. Este tipo de intimidación puede eventualmente persuadir a cualquier número de países para crear alternativas al orden financiero dominado por el dólar; pero en el corto plazo, los Estados Unidos tuvo la influencia y la intimidación funcionó.

O se puede tomar la larga guerra civil en Libia. Debido a que Libia es un importante punto de tránsito para los inmigrantes y para los refugiados que intentan llegar a Europa desde varias partes de África, la anarquía continua también es un problema grave para Europa. Es por eso que la canciller alemana, Angela Merkel, convocó, recientemente, a una reunión cumbre en Berlín para idear un alto el fuego entre las facciones en guerra en Libia. La cumbre produjo un acuerdo que se rompió rápidamente, como a menudo sucede. Sin embargo, el problema subyacente es que ni Alemania ni ninguna otra persona en Europa tienen la capacidad de hacer cumplir ningún acuerdo que pueda alcanzarse en el futuro o, incluso, algo de influencia sobre las partes en guerra. En la medida en que las potencias externas tienen alguna influencia sobre la situación de Libia, como  Rusia y Turquía y varios estados del Golfo, no la tiene la UE o ninguno de sus miembros.

Luego está la política de Europa hacia Rusia. El presidente francés, Emmanuel Macron, está cada vez más preocupado por China y parece que quiere derribar las barreras con Moscú para alejarlo de Beijing. Esta es una geopolítica sólida desde la perspectiva de Francia;  pero un anatema para Polonia y para algunas naciones de Europa del Este. ¿Cómo puede Europa tener una "política exterior y de seguridad común" cuando ni siquiera puede ponerse de acuerdo sobre su enfoque hacia un vecino estratégicamente importante?

Por desgracia, los problemas de Europa son mayores que estos conflictos de intereses. Europa también se enfrenta a una crisis demográfica a largo plazo, cuyo impacto total aún no se aprecia por completo. Ahora es el continente más avejentado del mundo, con una edad media cercana a los 45 años y se prevé que su población en edad laboral disminuya en unos 50 millones de personas para 2035. En el Este, este problema se ha agravado por la emigración, con jóvenes que se dirigen a otros lugares en busca de oportunidades económicas. Croacia ha perdido el 5%  de su población desde 2013 y se prevé que la población actual de Bulgaria disminuya en un 23%  para 2050. Menos jóvenes significa un crecimiento económico más lento, lo que implica menos oportunidades económicas, lo que a su vez, fomenta una mayor emigración, mientras que una edad cada vez mayor de la población impone mayores cargas de atención médica a las sociedades cuyas economías son cada vez menos productivas. Las poblaciones mayores también tienden a ser más religiosas, más simpatizantes de los llamamientos nacionalistas y menos comprometidas con los ideales liberales de la UE, lo que crea más problemas para la visión de la UE.

En teoría, una solución a la crisis demográfica de Europa sería la de alentar una mayor inmigración desde el extranjero. Pero como sugiere la crisis de refugiados de 2015, traer incluso un pequeño número de inmigrantes, puede tener consecuencias políticas impredecibles. Dadas las dificultades que las naciones europeas han tenido para asimilar inmigrantes en el pasado y la clara oposición de los nacionalistas xenófobos, es difícil ver esto como una solución fácil. En pocas palabras: aunque Europa sigue siendo un continente rico con un mercado grande, en su mayoría integrado, su poder general está destinado a disminuir aún más en los próximos años.

Sin embargo, el problema central es que Europa pensó que podría trascender la política de poder, construyendo una sociedad liberal próspera y escapar sin la necesidad de disponer de un enfoque europeo independiente de los asuntos mundiales. Durante la Guerra Fría, las limitaciones de este enfoque fueron enmascaradas por el papel abrumador de los Estados Unidos: la UE no necesitaba una política exterior integral o coherente, porque los problemas de seguridad fueron manejados por la OTAN y por los Estados Unidos que dirigieron el espectáculo. Aun así, las principales potencias europeas todavía tenían sus propias fuerzas militares competentes y capaces, como parte del esfuerzo colectivo de la OTAN para disuadir una agresión soviética contra Europa.

Sin embargo, cuando terminó la Guerra Fría, los europeos decidieron, rápidamente, que el poder civil sería suficiente (y tal vez incluso superior) al poder duro que los estadounidenses tanto apreciaban. Alemania tenía más de 500.000 soldados bien equipados en sus fuerzas armadas en 1985; hoy tiene solo 180.000 tropas mal armadas. Si los estadounidenses cometieron el error de suponer que los problemas mundiales complejos podían resolverse haciendo explotar cosas o derribando a los tiranos (o ambas); los europeos concluyeron, erróneamente, que la diplomacia y la ley eran suficientes y que el poder duro no era necesario.

Aunque esta fórmula idealista dejó a los europeos vulnerables a las consecuencias de los errores de los Estados Unidos (ver más abajo: Irak); fue sostenible, siempre y cuando, Washington todavía estuviera dispuesto a estar en la primera línea de la defensa europea. Sin embargo, es cada vez más insostenible; porque la atención estratégica de los Estados Unidos se ha alejado de Europa y no va a regresar. Y el problema no es solo Trump. Como Merkel reconoció recientemente, “Europa ya no está, por así decirlo, en el centro de los eventos mundiales. El enfoque de los Estados Unidos en Europa está disminuyendo, ese será el caso, cualquier sea presidente ".

Su solución “más Europa": es un progreso hacia la unión bancaria, los esfuerzos para ponerse al día con la tecnología digital, las iniciativas renovadas para racionalizar las decisiones en Bruselas, etc. Pero estas y otras reformas no resolverán el problema fundamental: ninguno de los Estados separados de Europa es una gran potencia y su posición relativa se erosionará, aún más, a medida que sus poblaciones envejezcan y se reduzcan. Una Europa verdaderamente unida sería una aglomeración formidable; pero la UE simplemente no es apta para el propósito cuando se trata de desarrollar una visión unificada de política exterior o adquirir las capacidades necesarias para enfrentarse a poderes fuertes o para dar forma a eventos en las inmediaciones de Europa. .

En cuanto a las relaciones transatlánticas, el resultado es una paradoja. Mientras Europa siga dividida y rindiendo por debajo de su peso, los estadounidenses darán por sentado poder intimidarla y estarán más inclinados a tener, cada vez, menos razones para contribuir a su seguridad. Si Europa se librara de su malestar y se volviera más capaz, Washington sin duda lo vería como un socio más valioso; pero en ese caso Europa no necesitaría mucha protección de los Estados Unidos. En otras palabras, una Europa débil, cada vez más anciana y políticamente dividida no vale la pena gastar mucho tiempo o esfuerzo para proteger y una Europa fuerte, vibrante y cohesiva, que bien vale la pena defender; no necesitará la ayuda de los Estados Unidos. De cualquier manera, es difícil ser optimista sobre el futuro de la asociación transatlántica.

A menos que, como he argumentado antes, Europa y los Estados Unidos formen una nueva negociación transatlántica sobre China. En la que Europa aceptara asumir la responsabilidad principal de su propia seguridad, con los Estados Unidos permaneciendo, formalmente, en la OTAN como defensor de último recurso; pero no como el primero en responder. Este acuerdo dejaría a los Estados Unidos libres para centrarse en Asia a medida de que el equilibrio del poder mundial cambia en esa dirección. A cambio, Europa acordaría alinearse con los Estados Unidos con respecto a China y, en particular, negarle a China un acceso fácil a las tecnologías avanzadas u otras capacidades que puedan tener implicancias  significativas para la seguridad nacional. La neutralidad no es una opción: si la competencia chino-estadounidense se calienta y Europa intenta mantenerse distante, los estadounidenses concluirán, con razón, que la OTAN carece de utilidad y se retirará.

Si Europa acepta los términos de este nuevo acuerdo transatlántico dependerá de la UE; aunque su decisión, sin duda, se verá afectada por el comportamiento de Washington y de Beijing en los próximos años. Pero desde donde estoy sentado, hoy, no puedo imaginar otra forma de mantener la asociación transatlántica en el largo plazo.

Stephen M. Walt es profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Harvard.

Traducción: Carlos Pissolito.


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