por Carlos Pissolito
El concepto de “Consenso de Washington” fue acuñado por el economista norteamericano John Williamson, en 1989, para describir un conjunto de recetas específicas, consideradas estándar y recomendadas por el FMI, el Banco Mundial y la Reserva Federal de los EEUU, para los países en desarrollo para salir de sus recurrentes crisis económicas.
Los 17 objetivos de la ONU para el 2030 en forma gráfica. |
Básicamente, se los incitaba a un paquete de medidas que apuntaban a la liberalización económica, a la reducción del Estado y a dejar que fueran las fuerzas del mercado quienes regularan la economía de esos países.
Más o menos para la misma fecha, el analista estratégico húngaro-norteamericano, Edward Luttwak, acuñó el término “Turbocapitalismo” para referirse a ciertos aspectos ocultos del capitalismo de libre mercado actual. Para ello, explicó cómo se diferenciaba, enormemente, del Capitalismo controlado que floreció desde 1945 hasta la década de 1980.
Como tal, el Turbocapitalismo era una empresa privada libre de toda regulación gubernamental, sin el control de sindicatos efectivos, sin cuidado alguno por las comunidades en las que operaba, con una baja tasa impositiva y sin restricciones para todo tipo de inversión, incluidas las ilegales como las provenientes del narcotráfico.
Los resultados estaban a la vista. Los ganadores, que eran una minoría, se habían hecho cada vez más ricos, mientras que los perdedores, que eran la inmensa mayoría, se habían vuelto más pobres.
En pocas palabras, el Consenso de Washington se resumía al viejo lema de: “Haz lo que te digo, no lo que yo hago”.
En forma paralela, la China que bajo Mao Zedong había intentado sin mucho éxito procurarse cierto nivel de prosperidad económica. Comenzó a encontrarla de la mano de Deng Xiaoping, quien implementó una serie de reformas económicas. Permitiendo una mayor libertad individual y, en consecuencia, que comenzaran a operar empresas privadas, especialmente las relacionadas con la producción agrícola.
En su interpretación del Manifiesto Comunista, los chinos criticaron a la propiedad privada cuando fue exclusiva de la burguesía, pero no la propiedad individual en la que todos poseen los medios de producción y, por lo tanto, no pueden ser explotados por otros. En consecuencia, la propiedad individual se consideró coherente con el Socialismo, siempre y cuando estuviera regulada por el Estado como: "propiedad individual social asociada".
Con ello, China pasó de ser una economía planificada a una economía mixta cada vez más abierta. Un nuevo sistema llamado “Socialismo con características chinas”.
Lo que vino después, es por todos conocidos y se resume al hecho de que China sea, hoy, la primera o la segunda economía global, según bajo qué parámetros se la compare.
Más allá de estas comparaciones. Las que son siempre odiosas. Para nosotros, China es un Capitalismo de Estado. Tal como lo define Raymond Williams. Vale decir, como un sistema económico en el cual el Estado lleva a cabo una actividad económica comercial, con administración y organización de los medios de producción de manera capitalista, incluyendo el sistema de mano de obra asalariada y de administración centralizada, actuando como una empresa capitalista más.
Aceptado este supuesto, no resulta difícil ver sus similitudes con el Turbocapitalismo norteamericano, descrito por Luttwak. Ya que tanto uno como el otro han logrado poner al Estado al servicio de las grandes corporaciones comerciales.
Por su parte, el filósofo argentino, Alberto Buela, llega a conclusiones similares, aunque en lugar de hablar de Turbocapitalismo, usa el término más difundido de Neoliberalismo.
“...el neoliberalismo ha modificado el concepto de Estado que tenía el liberalismo. Así, el Estado ya no está para administrar bien y austeramente la cosa pública, ni menos aún ayudar “a hacer” al particular que lo necesita usando el principio de subsidiariedad, sino que está al servicio del mercado. El Estado es un apéndice de las multinacionales que colabora con sus negocios. Hoy el Estado existe en función del mercado y, sobre todo, del mercado internacional. Ésta es la gran sustitución que ha producido el neoliberalismo respecto del liberalismo clásico”. Explica Buela.
Hasta aquí todo claro. Pero, es nuestra estimación de que, hoy por hoy, nos encontramos frente al surgimiento de un nuevo consenso. Uno que a falta de un nombre mejor, lo bautizamos como el “Consenso de Davos”.
La designación no es caprichosa y se basa en los cambios que vienen ocurriendo a escala global a caballo de la pandemia del coronavirus y de sus múltiples consecuencias.
El Foro Económico Mundial, así se llama oficialmente. Es una fundación sin fines de lucro con sede en Ginebra, que se reúne anualmente, desde 1971, en el Monte de Davos (Suiza). De ella participan los principales líderes empresariales y políticos del mundo: así como periodistas e intelectuales seleccionados al efecto, para analizar los problemas más apremiantes a nivel global.
Para no caer en ninguna teoría conspirativa, lo mejor es darle la palabra a ellos mismos. Por ejemplo, a la integrante del Parlamento de Dinamarca, Ida Auken, cuando lo dice claramente y se pregunta y se responde que nos espera en el 2030:
“Bienvenidos al año 2030. Bienvenidos a mi ciudad, o debería decir, "nuestra ciudad". No tengo nada. No tengo auto. No soy dueño de una casa. No tengo electrodomésticos ni ropa.
Puede parecerle extraño, pero tiene mucho sentido para nosotros en esta ciudad. Todo lo que consideraba un producto, ahora se ha convertido en un servicio. Tenemos acceso al transporte, al alojamiento, a la comida y a todo lo que necesitamos en nuestra vida diaria. Una a una, todas estas cosas se volvieron gratuitas, por lo que terminó sin tener sentido para nosotros poseer mucho”. (Ver: https://espacioestrategico.blogspot.com/2020/12/que-es-lo-que-quieren-para-nosotros.html)
El problema no es como se imagine el mundo en el 2030 la legisladora de un país lejano para nosotros. Sino que sus ideas sean la expresión de una agenda impulsada por organismo supranacionales como la ONU.
“La nueva agenda consiste en un plan de acción para las personas, el planeta, la prosperidad, la paz y el trabajo conjunto. ...Esta ambiciosa agenda se propone acabar con la pobreza de aquí a 2030 y promover una prosperidad económica compartida, el desarrollo social y la protección ambiental para todos los países”.
Leemos esta ambiciosa meta en la página oficial de la organización. La friolera de 17 objetivos concretos a alcanzar antes del 2030. Entre los que figuran cuestiones, tales como: la erradicación de la pobreza, asegurar el acceso a la energía, al agua, a la educación a la salud a toda la población mundial. A la par, de combatir el cambio climático, las desigualdades de género. (Ver: https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/objetivos-de-desarrollo-sostenible/)
Todo muy lindo, casi idílico; pero nos preguntamos, cómo y por qué medios la humanidad que tiene 6.000 años de historia registrada, tratando, vanamente, de lograrlos, podrá hacerlo en sólo 10 años.
En este sentido, creemos que la fenomenal crisis que nos ha traído la pandemia, es vista por estos grupos como una inmejorable oportunidad para un reinicio o, como ellos lo llaman: un gran reset de todo lo existente. (Ver: https://espacioestrategico.blogspot.com/2021/01/frente-al-gran-reset-el-gran-despertar.html )
Al respecto, Xi Jinping, presidente de China, dejó muy en claro, en la última reunión de Davos, que su país había salido vencedor de la pandemia e instó a los otros países a seguir su ejemplo. Que no es otro que el del socialismo a la china.
De lo que se deduce que no queda otro camino para el resto que adoptar una suerte de socialismo global. Tal como lo expresó Ida Auken y que ha pasado a ser el slogan del Consenso de Davos: “En 2030 no poseerás nada y serás feliz”.
Todo esto nos suena a una suerte de socialismo utópico. Uno que Friedrich Engels definió para referirse a los primeros socialistas, por oposición al “socialismo científico” creado por él y por Karl Marx.Y que, posteriormente, se impusiera a sangre y fuego en Rusia, China, Corea del Norte y Cuba, solo por mencionar a los principales.
En aquella oportunidad, la principal potencia occidental, los EEUU libraron la Guerra Fría para tratar de impedirlo. Hoy ese país está muy lejos de tal postura. Pues como sostuvo su actual presidente, Joe Biden, en la reunión de 2017 del Foro de Davos:
“En los últimos años ha quedado claro que el consenso que mantiene el control del sistema enfrenta crecientes presiones, internas y externas... Es imperativo que se actúe de manera urgente para defender el orden internacional liberal”.
Claro que para él, “orden internacional liberal” no es el del Liberalismo clásico. Es el Turbocapitalista de Luttwak o el Socialismo con características chinas de Xi Jinping. O en una palabra nueva: un Turbogloablismo.
Por eso nos preguntamos, cuánto falta para que el Consenso utópico de Davos se convierta en la agenda geopolítica “científica” de algunos líderes mundiales iluminados.
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