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jueves, 3 de mayo de 2012

Crisis europea: ¿A qué le teme Paul Krugman?


 

Por Mariano Grondona | LA NACION
 
El conocido econonomista con su gato.
Cuenta la mitología que Ulises, cuando intentaba volver a su amada Itaca, se encontró en un estrechísimo paso de mar al que guardaban de un lado Escila, un monstruo con torso de mujer, cola de pez y afilados dientes, y del otro Caribdis, una roca puntiaguda. Si Ulises se alejaba de Escila corría el peligro de estrellarse contra Caribdis y si esquivaba a Caribdis se arriesgaba a ser devorado por Escila. Desde entonces se ha usado la metáfora "encontrarse entra Escila y Caribdis" para aludir a los dilemas que, aparentemente, no ofrecen salidas.
El pensamiento económico se halla, en medio de la larga crisis que aprieta a los países desarrollados y en particular a Europa, entre una nueva Escila y una nueva Caribdis. Podríamos representar estas dos amenazas simultáneas como dos temores contrapuestos. Uno de ellos es el temor a la inflación. El otro es el temor a la recesión. La vigencia de cada una de estos dos temores proviene de un recuerdo traumático. La pavorosa hiperinflación de 1923, después de la cual irrumpió el sangriento Hitler, creó en la cultura alemana el pánico a la inflación que todavía la aqueja. Pero la crisis que asoló al mundo en los años 30 dejó a la cultura norteamericana frente al pánico opuesto: el de la recesión.

Krugman sostiene que la Europa que sigue la receta "alemana" de la austeridad está cavando la fosa de su bien más preciado: el euro

Empujados por Alemania, los gobiernos europeos se inclinan ahora por severos planes de austeridad, para no caer en la inflación. Este es según el Premio Nobel de Economía Paul Krugman, prolífico autor de libros y columnista de The New York Times, un gran error que, en vez de aplacar la crisis, la está agravando. En su último libro, "Acabad ya con esta crisis", Krugman sostiene que la Europa que sigue la receta "alemana" de la austeridad está cavando la fosa de su bien más preciado: nada menos que el euro.
Pero Krugman, después de todo, es "keynesiano". Como se recordará, en la gran depresión de los años 30 surgió la figura de John Maynard Keynes quien, en lugar a animar al mundo por la ruta de la austeridad que hasta entonces seguía, lo incitó a gastar más porque lo que lo estaba afectando era la caída de la demanda que sólo los Estados, a través de oportunos déficit presupuestarios hasta ese momento condenados por "inflacionarios", podían remediar.

El drama de Europa, según Krugman, es que a los gobiernos europeos, atados como están al euro, les está prohibido devaluar

¿Qué es lo que deben hacer los gobiernos en crisis? Echar mano a un recurso al que han acudido una y mil veces: la devaluación. Krugman apela en su libro a un ejemplo que elogia, lo que hizo la Argentina en 2001, ya que la devaluación consiguió salvarla y le permitió volver a crecer mediante el recurso que de otra manera nadie habría aceptado; el descenso de los salarios que permite a los países más débiles volver a competir con los más fuertes sin poner a la gente frente al remedio frontal que nunca aceptaría: la rebaja "directa" de los sueldos. Recordemos que, cuando Domingo Cavallo quiso rebajar un 13 por ciento los salarios entre nosotros, la gente lo repudió. El drama de Europa, según Krugman, es que a los gobiernos europeos, atados como están al euro, les está prohibido devaluar, es decir recuperar el manejo de su política monetaria, y que además ahora, si Grecia o España se salieran del euro para devaluar, los esperaría un desastre todavía peor. Para reforzar su teoría, Krugman también compara la situación de la Europa del euro con la que tenía la Argentina cuando, presa de la convertibilidad de un peso igual a un dólar que había puesto Carlos Menem y siguió Fernando de la Rúa, también padeció esta camisa de fuerza hasta caer en la situación límite de 2001.

La meta de Alemania no es económica sino política

A lo que más le teme Krugman, como buen keynesiano, es a la recesión. Pero su argumentación, eminentemente económica, quizás ignora que la meta de Alemania no es económica sino política: dominar a Europa ya no mediante los alocados ejércitos del Kaiser Guillermo II en 1914 y de Hitler en los años treinta, sino mediante la sabia estrategia de Bismarck a mediados del siglo XIX, cuando puso en el trono de Europa a su país mediante la estrategia incruenta del disciplinamiento económico, un disciplinamiento que, inabordable para los países más débiles de Europa, cuadra en cambio con el ancestral rigor alemán. La pregunta final debe ser entonces política antes que económica: ¿se dejarán llevar los países europeos por esa nueva Bismarck que es Angela Merkel?.

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