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martes, 19 de mayo de 2020

San Martín, la formación de los granaderos y las cuestiones de disciplina









Daniel Balmaceda

En la historia de la Argentina y en la Guerra de la Independencia, marzo de 1812 ha marcado un antes y un después. Porque a partir de esos días el ejército de la Patria iba a dejar de ser una masa entusiasta armada para transformarse en un conjunto homogéneo, coordinado por soldados experimentados. Mucho se le debe a los hombres que arribaron al Río de la Plata el día 12. Nos referimos a José de San Martín, Carlos de Alvear, José Matías Zapiola, Martiniano Chilavert y el barón de Holmberg.

De inmediato, a través de un decreto firmado por el Triunvirato que por esos días estaba integrado por Chiclana, Sarratea y Rivadavia, se creó el Escuadrón de Granaderos a Caballo , un cuerpo de élite, al mando de San Martín. Se dispuso que utilizara el Cuartel -un cuartelucho en realidad- de la Ranchería, que se hallaba en las actuales calles Perú y Moreno.



El primer cuerpo del futuro regimiento contaría con noventa hombres, comandados por cuatro oficiales. Pero, ¿habría disponibilidad de "jóvenes argentinos" para integrarlo? Era difícil porque el núcleo porteño más comprometido con la causa ya se había alejado de Buenos Aires integrando campañas militares, algunos hacia el norte, otros a la Banda Oriental. El 7 de abril, tres semanas luego de haber nacido, el Escuadrón de Granaderos a Caballo contaba con ocho hombres: el teniente coronel San Martín, el capitán Zapiola y el sargento mayor Alvear, más otro sargento, dos cabos, un trompa y apenas un soldado. Muchos caciques para un solo indio, ¿no?; o dos, si contamos al encargado de tocar la trompeta.

Esa falta de recursos humanos obligó a echar mano entre lo que había disponible. Y lo disponible eran algunos hombres que por motivos de salud o temas personales no habían partido con sus respectivos ejércitos. San Martín los incorporó a su flamante fuerza. Lo mismo ocurrió con algunos marinos desertores y catorce integrantes del Regimiento de Patricios que estaban encarcelados desde el Motín de las Trenzas, cumpliendo una condena de diez años de prisión en la isla Martín García: Pedro Antonio Vera, Cosme Cruz, Manuel Pereyra, José María Olmedo y Vicente Sueldo, entre otros. Se les conmutó la pena a cambio de que se sumaran a las huestes que preparaba San Martín.

Un puñado de desertores, otro de castigados y otro de demorados no alcanzaba para completar el cuerpo. A su vez, el gobierno solicitaba a las provincias reclutas "de talla y robustez". En el pedido de indios a las misiones guaraníes que tramitó Rivadavia, aclaraba que el jefe del escuadrón para el cual se solicitaban hombres, era "oriundo de aquella tierra".

San Martín, nacido en Yapeyú (actual territorio de Corrientes), notaba que el entusiasmo de los porteños no alcanzaba los niveles de sacrificio que él pretendía. Él esperaba que las principales familias dieran el ejemplo ofrendando a sus hijos en la causa americana. Habló con su futuro suegro, quien sin dudarlo puso a sus hijos adolescentes en manos del yerno militar. Manuel (16) y Mariano Escalada (17) fueron los dos primeros "voluntarios" de las familias patricias que se sumaron. Después ingresaron Juan Lavalle (14 años) y Mariano Necochea (20). A la vez, comenzaban a llegar los reclutas de las provincias, inclusive, algunos robustos indios de las misiones.

Con la llegada de los catorce ex Patricios, más los desertores de la Marina, los que no habían partido con sus regimientos, los hijos de los vecinos de peso y un pequeño contingente de los arrabales, se acercó un poco más el número a los sueños de San Martín. De ocho integrantes al 7 de abril, se pasó a cincuenta hombres el 8 de mayo: diez oficiales, cinco sargentos, el trompa, tres cabos y 31 granaderos. La conformación del cuerpo comenzaba a ser una realidad. A mediados de mayo hubo que mudarse a un nuevo lugar. El cuartelucho de la Ranchería comenzaba a quedarles chico. Para llevar adelante los ejercicios ecuestres, fue necesario mudarse a un lugar con suficiente espacio. Los Granaderos se trasladaron desde el centro hasta Retiro. La mudanza se hizo con tres carretillas que cobraron dos pesos con dos reales.

En aquel terreno (situado dentro de la actual Plaza San Martín) comenzó a templarse el coraje de los hombres que acompañaron al Gran Jefe en su admirable gesta libertadora. Era tan intenso el entrenamiento y tan estricta la disciplina para el cuerpo creado por San Martín, que algunos no aguantaban y renunciaban, como ocurrió con los granaderos José María Pérez y José Rodríguez, quienes juntos presentaron una nota -en enero de 1813- solicitando la baja, por no poder soportar "la rudeza" de la instrucción. Si bien estos hombres acudieron con la renuncia en la mano, eran muchos los casos en que la oficialidad resolvía la separación de un granadero, de cualquier jerarquía, en las reuniones que se hacían en casa del Libertador cada primer domingo del mes.

El voto de San Martín valía por dos
La ceremonia se iniciaba con un discurso del comandante, recordando la utilidad de la reunión y la discreción que debían mantener todos los concurrentes. Luego salían, uno a uno, a un dormitorio vecino que hacía las veces de cuarto oscuro: allí había tarjetas en blanco donde cada uno podía escribir lo que quisiera de sus camaradas. Una vez que todos habían hecho el trámite, Carlos de Alvear o el capitán más antiguo pasaba un sombrero y ahí iban a parar las esquelas.

San Martín se retiraba con la urna improvisada y analizaba las papeletas. Si en ellas se mencionaba a algún oficial presente, se le pedía que se retirase del cuarto y se discutía su comportamiento. Si ameritaba, se nombraba una comisión de tres hombres encargados de investigar la acusación. En una reunión extraordinaria -ya que no se esperaba al próximo primer domingo-, los comisionados exponían los resultados de su pesquisa y luego se votaba en forma secreta pero no anónima (por lo tanto, San Martín conocía el voto de cada oficial) qué medida tomar. Según el reglamento de estas reuniones, cada voto deberá decir, palabras más, palabras menos: "Fulano de tal no es acreedor a alternar con sus honrados compañeros" o "Fulano de tal es acreedor a ser individuo del cuerpo".

Cada caso se resolvía a pluralidad de votos. Si ocurría un empate, el voto de San Martín valía por dos. Explicaba el reglamento: "Si el oficial acusado saliese inocente, se le hará entrar a presencia de todo el cuerpo de oficiales y se le dará una satisfacción por el presidente. Si el acusado saliese reo, se nombrará una comisión de un oficial por clase, para anunciarle que el respetable cuerpo de oficiales manda pida su licencia absoluta, y que, en el ínterin que ésta se le concede, no se presente en público con el uniforme del regimiento, y en caso de contravenir le será arrancado a estocadas por el primer oficial que lo encuentre". Asimismo, existía una nómina de "delitos por los cuales deben ser arrojados los oficiales", dictada por el jefe:

1 - Por cobardía en acción de guerra, en la que aun agachar la cabeza será reputado por tal.
2 - Por no admitir un desafío, sea justo o injusto.
3 - Por no exigir satisfacción cuando se halle insultado.
4 - Por no defender a todo trance el honor del cuerpo cuando lo ultrajen a su presencia, o sepa ha sido ultrajado en otra parte.
5 - Por trampas infames como de artesanos [estafas].
6 - Por falta de integridad en el manejo de interés, como no pagar a la tropa el dinero que se haya suministrado para ella.
7 - Por hablar mal de otro compañero con personas u oficiales de otros cuerpos.
8 - Por publicar las disposiciones internas de la oficialidad en sus juntas secretas.
9 - Por familiarizarse en grado vergonzoso con los sargentos, cabos y soldados.
10 - Por poner la mano a cualquier mujer aunque haya sido insultado por ella.
11 - Por no socorrer en acción de guerra a un compañero suyo que se halle en peligro, pudiendo verificarlo.
12 - Por presentarse en público con mujeres conocidamente prostituidas.
13 - Por concurrir a casas de juego que no sea pertenecientes a la clase de oficiales, es decir, a jugar con personas bajas e indecentes.
14 - Por hacer uso inmoderado de la bebida en términos de hacerse notable con perjuicio del honor de cuerpo.

"Yo estoy seguro -escribió San Martín- que los oficiales de honor tendrán placer en ver establecidas en su cuerpo unas instituciones que lo garantizan de confundirse con los malvados y perversos, y me prometo (porque la experiencia me lo ha demostrado) que esta medida les hará ver los mas felices resultados como la segura prosperidad de la patria". Como podemos apreciar, para ser granadero se necesitaba algo más que "talla y robustez", ser buen jinete y el deseo de servir a la Patria.

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