Diversos accidentes en medios militares argentinos, especialmente navales, ocurridos recientemente, nos hace traer a colación un artículo publicado en el año 2006 en la revista especializada "Defensa y Seguridad" sobre la posibilidad de que esto ocurra; ya sea por la obsolescencia de su material o el deficiente adiestramiento de su personal.
por Lucio Falcone
¿Simples fallas o crisis profunda?
Los hechos relatados en la película “Fuerza Aérea SA”, a pesar de la inherente gravedad de los temas denunciados, nos muestran solo el fracaso parcial de una de nuestras FFAA en la ejecución de una actividad no directamente ligada a su misión especifica; sin embargo otros hechos, y no nos referimos solamente a la caída de un avión de la Aviación de Ejército, y que no son conocidos por el gran público, nos permiten interrogarnos si no nos encontramos a las puertas de un nuevo fracaso institucional de estas fuerzas.
Después de la derrota en un conflicto convencional, como fue el caso de Malvinas en 1982, la subsiguiente retirada del gobierno de facto; del enjuiciamiento de las Juntas Militares y de un grupo importante de sus cuadros por graves abusos a los derechos humanos; las rebeliones militares que le siguieron y que pusieron de manifiesto la necesidad de un cambio profundo, no solo en la estructura sino en la cultura misma de las FFAA. Hasta hace una docena de años pareció que esta transformación se había iniciado. Incluso, algunos méritos de esta actitud parecieron materializarse en diversos campos; tales como, el reconocimiento logrado por las fuerzas de paz desplegadas en el exterior. Sin embargo, recientemente, síntomas negativos recurrentes volvieron a emerger en la superficie.
Una batería de hechos, algunos externos y otros internos a las propias FFAA volvieron a traer a la superficie el fantasma de una nueva frustración. La decisión del gobierno nacional de suspender la validez de las leyes constitucionales que pusieron límite al juzgamiento de los responsable por los excesos en la lucha contra la subversión; así como otros hechos menores orientados en el mismo sentido, erróneamente pueden considerarse por sí solos como un factor determinante de la crisis presente. Sí, más bien, la ausencia de una respuesta totalmente coherente por parte del estamento militar ante esta situación, ya de por sí repetida y que se viene dando desde hace mas de dos décadas. Igualmente, ingresan en esta categoría, la propia incapacidad de estas fuerzas para reformarse a sí mismas, cooperar entre ellas e insertarse definitivamente en las exigencias del siglo XXI. Componiendo, creemos, un cuadro de síntomas que evidencian una crisis que es profunda y que afecta a estas fuerzas como un todo, mas allá de los innegables nichos de excelencia que todavía perduran dentro de ellas. ¿Cómo podría materializarse este cromagnon castrense? No lo sabemos, podría tener la manifestación externa, por ejemplo, la una sucesión de trágicos accidentes o adquirir una forma más inmaterial como el fracaso logístico o de transporte a una operación de paz en el exterior o a una misión antártica. Las formas son secundarias, el punto estará dado por un acontecimiento que pondrá al descubierto falencias profundas, iniciando la conocida cadena de recriminaciones y culpas.
Pero, entonces ¿Cuáles son las causas del fracaso de nuestras FFAA para superar dificultades que son recurrentes y conocidas, y que luego de casi 30 años todavía no pueden ser conjuradas? Lamentablemente, antes de contestar esta pregunta necesitamos algunas precisiones. En principio, debemos reconocer que las grandes organizaciones, como la corporación militar, a diferencia de los mecanismos inanimados, y en forma similar a los entes biológicos, no sufren simples fallas sino que atraviesan crisis. Las crisis, como tales, son procesos complejos que implican, por lo general, un desorden interno o externo que amenazan con la existencia propia del ente o de la organización de que se trate. Además, exigen para ser tales, que el sujeto de marras tenga cierto nivel de conciencia y que por lo tanto, advierta el aprieto en que se encuentra y que este peligro, aunque inminente no sea fulminante. En tal sentido, un caso de muerte súbita no plantea crisis alguna para el sujeto muerto. Aunque las hay silenciosas, la mayoría de ellas tienen su sintomatología. Generalmente unida a las crisis se advierte la incapacidad del sujeto en procesar adecuadamente la información que provine del exterior, así como la necesaria para regular sus procesos internos. Cuando estas señales aparecen es normal que los sistemas de decisión y de difusión de información de éste se dejen ganar por cierta rigidez y parálisis. En consecuencia, el autismo de los decisores, el aislamiento institucional son las manifestaciones más visibles de que ha entrado en una crisis.
Específicamente las crisis militares, frecuentes como han sido, han recibido distintas explicaciones a lo largo de la historia de la humanidad, desde la más simplista que ha consistido en el escueto expediente de culpar al mandante de turno, sea este civil o militar; hasta rebuscadas teorías psicológicas que las explican por lo que ciertos expertos han bautizado como el “complejo militar”.[1] Pero para nosotros más allá de cualquier interés histórico o científico, y a pesar de nuestra condición civil, tenemos la obligación de encontrar una respuesta certera como paso previo a su definitiva solución; porque más allá de toda especulación o teoría política, la historia demuestra brutalmente que la verdad a veces, sin más remedio y a pesar de ella misma, emana de la boca de los fusiles.
Lo primero: un diagnostico acertado.
Lo que hemos dicho de las crisis nos lleva a la necesaria analogía con las enfermedades graves. Como estas últimas, las crisis para que no devengan en catástrofe o muerte, exigen para su solución –desde un principio- de un diagnóstico acertado sobre sus causas. Ya hemos dicho que las militares, en particular, son de carácter complejo y ahora agregamos que aunque fáciles de notar cuando se presentan, son siempre arduas de explicar y mucho más difíciles de anticipar.
Lo que primero nos llama la atención es la incapacidad demostrada por el estamento militar para aprender de sus errores, los que a fuerza de hacerse repetidos han adquirido un carácter crónico. Por ejemplo, especialidades como las de inteligencia, por su obvio rol durante la denominada “guerra sucia”, demuestran una pertinaz incapacidad a la hora entender las nuevas realidades, transformarse y convertirse una herramienta útil. La prensa registra con regularidad esta incapacidad. También, las armas tradicionales y especialidades tienen lo suyo en la preservación de lo que equivocadamente designan como sus “tradiciones”, cuando en realidad se encubre bajo este noble término es su incapacidad para el cambio productivo.
Le sigue a esta insolvencia para el aprendizaje, y unida a ella, las dificultades de adaptación. Así como la biología, al menos en su versión evolutiva, nos explica que todo organismo vivo ante el cambio de las exigencias de su entorno, muta o se extingue. Por cierto, toda adaptación exige un cierto “conocimiento” del futuro, una cierta anticipación de lo que se viene. Muchas veces la fijación de la conducción de la organización en situaciones y paradigmas pasados imposibilita que se comprendan cabalmente las tendencias que transitan desde el presente hacia el futuro. Un caso típico de incapacidad militar de adaptación lo constituye el aferramiento del generalato francés de la década de 1930, no en vano todos ellos veteranos de la guerra de trincheras de la 1ra Guerra Mundial, a la doctrina que preconizaba la superioridad del fuego por la maniobra. Nada valieron para ellos, los libros publicados por los alemanes antes del conflicto, ni los informes anticipatorios de sus agregados militares sobre que la próxima guerra no tendría nada de estático y que sería todo movimiento y maniobra. Igualmente, parecen estar los altos mandos de nuestras fuerzas aferrados a los viejos paradigmas de la guerra convencional que caracterizó al siglo pasado. En honor a la verdad, debe reconocerse que los generales, almirantes y brigadieres argentinos no están solos; ya que nuestros funcionarios de defensa y políticos comparten esta visión convencional bajo la tranquilizadora convicción de que no hay peligros sobre el horizonte. Aunque a estos últimos puede perdonárseles cierta ignorancia ya que no emplearon buena parte de sus vidas, como supuestamente los primeros, estudiando los conflictos y su corolario, la guerra. Sin embargo, las exigencias del entorno de los conflictos modernos no parecerían orientarse hacia operaciones militares caracterizadas por la clara distinción hecha hace más de dos siglos por cierto general prusiano, mas comentando que leído, entre Fuerzas Armadas, Pueblo y Gobierno. Por el contrario, las directrices actuales parecen más bien orientarse en un sentido opuesto. El que tenga dudas de lo que se viene que sintonice cualquier cadena informativa internacional y preste atención a lo que pasa en lugares como Sudán, Congo, Colombia o Bolivia (?).
Al igual que el estado mayor del General Gamelin una vez lanzada la Blietzkrieg por las Ardenas seguía porfiando que era una distracción; nuestra clase dirigente civil y militar se niega a ver las señales que les advierten sobre su propia crisis interna y de los peligros externos.
Ahora, ¿Cuales son estas señales para nosotros? En principio, debe distinguirse entre señales físicas, mentales y morales. Empezando, por las primeras y menos importantes, es evidente hoy el nivel de deterioro del hardware de las fuerzas. Con seguridad es el arma aérea la más castigada en este sentido, no solo por la insuficiencia presupuestaria para mantener en vuelo sus aeronaves; sino por razones derivadas de gruesos errores estratégicos y administrativos. [2]
Las causas intelectuales son tan evidentes como las anteriores pero requieren una explicación mas completa. Para el que no lo sepa, la formación militar, al igual que muchas artes liberales, implica el concepto de educación permanente. Por lo tanto, quien aspira ser un buen comandante militar necesita de una larga educación que debe ser coherente con las realidades de los conflictos modernos. En este sentido, hay que reconocer que la masa de los claustros educativos militares ha cambiado sus planes curriculares y hasta la finalidad de sus actividades con una repetición digna de mejor causa. Pero, sucede que muchas veces esto se ha hecho siguiendo la moda y los caprichos de los mandantes de turno, los que no han atinado –hasta donde sabemos- a darle a la educación militar la calidad y la orientación que la misma demanda. Paralelamente, se ha hecho un énfasis excesivo en la pedagogía cuando no en la mera didáctica de los procesos educativos, creyendo que la sustitución del viejo pizarrón por un moderno proyector era más que suficiente. Por otro lado, como lo sabe cualquiera que ha enfrentado los avatares de la guerra, la formación militar no puede contentarse con un mero conocimiento teórico; ya que implica la posesión de condiciones de carácter. En este último sentido, la educación militar lejos de formar conductores, vale decir personas capaces de tomar decisiones en situaciones críticas, se contenta con obtener prolijos y obedientes burócratas.
Sin lugar a dudas la crisis de la educación militar no es más que un augurio más de la ausencia de un verdadero pensamiento militar argentino. Aquí las tendencias han oscilado desde la tranquila traducción de modelos extranjeros comprados “llave en mano” hasta el chauvinismo que caracteriza a la actual reacción pendular que se opone a todo lo extranjero por el simple hecho de serlo. A nadie se le ocurre pensar lo militar, pareciera ser que quienes deben hacerlo no sobrepasan el nivel del día a día y que cuando lo intentan no pueden escapar a otra cosa que no sea apelar a viejas ideologías sacadas del desván de la Guerra Fría.
Pero, mal que les pese a los militares de orientación burocrática y tecnocrática la raíz de su crisis es moral. Radica en su incapacidad para hacer lo correcto. Vale decir que no es un problema intelectual sino uno que afecta la voluntad de hacer, porque para hacer -aun más importante que saber- hay que tener la fuerza de voluntad de querer hacer. Pero ¿Qué queremos decir con lo correcto? Básicamente aquello que se debe hacer, lo que corresponde; entendido como la prudente adecuación entre los principios y las circunstancias que rodean la acción. Pero ¿De qué principios estamos hablando? Obviamente, de los principios políticos que sustentan la legitimidad de las Fuerzas Armadas como las responsables del ejercicio del monopolio de la violencia. Introducida esta definición nos salta a la vista el hecho de que las éstas, al no ser independientes del Estado que las cobija, deben de recibir de este último su legitimidad política. Entonces, ¿Qué sucede cuando desde la administración del mismo Estado no se genera las bases políticas para que esta legitimidad se desarrolle? Metodológicamente nos encontramos ante un dilema que si fuéramos cínicos responderíamos diciendo: peor para la administración; ya que cuando necesite recurrir a la violencia como la historia muestra hasta el hartazgo, éstas le serán de poca utilidad y –en consecuencia- sucumbirá fruto de su propia estupidez. Por otro lado, no están totalmente faltas de justificación las sospechas por parte de la dirigencia política sobre cierto gatopardismo castrense; que intuyen que sus repetidas reformas en realidad son meros cambios superficiales para que todo permanezca tal como estaba. Sin duda alguna las Fuerzas Armadas argentinas necesitan no ya una reforma sino una verdadera transformación refundadora, casi revolucionaria. Como toda transformación empieza en lo moral.
El remedio: la renovación moral
Ante la falta de una conducción política seria, solo les queda a las fuerzas militares la opción moral de cultivar una actitud profesional, entendida como la capacidad de administrar la violencia legitima del Estado, cuando este mismo Estado se lo demande. En ese sentido es conveniente no olvidarse que las administraciones son transitorias, no así –o al menos cambian con menos frecuencia- las instituciones fundamentales del Estado. Para ello, deberá transformar en serio su sistema educativo y de promoción para que en lugar de burócratas de uniforme busque formar y promover verdaderos conductores capaces de mandar a otros en condiciones limite del comportamiento humano. Vale decir, hombres y mujeres que manden con el ejemplo y que tengan la dignidad, cuando llegan a puestos superiores, de aferrarse a sus principios y no a sus sillones.
Respecto de las consecuencias de los abusos cometidos en el pasado, necesitan desprenderse moral y físicamente de esta pesada herencia. Técnicamente, debemos aceptar que no hubo una guerra, ni siquiera una guerra civil. Sí la acción de grupos terroristas que utilizaban medios violentos para la toma del poder estatal, que estaba inicialmente legalmente constituido y que luego –sin razón suficiente- los mismos militares –con la complicidad de la dirigencia política y social de aquella época- lo privaron de la legalidad al transformarlo en uno de facto. ¿Se podía responder a estos fanáticos políticos con fuerza mortal? Obviamente que sí; ya que estaba en juego la existencia del propio Estado y la seguridad de sus ciudadanos. Pero esta violencia debería haber estado enmarcada en las normas del derecho que rigen a los conflictos armados internos.[3] Lo que faltó, concretamente, fue el valor moral para capturar y enjuiciar a quienes agredían violentamente a las instituciones del Estado. En aquel momento existían leyes y el poder para imponerlas.[4] En consecuencia, los responsables de la conducción político-militar no solo deben ser juzgados por sus abusos a los derechos humanos; sino, también por negligencia criminal; ya que como soldados profesionales no estuvieron a la altura de las circunstancias. En resumen: solo una falta de valor moral de la conducción militar y civil de aquella época puede explicar, pero nunca justificar los excesos que se cometieron.
Los jóvenes militares de hoy no tienen porque compartir la culpa de las aberraciones cometidas en el pasado; aunque probablemente deberán cargar por un tiempo con la humillante herencia que estos hechos conllevan. Llegado a este punto no hay acortamientos, ya que solo el trabajo profesional y silencioso les devolverá el prestigio perdido. El único atajo posible sería el librar una guerra nueva, de la que eventualmente pudieran salir victoriosas; pero esto no sería otra cosa más que tentar al mismo diablo.
[1] Según una conocida teoría del psicólogo Norman Dixon el “autoritarismo” que fomenta la cultura militar, basada en el complejo de “retención anal” sería el responsable de todos los desastres militares, al alentar una mentalidad poco flexible, poco imaginativa y poco aventurera. Sin embargo, creemos que hay poca evidencia histórica y clínica que soporte esta teoría; pues si esta fuera cierta no habría forma de explicar los fracasos políticos o empresariales que tienen otras reglas y otra formación distinta a los militares. Tampoco, podrían explicarse los éxitos militares; ni porque un determinado comandante a veces tiene éxito y a veces no.
[2] En el caso de nuestra FAA se debe mencionar la estupidez de proyecto Misil Cóndor durante la Presidencia del Dr. Raúl Alfonsín, que durante años privó a esa fuerza de recursos importantes para disponer de un arma de dudosa utilidad y que además casi nos convierte en el Irán de aquella época.
[3] Nos referimos concretamente al III Protocolo de las Convenciones de Ginebra que regula los conflictos armados internos y por el cual se le debe garantizar a todos, aun a los combatientes desleales un mínimo de derechos y que no pueden ser asesinados, torturados o condenados sin un juicio justo.
[4] Estos instrumentos legales tuvieron su origen en el Decreto Nro 261 de octubre de 1975 firmado por el Presidente Provisional Italo Luder que ordenaba: "aniquilar el accionar de elementos subversivos que actúan en la provincia de TUCUMAN" (art. 1). Con posterioridad las atribuciones y ámbitos geográficos de aplicación se extendieron mediante los decretos 270, 271 y 272 firmados ese mismo año. En forma consecuente con lo dispuesto por la conducción política del Estado, el Comandante General del Ejército, como autoridad militar emitió la Directiva Nº 404/75 (Lucha contra la subversión).
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