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sábado, 14 de noviembre de 2015

Refugiados: 'Merkel debe marcharse'







Primero, sus socios comunitarios; después, la calle y su propio partido. Y ahora sus ministros parecen haber llegado a una misma conclusión: Angela Merkel, artífice del caos de refugiados que sufre Alemania, debe marcharse.



Carlos Esteban

Angella Merkel se ha quedado sola, y sus días al frente de Alemania podrían estar contados. Su imprudente gestión de la crisis de los refugiados ha enfurecido a los alemanes y le ha restado apoyos entre sus aliados socialdemócratas e incluso en su partido. Y, ahora, en su propio gobierno, donde los ministros de Interior, Thomas de Maizière, y de Finanzas, Wolfgang Schäuble, estarían conjurados para derribar a la canciller en una maniobra que el presitigioso semanario Der Spiegel no duda en calificar de 'putsch', una palabra con ominosas resonancias en Alemania.

Merkel ha perdido el control sobre sus ministros. Ya no es el vicecanciller Sigmar Gabriel, del SPD, que aguarda tranquilamente al margen; son sus más fieles partidarios en el gabinete quienes la dan por amortizada, como si estos pocos meses de caos migratorio hubieran arruinado una gestión juzgada impecable por la mayor parte de sus colegas.



La gota que parece haber derramado el vaso de la paciencia ministerial ha sido una nueva desautorización a su ministro del Interior. La semana pasada, De Maizière ordenó a la BAMF, la Agencia Federal de Migración y Refugiados, que no concediera el asilo a los 'sirios' después de cumplimentar un simple formulario, sino que debían someterse a exámenes individuales, y el viernes dio instrucciones para que se denegasen las peticiones de reagrupamiento familiar. Pero en seguida Peter Altmaier, mano derecha de la canciller y nuevo coordinador para los refugiados, dio contraorden, alegando que ambas medidas son contrarias a la política de Merkel. El rapapolvo fue lo bastante sonado como para que el diario Bild especulara con la salida de Thomas de Maizière del ejecutivo.

Pero esta vez Merkel no pudo contar con su fiel Wolfgang, que se puso del lado de su colega: "Creo que De Maizière tiene razón,tenemos que verificar de modo individual si los sirios son verdaderos refugiados", declaró el domingo. El lunes, el portavoz del Gobierno, Steffen Seibert, quitó hierro a la disputa asegurando que la cuestión del reagrupamiento familiar aún está en estudio y que Thomas de Maizière cuenta con toda la confianza de Merkel.

Pero unas pocas palabras protocolarias no van a silenciar lo que es ya un secreto a voces: la Era Merkel, como anunciaba el Financial Times británico hace una semana, se acerca a su fin.

Parece que fue ayer cuando la Dama de Hierro alemana era la líder más poderosa e indiscutida de la Unión Europea, temida en Grecia y tenida muy en cuenta por todos sus socios comunitarios. En la propia Alemania su liderazgo hacía pronosticar un largo reinado de los democristianos. Y, de repente, la decisión de Merkel -'Mutter Angella', como ironizaba unas semanas atrás Der Spiegel- de abrir de par en par las puertas a los "refugiados" "sirios" dio al traste con ese plácido panorama.

Los, ejem, "refugiados" le tomaron la palabra y llegaron -y siguen llegando- en aluvión, superando las previsiones de todos los expertos, colapsando los servicios y alarmando a los países de paso. La Hungría de Viktor Orbán fue la primera dentro de la UE en rebelarse contra el buenismo merkelita, pero aunque el resto de sus socios pusieron el grito en el cielo y amenazaron con sanciones a Budapest, pronto empezaron a acercar posiciones ante la gravedad de la crisis.

La misma reacción tuvo en Alemania el estamento político, incluyendo gobernadores correligionarios de los Länder más afectados por la avalancha, como Baviera.

Y la calle. "Merkel muss weg", "Merkel debe irse". Las protestas se suceden, cada vez más numerosas, y los partidos antiinmigracionistas, hasta ahora marginales, empiezan a ganar adeptos. Pegida (Europeos Patriotas Contra la Islamización de Occidente) y el partido de ultraderecha Alternativa para Alemaniallevan meses organizando manifestaciones multitudinarias que la prensa nacional e internacional han puesto especial cuidado en ignorar, pero quizá no puedan seguir haciéndolo mucho tiempo más.

Ese es un peligro que no deja dormir a muchos políticos alemanes, el resurgir de movimientos nacionalistas en un país cuyo oscuro pasado ha mantenido el orgullo nacional estrictamente circunscrito a sus proezas económicas y empresariales. El patriotismo es tabú en Alemania desde 1945, y su entusiasta acogida de inmigrantes turcos en el pasado respondía en parte a esta patológica vergüenza de ser alemán. Pero esa misma inmigración continuada, sumada a décadas de fecundidad por debajo de la tasa de reemplazo y la presente invasión hacen que muchos alemanes vean cerca la extinción de su pueblo y, con él, de su forma de vida y su prosperidad. Y no todos están dispuestos al suicido.

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