Y, si alguna vez hice una buena acción, me arrepiento de ello desde el fondo de mi alma.
Tito Andrónico. W. Shakespeare
por Carlos Pissolito.
Que la realidad supera la ficción ya no cabe duda alguna. Incluso como las más osadas pensadas por la mentes geniales como William Shakespeare. Tampoco, que la literatura explica los fenómenos extremos mejor que la Sociología o la mismísima Psicología.
Por ejemplo, en su tragedia más trágica, Tito Andrónico, el Poeta relata la historia de un gran general romano que a pesar de regresar victorioso después de una larga guerra es traicionado por su emperador, Saturnino, tras casarse con Tamara, la mujer del enemigo derrotado por Tito.
Para hacer breve una larga trama: ésta termina con el general haciéndole comer los restos cocinados de sus hijos a Tamara.
¿Ficción extrema? Tal vez no tanto cuando hemos tenido la desgracia de ver en las fotos y en el vídeo del narco paraguayo torturado, asesinado y descuartizado por sus compinches a solo unos minutos de lancha de la, hoy, tristemente celebre, Itatí.
Prácticas que nos colocan peligrosamente cerca a los patrones de la violencia ritualizada que practican los grupos narcos como Los Zetas y La Familia Michoacana en México.
Entre los expertos en el tema circula un libro editado por Robert Bunker. Bajo el título de: "Blood Sacrifices: Violent Non-State Actors and Dark Magico-Religious Activities" reúne a 14 ensayos que tienen por tema central actos de violencia extrema; tales como: sacrificios humanos, violencia ritualizada y matanzas religiosas por parte de diferentes grupos criminales.
Por ejemplo, explica lo que se conoce como “Las Reglas del Congo”. Una tradición religiosa afrocubana que ha ido ganando popularidad entre algunos traficantes. Y que consiste en el consumo de anfetaminas y otras drogas como fase previa a la realización de sacrificios humanos.
Llegado a este punto nos preguntamos si en el fondo de toda mente humana no hay algo potencialmente monstruoso. Especialmente, cuando se derrumban los factores socio-culturales que nos preservan de los instintos más básicos que parecen habitar en la profundidad de nuestra alma.
La historia nos cuenta que pueblos enteros pueden perder su capacidad de controlar sus instintos. Le pasó a la culta Alemania, que tras siglos de civilización, produjo la enfermedad social del nazismo.
Cuando estos procesos son estudiados se llega a la conclusión que aquellos que fueron realmente perversos fueron unos pocos, pero a los que una mayoría silenciosa les prestó su apoyo.
La filósofa judía Hannah Arendt lo comprobó por sí misma, tras asistir a las audiencias del criminal de guerra a Adolph Eichman. En contra a su creencia inicial, Eichman no habría sido un malvado, más bien un hombre común e irrelevante que solo había prestado su colaboración alegando la obediencia debida.
En función de estas observaciones, ella dedujo el concepto de "banalidad del mal". Para la Arednt se comporta banalmente ante el mal, aquel para quien las personas se vuelvan descartables. En función de esto, Eichman no mata ni tortura por ninguna causa superior, simplemente lo hace porque es su trabajo y porque se lo ordenaron.
Volviendo a Shakespeare, cuando la hija de Tito es violada, sus violadores usan la cabeza de novio como almohada. Simplemente, porque les resultaba útil.
¿Lo dicho implica qué cualquiera de nosotros puede convertirse en un asesino banal? No necesariamente, pero no podemos dudar de que existen procesos previos que nos van predisponiendo a este tipo de acciones.
En ese sentido, son bien conocidos los rituales de iniciación que practican las bandas violentas como las Maras o los grupos terroristas que les exigen a sus nuevos reclutas una acción de guerra como una prueba de amor.
Para ello son instrumentales, pero muy eficaces, los medios de comunicación. Los que van, hoy, desde las series de TV, los narcocorridos o hasta videojuegos que reivindican el "éxito" narco. Por lo general, todos ellos saturados no solo de sexo, también, de violencia sin control.
En el caso específico de las adicciones, se lo ha convencido al sujeto, primero de que la ingesta de drogas no solo no es mala, sino que constituye un gesto de libertad y de protesta frente al orden establecido. Si después de las primeras experiencias -las que por lo general son decepcionantes- el sujeto es lo suficientemente estúpido como para continuar, lo espera un descenso a los infiernos solo limitado por su debilitada voluntad.
La cosas se ponen mucho peor si estas actividades se hacen en grupo y bajo la dirección interesada de los gerentes de la droga. Saben ellos, muy bien que lo primero que tienen que perder sus "soldados" es su libertad.
Ellos hacen su negocio. Lo inexplicable o mejor dicho, lo perversamente banal, radica en aquellos que justifican el negocio desde diversas conveniencias personales.
Por ello, nuestra nota final no puede ser para los malos radicales. A esos se los puede reconocer a kilómetros de distancia y sabemos bien qué hacer con ellos.
El problema, son los banales. Pues, como lo dice la experiencia no es la acción concreta de los malos la que permite el avance del mal, sino la indiferencia cómoda de los buenos que no están dispuestos a enfrentarlos.
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