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jueves, 27 de octubre de 2016

JOSEPH FOUCHÉ: UNA MORALEJA SOBRE LOS ALCAHUETES Y EL PODER.






Carlos Pissolito

Nada nuevo bajo el sol
Ha sido siempre una vana pretensión humana creer hacer algo nuevo, sorprendente. Lamentablemente, la historia es rica en ejemplos de todo tipo. Basta bucear un poco en ella para encontrar claras analogías con las situaciones del presente. Por extrañas que éstas nos parezcan. Sucede que la condición humana, con sus grandezas y pequeñeces, es más universal de lo que queremos admitir.
Hoy, por ejemplo, hay quienes se asombran sobre el éxito de los alcahuetes en su vinculación con el poder. Se preguntan por qué tal o cual general, ministro, gerente o interventor puede haber sido nombrado en tan alto cargo, por el simple hecho de haber sido un espía, o en lenguaje vulgar un alcahuete. Porque de eso, precisamente, se trata el viejo negocio de la “inteligencia.” Al menos la interna. ¿O alguien creía que se trataba de otra cosa? Pues entérense que se basa en el viejo arte de saber lo que otros quieren ocultar. ¿Con quiénes se acuesta este respetable señor, qué propiedades tiene esta humilde señora y que no ha declarado al fisco, etc., etc.?
Alcahuetes que hayan triunfado, aunque después hayan terminaran mal, ha habido muchos en la historia del mundo. Pero, uno de ellos: el Duque de Otranto, mejor conocido como el Comisario Joseph Fouché, se lleva las palmas. Nació en Le Pellerin, cerca de Nantes en 1759. Dato que nos permite ubicarlo con la generación que le tocó hacer a la Revolución llamada francesa. Se lo considera el fundador del espionaje moderno, en su carácter de haber creado el Ministerio de Policía de Francia en épocas particularmente difíciles para los galos.

Fouché era hijo de una humilde familia marinera. Bajo el nombre ficticio de Joseph de Rouzerolle, ingresó en el seminario religioso de la Congregación del Oratorio. Donde aprendió latín, matemáticas y física. Abandonó los claustros, pero sus conocimientos el permitieron ejercer honestamente la docencia por un tiempo. Actividad que abandonaría por la más lucrativa de la política en épocas pre-revolucionarias.

Con la llegada de la Revolución ingresa a la Asamblea General. En primera instancia, adhiere a los monárquicos moderados representados por los girondinos, que eran mayoría.  Desplazados estos por los terroristas a órdenes de Robespierre, no duda en unírseles. Realizando así su primer cambio de bando. Algo, que de allí en más, lo caracterizaría como un hábil superviviente que sabe mantenerse en el poder a toda costa, independientemente de quien lo ocupe. Pronto integra al Comité de Instrucción Pública que vota la ejecución de Luis XVI.

Posteriormente, con la llegada del Directorio, Fouché será perseguido y encarcelado por su colaboración en la tenebrosa etapa robesperriana. Pero usando, una vez más su habilidad política, se gana la confianza de François Nöel Babeuf, a quien ayuda a escribir su famosa obra la: "Conspiración de los Iguales". Con esta colaboración gana una amnistía y pasa a la planta permanente del nuevo gobierno revolucionario. Propone y es aceptada su propuesta de crear un Ministerio de la Policía. Siendo su primer jefe.

Desde su puesto teje por toda Francia una eficaz red de espionaje. Para ello echa mano del único material humano disponible: prostitutas y marginales. Tiene el tino de ponerla a órdenes de un joven general que quiere hacerse con el control del Estado, quien más tarde sería conocido como Napoleón Bonaparte.

Trabajador incansable sienta las bases de los servicios de inteligencia modernos. Por ejemplo, implementa una oficina para que se encargue de la censura de prensa. Pero, una que Fouché con habilidad la usará para mucho más. Con ella, también, esparce rumores falsos, aunque siempre convenientes para sus mandantes políticos.  Derrotado su amo Napoleón definitivamente en Waterloo, nuevamente, ve la conveniencia de cambiar de bando y ofrece sus servicios a los realistas. Que buscan la restauración del trono en la cabeza de Luis XVIII, hermano del rey guillotinado.
Vuelve a ocupar su puesto como jefe de policía, pero al advertir que los ánimos estaban caldeados en su contra, elige el dorado exilio para desempeñarse como embajador en Sajonia ante el Imperio Austro-Húngaro. Pero, ya era demasiado tarde, incluso para un hábil saltimbanqui como Fouché. Quien es, finalmente,  proscripto y encarcelado por haber participado de la ejecución de Luis XVI. Fallece en la miseria en Trieste, Italia, en 1820.

Colofón moderno
“Rodéate de obsecuentes y alcahuetes y gobernarás el mundo” me aconsejó, hace unos años, un amigo cuando me desempeñaba como su jefe directo. Probablemente, haya tenido razón. Ya que él sigue en el poder. Pero, a él y a todos los Fouchés que existen y que seguramente seguirán existiendo, le preguntaría si: ¿Valió la pena?

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