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jueves, 7 de abril de 2016

Llorar por llorar


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IGNACIO CAMACHO


Ven, vamos a llorar, que es tiempo, y además qué otra cosa podríamos hacer sino lo que mejor sabemos. Sin darnos cuenta nos hemos convertido en expertos del luto virtual, que viene a ser en la cultura posmoderna una evolución sentimental de la ética de la solidaridad. Qué hermosas lágrimas derramamos en las redes sociales, con qué dolorida emoción, con qué plasticidad simbólica, con cuanta elegancia moral. Si fuese verdad eso que dicen los pauloscoelhos acerca de que la energía positiva del mundo conspira a favor de nuestros buenos deseos, con la intensidad emotiva que desplegamos después de cada tragedia o de cada atentado podríamos encender una central eléctrica. Otra cosa no pondremos pero sensibilidad, toda. Ésta es la sociedad que mejor llora por las víctimas que no defiende.



Porque convendrás en que hacer no hacemos mucho. Ya me dirás qué ha avanzado desde Bataclán, y mira que nos conmovimos. ¿Te acuerdas de aquella coalición que iba a ir a combatir al ISIS? Ni en Francia tienen ya mucha noticia, me temo. Aquellos pactos firmes, aquella vocación de firmeza, aquel estallido de ira cívica... verduras de las eras, que decía don Jorge Manrique. Hemos perdido la cuenta de los ataques desde entonces. Sólo que eran en Damasco, en Ankara, en el Cairo... y ya se habían llenado de nuevo las terrazas del viejo Marais, qué bonita es París cuando se acerca la primavera. Eso sí, ahora estamos más vigilados, y encima hay algunos que protestan. El otro día, fíjate, leí en una novela de un escritor inglés de moda que en París hay más policía que en la Alemania nazi. Lo habría escrito antes de noviembre pero qué buena ocasión de callarse. Porque ¿sabes? toda esta barbarie tiene un coste en vidas y otro en libertad, y otro en miedo. Y aunque digamos para confortar el ánimo que no van a poder doblegarnos, no hay más que analizar cómo era nuestra vida cotidiana antes, y cómo es ahora, para saber que sí pueden, vaya si pueden. Y más que podrán si persistimos en el encogimiento y en la tibieza. Si no acabamos de identificar a un enemigo que bien nos tiene identificados a nosotros... y calados en nuestra pusilanimidad congénita.

Pero verás cómo ahora tampoco ocurre nada por muchos lacitos negros que hayan puesto hasta en los varales de los pasos de Semana Santa. Verás cómo cuando haya que hablar en serio se agrieta toda esta hermosa fraternidad jesuítica –de jesuis– que acabamos de sentir con Bruselas y los belgas. Cómo esos conmovedores dibujos de Tintín no acaban con el héroe luchando en el desierto. Cómo a la hora de plantar cara vuelve a triunfar la moral indolora y el pensamiento débil. Cómo cunde el eufemismo relativista, la corrección política, el abrazo multicultural, el candoroso buenismo de nuestra mano armada de nobles y dulces sentimientos. Se van a rilar los malos cuando lean lo unidos y cabreados que estamos en Facebook.

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