por Carlos A. Pissolito
En 1516 Juan Díaz de Solís descubrió en Sudamérica el mar Dulce que posteriormente Sebastián Caboto denominó Río de la Plata, creyendo que allí abundaba el precioso metal. Años más tarde, se produjo el hallazgo de grandes reservas de plata en Potosí, en Bolivia; así como otros más pequeños en México y en los Paramillos de Uspallata, en las provincias de Cuyo en la Argentina. Luego, la República Argentina tomaría de allí su nombre.
Del otro lado del mundo, la dinastía china Ming proclamaba la denominada ley del “látigo único”, una reforma fiscal que buscaba simplificar el complejo código vigente, al reemplazar todos los aportes fiscales en especies por un pago único en plata.
Lamentablemente, por aquellos días, China carecía de las existencias suficientes del precioso metal para llevar a cabo tal medida. Pero, en el medio, los galeones españoles habían descubierto y comenzado a establecer y a comerciar con lo que bautizaron como Las Filipinas, en honor a su rey, Felipe II.
La geografía, la voluntad de hombres de empresa de dos culturas muy diferentes o, simplemente, el destino lo juntaría todo para conformar la primera globalización del comercio internacional que registra la historia hace 5 siglos.
El vehículo para tal conexión fue el servicio del denominado “Galeón de Manila”, también llamado “Nao de China”, que era el nombre con el que se conocían las naves españolas que cruzaban el océano Pacífico, una o dos veces por año, entre Manila (Filipinas), principalmente, con los puertos mexicanos de Acapulco, de San Blas y de San Lucas; pero, también, con el peruano de El Callao.
Concretamente, el mismo fue inaugurado en 1565 por el marinero y fraile español Andrés de Urdaneta, tras descubrir la factibilidad de aprovechar la corriente marítima de Kuroshio que hizo posible el viaje de regreso o el tornaviaje; ya que el de ida se conocía desde los tiempos de Magallanes y Elcano circa el 1521. Por lo que la línea Manila/Acapulco/Manila pasó a ser una de las rutas comerciales más largas de la historia y la que funcionó por más tiempo, ya que lo hizo durante dos siglos y medio, hasta el 1815.
Los galeones salían cargados con los lingotes de plata americana y regresaban con los productos de última tecnología que producía China; tales como porcelanas, seda, muebles lacados, papel y hasta drogas medicinales. También, tratados de astronomía, matemática y mecánica, calendarios y mapas. En este intercambio intelectual la Orden Jesuita jugaría un rol esencial ya que estaban entre los pocos extranjeros que habían sido admitidos a residir en territorio chino. Como el sacerdote italiano Matteo Ricci quien colaboró en la confección del primer mapamundi chino.
Una vez llegadas las mercancía chinas a Acapulco, estas eran trasladadas por tierra a la Ciudad de México y, luego, al puerto de Veracruz para ser reembarcados con destino a España. Toda la logística terrestre necesaria para este transporte (mulas, porteadores, alojamientos para marineros, etc.) ayudaron a estimular la economía del Virreinato de Nueva España.
Figura: El “Kunyu Wanguo Quantu”, literalmente: "Un mapa de la mirada de países del mundo" es el primer mapamundi chino al estilo europeo. |
Hasta donde sabemos China ha permanecido fiel a su concepción geopolítica, ya que como sabemos está empeñada en reactivar a lo que denomina como el “Nuevo Camino y Cinturón de la Seda”. Mientras, que del Imperio español no queda nada o casi nada. Pues, sus viejas colonias son hoy una constelación de Estados independientes unidos por un idioma y por una cultura común. Aunque, su Metrópoli no haya hecho nada o sólo muy poco para mantenerlo.
Por otro lado, ya la plata no es necesaria en China como hace 5 siglos. Pero, creemos que sí necesita de productos que se producen en nuestra América del Sur, especialmente, en la Argentina de hoy.
En décadas recientes, China ha seguido la política de acercarse para el comercio y cooperación bilateral a varios países de nuestra Región. Por ejemplo, ya es nuestro principal socio socio financiero y económico. Sucede que pese a su creciente prosperidad económica y liderazgo tecnológico, China carece de seguridad alimentaria.
En palabras sencillas, no produce todos los alimentos necesarios para la alimentación de su importante población. Ergo, se ve obligada a importar varios de ellos. Entre los que se destacan los granos y las carnes. También, algunas bebidas como el vino.
No hace falta ser un geopolítico para reconocer que los alimentos son una cuestión básica para la supervivencia de cualquier Estado. A los efectos vemos que China apela a una panoplia de procedimientos. Los que van desde los legales y atentos a las leyes del comercio internacional, pasando por otros más discutibles como la compra de tierras en terceros países, hasta otros francamente ilegales como la depredación de nuestros caladeros ictícolas cerca o dentro de nuestra ZEE.
¿Qué hacer?
Por supuesto que una opción es negarse a toda forma de comercio y de colaboración estratégica con China. Opuesta por el vértice, pero simétrico al anterior, surge el error de pasar a ser, en la práctica, su colonia sudamericana.
Por sobre ambos extremos erróneos es necesario apelar a la prudencia política. Entendida esta como un hábito práctico que permite discernir los medios para alcanzar un fin político determinado. Este fin no puede ser otro que la de promover el bien común material de los argentinos.
Obviamente, sabemos que no es fácil negociar siendo el término más débil de una ecuación, pero se puede. Por otro lado, no nos queda otra opción. Para eso existen varias ciencias principales que pueden ayudarnos. Empezando por la Política, tal como la entendían los Clásicos. Vale decir como el arte de lo posible en el marco de la Ética. También, otras auxiliares como la Historia y la Geografía y su descendiente, la Geopolítica.
En esta oportunidad hemos traído a colación una experiencia histórica, ya que siempre hemos creído en aquello de “Historia magistra vitae”. En próximas entregas lo haremos desde el punto de vista de las otras ciencias mencionadas.
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