El colapso iraquí crea un gran vacío geopolítico
Jorge Castro
En el núcleo estratégico de la región más estratégica del mundo, que es Medio Oriente, se ha producido una desintegración profunda y simultánea de las estructuras territoriales/estatales de Irak, Siria y Líbano, los tres países del Levante árabe. Concluye así por implosión la historia de los estados territoriales que forjaron Gran Bretaña y Francia al concluir la Primera Guerra Mundial, tras derrotar al Imperio Otomano (Acuerdo Sykes-Picot, 1916-1919).
En este enorme vacío geopolítico ha irrumpido la pujanza revolucionaria del islamismo militante (ISIS), que se ha apoderado esta semana de Mosul (segunda ciudad iraquí) y que se encuentra en las puertas de Bagdad, donde todo indica que tendrá lugar la batalla decisiva (probablemente al norte de la capital, en Baiji). El ejército iraquí no fue derrotado por ISIS en Mosul , sino que se desintegró ante su ofensiva. Los combatientes del islamismo militante eran 1.500, y la guarnición iraquí más de 30.000.
No hubo batalla, sino autodisolución de las fuerzas de Bagdad.
La cuestión iraquí no es primordialmente militar, sino política. El poder militar se disuelve porque el Estado iraquí se desintegra. El colapso de los estados levantinos es consecuencia de la aceleración que se ha producido en la transición histórica desencadenada en Medio Oriente por la insurrección de la sociedad civil que se desató en Túnez (enero de 2011), usualmente denominada “Primavera Árabe”. Este proceso insurreccional ha quebrado el statu quo de los países árabes en todas partes al mismo tiempo.
Al llegar a Siria se transformó en guerra civil: 200.000 muertos, 2,5 millones de refugiados, y el régimen de Al-Assad en control de sólo 1/3 del territorio, mientras que el islamismo militante se apoderó de la frontera con Irak.
Esta situación ha convertido al Levante en un sólo teatro operativo, una única guerra.
La respuesta a este colapso territorial ha sido la constitución de una alianza estratégica entre EE.UU. e Irán, que modifica la ecuación estratégica de Medio Oriente y del sistema mundial. EE.UU. no ejerce más la unipolaridad hegemónica desde 2008 (caída de Lehman Brothers). Ahora, para asegurar la gobernabilidad del sistema, debe compartir las decisiones estratégicas con un grupo de países emergentes, que en el caso de Medio Oriente es Irán. Lo esencial en un conflicto es fijar su naturaleza. Se trata de una guerra contra el islamismo militante, fenómeno irreversible en el mundo islámico, de poderío creciente, que se ha adueñado de la iniciativa. Las características del enemigo aseguran que se trata de una guerra de duración prolongada, que tiene lugar a 100 km del Mediterráneo, en una región en la que están situadas 2/3 de las reservas mundiales de petróleo.
En términos geopolíticos, una región es un sistema de fuerzas alrededor de un conflicto central. Por eso es un concepto intensamente dinámico, en el que las fronteras se mueven constantemente.
Un factor nuevo, de fundamental y decisiva relevancia, se ha incorporado a la historia del mundo en este año 2014, que modifica irreversiblemente la ecuación del poder mundial. El eje estratégico de esta nueva realidad no es el islamismo militante, ni la desintegración de los estados territoriales, sino la alianza forjada por la República Islámica y el gobierno del presidente Barack Obama.
El islamismo militante surgió como corriente revolucionaria de la explosión geopolítica desatada por la Revolución Islámica liderada por el Ayatollah Ruhollah Khomeini al derrocar al Shah Reza Pahlevi en 1979.
Ahora, los herederos del Ayatollah Khomeini enfrentan junto con EE.UU. a una de las vertientes de Al-Qaeda (ISIS), que infligió a la civilización estadounidense el mayor golpe estratégico-militar de su historia, al provocar la caída de las Torres Gemelas en Manhattan y la muerte de 3.000 civiles (11-09-01). Una vuelta de página en la historia del mundo se ha dado esta semana en Medio Oriente.
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