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jueves, 3 de mayo de 2012

Planeamiento por Capacidades II.

LA ESTRATEGIA DEL SENTIDO COMÚN. O de cuan necesario es tener enemigos.

por Lucio Falcone.

El valor de tu enemigo te honra.
Proverbio árabe.

Nunca le des la espalda a un amigo.
Alfred Hitchcock.

A desalambrar a desalambrar…

De un tiempo a esta parte, nuestro país se ha convertido en un activo practicante del desarme unilateral. No solo ha firmado y ratificado cuando tratado internacional que regule o limite el uso de los más diversos medios bélicos. Lo que seguramente está bien. Agudizando la tendencia anterior, no ha seguido a otros países de la región en un costoso rearme convencional. Lo que, también podría, -dependiendo del criterio con que se lo juzgue- llegar a estar bien. Pero, hay un “pero”. Siempre lo hay. No ha invertido lo suficiente para mantener en servicio buena parte de los sistemas de armas de sus fuerzas militares. Ni el mínimo adiestramiento de sus hombres y mujeres de armas. Lo que ya dista bastante de “estar bien”. Pero, aquí no para la tendencia señalada. Precisamente, lo que quiero resaltar con este artículo, es que se no solo nos hemos desarmado materialmente. También, nos hemos desarmado intelectualmente al negarnos a pensar el empleo de nuestras fuerzas armadas en términos reales. ¿Cómo es esto? En principio, esto se debe a dos decisiones fundamentales del más alto nivel que pasaremos a explicar. Por la primera de ellas, se le ha asignado a nuestras fuerzas armadas una única y exclusiva misión. Cuál es la de enfrentar solo a aquellas amenazas catalogadas como estatales y externas. Por si quedara alguna duda. Además, se ha negado a estudiar un escenario concreto donde esto pueda llegar, aun hipotéticamente, a producirse.

En artículos anteriores hemos hablado de la importancia que reviste para toda organización el tema de su misión (“¿Qué hacer?” – DeySeg). Repetimos que confinar a las fuerzas militares, como única variable de empleo, al conjuro de un ataque de las fuerzas militares de otro Estado. Es condenarlas a su propia irrelevancia. Por el simple hecho de que la guerra de esas características se ha abolido a sí misma. Para aquellos desinformados que creen lo contrario; los desafío a que señalen un solo escenario mundial donde esto esté ocurriendo. O pueda razonablemente ocurrir en lo inmediato. Por el contrario, verán que son otros los contextos donde, precisamente, las fuerzas armadas de un país pueden llegar a tener que actuar. Con este último razonamiento, no quiero justificar el empleo de estas mismas fuerzas en tareas de seguridad interior. Lo que constituye todo un tema en sí mismo. Simplemente, quiero llamar la atención sobre el creciente rol que tienen para ellas, de las denominadas misiones secundarias o no tradicionales.  Porque, lo que hoy está en crisis no son las fuerzas armadas. Si no su patrón, el Estado nacional. Que es quien está sufriendo un creciente proceso de pérdida de legitimidad política que dificulta su gobernabilidad. La que no es cuestionada por otros Estados. Como venía sucediendo en los últimos 300 años. Si no por otros actores, precisamente, no estatales. Tales como, el narcotráfico, el crimen organizado, la piratería, solo por nombrar a los más conocidos. En consecuencia, no le queda al Estado actual otra alternativa que no sea defender su supervivencia con todos sus medios. Aun con sus fuerzas armadas, si llega el caso. Simplemente, porque no hacerlo así, resulta suicida. Baste señalar el reciente ejemplo de la denominada rebelión árabe. En varias de las cuales, para bien o para mal, son ellas las que terminan sosteniendo o no a determinada autoridad. En este marco conceptual, es que han cobrado relevancia las misiones de paz cada vez más complejas, las operaciones de ayuda y de asistencia humanitaria. También, el empleo de estas fuerzas en tareas, que sin ser de naturaleza policial. Han apoyado y han dado marco al accionar de estas últimas. Cada vez que se vieron superadas, tanto numérica como técnicamente. No quiero seguir explayándome en lo que ya ha sido escrito. Para pasar a explicar lo que es un aspecto nuevo: la negación a pensar a la defensa nacional en términos del sentido común.

Planeamiento para discapacitados.
Cuando menciono al sentido común, generalmente pienso, que –paradójicamente- es el menos común de los sentidos. Y este parecería ser el caso. Pero vayamos por partes. Tal como podría aconsejar un paciente descuartizador. Leo en el número anterior de DeySeg un artículo en el que se explica cómo nuestras fuerzas armadas están empleando el denominado “Planeamiento Estratégico por Capacidades”. En realidad un sistema diseñado por los profesores Henry C. Bartlett, G. Paul Holman, Jr., y Timothy E. Somes del Naval War College de la Armada de los EEUU.[1] Se enciende aquí la primera luz roja de mi ajetreado sentido común. ¿Qué podemos tener nosotros en común con la primera potencia militar del mundo? Desde el punto de vista del planeamiento militar, claro. Investigo y veo que como tal, este nuevo método pasó a reemplazar al viejo basado en amenazas en el país del norte. Concretamente, fue a partir de los sucesos de Setiembre 11[2], que los planificadores militares de la hiperpotencia empiezan a revalorar conceptos como “incertidumbre” y “sorpresa”. Y fue, entonces, que buscaron un procedimiento que le permitirá enfrentar con éxito, no solo los desafíos ya conocidos y previstos de la guerra convencional. Si no además, una amplia variedad de contingencias menores que iban desde las misiones humanitarias hasta el combate contra el terrorismo. Al poco tiempo de aplicar el método, quedó claro que el simple hecho de desarrollar la mayor cantidad de capacidades posibles. No hacía más que aumentar los proyectos de defensa, y en consecuencia, los gastos en esa área. En consecuencia, los ilusos que lo habían impulsado en nombre de una mayor “racionalidad” presupuestaria. Se vieron decepcionados por sus resultados. Algo, que si uno lo piensa un poco, responde al más elemental sentido común. Más capacidades, más plata.
Cuando los interrogo a mis amigos militares contra que enemigos, oponentes o adversarios mediremos nuestras capacidades futuras. Me contestan que las diseñaremos para enfrentarnos contra todos; pero que no elaboraremos planes para luchar contra ninguno en particular. Ante mi cara de sorpresa, agregan que eso de las “hipótesis de conflicto” es algo superado, algo que pertenece a un pasado molesto. Al persistir mi extrañeza, me explican que según esta nueva metodología no es necesario definir a ninguno de ellos. Que basta con un buen diseño de las capacidades militares. Me hablan de diferentes “portfolios”. De cómo administrar diferentes niveles de riesgo estratégico. De una fuerza “activa sustancial” que cumplirá con todas las tareas. Me mareo. Caigo en un estado de conmoción; ahora, me parece no ver una, si no una corona giratoria de luces rojas.
Caricatura del pensador Carl Schmitt.

Cuando vuelvo a casa. Reflexiono si puede existir una política de defensa y una estrategia sin enemigos. Esta vez apelo a mis viejos textos de ciencia política. Empiezo por un clásico: “El Concepto de la Política” de Carl Schmitt. En ella el autor germano especifica magistralmente que la más importante distinción política es la que se puede establecer entre quienes son nuestros amigos y nuestros enemigos. Aclara que en el caso del Estado, no se trata de los enemigos individuales, sí de grupos de carácter público entre los que existe una mutua enemistad. Y la posibilidad cierta de que haya violencia física entre ellos. Más adelante, aclara que esta enemistad puede tener diversos orígenes. Desde motivos morales hasta étnicos, culturales, lingüísticos, entre otros. Para desmayo de los pacifistas continúa su explicación, sosteniendo que cualquiera de estas diferencias puede potencialmente engendrar el más terrible de los conflictos. Aun, independientemente de la categoría de bueno o de malo que un grupo en particular les asigne. Ya que se basa en la capacidad de ese mismo grupo en identificarse por cualquiera de ellas; en contraposición con otros grupos de constituyen su entorno. Es más, el famoso autor desprende de esta idea central el concepto de defensa propia colectiva. Ya que la decisión de que cierto comportamiento constituye una amenaza a nuestra forma de vida. Ante una situación específica en la que sea necesario el uso de la fuerza para eliminar esta amenaza, aun en forma preventiva, no puede ser delegada a nadie ajeno a esa comunidad.
Miro la edición de mi libro de Schmitt y leo 1932. Me pregunto; ¿No será un poco viejo? Me pongo a buscar politólogos más nuevos. Mis colegas más jóvenes me hablan de un escritor argentino, un tal Ernesto Laclau y de su esposa belga Chantal Mouffe. Son los autores de moda, me dicen. Cuando les pido precisiones sobre ellos. Los más despabilados me cuentan que son los filósofos del poder ¿De cuál pregunto? Me fusilan: del actual. Agregan que son leídos y estudiados por nuestra propia presidente. Y que ella misma, así lo ha manifestado públicamente. Con estos datos me sumerjo en la Internet. Al poco de andar, doy con abundante material. Efectivamente, para esta pareja de pensadores la identificación del enemigo es fundamental. No solo en todo proceso político. Si no, además, en la construcción de la convivencia democrática. Concretamente, Mouffe sostiene que la política se desarrolla en un plano moral. Donde hay “buenos” y “malos” chicos. Aclara que aquí, no hay agnosticismo posible. No se puede ni se debe dialogar, porque los malos son nuestros enemigos. Y hacerlo sería recocerles una cierta legitimidad que no se merecen.[3]

Estatua de Sun Tzu en Yurihama, Japón.

Es mucho para mí. Muy elevado. De las alturas de la Política desciendo a los llanos de la Estrategia. Dónde están mis reales. Sí, les reconozco, tanto al viejo Schmitt y a los nuevos. Desde el más elemental sentido común. Que siempre hay y habrá enemigos. Y que el rol de la política es elegirlos. Ahora bien ¿Qué dicen mis viejos conocidos de la estrategia? Para empezar recuerdo al venerable de Sun Tzu.[4] Quien, al respecto, tenía un excelente aforismo. El que sostiene que aquel comandante que se conozca a sí mismo, al terreno, al clima y a su enemigo triunfará siempre. Pero que aquel que falle en alguno de esos conocimientos estará perdido. Sigo, para adelante, en mi búsqueda. Me topo con la figura señera del gran prusiano, Carl von Clausewitz. Un pensador militar que se hizo famoso por sostener que la fuerza militar era un instrumento que debería ser usado con fines políticos, en una dialéctica de oposición de voluntades, con el objetivo de imponer la propia al enemigo.[5]

Carl Philipp Gottfried von Clausewitz.

Las cosas me van quedando más claras. Confirmo mi opinión inicial, tanto para la estrategia como para la política que es su conductora. Siempre hay y habrá un enemigo. Es más se puede sostener sin temor a equivocarse. Que su determinación es vital para la segunda de estas ciencias. Mientras que su conocimiento íntimo lo es para la primera de ellas.

Ida y vuelta a Bartlett
Con el sentido común iluminado por el contacto con los grandes vuelvo a los escritos del mentado Bartlett. Tal como lo sospechaba desde un principio, este método no descarta hablar de enemigos ni de escenarios. De la lectura de la obra se desprende que en sus análisis se integran, tanto los escenarios como las amenazas y las vulnerabilidades. A los primeros se los caracteriza como situaciones específicas en las cuales se alienta un enfoque tangible que se debe traducir en prioridades, en función de su mayor probabilidad de ocurrencia. Por su parte las segundas, vale decir la amenazas, se derivan del estudio detallado de los adversarios potenciales a los que se ha sometido a un análisis contencioso, preferentemente cuantitativo. Por otro lado, la obra que fue escrita a principios de la década de los 90; está plagada de ejemplos de amenazas concretas. Por ejemplo, se menciona, en varias oportunidades, a China y a Corea del Norte.
Finalmente, llega el momento de las reflexiones. ¿Por qué mis amigos de uniforme eligieron este método? ¿Por qué se niegan a hablar de enemigo, cuando el método que eligieron lo exige? Dejo de lado estas dudas circunstanciales para tratar de responder a otras aun más profundas. Por ejemplo, ¿Puede existir una estrategia que haga abstracción de la determinación, al menos potencial, del enemigo? ¿O si esto no es políticamente correcto, de los escenarios donde estos podrían llegar a actuar? Creo que la obvia respuesta, tanto la del sentido común, como la del punto de vista de la metodología estudiada, es un rotundo no. Dando un paso más. Tratando de superar el escollo que esta imposibilidad plantea. Me pregunto: ¿Se puede diseñar un sistema de defensa sin una adecuada respuesta al interrogante anterior? Deduzco que probablemente sí. Pero con la salvedad que quien proceda así. Dentro de la lógica del razonamiento del planeamiento por capacidades, no tendrá otra posibilidad que no sea la de desarrollar una estrategia encaminada a la acumulación de medios. Ya que si no se pueden diseñar fuerzas militares acordes con amenazas concretas. No queda otra salida que hacerlo en función de las amenazas en general.  Lo que necesariamente, tal como le pasó a los inventores del método, nos obligará a requerir más recursos y más presupuesto para la defensa.
Llegado a este punto. Tengo que admitir que tengo más dudas que al principio. ¿Por qué un país como el nuestro elige una metodología de planeamiento, y la aplica en una forma particular, de tal modo que el resultado es una mayor demanda de recursos financieros? Cuando todos sabemos que el presupuesto es una de nuestras falencias crónicas. A estas alturas, ya no tiene más sentido seguir interrogándose. Las dudas se multiplican como hongos después de un día de lluvia. Solo me resta apelar a cierta forma de sabiduría ancestral. Lo que no deja de ser, en definitiva, otra forma de sentido común. Aquella que nos dice que cuando uno cabalga en una noche cerrada. En este caso una noche del pensamiento. No hay mejor curso de acción que desensillar hasta que aclare. Tal como aconsejaba un viejo coronel que sabía mucho de estas cosas.



[1] The Force Planning Faculty, Naval War College. Force Planning . Vol 3, Strategy and Resources. Naval War College Press, Newport, 1990.

[2] En el informe de Donald H. Rumsfeld, Quadrennial Defense Review Report (Washington, DC: Secretary of Defense, 30 de septiembre de 2001), la introducción sostiene que, “Aún antes del atentado del 11 de septiembre de 2001, los principales líderes del Departamento de Defensa intentaron establecer una nueva estrategia para la defensa estadounidense que tratase la incertidumbre y combatiese con sorpresa . . .” (pág. iii). La estrategia se diseñó para apoyar cuatro objetivos: convencer a los aliados y amigos, disuadir a los adversarios, desalentar la agresión y derrotar definitivamente a cualquier adversario si no funciona la política de disuasión. Se cambió explícitamente de un modelo de planeamiento de fuerza “basado en la amenaza” a Bartlett, Holman, y Somes 19 uno “basado en las capacidades” para defender los Estados Unidos, realizar grandes operaciones de combate “en dos teatros de operaciones en épocas superpuestas”, y participar en “operaciones de contingencia de menor escala en tiempos de paz, preferentemente en conjunto con aliados y amigos” (pág. 21). El cambio en el énfasis tuvo como resultado aumentos significativos en los recursos para defensa y una atención especial en la transformación de las capacidades militares estadounidenses.

[3] Interview with Chantal Mouffe: “Pluralism is linked to the acceptance of conflict”. Texto de Enrique Díaz Álvarez, Partido Socialista Unido de Venezuela. wttp://www.barcelonametropolis.cat/en/page.asp?id=21&ui=438

[4] El Arte de la Guerra. Capítulo III, Ataques estratégicos. Conoce a tu enemigo. 所以 了解自己, 了解方,百。了解自己,不了解方,胜败各占一半。不了解自己,不了解方,每

[5] Beatrice Heuser. “Clausewitz’ Ideas of Strategy and Victory", en Andreas Herberg-Rothe and Hew Strachan (Editores): Clausewitz in the 21st Century.  Ed. Oxford University Press, 2007, pp. 132-163.

1 comentario:

Espacio Estratégico - Moderador dijo...

El presente artículo fue publicado por la revista "Defensa Y Seguridad", en su número 59.