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domingo, 4 de mayo de 2014

¿Libros sí, armas no?









¿LIBROS SI, ARMAS NO?



Por Lucio Falcone.

Un joven legislador recientemente electo me decía, en una breve charla, relacionada con la polémica sobre el servicio militar. Que su intención era poner libros en las manos de los jóvenes y no armas. Mi rápida, pero incompleta respuesta, fue que hay libros que matan y que las armas no lo hacen, sin la voluntad de sus poseedores. Ya que estas últimas deben ser consideradas como meras herramientas.

Puesto a reflexionar sobre mi propia respuesta fueron surgiendo algunas ideas. ¿Hay libros que matan? Seguramente, debe haber una larga lista de ellos. El primero que me viene a la mente es “American Pycho”. El que confieso que no he leído, pero que como muchos, vi la correspondiente película. Concretamente, se trata de un film basado en una novela publicada en 1991 por Bret Easton Ellis. Quien relata en primera persona las andanzas de un sofisticado yuppie que tiene por hobby el asesinato y la tortura de bellas mujeres en Manhattan.

¿Literatura inocente o inspiradora? Menos conocido que la novela y la película ya citada es Paul Bernardo, un asesino serial que violó y asesinó a varias mujeres con la ayuda de su novia Karla (su “esclava sexual”, como él la denominara) en los años 90 en el tranquilo y lejano Canadá. Paul y Karla fueron capturados y llevados a juicio. Un detalle interesante que salió a la luz durante los interrogatorios, fue que ambos declararon tener a “American Pycho” como su libro de cabecera.


También podría citarse al clásico: “El Guardián entre el Centeno” de J.D. Salinger entre los libros inspiradores de conductas psicóticas y antisociales. Una obra sexual y criminalmente explicita que ha estimulado a asesinos de todo el mundo.

Baste la siguiente cita para calibrar a su personaje central:
“...me imagino a muchos niños pequeños jugando en un gran campo de centeno y todo. Miles de niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de un profundo precipicio. Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a caer en el precipicio. Quiero decir, si algún niño echa a correr y no mira por dónde va, tengo que hacerme presente y agarrarlo. Eso es lo que haría todo el día. Sería el encargado de agarrar a los niños en el centeno. Sé que es una locura; pero es lo único que verdaderamente me gustaría ser. Reconozco que es una locura…” (Salinger, J.D., “El Guardián entre el Centeno”)

Se sabe por diversas investigaciones que el libro citado se ha convertido en un verdadero best seller entre los criminales seriales de todo el mundo. Editado en 1951. Estuvo un tiempo prohibido; pero según la Asociación de Bibliotecas, en la década de 1990, se ubicó en el puesto 13 en la lista de libros más leídos en los EE.UU. y en el año de 2005 llegó a estar entre los diez primeros.

Su protagonista, Holden Caulfield, se ha convertido en un ícono de la rebeldía adolescente.  Pero, también, se sabe que el personaje ha servido de inspiración a más de un criminal famoso. Por ejemplo, el asesino confeso de John Lennon, Mark David Chapman, al ser capturado por la policía ofreció como disculpa la siguiente frase reveladora: “Estoy seguro que la mayor parte de mí es Holden Caulfield, el resto de mí debe ser el Diablo.” Además, el libro fue leído y elogiado por John Hinckley Jr., quien intentara matar al Presidente Ronald Reagan el 3 de marzo de 1981, hiriendo de gravedad a su secretario de prensa, al propio Reagan y a uno de sus guardaespaldas.

Dejemos casi con un sudor frio la literatura favorita de los “serial killers”. Para pasar el tema más tranquilo de las armas.

Como tales, las armas, han sido siempre consideradas una herramienta. Aunque probablemente sean algo más que eso. Son un instrumento para ejercer la violencia, pero que muchas veces ha sido objeto de embellecimiento y de cariño por parte de sus poseedores. Pensemos, por ejemplo, en que el héroe Rolando, el responsable de detener la invasión mora a Francia, nombró a sus espadas favoritas: “Durendal”, “Joyeuse” y “Precieuse”. Lo mismo hizo el Cid Campeador con su famosa, “Tizona”.  Quien así la bautizó tras arrebatársela al rey Búcar de Marruecos en la batalla por Valencia.

Y entre nosotros, tenemos al querido sable corvo de nuestro General José de San Martín. Un arma que él adquiere en Londres para su uso personal, luego de dejar España y antes de embarcarse para América. Una que también serviría de modelo para equipar a sus granaderos a caballo. Ya que su hoja ancha, pesada y con filo la hacía ideal para el sableo durante las cargas. Una con una muy interesante historia. Por ejemplo, al margen de haber acompañado a San Martín en todas sus campañas. Sabemos, que la legó en su testamento, al entonces gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas.

Tal como se lee en la cláusula 3ra de su testamento: "… El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América del Sur le será entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tentaban de humillarla."

¡Qué tal! Pero, pero las anécdotas no paran allí.

El 12 de agosto de 1963, el sable fue robado por integrantes de la Juventud Peronista, como un gesto simbólico destinado elevar la moral partidaria. Bastante deprimida tras la derrota electoral frente a Arturo Illia. La idea era entregárselo al General Perón, quien como Rosas, permanecía alejado del poder, exiliado en Madrid. La icónica arma fue robada nuevamente el 19 de agosto de 1965 por otro grupo de la Juventud Peronista. Un año después, fue entregada al Ejército Argentino. Quien la colocó bajo custodia en el Regimiento Granaderos a Caballo. Permaneciendo allí desde entonces.

Estos hechos palpablemente muestran que las armas no solo herramientas. Son también, símbolos, de prestigio y de poder.

Aunque, más concretamente no se puede negar que su finalidad principal es la ser un instrumento para el uso de la fuerza. Como tales, las armas son una herramienta pensada para la agresión. Útiles, tanto para la caza como para la defensa propia, ya que pueden ser tanto empleadas contra animales como contra seres humanos. Potencialmente, contra estos últimos, también, pueden ser exhibidas en forma intimidatoria y disuasiva, sin la necesidad de llegar a su uso efectivo.

Las hay muy sencillas, como sería el caso de un palo afilado hasta muy complejas como un misil inteligente. En un sentido amplio, prácticamente cualquier cosa es susceptible de convertirse en un arma. Cuando es empleada con la finalidad de causar daño. Un caso típico son los propios puños o un avión comercial usado como un misil, tal cual fue el caso de los atentados terroristas del 11S. Aún en un sentido más amplio, hasta las cosas intangibles, pueden ser usadas como armas. Como sería el caso de un ataque cibernético que pusiera fuera de servicio, por ejemplo, a un sistema de control de vuelo, produciendo múltiples accidentes aéreos.

Por todo lo expresado, la distinción necesaria sobre su inherente bondad o maldad no está en el arma per se. Sino en quien las porta y con qué finalidad usa el poderío que éstas le proporcionan. Ya que la fuerza que ellas proporcionan puede ser empleada, tanto en forma legítima como ilegitima. No es lo mismo un arma desenfundada por un funcionario policial para el cumplimiento de su misión, o por un particular para ejercer el derecho a su legítima defensa. Que una empuñada por un delincuente para cometer un delito.


Le dejo estas reflexiones a ustedes y a mi joven legislador. Uno que se de buen corazón y de sanas intenciones. Pero, a quien como muchos otros, le resulta difícil escapar de lo políticamente correcto. Para que vuelva imperar, entre nosotros, el sentido común. 

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