por Jorge Asís el 2 de Mayo de 2011 a las 9:53 am en Artículos Internacionales
Así como Juan Pablo Wojtila, el Papa polaco, resultó letal para el comunismo soviético, la designación en los Estados Unidos de Obama, el presidente negro que se llama Barack, iba a resultar letal para Osama Bin Laden, el líder Al Qaeda.
Fue en Abbotabad. Pakistán. Al costado de una base militar, en un edificio situado a cien kilómetros de Islamabad, la capital. Un equipo especializado de la CIA acribilló finalmente anoche a Bin Laden. A los efectos de iniciar el proceso definitivo de liquidación de los saldos de Al Qaeda. Es la promovida organización terrorista que mantiene una influencia prácticamente ínfima en el universo musulmán.
Lo confirma el Presidente Obama. Estaban detrás de la pista de Osama, desde agosto.
Otras fuentes, menos autorizadas, siempre descontaron que a Osama, la CIA, lo tenía detectado desde hacía años. Sólo se aguardaba el momento propicio para ejecutarlo. Al millonario saudita cada vez menos provisto de fondos, devenido en el líder guerrillero más temible, se lo tenía detectado por satélite. Desde que, con el grupo de desperdigados que lo rodeaba, solía ocultarse entre las grutas fronterizas de Afganistán con Pakistán. A punta de misil de avión no tripulado.
De acuerdo a la interpretación, la CIA administraba desde hacía cinco años la vida de Osama. O lo que es lo mismo, la muerte de Osama. Hasta que llegó el momento propicio para que Obama decidiera terminar con Osama. Justamente en el período menos ofensivo de su trayectoria. Cuando Osama estaba enfermito y su sello -Al Qaeda- carecía, primero, de influencia, y sobre todo de operatividad.
Con la espectacular ejecución, que hoy lícitamente conmueve al mundo, las huestes de Al Qaeda pueden adquirir, incluso, mayor visibilidad. Y por lo menos la creación, a su alrededor, de expectativas temerarias.
Y después, en simultáneo, en los dos horrores juntos. Afganistán e Irak. Escenarios que Obama decidió paulatinamente abandonar.
Pero menos fortuna, aún, tuvieron los (norte)americanos, desde la instalación de las rebeliones desplegadas en el presente 2011. Y en las que Al Qaeda no tiene -cabe consignarlo- ni siquiera un remoto pepino que ver. Porque son reacciones, por si no bastara, también contra la macabra estupidez de los fundamentalismos confesionales, y menos aún violentos. Porque las juventudes árabes hoy prefieren el refugio ofensivamente transgresor de la libertad. Y utilizar el Corán, en adelante, en todo caso, para el consuelo de la sumisión espiritual. Y de ningún modo para que se les organice, desde el Corán, la sociedad.
Para colmo, Estados Unidos debió entregar, en la volteada, a la multitud de fracasados que se encuentran en la afanosa búsqueda de un destino, al aliado fundamental (el máximo). Hosni Mubarak, en Egipto. Y cuando debía, junto a otras potencias menores, deslizarse en el ridículo de atacar a otro antiguo enemigo perdonado. Y transformado súbitamente en aliado. Muammar Kadhafi. Al extremo de patrocinar el asesinato de otro de sus hijos.
La ejecución de Osama, en el contexto actual, resulta acertadamente oportuna. Acaba con la coherencia de los fracasos. Permite exhibir al mundo la transitoriedad de una victoria ejemplar. Proclamar la emocionante consigna “Estados Unidos no perdona”. Aunque, en adelante, deba temerse (en realidad en exceso, y sin mayores fundamentos), por situarse en las vísperas de la próxima represalia. A los efectos de ingresar en la dinámica indeseable de la venganza que se retroalimenta y reproduce. Y que caracteriza, en cierto modo, la multiplicidad de conflictos en la región. Que nunca, como hoy, mantienen tantas posibilidades racionales de resolverse. Si es que interesa, de verdad, encontrar la solución. O -sin retórica- la paz. Que no sea tomada (la paz) sólo como pretexto comercial para encarar hacia la guerra.
La descentralizada organización celular admitía la formación de diversas franquicias. Cada vez más independientes, y menos manejables. Separadas de una conducción que, en la práctica, para colmo no existía. Y que había dejado de estar a cargo -como lo estuvo alguna vez- de Osama Bin Laden, el producto típicamente regional de la inteligencia americana que necesitaba desalojar, de Afganistán, a los soviéticos que también declinaban.
Algo parecido al cerebro estratégico, en esta organización decadente, muy próxima a desmenuzarse, es Ayman Al-Zawahiri. A quien los estudiosos occidentales toman como el verdadero pilar intelectual. Médico egipcio, seis años mayor que Bin Laden, y supuestamente más temible. Pero sin el predicamento, y ni siquiera el carisma, que le permita reagrupar, bajo su mando, la casi totalidad de las franquicias desestructuradas.
Aunque Bin Laden había “pakistanizado” en exceso la problemática (como sostiene Jean Pierre Filiul), Bin Laden ejercía, al menos, cierto predicamento. En especial, un predicamento financiero, sobre las franquicias minoritarias de Al Qaeda, cada vez más aisladas de las sociedades que estimulan, felizmente, otras perspectivas.
Es el caso de la franquicia maghrebí, responsable del terrible atentado de Atocha, en Madrid. O la contradictoria franquicia del Irak. O la signada por las aspiraciones de los yemenitas. Rigurosamente superadas, las franquicias, por objetivos inteligentemente terrenales. Con ideas viejas como la del desarrollo. O de la libertad. Incluso el desarrollo de la libertad y la libertad para desarrollarse, sin ningún objetivo medieval.
Fue en Abbotabad. Pakistán. Al costado de una base militar, en un edificio situado a cien kilómetros de Islamabad, la capital. Un equipo especializado de la CIA acribilló finalmente anoche a Bin Laden. A los efectos de iniciar el proceso definitivo de liquidación de los saldos de Al Qaeda. Es la promovida organización terrorista que mantiene una influencia prácticamente ínfima en el universo musulmán.
Lo confirma el Presidente Obama. Estaban detrás de la pista de Osama, desde agosto.
Otras fuentes, menos autorizadas, siempre descontaron que a Osama, la CIA, lo tenía detectado desde hacía años. Sólo se aguardaba el momento propicio para ejecutarlo. Al millonario saudita cada vez menos provisto de fondos, devenido en el líder guerrillero más temible, se lo tenía detectado por satélite. Desde que, con el grupo de desperdigados que lo rodeaba, solía ocultarse entre las grutas fronterizas de Afganistán con Pakistán. A punta de misil de avión no tripulado.
De acuerdo a la interpretación, la CIA administraba desde hacía cinco años la vida de Osama. O lo que es lo mismo, la muerte de Osama. Hasta que llegó el momento propicio para que Obama decidiera terminar con Osama. Justamente en el período menos ofensivo de su trayectoria. Cuando Osama estaba enfermito y su sello -Al Qaeda- carecía, primero, de influencia, y sobre todo de operatividad.
Con la espectacular ejecución, que hoy lícitamente conmueve al mundo, las huestes de Al Qaeda pueden adquirir, incluso, mayor visibilidad. Y por lo menos la creación, a su alrededor, de expectativas temerarias.
Sumatoria de fracasos
Lo gravitante es que Estados Unidos pasa, con la ejecución, directamente a la ofensiva. En una región donde, últimamente, no venían condecorados con la suerte. A través de la sumatoria de dos fracasos sistemáticos. En Afganistán, primero (donde ya podían haberlo liquidado perfectamente a Osama). Y en Irak, después, con el desvío de la desastrosa intervención, que permitió que Al Qaeda pudiera recuperarse levemente.Y después, en simultáneo, en los dos horrores juntos. Afganistán e Irak. Escenarios que Obama decidió paulatinamente abandonar.
Pero menos fortuna, aún, tuvieron los (norte)americanos, desde la instalación de las rebeliones desplegadas en el presente 2011. Y en las que Al Qaeda no tiene -cabe consignarlo- ni siquiera un remoto pepino que ver. Porque son reacciones, por si no bastara, también contra la macabra estupidez de los fundamentalismos confesionales, y menos aún violentos. Porque las juventudes árabes hoy prefieren el refugio ofensivamente transgresor de la libertad. Y utilizar el Corán, en adelante, en todo caso, para el consuelo de la sumisión espiritual. Y de ningún modo para que se les organice, desde el Corán, la sociedad.
Para colmo, Estados Unidos debió entregar, en la volteada, a la multitud de fracasados que se encuentran en la afanosa búsqueda de un destino, al aliado fundamental (el máximo). Hosni Mubarak, en Egipto. Y cuando debía, junto a otras potencias menores, deslizarse en el ridículo de atacar a otro antiguo enemigo perdonado. Y transformado súbitamente en aliado. Muammar Kadhafi. Al extremo de patrocinar el asesinato de otro de sus hijos.
La ejecución de Osama, en el contexto actual, resulta acertadamente oportuna. Acaba con la coherencia de los fracasos. Permite exhibir al mundo la transitoriedad de una victoria ejemplar. Proclamar la emocionante consigna “Estados Unidos no perdona”. Aunque, en adelante, deba temerse (en realidad en exceso, y sin mayores fundamentos), por situarse en las vísperas de la próxima represalia. A los efectos de ingresar en la dinámica indeseable de la venganza que se retroalimenta y reproduce. Y que caracteriza, en cierto modo, la multiplicidad de conflictos en la región. Que nunca, como hoy, mantienen tantas posibilidades racionales de resolverse. Si es que interesa, de verdad, encontrar la solución. O -sin retórica- la paz. Que no sea tomada (la paz) sólo como pretexto comercial para encarar hacia la guerra.
La declinación
Al Qaeda, La Base, atraviesa, desde hace cinco años, un proceso de inexorable declinación. Al extremo de haber dejado de ser, incluso, riesgosa, más allá de algún atentado desesperadamente puntual.La descentralizada organización celular admitía la formación de diversas franquicias. Cada vez más independientes, y menos manejables. Separadas de una conducción que, en la práctica, para colmo no existía. Y que había dejado de estar a cargo -como lo estuvo alguna vez- de Osama Bin Laden, el producto típicamente regional de la inteligencia americana que necesitaba desalojar, de Afganistán, a los soviéticos que también declinaban.
Algo parecido al cerebro estratégico, en esta organización decadente, muy próxima a desmenuzarse, es Ayman Al-Zawahiri. A quien los estudiosos occidentales toman como el verdadero pilar intelectual. Médico egipcio, seis años mayor que Bin Laden, y supuestamente más temible. Pero sin el predicamento, y ni siquiera el carisma, que le permita reagrupar, bajo su mando, la casi totalidad de las franquicias desestructuradas.
Aunque Bin Laden había “pakistanizado” en exceso la problemática (como sostiene Jean Pierre Filiul), Bin Laden ejercía, al menos, cierto predicamento. En especial, un predicamento financiero, sobre las franquicias minoritarias de Al Qaeda, cada vez más aisladas de las sociedades que estimulan, felizmente, otras perspectivas.
Es el caso de la franquicia maghrebí, responsable del terrible atentado de Atocha, en Madrid. O la contradictoria franquicia del Irak. O la signada por las aspiraciones de los yemenitas. Rigurosamente superadas, las franquicias, por objetivos inteligentemente terrenales. Con ideas viejas como la del desarrollo. O de la libertad. Incluso el desarrollo de la libertad y la libertad para desarrollarse, sin ningún objetivo medieval.
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