por Horacio Sánchez Mariño.
Un agudo analista de relaciones internacionales, tal vez de los profesores más eruditos del país, me consulta enigmático: “Bashar Al Assad utiliza sólo tanques, aviones y helicópteros para enfrentar a los rebeldes. ¿Qué táctica es ésa?”
Mi amigo no es ingenuo, sabe mucho de estas cosas y me deja pensando. No soy un experto en Medio Oriente pero los cambios que están ocurriendo dejan perplejos hasta a los más conocedores. Luego de cavilar un poco, replico: “Si esto es así, Al Assad y su bella Lady Macbeth están perdidos”.
Expongo mi razonamiento. Casi todos los analistas, entre ellos el moderado International Crisis Group, que todavía impulsa la fracasada misión de Kofi Annan, hasta la Cruz Roja Internacional, aceptan que Siria entró en la dimensión de la guerra civil.
Cuándo ocurrió no se puede decir, tal vez cuando el régimen empezó con las masacres de familias enteras o cuando aparecieron las fotos de los niños con el cráneo destrozado; lo cierto es que están en guerra.
La guerra es un acto de fuerza para obligar al contrario al cumplimiento de nuestra voluntad, nos enseñó Clausewitz. Observando las imágenes en la televisión, sobrevuelan las frases del prusiano: “El combate es la única actividad en la guerra… La solución sangrienta de la crisis, el esfuerzo por destruir las fuerzas enemigas, es el hijo primogénito de la guerra… Solamente grandes batallas generales pueden producir grandes resultados en la guerra… No escuchemos a los generales que conquistan sin baños de sangre…”.
El capitán Lidell Hart lo acusó por estas afirmaciones de juventud de ser el culpable de la Primera Guerra Mundial, llamándolo “el Madhi de las masas y de la mutua matanza”. Con la edad, aprendimos a amar a Lidell Hart pero a respetar a Clausewitz, recurriendo a él cuando la niebla es tan intensa como en Siria.
Frente a los bombardeos sobre barrios populosos, las mujeres, niños y ancianos calcinados, se nos cruza la palabra ‘trinidad’. Según el prusiano, la guerra es una trinidad compuesta por la violencia, el azar y la política. Cada uno de estos elementos tiene un portador: la violencia y pasión residen en el pueblo; el azar y la incertidumbre afectan al ejército; el propósito político y sus efectos pertenecen al ámbito del Estado. Las operaciones militares buscan causar el mayor dolor posible al adversario, para quebrar su voluntad, pero esto es propio de la táctica. La guerra en su dimensión política, que es su esencia, busca modificar un estado de las relaciones sociales. Para Clausewitz, es un acto social.
Es, además, un duelo. En esta guerra se enfrentan, por un lado, el gobierno de Al Assad, sus aliados, Hezbollah e Irán y sus protectores en el tablero internacional, Rusia y China. Es el actor que ha determinado el nivel de crueldad del enfrentamiento, que cuando estalló, cobró vida propia y se expandió.
“La guerra es un acto de fuerza y no existen límites al empleo de ésta; cada uno da al otro su ley, se establece una acción recíproca que, según nuestro concepto, debe llevarnos hasta el último extremo”, dice Clausewitz. El otro contendiente es el Ejército Libre Sirio, sus aliados, las milicias salafistas, de tendencia fundamentalista islámica, y sus proveedores, Arabia Saudita y Qatar. El análisis geopolítico o estratégico queda para otra oportunidad, pero queda definido el duelo y los agonistas y así sigo mi razonamiento.
Bajo esta perspectiva, Al Assad cuenta con el ejército, los tanques, aviones y helicópteros, además de la policía secreta y los órganos de inteligencia del Estado, que han mantenido el poder desde los tiempos de su padre, Hafez Al Assad.
El Ejército Libre Sirio cuenta sólo con guerrilleros armados de fusiles. Las apariencias pueden indicar que no podrán con el abrumador poder del régimen, pero las cosas han cambiado cualitativamente. Las deserciones masivas de soldados sunitas, que incluyeron a generales y hasta a un piloto que se pasó de bando con su avión, reflejan que el pueblo está con el ejército rebelde. La población siria está compuesta mayoritariamente por integrantes de la secta sunita, mientras que Al Assad y sus colaboradores pertenecen a la tribu alauita, que es minoría en el país. El atentado perpetrado en el Ministerio de Seguridad, el lúgubre centro de tortura del régimen, dejó al descubierto las grietas del control social. Allí murieron el ministro de Defensa, su viceministro y un asesor dela Presidencia, cuñado de Al Assad, entre varios jerarcas. Lo sabemos,la Inteligencia es una herramienta esencial para el Estado, pero se vuelve frágil cuando se utiliza para hacer el mal al pueblo.
Ya casi llegamos al punto. La guerrilla, que aprendió a aprovechar la asimetría frente a un enemigo mayor, ha llegado hasta al centro de Damasco y combate salvajemente en Alepo. El Ejército utiliza la artillería y los tanques de manera discrecional; los aviones no bombardean pero disparan sobre los rebeldes; los helicópteros se emplean para mover las tropas.
El helicóptero es un arma decisiva, pero en las ciudades sólo puede apoyar al elemento esencial para ganar el combate urbano: la infantería. Aquí está el quid de la cuestión táctica: Al Assad no confía en la infantería, integrada mayoritariamente por sunitas, que se pasan al enemigo con armas y bagajes. Sin infantería, no podrá ganar.
Este complejo panorama de la lucha, que es la materia de la que está hecha la guerra, indica que la “maldición trinitaria” se ha desplegado a sus anchas en Siria. El pueblo le perdió el miedo al Gobierno, a pesar de las matanzas de miles de no combatientes. La moral del Ejército se deteriora; tiene las armas pesadas pero sólo puede usar limitadamente su infantería.
El Estado tambalea porque el Gobierno ha perdido su objetivo principal, disciplinar mediante el terror y las matanzas a un pueblo que se rebela. Hemos visto antes estas escenas. En Vietnam, donde los esqueléticos soldados del Viet Cong, con sus fusiles y su ración diaria de arroz, expulsaron a los Estados Unidos, a pesar de los apocalípticos bombardeos de Nixon sobre las ciudades del norte. También lo vimos en Irán, en 1979, cuando el Sha fue derrocado a pesar de contar con una Brigada de Aviación de Ejército, con helicópteros de ataque Cobra, brillando en el desierto. El resultado del duelo se inclina lentamente del lado del Ejército Libre Sirio y sus compañeros de lucha.
¿Qué hará Bashar Al Assad? Su caída es cuestión de tiempo. Con la “maldición trinitaria” sobre su familia y su clan, sin el pueblo, con el ejército que deserta, sus días están contados. Magdi Abdeladi, corresponsal de la BBC, teme que el régimen, “sintiéndose acorralado, haga las veces de Sansón y pulse la tecla para derrumbar el templo sobre él y sus enemigos”. ¿Hasta qué extremos llegará su brutalidad; será capaz de usar sus armas químicas? Saddam Hussein las usó contra los kurdos y ésa fue una de las acusaciones que lo llevó a la horca. Es terrible pensar en algo así porque conocemos lo que ocurrió en Ruanda. Como describen Gabriel Péries y David Servenay en Una guerra negra, cuando se produjo el atentado que mató al presidente Juvenal Habiarymana, el Ministerio de Defensa puso en funcionamiento la maquinaria de muerte liderada por la milicia Interahamwe. Todo estaba preparado para enfrentar al ejército del general Paul Kagame, que se entrenaba en Uganda.
Aún sin saber a ciencia cierta quién mató al presidente, la mecha se encendió y la explosión de muerte terminó en el genocidio de más de 800.000 personas, en menos de tres meses. En Siria, los miles de muertos no cesan de aumentar y sólo resta esperar que las potencias con capacidad de ordenar el sistema puedan impedir un genocidio.
¿Qué ocurrirá cuando caiga el Gobierno? ¿Se extenderá la guerra civil al Líbano, una comunidad atravesada por los conflictos de Siria? ¿Se desestabilizará Irak, donde Siria siempre intervino? ¿Cómo reaccionará Irán, que juega su hegemonía creciente en el campo de batalla sirio? En la región hay armas químicas, armas nucleares, hay terroristas suicidas, actores irracionales, oprimidos, pobres y desesperados, ejércitos multitudinarios con armas modernas, guerrillas, refugiados… Nadie quiere pensar en esto porque todas las opciones son peligrosas. Es un escenario parecido a los Balcanes de 1914 pero con ingredientes del siglo XXI, con libretos que parecen sacados de Game of Thrones. Veremos.
Es doloroso pensar que, a pesar de las buenas intenciones de la mayoría del mundo, la guerra no se va. En fin, mi amigo profesor me dice que tal vez tenía razón Kenneth Waltz, cuando afirmó que íbamos a extrañar la Guerra Fría.
El Coronel Horacio Sánchez Mariño es veterano de la guerra de Malvinas, oficial de Estado Mayor, licenciado en Ciencia Política (UBA), magíster en Ciencias del Estado (UCEMA) y doctorando en Ciencia Política (USAL).
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