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Por MICHAEL M. PHILLIPS
La redada comenzó cuando los jóvenes con tatuajes en sus pechos estaban todavía en la cama.Oficiales hondureños del equipo SWAT (de armas especiales y tácticas), con sus caras cubiertas con pasamontañas negros, rodearon Hábitat, un barrio de alcantarillas descubiertas, casuchas de bloques de hormigón y alambre de púas. Al amanecer, ya habían detenido a varios sospechosos y decomisado una buena cantidad de armas, drogas y explosivos.
En un apartamento a pocos kilómetros de distancia, dos soldados de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos supervisaban la operación. Marcaban las rutas de asalto en una imagen satelital de la zona y en fotos obtenidas por un helicóptero de la policía. También monitoreaban los mensajes intercambiados en WhatsApp entre el comandante del equipo de asalto y sus hombres.
Los policías hondureños fueron quienes echaron abajo las puertas, pero el ataque forma parte de una campaña de Washington que usa comandos estadounidenses para combatir el delito y el tráfico de drogas en las calles de América Central con el objetivo de detener la inmigración ilegal generada por la violencia. Durante los últimos dos años, las Fuerzas Especiales de EE.UU. armaron desde cero la unidad táctica de élite denominada Los Tigres.
“Más que nada, estamos buscando promover la estabilidad y la seguridad aquí porque si [estos países] son estables y seguros, eso va a proteger de forma natural nuestra frontera sur”, dijo el coronel John Poast, hasta hace poco comandante adjunto del Comando Sur de Operaciones Especiales de EE.UU.
La misión hondureña forma parte de una campaña de seguridad global de EE.UU., que tiene efectivos de las Fuerzas Especiales en más de 80 países, desde Ucrania hasta Colombia y Perú. Los comandos usualmente entrenan a ejércitos de otros países para limitar el despliegue de fuerzas militares estadounidenses en terreno.
En Honduras, estas fuerzas de élite trabajan con las autoridades locales con la esperanza de que reforzando las operaciones policiales ayuden a estabilizar el país centroamericano.
Hace dos años, Washington temía que Honduras se estuviera convirtiendo en un estado fallido gobernado por traficantes y delincuentes. En 2012, el país tuvo la tasa de homicidios más alta del mundo, 91 asesinatos por cada 100.000 habitantes, según datos de Naciones Unidas. En América Latina en conjunto, la tasa fue de 23,4 por cada 100.000 habitantes ese mismo año.
Pandillas callejeras violentas, incluyendo algunas que tienen raíces en el sur de California, como la MS-13 y la Mara 18, controlan barrios enteros. Los envíos de cocaína desde Colombia y Perú atraviesan Honduras en ruta a los compradores estadounidenses.
Alarmados por estos peligros, muchos padres hondureños mandan a sus hijos a EE.UU. En 2014 y 2015, según cifras del gobierno estadounidense, más de 23.000 niños hondureños no acompañados cruzaron la frontera entre México y EE.UU.
Después de asumir la presidencia de Honduras en 2014, Juan Orlando Hernández cumplió su promesa de campaña de aplicar la ley y el orden y desplegó a miles de soldados en las calles. La medida fue popular y Hernández se comprometió a mantener la presencia militar hasta 2018.
Pero la imagen de soldados vestidos de camuflado ocupando intersecciones y edificios clave, evocaba la historia de regímenes militares represivos en América Latina. Por esta razón, EE.UU. está apoyando una reforma de la policía local, considerada durante mucho tiempo una organización inepta y corrupta.
Los hondureños pidieron a Washington ayuda para financiar y entrenar a Los Tigres, una fuerza SWAT capaz de llevar a cabo operativos de alto riesgo en las barriadas pobres de Tegucigalpa y otros sitios violentos.
Los Tigres se han anotado algunas victorias notables, incluyendo una serie de redadas a finales del año pasado en las que dieron de baja a dos sospechosos de pertenecer a la Mara 18 y capturaron a tres presuntos asesinos. En octubre detuvieron a 38 personas de una red delictiva presuntamente dirigida por el alcalde de una pequeña ciudad.
Durante una redada, el equipo arrestó a los líderes de lo que las autoridades estadounidenses dijeron era una de las mayores bandas de tráfico de cocaína del mundo. En esa ocasión, algunos Tigres presuntamente se quedaron con un estimado de US$1,3 millones en efectivo, dijeron las autoridades; 50 fueron despedidos y otros 11 fueron detenidos.
La tasa de homicidios del país ha descendido en casi un tercio desde su punto máximo en 2012, según datos oficiales, aunque es imposible saber cuánto de esa mejora se debe a Los Tigres u otras unidades especializadas de la policía. La tasa de asesinatos más alta del mundo se encuentra hoy en El Salvador, donde las Fuerzas Especiales de EE.UU. y los Navy Seals también capacitan a las fuerzas de seguridad locales.
“Si podemos cambiar la policía como institución, podemos cambiar el sendero del país”, dijo Henry Márquez, comandante del centro de entrenamiento de la policía en Honduras.
Los Tigres, que suman 285, deben ser agentes regulares de la policía antes de asistir a un curso especial de 12 semanas. Los comandantes esperan aumentar la fuerza a 500 agentes, tal vez el próximo año. Un Tigre gana alrededor de 30% más que el salario mensual de US$500 de un policía regular.
EE.UU. dona uniformes, botas, radios, herramientas de navegación y municiones para entrenamiento, pero no el armamento. El gobierno de Honduras dota a las fuerzas especiales con armas diseñadas en Israel y fabricadas en Bulgaria.
Fue un diplomático estadounidense conocido como Papa Jungla quien sugirió que las fuerzas especiales entrenaran a Los Tigres. Durante los años 90, el ex Boina Verde había pasado dos periodos asesorando al ejército salvadoreño. Participó en batallas callejeras en Panamá luego de la invasión de EE.UU. en 1989 y se ganó el apodo luego de pasar años entrenando a Comandos Jungla, un grupo de policías élite en Colombia que luchan contra los traficantes y los guerrilleros. Papa Jungla reclutó a los colombianos para que entrenaran a Los Tigres, con la supervisión de Boinas Verdes que hablan español.
Gran parte del entrenamiento se lleva a cabo en una base aislada en las montañas de Honduras. Los Tigres utilizan arietes para entrar en edificios, armados con balas de pintura, de fogueo o munición real. Hacen simulacros que recrean decisiones de vida o muerte con blancos de papel que representan hombres armados, mujeres con bebés, mujeres con armas y mujeres con bebés y armas.
El entrenamiento de los equipos SWAT de Honduras forman parte de un esfuerzo más amplio de los comandos de operaciones especiales de EE.UU. que están desplegados en más de 80 países.
“Ya lleva rato entrenando”, dijo un sargento colombiano a Los Tigres luego de que le dispararon a una madre desarmada de papel durante un simulacro. “Sus errores deben ser pequeños”.
En los entrenamientos de combate en espacios cerrados, los Boinas Verdes les enseñan cómo moverse con seguridad por una escalera, cómo despejar una habitación con granadas de estruendo o cómo controlar a un sospechoso agarrándolo de los dos pulgares con una mano y presionando hacia abajo la cabeza con la otra.
Los Boinas Verde “han usado estas técnicas en Irak y Afganistán”, les aseguró Papa Jungla a un grupo de Tigres. “Saben que funcionan”.
Muchas de estas lecciones fueron empleadas durante el allanamiento de Hábitat el año pasado, en el que participaron más de 150 Tigres y otros 100 agentes. El día anterior, un oficial de inteligencia informó a los Boinas Verdes y a los policías hondureños de alto nivel sobre los edificios que iban a ser el blanco de la operación.
En una imagen satelital, el oficial mostraba un edificio etiquetado como Casa del Policía: los pandilleros habían desalojado a un oficial que vivía allí y supuestamente utilizaban el lugar para torturar, matar y descuartizar a sus enemigos.
A las 2:30 de la madrugada siguiente, la policía subió a camionetas pickup y autobuses y se dirigió a Hábitat. En el camino pasaron un cartel que decía: “No matarás: Dios”.
Los Boinas Verdes regresaron a su apartamento. Es una cuestión sensible: todos recuerdan la intervención de EE.UU. en las guerras civiles en El Salvador y Nicaragua durante los años 80, por lo que las fuerzas estadounidenses permanecen tras bambalinas. “No queremos que haya una cara estadounidense en esto”, dijo el líder del equipo de las Fuerzas Especiales.
La policía acordonó la zona mientras los oficiales SWAT rodeaban sus objetivos. En un edificio de hormigón de un solo piso con ventanas enrejadas, la policía entró gritando: “Policía nacional, manos detrás de la cabeza”. Sacaron a cinco hombres jóvenes de la cama y los alinearon de rodillas en el andén.
Entre ellos se encontraba un muchacho de 17 años de edad que supuestamente tenía las llaves de varios edificios, incluyendo una escuela técnica donde la policía encontró seis cartuchos de explosivos de gran potencia.
Las autoridades también localizaron al hombre que presuntamente había descuartizado a enemigos de la pandilla Mara 18. En el pecho llevaba un tatuaje con la leyenda “Solo Diós Podra Jusgarme” (sic). El muchacho bostezaba mientras esperaba que le tomaran las huellas dactilares. Otro sospechoso tenía una pistola Taurus, 106 paquetes de marihuana y un tatuaje en estilo gótico del número 18. Frunció el ceño y murmuró amenazas mientras se sentaba, esposado y sin camisa, en el asiento trasero de una camioneta policial.
Después de la madrugada, la policía alineó a los sospechosos frente a una mesa con armas y drogas incautadas para las cámaras de TV. Esposas, hermanas y madres de los sospechosos estaban pegadas a una valla gritando insultos a la policía.
A viva voz, el sospechoso de 17 años se quejaba sobre la injusticia de todo esto. Pero en privado, fue más contemplativo. “Los Tigres son bien derechos”, dijo. “La policía común te mata si eres miembro de una pandilla”
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