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martes, 19 de abril de 2011

Pensamiento Militar.

Revista 576 (Sep/Dic 10)
CLAUSEWITZ: BREVE HOJA DE RUTA.

Por el Coronel Carlos A. Pissolito.

Este artículo nace a partir de la solicitud de la dirección de la Maestría en Estrategia y Geopolítica de traducir el capítulo 3 de la obra de Colin Gray “Modern Strategy” sobre la vigencia de Carl von Clausewitz, Una presencia que se ve –paradójicamente- contrastada con la ignorancia que hemos tenido siempre sobre su pensamiento. Nos hemos limitado a alabarlo en el pasado, tanto como a denostarlo en el presente. Parecería que hemos renunciado a entenderlo. Para evitar ambos excesos les propongo a los alumnos de la ESG una sencilla hoja de ruta que los guie en los pasos inciales del estudio de su pensamiento.

SU IMPORTANCIA


Retrato del autor de vom Kriege.
Es innegable el valor y la actualidad del pensamiento de Carl von Clausewitz; casi sin exagerar podemos afirmar que el siglo XX ha sido un siglo –entre otras pocas – uno de características clausewitzianas. Muchas veces citado y pocas veces entendido ha dejado para los legos su famosa definición de que la guerra no es nada más ni nada menos que la continuación de la política por otros medios. Pero ¿Qué entendía este general prusiano, en realidad, por guerra? En el capítulo uno del primer libro de vom Kriege vemos que la define como “un acto de violencia llevado a cabo hasta sus últimas consecuencias.” Habituados como estamos a los altísimos niveles actuales de violencia tendemos a considerar a esta definición como auto-evidente, casi tautológica. ¿Realmente lo es?

Para empezar, como lo sostiene el especialista anglo-norteamericano, en temas estratégicos, Colin S. Gray las teorías de Clausewitz deben ser vistas sobre el contexto histórico en el cual se originaron.[1] En tal sentido, coincidimos, en que Clausewitz estaba tratando de entender las victorias de Napoleón de las cuales no sólo fue contemporáneo sino también víctima. Como señala Gray, otros ya lo habían intentado, creyendo ver en determinadas teorías tácticas o estratégicas del General Bonaparte el secreto de sus éxitos fulminantes. Clausewitz, quien lo llamaba sarcásticamente, “el dios de la guerra,”[2] no estuvo de acuerdo; ya que consideró que sus triunfos se debían más bien al ímpetu sin límite, a la furia francese, que la Revolución de 1879 había puesto de moda. Para el prusiano, Bonaparte no tenía otro mérito que haberla sabido aproevchar.

SUS BASES

Formado filosóficamente en el idealismo de Emmanuel Kant, Clausewitz no fue lo que pueda llamarse un teórico de tono moderado. El paradigma filosófico idealista de que la realidad es susceptible de ser modificada y transformarse a la luz de una idea lo llevó a concebir a la guerra en dos planos: uno ideal, abstracto y absoluto y otro real de características más humildes. En tal sentido, toda su obra es una permanente advocación por el uso de la fuerza armada en condiciones absolutas, sin ningún tipo de limitación; aunque líneas después aclare con algún breve ejemplo histórico cual era la realidad. Proclamó a tambor batiente que: “En asuntos peligrosos como la guerra, los errores derivados de la moderación son los peores.”;[3] para luego especificar que: “No me hablen más de generales que conquistan sin un baño de sangre.”[4] Seguramente que el prusiano tendría sus razones para expresarse así, su patria había sido arrasada por las huestes del Grand Armée. Pero, la contradicción se introduce en su obra cuando unos párrafos más abajo reconoce que solo las guerras limitadas son las que verdaderamente existen.

Lo que es verdaderamente llamativo es que sus seguidores, nuestros contemporáneos. Algunos de ellos estrategas de países en posesión de armas de destrucción masiva, no hayan percatado de que esta concepción absolutista lleva, invariablemente, a su propio agotamiento. Esto es así porque una guerra librada bajo este ideal despótico se encuentra –ab initio- imposibilitada de obtener resultados políticos aceptables. ¿Qué sentido tendría, por ejemplo, arrasar, aniquilar a un determinado adversario? Si cuando terminado el conflicto el vencedor se tiene que hacer cargo de las tareas de reconstrucción. O en el mejor de los casos, el vencido debe pagar las necesarias compensaciones de guerra. Por o tanto, mal puede proclamarse que una guerra librada en términos absolutos pueda ser la continuación de la política por otros medios. Cuando la esencia de toda dialéctica política es la negociación. Por eso adelantamos una conclusión importante: una guerra sin leyes que la limiten no es solo un mero salvajismo sino una imposibilidad práctica.

Para el pensamiento realista la guerra ha sido siempre un instrumento destinado, en el plano superior, a la obtención de una victoria justa que conllevara a un estado de paz mejor que el que había precedido a la guerra. Así lo entendieron y practicaron los más diversos comandantes y dirigentes políticos a lo largo de toda la historia, sin menoscabo para el rendimiento táctico de sus medios.[5] Por el contrario, puede establecerse el axioma histórico de que aquellas fuerzas armadas que hicieron uso indebido de la violencia por un periodo prolongado fueron a la larga, no sólo derrotadas, sino también vencidas moralmente. Ejemplos típicos pero no únicos lo constituyen los conflictos asimétricos que tuvieron lugar en el marco de los procesos de descolonización desarrollados a partir de 1945. Nombres como Indochina, Argelia, Vietnam, Afganistán nos vienen inmediatamente a la mente. En ellos poco importó cuan poderosa y fuerte fuera la potencia en cuestión, ni cuanto se empeñara en apegarse a los ideales clausewitzianos de violencia irrestricta; el resultado fue paradójicamente casi siempre el mismo: una derrota humillante. Todo ello sin mencionar lo que les ocurrió a nuestras fuerzas armadas en oportunidad de librar la lucha contra el terrorismo durante la década de 1970, donde el dogma clausewitziano del aniquilamiento del adversario nos condujo al abuso y a la erosión de la legitimidad moral de la causa por la que se combatía.

SUS CONTINUADORES


Edición española de "La Nación
en Armas" de 1895.

Para que se llegara a estos excesos operacionales fue necesario que las ideas ya extremas de Clausewitz fueron sucesivamente exageradas. El primero en esta senda fue el oficial y escritor alemán Colmar von der Goltz autor de Das Volk in Waffen, un libro publicado en 1883 y traducido casi cincuenta años después por nuestro Círculo Militar bajo el título de “La Nación en Armas”. En esta obra von der Goltz sólo se aparta de la lógica clausewitzina para reclamarle dos ingredientes que a su juicio la completan: la mobilisation générale no ya de los ejércitos sino de la nación entera mediante el empleo de dos nuevos avances tecnológicos: el telégrafo y el ferrocarril; y la concentración de las funciones de la conducción militar y política en una sola persona, a los efectos de hacer eficiente la efectiva movilización total de los recursos nacionales. Estas ideas para verse realizadas debieron esperar a la Primera Guerra Mundial, el primer conflicto “total” del siglo XX; aunque –como sabemos- lejos de producir el resultado esperado sólo sirvieron para apurar el colapso económico y político de quienes las practicaron con un celo digno de mejor causa. Paradójicamente, quien mejor había puesto en práctica estas ideas de la “Nación en Armas”, el Mariscal Erich Ludendorff, en su rol de jefe del Cuartel General del Ejército Alemán durante 1916/18, fue quien argumentó en su libro: Der Totale Krieg (Guerra Total) aparecido 1936 que la clásica definición de Clausewitz de la guerra como la continuación de la política debía ser descartada por una de igual sentido pero aun más radical. Para Ludendorff lo que evitaría otro Tratado de Versalles era que en la próxima confrontación bélica la política fuera la continuación de la guerra, entendida ésta como una lucha a muerte por la supervivencia nacional. Aunque Der Totale Krieg se basaba en una crítica de los errores de la conducción alemana durante la Gran Guerra, se convirtió –en realidad- en el manual de instrucciones de la próxima conflagración total con los resultados que todos conocemos.


Erich Ludendorff,a la derecha, con Paul von Hinderburg.
Sin exagerar se puede considerar a von der Goltz y a Erich Ludendorff como dignas expresiones de un militarismo germano que supo ser, tanto tácticamente fructífero como estratégicamente suicida. Sin embargo, la evolución del pensamiento de Clausewitz no terminó con las sendas rendiciones germanas como cierta lógica empírica pudiera sugerir, sino que se constituyó en el núcleo del pensamiento militar occidental actual. Con la excepción del militar británico Basil Liddell Hart, quien denunció a mediados del siglo XX al pensamiento clausewitziano como “una marsellesa prusiana que inflamaba el cuerpo e intoxicaba la mente.”[6], y las criticas más modernas del profesor israelita Martin van Creveld, del analista norteamericano Edward Luttwak y del profesor inglés John Keegan. Autores que han producido y producen una prolífica bibliografía militar. Todas lecturas que recomendamos fervorosamente a nuestros lectores.[7]

SU VIGENCIA

Por ejemplo, las fuerzas armadas de los EEUU han admitido desde siempre su dependencia doctrinaria respecto de las enseñanzas de Clausewitz. Todavía hoy su Army War College entrega la medalla “Clausewitz” a su mejor profesor. Una influencia que se ha mantenido imperturbable aun durante el periodo de la Guerra Fría y la increíble estrategia MAD (Mutual Assured Destruction), así como a lo largo de sus posteriores flexibilizaciones y que ha llegado hasta la actualidad con la remozada RMA (Revolution in Military Affaires); pasando por la ley del Congreso Goldwater-Nichols de 1986 que reestructuró la cadena de mando nacional bajo premisas clausewitzianas. Esta dependencia intelectual no ha estado libre de críticas y críticos. Por ejemplo, cuando en ocasión de la 1ra Guerra del Golfo, se exhumó a Clausewitz –a través de la denominada Doctrina Powell que buscaba emplear en forma decisiva los medios militares para obtener resultados decisivos- para superar el trauma de Vietnam, fue el historiador militar inglés John Keegan, quien llamó la atención sobre las insuficiencias prácticas de la misma:

“En la Guerra del Golfo le fue infligida a Saddam Hussein por las fuerzas de la Coalición una derrota clausewitziana. Sin embargo, mediante su conocida retórica islámica que no admite la derrota, rechazó reconocer lo que era una catástrofe y que, a consecuencia de las fuertes pérdidas militares sufridas, lo superaba; con lo cual, le robó mucho del valor político a esta victoria.” [8]

La necesidad de librar una segunda Guerra del Golfo por parte del cuadragésimo presidente de los EEUU, no ha hecho más que poner en evidencia las carencias de la doctrina empleada por su padre en la primera. Aunque en defensa de George Bush Senior se puede decir que sus limitaciones fueron menores si las comparamos con la insuficiencia de los resultados obtenidos por Junior. Especialmente, con todo lo ocurrido al término de los combates formales y durante la ocupación. Pero esta es otra historia.

Por otro lado, parece ser que antes y durante la Guerra Fría, del otro lado de la Cortina de Hierro, los sostenedores del Materialismo dialéctico no tuvieron reparos para usar al buen burgués de Clausewitz a su gusto y conveniencia, tal como lo atestiguan los escritos y discursos oficiales de Vladimir Lenin [9] y Leon Trotsky.[10] Tampoco, en los países en vías de desarrollo o emergentes, generalmente limitados a copiar doctrinas extranjeras antes que a generar las propias, se han alzado voces contra los rígidos moldes de la concepción clausewitziana. Quizás excepciones poco estudiadas lo constituyan las Fuerzas de Defensa de Israel, con una doctrina propia derivada de su particular situación y las fuerzas armadas de países como Vietnam o China presumiblemente más devotas de las ideas basadas en una aproximación indirecta y más sutil de la guerra.


Portada de una buena traducción
de De la Guerra.

Para completar el cuadro su vigencia podemos agregar que su actualidad queda demostrada por el renovado interés por su obra. Una prueba irrefutable de ello es que la misma ha sido y sigue siendo traducida a casi todos los idioma posibles. Sin embargo, necesitamos advertirles a nuestros lectores que quieran conocer su pensamiento y no estén familiarizados con la lengua de Goethe, pero sin con la Shakespeare, sobre la existencia de la excelente traducción de vom Kriege, de Michael Howard y Peter Paret;[11] ya que las traducciones castellanas distan de ser fieles, pues son, en realidad, retraducciones del francés no del alemán original.

SUS FALENCIAS

Sin embargo, creemos que el andamiaje intelectual clausewitziano no sólo está desactualizado por la aparición de la armas de destrucción masiva y de los conflictos de baja intensidad, como argumenta van Creveld;[12] sino que es militarmente incorrecto como veremos.

Como ya hemos señalado Clausewitz era filosóficamente hablando un idealista que sostenía que la realidad podía modificarse con arreglo a una idea. Ahora ¿Cuál era su ideal militar? Básicamente su ideal operativo se basaba en una sobrevaloración de la batalla (Hauptschlacht); es decir, del choque, de lo directo en detrimento de la maniobra, vale decir de la finta, del engaño de lo indirecto. También, sostuvo que “el centro de gravedad (Schwerpunkt) debe estar siempre donde se encuentra concentrada la masa”[13] para luego sostener que el ataque debe dirigirse precisamente allí; olvidándose que sería mucho más efectivo atacar por los vacíos que el dispositivo enemigo presente, eludiendo las concentraciones enemigas, para así alcanzar la profundidad de su dispositivo y paralizarlo.Todo ello, condujo a sus seguidores a favorecer un orden táctico mecanicista basado en la obediencia ciega de los comandos subordinados. Además accesoriamente, debemos mencionar como características negativas su omisión del poder naval, de la guerra irregular, del rol fundamental de la logística y muchas otras cosas; sin dejar de lado su tortuosa y auto contradictoria forma de exponer su pensamiento. Pese a todo, se le debe reconocer a Clausewitz el reconocimiento de la fricción y la incertidumbre como componentes básicos de la conducción militar, con lo cual se alejó de ciertas visiones asépticas y supuestamente científicas del campo de batalla. Sin embargo, no le asignó la importancia requerida a la conveniencia de magnificar estos factores en su adversario, lo que en definitiva se hubiera traducido en una mayor libertad de acción propia. También, sólo se preocupó por tratar de extenuar a su adversario obligándolo a usar todos sus medios, para así desgastarlo; no dándose cuenta que hubiera sido mucho más económico buscar paralizarlo antes de que pudiera emplear estos mismos medios.

En resumen, Clausewitz fue un apóstol de la estrategia del fuerte contra el fuerte, y como tal, el padre intelectual de todas las doctrinas estratégicas directas que han hecho del desgaste del adversario su ideal. Fue el lúcido antecesor de los “baños de sangre” que se sucedieron ininterrumpidamente a lo largo del siglo XX; ya que muchos olvidaran cuan ligados generalmente están el desgaste del enemigo con el propio. La legión de escritores militares clausewitzianos que lo sucedió lejos de polemizar con él se consideró a sí misma su mejor discípula, mostrando un particular deleite por el énfasis del maestro por la violencia ejercida sin límites.

Pero son especialmente los conflictos que nos planeta el siglo XXI quienes no toleran la simplificación idealista de la violencia como un fin en sí mismo. Esta intolerancia se encuentra basada en dos cuestiones, una objetiva: el incremento substancial de la potencia destructiva de los armamentos modernos y en otra subjetiva: la crisis de legitimidad del Estado moderno para ejercer el monopolio de la violencia. La primera, con certeza tenderá a convertir en obsoletas, no sólo a las armas de destrucción masiva, sino a las convencionales de mayor poder destructivo; mientras que la segunda, obligará al Estado del futuro a disputar la lealtad de sus súbditos con una variada gama de actores no tradicionales, tales como: ONG, señores de la guerra o cualquier otra organización ad hoc, dispuesta a discutir su supremacía. En función de lo expresado, si los Estados nacionales quieren salir bien parados de esas confrontaciones deberán extremar sus recaudos para que sus intervenciones, especialmente las violentas, estén revestidas de la legitimidad moral necesaria. Si no lo hicieran, intoxicados por la retórica clausewitziana, les estarían entregando a sus múltiples adversarios el mejor de los terrenos llave: el de los por qué y los para qué se lucha.

SU CONTRACARA ORIENTAL

Si miramos hacia Oriente nos topamos con la figura legendaria de Sun Tzu. Compartimos con Colin Gray que entre los teóricos militares el único que se compara con el prusiano es este antiguo escritor político-militar chino. Sin embargo, el oriental ha ganado su fama por haber transitado un camino contrario al inaugurado por el occidental. Sun Tzu no ha procedido al endiosamiento de la violencia. Lejos de ello, ha privilegiado la justicia de la causa final por la cual se lucha y de la cual, entendía, derivaba la moral de los combatientes. Por ejemplo, para Sun Tzu la primera consideración de éxito de una campaña militar era su justificación moral y la honradez de su comandante. Un axioma, que hubiera despertado una sonrisa socarrona en el autor de vom Krieg y sus seguidores. Esta preocupación por lo justo no nos debe llevar a pensar en un supuesto “angelismo” oriental; ya que en el campo táctico sus textos hablan tanto de moderar el uso de la violencia como de complementarla con el uso del velo, el engaño y la desinformación.


COLOFÓN

Creemos que todo lo dicho nos obliga a un estudio crítico de autores como Clausewitz antes que a proceder a su reverencial aceptación; ya que no hacerlo sería incompatible con nuestra obligación profesional de pensar la guerra. Pero esta decisión se la dejamos al lector.


Resumen del CV del Coronel Carlos A. PISSOLITO: Actualmente se desempeña como 2do Comandante y JEM del Comando Conjunto Territorial de la ZI. Previamente, fue director del CAECOPAZ, Jefe del Regimiento de Infantería Mecanizado y Agregado Militar Adjunto en los EEUU.
Es OEM, licenciado en Estrategia y Organización y posee estudios de postgrado sobre Defensa Nacional el en Instituite of World Politics dependiente de la Universidad de Boston. Es autor del libro: “La Prudencia y el Arte Militar”. Ha traducido al castellano la obra de Martin van Creveld, “La Transformación de la Guerra”. Además, lo ha hecho al inglés con, “Alas de Perón” de Ricardo Burzaco. Es un asiduo colaborador de revistas de defensa, tanto nacionales como internacionales.
Su experiencia práctica en operaciones de paz, así como en el entrenamiento de fuerzas de paz le ha permitido exponer la postura argentina en numerosos seminarios internacionales. También, asesorar al respecto al Ministerio de Defensa de Brasil y desempeñarse como expositor invitado por la Escuela de Defensa de Canadá.


NOTAS:

[1] “Modern Strategy”. Oxford University Press, New York, 1999.

[2] Libro VIII, Cap III.

[3] Libro I, Cap. I.

[4] Ibíd.

[5] Al respecto: PISSOLITO, Carlos A. “La Prudencia y el Arte Militar.” Editorial Dunken, Buenos Aires, 2001.

[6] “El Espectro de Napoleón”. Editorial Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, 1969.

[7] Lamentablemente, ninguno de estos autores tiene sus obras principales traducidas al castellano. Recomendamos la lectura de “The Face of Battle. A Study of Agincourt, Waterloo and the Somme.” y “The Mask of Command” de John Keegan; y de “Grand Strategy of the Bizantine Empire” de Edward Luttwak. Sí está traducida la obra principal de Martin van Creveld, “La Transformación de la Guerra”, pero hay otra docena de ellas que no lo están.

[8] “A History of Warfare,” Alfred A. Knopf Publishers, New York 1994.

[9] Se pueden consultar los siguientes escritos: "The Collapse of the Second International" (1915); "Left-Wing Childishness and the Petty-Bourgeois Mentality" (1918) y las siguientes conferencias: "War and Revolution" (14 de Mayo de 1917) y "Speeches at a Meeting of Members of the German, Polish, Czechoslovak, Hungarian and Italian Delegations" (11 de Julio de 1921).

[10] Discurso de la ceremonia inaugural de la Academia Militar del 8 de Noviembre de 1918.

[11] CLAUSEWITZ, Carl von. “On War”. Edición y traducción de M. Howard y P. Paret. Princenton University Press, New Jersey, 1976.
[12] “The Transformation of War”. The Free Press, New York, 1991.

[13] “De la Guerra”. Libro VI, Cap. 27.

1 comentario:

Stratego dijo...

Excelente artículo que comparto al 99 %
Saludos