¿A quién espia el Ejército?
Dante Caputo
Cada vez se destinan menos recursos en equiparse para la
defensa. Sin embargo, se multiplican los fondos destinados a la inteligencia
militar. Luz de alerta
Al tiempo en que
se produjeron los cambios en las jefaturas de las tres armas, se difundieron
datos sobre los gastos reservados y de inteligencia asignados al Ejército en el
presupuesto nacional.
La información que se difundió es equívoca y en alguna medida incorrecta. Sin embargo, aún corrigiendo las imprecisiones en las cifras difundidas, lo datos son inquietantes. De hecho, esta situación puede ser una de las involuciones más graves del sistema democrático desde 1983.
Esta nota, lector, un tanto tediosa, está destinada a dar precisiones sobre el tema y, por tanto, a fundar la preocupación que expreso.
La información que se difundió es equívoca y en alguna medida incorrecta. Sin embargo, aún corrigiendo las imprecisiones en las cifras difundidas, lo datos son inquietantes. De hecho, esta situación puede ser una de las involuciones más graves del sistema democrático desde 1983.
Esta nota, lector, un tanto tediosa, está destinada a dar precisiones sobre el tema y, por tanto, a fundar la preocupación que expreso.
La primera
confusión proviene de no distinguir entre el monto aprobado en la ley de
presupuesto y el que fue efectivamente devengado. En otras palabras –más
sencillas pero menos exactas–, una cosa es el gasto que se autoriza y otra el
que se realiza. La diferencia no es menor. Por ejemplo, en 2008 el presupuesto
de inteligencia militar del Ejército autorizado fue de 150 millones de pesos,
en cambio, el devengado (lo que efectivamente se gastó) fue 87 millones.
Si guardamos esa
proporción, de los 333 millones autorizados por la ley de presupuesto para las
tareas de inteligencia del Ejército para 2013, es probable que se ejecuten 193
millones. Es menos, pero es mucho, es desproporcionado respecto a los otros
gastos de defensa, es difícil de justificar y es poco claro. Por poco claro
quiero decir que se puede sospechar (a la luz de nuestra historia y de los
acontecimientos recientes) que su uso no tiene que ver con cuestiones
estratégicas, sino más bien con espionaje interno. Más grave aún, el análisis
de los documentos del Ministerio de Economía y del BCRA indicarían que en 2011
aparecen devengados para Jefatura II, inteligencia táctica operacional, 210
millones más.
Para medir la
desproporción de estos gastos veamos algunos datos generales. En Chile, los
montos devengados en 2011 por gastos en personal representaron el 65% del
total, mientras que las adquisiciones –compra de equipamiento, incluidas armas–
fueron el 24% del gasto. En el caso argentino, para el mismo año, el porcentaje
del gasto laboral fue 79% y el gasto en adquisiciones apenas fue 2,2%.
Como se ve, la
disparidad más notoria con Chile es en la compra de material militar. En
nuestro país resulta claro que el capital con que cuenta el sistema de defensa
se reduce años tras año, ya que lo que se adquiere es menos que lo que se
pierde por utilización u obsolescencia.
Naturalmente,
esta “desinversión” tiene consecuencias importantes en la capacidad de defensa.
Por ejemplo, el caza bombardero más moderno que tiene la Argentina es el A4-AR
(una versión renovada del A4-M Skyhawk). De los 36 aparatos con que contaban
nuestras fuerzas, habitualmente sólo dos son operacionales. Como es imaginable,
el resto de nuestra capacidad aérea se encuentra en la misma situación.
tra manera de
evaluar la caída de la capacidad defensiva es el tiempo de vuelo para
entrenamiento que tienen los pilotos.
En la
actualidad, Francia está llegando a las 15 horas mensuales de vuelo y los
Estados Unidos entrena a sus pilotos con 12 horas por mes. En nuestro país el
tiempo promedio de entrenamiento es de 1 hora por mes. Ese nivel no sólo es
bajo para mantener una apropiada capacidad operacional, sino que está en el
límite de lo que un piloto debe volar por razones de seguridad personal.
Es probable que
estos datos provoquen en algunas personas reacciones del tipo “y para qué
queremos a los militares” o “aún si se gastara más no cambiaría nada en nuestra
capacidad de defensa”. Esas son reacciones entendibles, pero que simplifican y
caricaturizan una realidad compleja y difícil de administrar. Un país de casi
tres millones de kilómetros cuadrados sin capacidad de defensa es un país en
peligro. Argentina no es Costa Rica (50.000 kilómetros cuadros), que pudo en
1948 disolver su fuerza armada.
Cómo se logra
tener una razonable capacidad defensiva con las limitaciones de recursos que
contamos, no es algo que tenga una respuesta sencilla. Sin embargo, se puede
hacer sin que esto implique que se quiten recursos a otras áreas prioritarias
de la sociedad argentina. Tener un sistema de defensa útil no significa que
haya que pagarlo con un mal sistema educativo, de salud o de seguridad social.
En estas áreas sociales, Brasil o Chile avanzaron considerablemente y no
descuidaron, sino más bien lo contrario, su capacidad de defensa.
No tiene sentido
el gasto desmedido en inteligencia militar cuando en el área de defensa existen
prioridades en las que se juega el mantenimiento de una capacidad mínima para
la defensa nacional.
Por lo tanto, el
gasto en inteligencia militar es un despropósito cuando se ve la situación del
resto de la asignación de los recursos. Es un gasto desmesurado e injustificado
para las tareas a las que se dice que está asignado.
Cuando se
comparan el gasto en equipamiento y el de inteligencia en el Ejército, la
desproporción resulta evidente. En 2011, el gasto devengado para adquisiciones
de material (artillado y no artillado) fue 71,7 millones de pesos y, el que
correspondió a inteligencia, 162,1 millones de pesos.
En una situación
en la que no hay, como se las denominaba en el pasado, “hipótesis de
conflicto”, se gasta más del doble en inteligencia militar que en
reequipamiento –tomando en cuenta que este último apenas supera para el
conjunto de la defensa nacional el 2% del gasto total–.
Esta tendencia,
en lugar de corregirse, se acentúa. El prepuesto autorizado para 2013 destinado
a inteligencia aumentó y lo que resulta aún más “incompresible” es que en 2012
había 618 personas dedicadas a esta actividad en el Ejército. ¿Qué inteligencia
o espionaje hacen 618 individuos cuando no hay nada que espiar? ¿A qué se
dedican? ¿Es una actividad legal? ¿Está controlada por el Congreso a través de
la comisión destinada a la supervisión de estas actividades?
Lamento
informarle que para este año ya no son 618 personas dedicadas a esta
inclasificable tarea, ahora son 738. En breve: estamos frente a un gasto
injustificable, en un área de muy alta sensibilidad política y con un monto
desproporcionado respecto a otros gastos de alta necesidad.
A partir de los
cambios en la jefatura del Estado Mayor, el general Milani no sólo comanda al
Ejército, sino que además sigue a cargo de la jefatura de Inteligencia.
Es útil tener
presente que uno de los avances más importantes que se hicieron durante la
transición democrática fue quitarle a las Fuerzas Armadas toda capacidad para
intervenir en cuestiones de seguridad interior. A la luz de estos datos y de la
falta de explicaciones, no es improbable que estemos retrocediendo en una
cuestión esencial.
Por otro lado,
la ausencia de debate en el Gobierno y la oposición sobre el estado de la
defensa nacional no es menos inquietante; como los discursos del miércoles de
la Sra. Kichner y el Sr. Milani, que –sin decirlo– traían a la memoria el
nefasto recuerdo del operativo Dorrego que reunió, hace décadas, a Montoneros y
el Ejército.

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