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por William S. LIND
Ilustración: Financial Times |
La página de opinión del "Wall Street Journal", del 4 de diciembre, encabezada por un artículo de John Ratcliffe, Director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, titulado "China es la Amenaza de concluía diciendo:
"Este es un desafío único en una generación. Los estadounidenses siempre han estado a la altura del momento, desde derrotar el flagelo del Fascismo hasta derribar la Cortina de Hierro. Esta generación será juzgada por su respuesta al esfuerzo de China por remodelar el mundo a su propia imagen y reemplazar a los Estados Unidos como la superpotencia dominante. La inteligencia es clara. Nuestra respuesta debe serlo también".
Como suele ser el caso de los artículos de opinión firmados por destacados funcionarios federales, el propósito de este artículo es la justificación presupuestaria: las agencias de inteligencia recibieron, recientemente, un gran impulso presupuestario por espiar a China. Y Ratcliffe tiene razón con respecto a algunos aspectos de nuestra relación con China. Es un competidor económico, uno que ha enfrentado la enriquecedora economía del mercantilismo contra la empobrecedora economía del libre comercio. Más nos engaña por permitir que lo haga.
Pero en general, Ratcliffe y el resto de los bocadillos sobre el dragón están equivocados. Se equivocan no por la mala inteligencia sobre China, sino porque pasan por alto el hecho de que en todas las rivalidades entre las grandes potencias, el contexto ha cambiado. Los enfrentamientos entre grandes potencias ya no son la fuerza principal que da forma al mundo. Más bien, lo que ahora da forma al mundo es la creciente debilidad de la mayoría de los Estados a medida de que es el concepto de Estado quien enfrenta una crisis de legitimidad. Las disputas entre las grandes potencias, ahora, tienen lugar dentro de este contexto, lo que significa que dichas luchas son, en sí mismas, contraproducentes para todos los involucrados, porque debilitan aún más a los Estados, ciertamente, al perdedor y, a menudo, también al ganador. En efecto, las victorias en las luchas interestatales, a partir de ahora, son casi siempre serán pírricas.
Así como Washington no capta este cambio en un contexto estratégico, Beijing tampoco. Para China, que, como escribe Ratcliffe, está intentando convertirse en la principal Gran Potencia, el nuevo contexto tiene al menos tres implicaciones principales:
- Primero, a medida que penetre en otras partes del mundo a través de iniciativas como su proyecto del “Cinturón y Camino de la Seda”, encontrará su presencia socavada y sus objetivos bloqueados por el creciente desorden. A medida que los Estados se debilitan, las guerra de 4ta generación se extienden y los esfuerzos chinos frente a los constantes ataques de elementos no estatales, simplemente, se volverán infructuosos. Esto refleja la experiencia colonial europea, pero ocurrirá mucho más rápido. De hecho, está ocurriendo ahora, ya que la penetración de China en gran parte del África subsahariana encuentra sus esfuerzos tragados por la propagación del desorden. Donde los Estados son débiles o son, simplemente, ficciones, una banda entre muchas, los esfuerzos de los poderes externos producirán solo un pozo de inversión sin fondo. El cálculo de costo/beneficio será tan rojo como el este.
- En segundo lugar, donde los Estados están luchando por mantener, al menos, algunos jirones de legitimidad, un intervencionismo chino, cada vez más obvio, amenazará esa legitimidad. Esto, nuevamente, ya está sucediendo, especialmente, en África. Debido a que uno de los principales factores que impulsa el expansionismo chino es la necesidad de proporcionar trabajo a los chinos, los proyectos chinos contratan poca mano de obra local. Eso produce un resentimiento general contra los forasteros, también empantanará y luego revertirá la penetración china. El chino feo será expulsado, al igual que el americano feo y el europeo feo.
- En tercer lugar, debido a que la legitimidad del gobierno del Partido Comunista Chino depende del rápido crecimiento económico de China, ella, también puede sufrir una crisis de legitimidad del Estado. Como la mayoría de los regímenes autoritarios, el gobierno comunista de China es fuerte pero rígido. Parecerá insensible al desorden hasta el punto en que colapse. China parece pensar que ha domesticado el ciclo económico, pero ni ella ni nadie más lo ha hecho. La regla de la historia parece ser que si un gobierno puede evitar recesiones económicas frecuentes y relativamente pequeñas, se vuelven menos frecuentes pero más grandes. Cualquiera que mire el castillo de naipes que es la deuda pública y privada de China puede ver lo que se avecina. Y China tiene una larga historia de fraccionamiento interno. Ningún Estado chino puede asumir que siempre se mantendrá unido. Si el chino se fracturara, eso no solo sería un desastre sólo para China sino, también, para el resto del mundo, incluido Estados Unidos. Una vez más, el nuevo contexto toca y cambia todo.
China parece estar repitiendo el error que cometió Japón en la década de 1930. Japón intentó construir un imperio tal como lo habían hecho los Estados europeos, mediante la conquista, pero esa era había pasado. China, ahora, busca de manera similar convertirse en la principal Gran Potencia cuando esa posición ha perdido gran parte de su significado y pronto perderá el resto. La propagación del fracaso estatal pone en peligro el propio sistema estatal y una defensa exitosa de ese sistema requiere una alianza de todos los Estados, una alianza que debe comenzar con las tres Grandes Potencias actuales, Estados Unidos, China y Rusia. Rusia actúa como si pudiera tener al menos algún entendimiento de que este es el caso, mientras que Washington y Beijing no muestran ninguno. Tampoco Ratcliffe, Director de Inteligencia Nacional de EEUU. ¿Existe de hecho alguna inteligencia en la Inteligencia Nacional de EE UU?
Traducción: Carlos Pissolito
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