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jueves, 2 de abril de 2020

No es otro 2 de abril más.









por Carlos A. PISSOLITO


https://www.youtube.com/watch?v=LuWJ2xHsn2g&index=27&list=PLgXEElb3M_xamsJ8eA-kwir6Xo919mHIN&t=0s


Los acontecimientos históricos se deben juzgar por sus antecedentes y sus consecuencias. Y, es precisamente, la persistencia de estas últimas lo que le otorga importancia a un hecho que califica como tal. Más aún, para su justa valoración es necesario que hayan pasado a ser “historia”. Vale decir que todas sus consecuencias estén patentes y claras en el presente. En otras palabras, que sus frutos se hayan manifestado en plenitud. Para ello el transcurso del tiempo es imprescindible. De hecho, a consecuencias más profundas, más tiempo para evaluarlas. Caso contrario, en vez de Historia, lo que se estudia otra cosa.



Tal es el caso de la batalla librada por la posesión de las Islas Malvinas a partir del 2 de abril de 1982. Aquellos 74 días de gloria e infortunio. Obviamente, se trata de un hecho histórico, pero con consecuencias tan presentes que las mismas dificultan su correcta evaluación académica. Muchos de sus protagonistas, aún, viven entre nosotros. Otros ya se han ido, lamentablemente y, muy probablemente, sin un justo reconocimiento.

No puede decirse lo mismo de otros hechos bélicos similares más antiguos, tal como, por ejemplo, la Vuelta de Obligado. Uno con el que Malvinas guarda ciertas similitudes. Uno que permaneció olvidado, denostado. Hasta que la Historia, con el transcurso del tiempo, lo evaluó correctamente. ¿Será este el caso de la “Operación Rosario”? Probablemente, la campaña de desmalvinización iniciada por el propio Proceso de Reorganización Militar y aprovechado por las sucesivas administraciones democráticas para esmerilar el protagonismo militar llegará, algún día, a su fin. Tal como la postura antirosista de la historiografía oficial no permitió el juicio exacto de sus acciones en defensa de la soberanía de nuestros ríos. Y solo se preocupó por resaltar sus abusos internos.

Sin embargo, hay que reconocer que más allá o más acá de la Historia está la Política. Y su necesidad de tomar decisiones prudentes. Exigencia que le impone a esa ciencia práctica el estudio del pasado, aún del que no es histórico. Como un mecanismo para evitar los errores cometidos en su transcurso. ¿Se ha estudiado lo suficiente la campaña Malvinas como para no volver a repetir sus errores? Creo que no. Si bien se han hecho público documentos-aún los más secretos-, testimonios, documentales, etc. También, pienso que con estas acciones se ha buscado responder a diversas finalidades. Desde la más altruistas hasta las más oportunistas.

Este nuevo aniversario nos enfrenta con dos hechos contradictorios, pero profundamente vinculados entre sí.

El primero nos habla de los errores de la conducción política del Estado en manos de una dictadura militar que trajo aparejado, entre múltiples consecuencias, que las instituciones militares fueran percibidas por el poder político argentino como una enemigo a batir o, al menos, a domar.

Luego de casi cuatro décadas de gobiernos democráticos, podemos afirmar que unas de las pocas políticas de Estado seguida por todos  los partidos políticos, ha sido la de quitarle recursos y protagonismo a las FFAA.  Con energías dignas de mejor causa, la clase política argentina en asociación no-libre con los principales medios de comunicación se han dedicado a  el ninguneo, el esmerilamiento y el menoscabo del rol de las fuerzas armadas de la Nación.

El daño ha sido importante; pero pese al mismo, no han logrado destruir el ethos militar que sigue vivo. Especialmente, entre los jóvenes que hoy integran las organizaciones armadas.

El segundo, nos susurra que las fuerzas armadas están de vuelta en el centro de la escena nacional. No por decisión de sus mandos. Sino por condiciones de estricta necesidad nacional. Convocadas por su Comandante en Jefe, vale decir por el Presidente de la Nación, están participando junto con las fuerzas policiales y de seguridad y al sistema de salud, como una de las mayores organizaciones en las tareas de mitigación. Y si las cosas se desmadraran, sin duda alguna, pasarían a ser la "ultima ratio regum".

Se percibe un renovado espíritu entre ellas. Y no decimos nuevo, porque de nuevo no tiene nada; ya que se trata del viejo espíritu sanmartiniano con el que fueron fundadas.

Está bien que así sea. Ya que tanto los políticos oportunistas como los militares resentidos por tanto destrato deberán dejar se lado sus diferencias y sus rencores. La voz cantante la deben tener las nuevas generaciones. La militar ya existe y está al "pie del cañón". A la de los políticos la seguimos esperando. Y no lo digo en forma retórica.

Ambos hechos nos marcan, cada uno a su manera, que la cuestión militar sigue siendo la piedra de toque, para bien o para mal,  que cierra -hoy- el arco de la argentinidad. Por una extraña y profunda razón, intuyo que en la forma cómo la solucionemos o no, marcará a fuego nuestro devenir futuro. La alternativa es de hierro. O nos decidimos a ser lo que tenemos que ser o no seremos nada.


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