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sábado, 21 de marzo de 2015

Los problemas de Dilma.

Dilma en problemas.






Por Santiago O´Donnell 
No se sabe bien qué va a pasar en Brasil, ni cómo ni cuando, pero está claro que Dilma está en problemas. El domingo pasado más de un millón de brasileros salió a la calle para protestar por la corrupción en su gobierno. A tan sólo dos meses y medio de ser reelegida, los medios y los dirigentes brasileros ya hablan con naturalidad de "impeachment" o juicio político a la presidenta brasilera, posibilidad que ven más o menos cercana, según a quién se le pregunte. Otros en la marcha directamente desplegaron carteles reclamando el retorno de los gobiernos militares.

No se puede negar que Dilma hizo mucho para llegar esta situación, pero no todo lo que hizo para provocarla fue malo.

Si fue malo no haber reaccionado ante las protestas del año pasado, cuando los brasileros tomaron las calles en forma masiva, tan masiva como no se había visto en décadas, para protestar por el aumento a las tarifas del transporte y los gastos desmedidos y poco transparentes para el Mundial de fútbol del 2014 y las Olimpíadas del 2016. Esa vez Dilma dio la cara como corresponde, dijo que había escuchado el clamor popular y prometió una profunda reforma política. Sin embargo, la reforma encontró resistencias ni bien entró en el Congreso y al poco tiempo Dilma se dio por vencida y permitió que se cajonée. Peor todavía, al ser reelegida por un margen mínimo este verano eligió recostarse en el poder de los operadores de la intricada y enmarañada política de alianzas que caracteriza al sistema brasilero. El resultado fue el nombramiento de un gabinete pobre, plagado de personajes oscuros e irrelevantes, producto de una suerte de parcelamiento de las dependencias públicas para sumar lealtades y construir masa crítica. El principal beneficiario fue el PMDB, una suerte de partido de alquiler sin programa ni ideología, que además de ministerios y secretarías se alzó con la presidencia de las dos cámaras del legislativo, desde donde presiona al gobierno en favor de sus intereses particulares con la amenaza latente de que puede traicionarlo en cualquier momento por dos monedas.  Dilma también nombró un ministro de economía ultraneoliberal para realizar un monumental ajuste que la presidenta consideró necesario y que según ella alcanzaría también a los programas sociales que marcaron los tres gobiernos del partido al que ella pertenece, el Partido de los Trabajadores (PT). Más allá de sabiduría de la medida, el ajuste cayó mal en las filas de su partido, de signo contrario a esa clase de políticas. A eso hay que sumarle el escándalo por la red de corrupción en Petrobras que estalló a pocos días de su reasunción, pero que llevaba varios años en funcionamiento. Como ministra de Energía, jefa de gabinete presidencial y luego presidenta, Dilma convivió durante más de una década con el sistema de coimas y sobreprecios que envuelve a la petrolera estatal de capital mixto, y al haber ocupado y seguir ocupando puestos clave en el gobierno , y siendo que la red era tan extendida,  cuesta imaginar que  no estuviera al menos enterada.  Todo eso hizo mal Dilma, pero no alcanza para explicar completamente por qué está donde está,.



 El caso judicial por las coimas pagadas a través de Petrobras empezó con la caída en desgracia de algunos altos directivo de la empresa, incluyendo dos ex presidentes. Después cayeron buena parte de los principales empresarios del sector de la construcción y muchos de ellos terminaron en la cárcel, algo inédito en la historia brasilera. Después fue denunciado un grupo de importantes políticos, incluyendo el tesorero del partido de Dilma y los presidentes del senado y la cámara de diputados, ambos, como se dijo, del PMDB. Anticipando la masiva marcha opositora del domingo, El jueves de la semana pasada un grupo de sindicatos y movimientos sociales organizó una marcvha en favor de Dilma y del gobierno. Pero tanto Lula, que es el mentor de Dilma y el político más popular de Brasil, como el Partido de los Trabajadores, que es el partido de Dilma y Lula, se abstuvieron de participar. no quisieron quedar expuestos ante una posible falta de convocatoria, ya que la imagen positiva de Dilma había caído por debajo del veinte por ciento y sigue cayendo. entonces medio que la dejaron sola con todo este lío. El miércoles Dilma hizo anunciar a través de su ministro de Justicia  una serie de medidas anticorrupción. El paquete suena bien, tipifica delitos, crea un organismo multisectorial e impone nuevas medidas de control al crecimiento del patrimonio de funcionarios públicos. No es la panacea ni pretende serlo y el tiempo dirá si sólo se trata de un lavado de cara para ganar tiempo, como la frustrada reforma política  anunciada el año pasado, o si ahora Dilma tiene la voluntad política para profundizar en serio la lucha contra la corrupción como le reclaman los manifestantes del domingo pasado, representantes de un clase media hastiada y crispada por la perseverancia de un sistema político opaco, prebendario, ineficiente, insensible a los reclamos populares, cuya clase dirigente  para colmo se disfraza de potencia pimermundista, construye elefantes blancos en la forma de estadio deportivos donde no son necesitados exhibe sin pudor fortunas mal habidas.

Como el problema precede y excede a Dilma, aunque no la exime de su enorme cuota de responsabilidad, también es justo reconocer que ella hizo algunas cosas buenas para combatir la corrupción. En primer lugar, a diferencia de sus antecesores Lula y Fernando Henrique Cardoso, no tuvo contemplaciones al echar a más de media docena  de ministros de su gabinete, asumiendo el costo político, ni bien eran involucrados en sospechas medianamente creíbles de inconducta y corrupción.Además, Dilma no es una persona sospechada de corrupción o enriquecimiento ilícito aunque las balas le pican cerca. No luce extravagantes joyas ni se pasea por paraísos turísticos y fiscales ni lucra haciendo negocios personales con grandes empresarios. Tampoco se conocen operaciones clandestinas a través de agentes de inteligencia para comprar o sobornar jueces con el objetivo de frenar investigaciones de corrupción. ni se mete a opinar sobre investigaciones en curso, ni carga las tintas en contra del poder judicial cuando algún fallo no la favorece. Más aún, cuando la oposición salió a la calle el domingo, Dilma no la descalificó por su corte social o porque incluyó a algunos golpistas, sino que aceptó su importancia y legitimidad, y dijo que había escuchado sus reclamos.  "Centenares de miles de brasileños salieron ayer a las calles para manifestarse con toda libertad, de forma pacífica y sin violencia. Así como las urnas traducen la voluntad de la nación, que no puede ser irrespetada, las calles son un espacio legítimo de manifestación popular," reconoció la mandataria.

Con respecto a la justicia brasilera, si bien ha recibido críticas por actuar de manera política o parcial, sobre todo en la investigación del llamado "mensalao", que terminó con varios aliados cercanos a Lula presos por irregularidades en el manejo de los fondos de campaña, también es destacable todo lo que avanzó con el caso Petrobras. Parta ello fue fundamental una serie de leyes que permite reducir las penas a un acusado en casos de corrupción si confiesa sus crímenes y nombra a sus cómplices. esas leyes fueron aprobadas en la década del 90 durante las presidencias de Cardoso e Itamar Franco, pero fue durante el actual gobierno de Dilma que se usaron de manera efectiva para investigar a las altas esferas del poder. Casi todos los procesamientos del caso Petrobras se lograron por esta vía. La semana pasada otro arrepentido destapó otro escándalo por desvío de fondos en el estatal Banco do Brasil,  el mayor prestamista del país.

Otro elemento positivo de la actual situación, más allá del riesgo para la estabilidad democrática de Brasil, es la movilización popular de cientos de miles de brasileros que están hartos de la corrupción. Si bien los medios y sus intereses juegan un rol importante en la creación de climas y microclimas políticos, sólo el interés público genuino puede llevar un tema al tope de la agenda nacional  y generar las condiciones para facilitar cambios de fondo en la cultura política de un país.

Entonces no sabemos qué va a pasar en Brasil, ni cómo se las va a arreglar Dilma para superar los graves problemas de  gobernabilidad que hoy enfrenta, ni hasta dónde va a llegar la embestida destituyente y las probables traiciones de sus inestables socios políticos. Hasta ahora no han surgido elementos que justifiquen su remoción por la vía democrática, o sea a través un juicio político basado en pruebas concretas, con todas la garantías de la ley. Pero es no garantiza nada en el clima volátil que se vive hoy en Brasil donde pácticamente todos los días estalla una nueva bomba mediática, la economía se ha estancado y hasta el PT le retacea su apoyo a la presidenta y prepara el plan B con la vuelta de Lula.

Lo que sí podemos decir, porque a esta altura resulta claro, es que Brasil se presenta como un espejo donde nos vemos reflejados los argentinos. Acá la continuidad democrática no parece amenazada, pero tenemos una población que parece indiferente y no se manifiesta masivamente en contra de la corrupción, tenemos un sistema judicial que  nunca tocó a un empresario por pagar coimas y que apenas condenó por corrupción a Maria Juliia Alsogaray y  a Felisa Miceli a lo largo de tres décadas de choreo progresivo, tenemos a una presidenta que exhibe joyas extravagantes de origen incierto, visita paraísos fiscales y hace negocios personales con los dos principales contratistas de obra pública del país, mientras sus espías favoritos sobornan y aprietan a jueces y fiscales para que nunca pase nada.

Brasil tendrá sus problemas, Dilma los suyos, la justicia brasilera y los políticos y empresarios involucrados en el caso Petrobras también. Pero por lo menos, cada cual a su manera, con más o menos voluntad y decisión, los asumen y se hacen cargo. Así,  con dudas, con miedo, con peligro para la democracia, han generado una expectativa, una ilusión, una esperanza de que las cosas pueden cambiar para mejor.  

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