COMENTARIO: Nada nuevo hay bajo el Sol y el arte de la guerra no es ajeno a esta sentencia bíblica. El probable empleo actual de las armas biológicas nos remota a sus antecesoras, las armas químicas. Aunque el autor de este fragmento, Martin van Creveld, no lo dice lo decimos nosotros. Las armas químicas, antepasados directos de las biológicas, se dejaron de usar, no por alguna razón humanitaria; sino porque terminaron siendo tan peligrosas para el usuario como para sus blancos. Parece ser que no aprendimos la lección de la Historia.
"Un arma que también se prohibió en San Petersburgo y que estaba destinada a ser más controversial que cualquier otra, fue el gas. Aunque agentes asfixiantes en la forma de humo, sin ninguna consideración especial, habían sido usados en la guerradesde tiempos inmemoriales. A partir de que su efectividad dependió de laconcentración, su uso estuvo generalmente asociado con los espacios restringidoscaracterísticos de la guerra de sitio y, aún más, con las operaciones de minado y surgimiento de la industria química moderna, la naturaleza del problema cambió. Conanterioridad un gas venenoso sólo podía ser sintetizado en laboratorios a una escala minúscula, ahora podían ser manufacturados en la cantidad que fuera necesaria para convertirlos en un arma efectiva. Tal como ahora, a veces se habla de desatar la “guerra del clima” y de terremotos artificiales, también un siglo atrás las posibilidadestremendas de la guerra química asustaron a los militares sacándolos casi de quicio. Sinembargo, se acordó que debían ser prohibidas y por cerca de cincuenta años la prohibición fue respetada.
Aquellos que formularon las convenciones y pusieron su firma en ellas estaban pensando en los términos de la guerra a campo abierto de estilo napoleónico. Ellos no consideraron la clase de guerra de trincheras como la que tuvo lugar al frente de Richmond en 1864. La idea de usar a las denominadas “bombas de mal olor” surgió, de hecho, durante la Guerra Civil Norteamericana y la única razón de que no fueron usadas fue porque la lucha terminó muy rápido. En 1915, enfrentados a lo que -para ellos (y para la mayoría de los combatientes)- era una situación totalmente sin precedentes, la de la guerra de trincheras, el razonamiento alemán fue parecido al del Ejército de la Unión en su momento. Un químico alemán, ganador del Premio Nobel, de ancestros judíos, Fritz Haber, fue puesto a cargo para usar su experiencia en producir gas de cloro. El gas fue bombeado a contenedores de acero y liberado cuando el viento pareció favorable en Ypres en abril de 1915. Causó pánico en las líneas británicas, lo que representó un gran éxito, excepto para los mismos alemanes que no se dieron cuenta de su magnitud y fracasaron en explotarlo.
"Un arma que también se prohibió en San Petersburgo y que estaba destinada a ser más controversial que cualquier otra, fue el gas. Aunque agentes asfixiantes en la forma de humo, sin ninguna consideración especial, habían sido usados en la guerradesde tiempos inmemoriales. A partir de que su efectividad dependió de laconcentración, su uso estuvo generalmente asociado con los espacios restringidoscaracterísticos de la guerra de sitio y, aún más, con las operaciones de minado y surgimiento de la industria química moderna, la naturaleza del problema cambió. Conanterioridad un gas venenoso sólo podía ser sintetizado en laboratorios a una escala minúscula, ahora podían ser manufacturados en la cantidad que fuera necesaria para convertirlos en un arma efectiva. Tal como ahora, a veces se habla de desatar la “guerra del clima” y de terremotos artificiales, también un siglo atrás las posibilidadestremendas de la guerra química asustaron a los militares sacándolos casi de quicio. Sinembargo, se acordó que debían ser prohibidas y por cerca de cincuenta años la prohibición fue respetada.
Aquellos que formularon las convenciones y pusieron su firma en ellas estaban pensando en los términos de la guerra a campo abierto de estilo napoleónico. Ellos no consideraron la clase de guerra de trincheras como la que tuvo lugar al frente de Richmond en 1864. La idea de usar a las denominadas “bombas de mal olor” surgió, de hecho, durante la Guerra Civil Norteamericana y la única razón de que no fueron usadas fue porque la lucha terminó muy rápido. En 1915, enfrentados a lo que -para ellos (y para la mayoría de los combatientes)- era una situación totalmente sin precedentes, la de la guerra de trincheras, el razonamiento alemán fue parecido al del Ejército de la Unión en su momento. Un químico alemán, ganador del Premio Nobel, de ancestros judíos, Fritz Haber, fue puesto a cargo para usar su experiencia en producir gas de cloro. El gas fue bombeado a contenedores de acero y liberado cuando el viento pareció favorable en Ypres en abril de 1915. Causó pánico en las líneas británicas, lo que representó un gran éxito, excepto para los mismos alemanes que no se dieron cuenta de su magnitud y fracasaron en explotarlo.
Esta quiebra de la ley internacional fue vehementemente denunciada por todos los bandos. Volúmenes enteros fueron escritos para mostrar que el uso del gas reflejó cierta forma particular de vileza teutónica del mismo tipo de la que supuestamente había causado que les cortaran las piernas a los niños y que violaran a las hermosas sirvientas belgas. Estas denuncias no evitaron que los propios Aliados recurrieran algas. La guerra no tenía un año cuando ambos bandos se empeñaron en una carrera para producir químicos más venenosos y mejores mascaras anti-gas. Aun la sospecha de presencia de gas, forzaba a los hombres a colocarse su equipo de protección; en consecuencia, a quedar inmovilizados y transformarse en medio soldados (consecuentemente, el hecho de que no les permitiera libertad fue una razón por la cual a los hombres no les gustó el gas). Era un arma muy eficiente, particularmente cuando era usado en combinación con explosivos de alto poder. La idea era obligar a los defensores a meterse en sus refugios y luego ahumarlos como a ratas.
Paradójicamente, a pesar de que un hombre quedándose ciego u otro ahogándose en sus propios fluidos al punto de escupir sus propios pulmones, no es un lindo espectáculo; el gas como arma era relativamente humana. Esto es así porque, comparado con otros dispositivos, una menor proporción de los que resultaban heridos, morían.
En el periodo de posguerra se vio al gas empleado por los italianos en Abisinia y posiblemente también por los británicos para contener las rebeliones en aldeas indias alejadas. En 1937, con Segunda Guerra Mundial amenazante sobre el horizonte, la prohibición contra el gas fue formalmente reafirmada. Durante la misma guerra, ambos bandos produjeron y almacenaron gas a una escala masiva. Sus arsenales no sólo incluyeron los comparativamente primitivos agentes asfixiantes y vesicantes disponibles 25 años antes, sino a nuevos, compuestos mucho más letales destinados a paralizar el sistema nervioso central. Los ventajas y las desventajas del gas fueron debatidos en cada país; en Alemania, por ejemplo, los militares tuvieron que frenar las presiones realizadas por los fabricantes (I.G. Farben), quienes tenían la esperanza de ver a sus productos en uso. Tal vez, la razón decisiva del por qué las armas químicas no fueron empleadas fue que estaban mal adaptadas para la guerra motorizada, la guerra móvil. Usar gas contra una bien defendida línea de posiciones fortificadas es una cosa; rociar provincias enteras y aun países es otra muy distinta.
Hoy, muchos países, las superpotencias incluidas, producen y guardan armas químicas. Parcialmente, porque su empleo es difícil de verificar; sin embargo, han sidocomparativamente pocos los informes confiables de su uso. Los egipcios durante los 60 usaron gas contra las tribus yemenitas. Dos décadas después, su ejemplo fue seguido por los iraquíes, quienes usaron el arma, primero contra los iranios y luego contra sus propios conciudadanos kurdos. Los norteamericanos en Vietnam recurrieron a agentes exfoliantes en orden de privar al Viet Cong de cubiertas y también, emplearon químicos para destruir cosechas de arroz en áreas consideradas “infectadas” por el enemigo. A pesar de que luego se descubrió que algunos de estos agentes producían cáncer, si estas formas de empleo pueden ser definidas de guerra química según las leyes
internacionales, es debatible. La CIA, en varias oportunidades, apareció con testimonios acusatorios contra China por usar gas en Camboya y los soviéticos en Afganistán –lo que no les sirvió de mucho. Unos pocos casos pueden haber pasado sin ser denunciados, siempre considerando que la cantidad de conflictos que han tenido lugar desde 1945 en los cuales se ha usado gas ha sido pequeña.
Es difícil de encontrar una razón lógica para esta resistencia. Ya en la Primera Guerra Mundial, el miedo a las represalias no disuadió a los beligerantes de recurrir al gas –los alemanes en particular se tendrían que haber preocupado, dado que los vientos soplaban mayormente de oeste a este. Tampoco, las naciones desarrolladas que libran conflictos de baja intensidad en algunas colonias alejadas tienen que temer represalias, dado que la mayoría de las guerrillas son incapaces de producir armas químicas aunque quisieran. Tal vez, la mejor explicación sea cultural. Hoy tendemos a considerar como aceptable el volar a la gente en pedazos con artillería o quemarlas con napalm. Sin embargo, generalmente no nos gusta verlos morir boqueando.
Como pasa a menudo cuando la imaginación sustituye a la realidad, se refuerza lo desagradable. Un arma que es considerada horrible no es usada. Si el arma es dejada sin usar por cualquier lapso, el horror con el cual es contemplada tiende a crecer. Desafortunadamente, el tiempo llega para hacer olvidar a las personas al igual que para recordar, con el resultado que el ciclo se repite. Mientras el siglo XX está llegando a su fin, no hay indicaciones de que el horror con el que las armas químicas son consideradas, en la mayor parte del mundo moderno, no esté mezclado con cierta curiosidad.
De esta manera, la distinción entre armas químicas y otras armas existe solamente en la mente del hombre. Es una convención como cualquier otra, tampoco más o menos lógica –un fenómeno histórico con un claro inicio y muy probablemente, con un claro final. Resta preguntar sin embargo, que nos enseña todo esto sobre la naturaleza de la guerra y de las cosas de la que ella trata."
Paradójicamente, a pesar de que un hombre quedándose ciego u otro ahogándose en sus propios fluidos al punto de escupir sus propios pulmones, no es un lindo espectáculo; el gas como arma era relativamente humana. Esto es así porque, comparado con otros dispositivos, una menor proporción de los que resultaban heridos, morían.
En el periodo de posguerra se vio al gas empleado por los italianos en Abisinia y posiblemente también por los británicos para contener las rebeliones en aldeas indias alejadas. En 1937, con Segunda Guerra Mundial amenazante sobre el horizonte, la prohibición contra el gas fue formalmente reafirmada. Durante la misma guerra, ambos bandos produjeron y almacenaron gas a una escala masiva. Sus arsenales no sólo incluyeron los comparativamente primitivos agentes asfixiantes y vesicantes disponibles 25 años antes, sino a nuevos, compuestos mucho más letales destinados a paralizar el sistema nervioso central. Los ventajas y las desventajas del gas fueron debatidos en cada país; en Alemania, por ejemplo, los militares tuvieron que frenar las presiones realizadas por los fabricantes (I.G. Farben), quienes tenían la esperanza de ver a sus productos en uso. Tal vez, la razón decisiva del por qué las armas químicas no fueron empleadas fue que estaban mal adaptadas para la guerra motorizada, la guerra móvil. Usar gas contra una bien defendida línea de posiciones fortificadas es una cosa; rociar provincias enteras y aun países es otra muy distinta.
Hoy, muchos países, las superpotencias incluidas, producen y guardan armas químicas. Parcialmente, porque su empleo es difícil de verificar; sin embargo, han sidocomparativamente pocos los informes confiables de su uso. Los egipcios durante los 60 usaron gas contra las tribus yemenitas. Dos décadas después, su ejemplo fue seguido por los iraquíes, quienes usaron el arma, primero contra los iranios y luego contra sus propios conciudadanos kurdos. Los norteamericanos en Vietnam recurrieron a agentes exfoliantes en orden de privar al Viet Cong de cubiertas y también, emplearon químicos para destruir cosechas de arroz en áreas consideradas “infectadas” por el enemigo. A pesar de que luego se descubrió que algunos de estos agentes producían cáncer, si estas formas de empleo pueden ser definidas de guerra química según las leyes
internacionales, es debatible. La CIA, en varias oportunidades, apareció con testimonios acusatorios contra China por usar gas en Camboya y los soviéticos en Afganistán –lo que no les sirvió de mucho. Unos pocos casos pueden haber pasado sin ser denunciados, siempre considerando que la cantidad de conflictos que han tenido lugar desde 1945 en los cuales se ha usado gas ha sido pequeña.
Es difícil de encontrar una razón lógica para esta resistencia. Ya en la Primera Guerra Mundial, el miedo a las represalias no disuadió a los beligerantes de recurrir al gas –los alemanes en particular se tendrían que haber preocupado, dado que los vientos soplaban mayormente de oeste a este. Tampoco, las naciones desarrolladas que libran conflictos de baja intensidad en algunas colonias alejadas tienen que temer represalias, dado que la mayoría de las guerrillas son incapaces de producir armas químicas aunque quisieran. Tal vez, la mejor explicación sea cultural. Hoy tendemos a considerar como aceptable el volar a la gente en pedazos con artillería o quemarlas con napalm. Sin embargo, generalmente no nos gusta verlos morir boqueando.
Como pasa a menudo cuando la imaginación sustituye a la realidad, se refuerza lo desagradable. Un arma que es considerada horrible no es usada. Si el arma es dejada sin usar por cualquier lapso, el horror con el cual es contemplada tiende a crecer. Desafortunadamente, el tiempo llega para hacer olvidar a las personas al igual que para recordar, con el resultado que el ciclo se repite. Mientras el siglo XX está llegando a su fin, no hay indicaciones de que el horror con el que las armas químicas son consideradas, en la mayor parte del mundo moderno, no esté mezclado con cierta curiosidad.
De esta manera, la distinción entre armas químicas y otras armas existe solamente en la mente del hombre. Es una convención como cualquier otra, tampoco más o menos lógica –un fenómeno histórico con un claro inicio y muy probablemente, con un claro final. Resta preguntar sin embargo, que nos enseña todo esto sobre la naturaleza de la guerra y de las cosas de la que ella trata."
Autor: Martin van Creveld
Obra: "La Transformación de la Guerra".
Trad.: Carlos Pissolito
No hay comentarios:
Publicar un comentario