por Carlos Pissolito
Thomas Cole, paisajista norteamericano. "La Caida de Roma a manos de los visigodos". |
Se espera que ciencia sea previsible en la predicción de los fenómenos que estudia. Por ejemplo, es bastante sencillo para ella calcular la salida y la puesta de un astro o la duración de la trayectoria de un proyectil, una vez conocidas las variables de su velocidad y distancia a recorrer.
Por el contrario, es muy difícil, por ejemplo, tener un pronóstico certero respecto de los cambios meteorológicas. Incluso, cuando se emplean complejos algoritmos que manejan millones de variables relacionados con indicadores atmosféricos como la temperatura, la presión, los vientos, etc.
Algunos estudiosos afirman de que tal certeza todo se remite a un fenómeno de magnitudes y agregan que esta previsibilidad aumenta en forma proporcional al incremento del lapso de tiempo con que se estudia un determinado fenómeno. Por ejemplo, es imposible predecir cuándo caerá la próxima gota en el goteo aleatorio de una canilla que pierde agua. Pero, si observo su comportamiento por varios días, será posible que logre establecer un comportamiento o, en el peor de los casos, una estadística que determine probabilidades de ocurrencia.
En pocas palabras: el tiempo es lo que permite encontrar patrones de comportamiento, pero siempre y cuando se elijan grandes lapsos.
El actual cambio climático, por ejemplo, resulta inexplicable si nos limitamos a estudiarlo por unos pocos cientos de años; pero no si ampliamos este estudio a varios milenios. Ya que comprobaremos que existe un patrón que nos dirá que cada tantos años hay inviernos más fríos, que cada tantos siglos hay inviernos muy rigurosos y que cada tantos milenios hay glaciaciones.
En forma similar se puede aplicar esta norma a los acontecimientos históricos. Tales como crisis, grandes crisis, guerras regionales, guerras globales, etc.
En este sentido, las consecuencias de la pandemia que nos afecta, se nos presentan, no ya como una simple crisis pasajera como tantas otras que hemos sufrido por estos años; sino como el fin de una Era. Similar a la que llevó a la caída del Imperio Romano de Occidente. Ya que el Mundo como lo conocimos está desapareciendo. Y vemos que uno nuevo está surgiendo.
Oswald Spengler, sostenía que todas las culturas tenían un ciclo de vida compuesto por cuatro etapas: Juventud, Crecimiento, Florecimiento y Decadencia. En su obra “La Decadencia de Occidente” proclamó que la cultura Occidental se encontraba en su etapa final, es decir, en franca decadencia. Parece ser que esta hora ha llegado.
La elección de la caída el Imperio Romano de Occidente que hicimos al principio de estas líneas, no fue casual. Ya que esta “Pax Americana” se parece bastante a la “Pax Romana” de aquella época. Pues, si la caída de Roma dio paso a la Edad Media. Creemos que la caída de los EEUU como potencia global, hará que los países occidentales avancen en dirección de un nueva etapa medieval.
Este ha sido un concepto sostenido, entre otros, por Martin van Creveld, quien describe los rasgos de este neo-medievalismo mediante el surgimiento de ciudades-estado rodeadas de amplios espacio bajo el control de nadie. Ya que la cultura y la tecnología tenderían a concentrarse en ellas, las que dispondrían de todo lo necesario para su supervivencia, incluyendo sus propias fuerzas militares y un sistemas de alianzas comerciales con otras ciudades similares, al estilo de la Liga Hanseática.
Por supuesto, que habrá otras tendencias en danza. Por ejemplo, el de las potencias que sobrevivan a los grandes cambios, las que parecen ubicarse, por el momento, en el Oriente y las corporaciones multinacionales; los que buscarán reunir bajo su influencia, tanto a las ciudades-estado existentes como a la masa de indigentes que habitarán en la periferia y que no tendrán más remedio que quedar reducidos a una semiservidumbre, pero que serán necesarios para realización de tareas subalternas
En el medio de ambas, atrapado por esas tenazas, sólo podrán sobrevivir los Estados nacionales que tengan los recursos y la capacidad de adaptación necesaria, tanto para mantener el monopolio del uso de la fuerza como un aceptable nivel de bienestar paras sus poblaciones.
Como vemos, una vez más la Historia imita a la Biología o es que la segunda ha sido siempre la ciencia más importante de todas, ya que es la que nos permite entender la vida, al menos en sus manifestaciones más básicas. Por ello, no nos debería extrañar que hay sido un biólogo, Charles Darwin quien aseveró que sobreviven los que evolucionan, no los más fuertes ni los más inteligentes, sino los que tienen la capacidad de adaptarse más rápido a los cambios de una situación.
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