por Carlos A. PISSOLITO
Hay conceptos políticos que, cada tanto, se ponen de moda. Y su uso intenso va deformando su significado original. Especialmente, cuando se los usa en forma peyorativa. Un ejemplo actual es el vocablo: “populismo”. Pues, como sostiene Galvao de Souza et Alia, en su diccionario de política: “Designación que se da a la política puesta en práctica en sentido demagógico especialmente por presidentes y líderes políticos de Sudamérica, los cuales con un aura carismática se presentan como defensores del pueblo. Cumple destacar como ejemplo típico Perón en la Argentina, vinculando a los intereses populares reivindicaciones nacionalistas”.
Esta definición es muy útil, porque no solo le pone límites conceptuales a la palabra, también, históricos y geográficos. Vale decir, se trataría de un fenómeno sólo apto para pueblos del Tercer Mundo y a cargo dictadores de poca monta.
Pero, tal como lo ha notado el filósofo, Alberto Buela:
“...dejó de ser un fenómeno propio de las naciones periféricas, como lo fue en los años posteriores a la segunda guerra mundial, para transformarse en un fenómeno europeo. Así la Lega Nord de Humberto Bossi en Italia; el Partido rural de Veikko Vennamo en Finlandia; el Font National de Le Pen en Francia; en Bélgica el movimiento flamenco de Vlaams Blok; el éxito de Haider en Austria; el Fremskrittsparti en Dinamarca, Suecia y en Noruega; la Deutsche Volksunion en Alemania; el movimiento socialista panhelénico en Grecia, la Unión Democrática en Suiza son algunos de los movimientos caracterizados como “populistas” por los analistas políticos, siguiendo a los académicos de turno”.
Punto para Buela, pero queremos darle una vuelta más de tuerca y afirmar que, hoy, la primera democracia del mundo, la de los EEUU, está recibiendo el calificativo de populista. Ya sea en una connotación negativa durante la presidencia de Donald Trump y positiva en la de Joe Biden.
Para empezar y comenzando por el primero de los nombrados, el intelectual francés Alain Rouquie, lo dice con todas las letras: “Trump es un peronista en la Casa Blanca”. Para seguir, el periodista argentino Jorge Fontevecchia en una interesante nota titulada sugestivamente: “Juan Domingo Biden”, afirma que a su criterio: “Finalmente, no sería Trump el primer presidente peronista de Estados Unidos como algunos, exagerando, especulaban, sino Biden”.
Para nosotros ninguno de los dos califica. Ni por su historia personal, política y, muchos menos, por su formación personal.
No es el objetivo de esta nota explicar los innumerables porqués que darían fundamento a la afirmación expresada en el párrafo precedente. Sin embargo, baste mencionar a los fundamentales:
- 1ro Juan Domingo Perón acreditaba, antes de ser presidente, una sólida formación intelectual que se había traducido en la publicación de varios libros. Cuestión en la que ninguno de los nombrados se le acerca.
- 2do El Justicialismo, creado por el nombrado, es una doctrina única. De hecho ha sido calificada como una Tercera Posición, equidistante tanto del Capitalismo como del Marxismo. En este sentido, Trump sólo puede ser calificado como un capitalista disidente y queda por verse cómo se lo podrá hacer con Biden, dentro de un tiempo.
Como el objetivo de este artículo tiene que ver con la dilucidación de la última proposición del párrafo anterior. Vamos a ello.
Lo mejor que sabemos sobre Joe Biden es lo expresado por él en su discurso a sus 100 días de gobierno. Uno que llamó, superficialmente, la atención por incrementar los impuestos a los más ricos, subir el presupuesto federal en lo atinente al gasto social y la obra pública; también, por defender a los sindicatos y por preferir a Main Street por sobre Wall Street.
Una lectura más profunda nos permite compararlo con el célebre discurso que diera Franklin D Roosevelt en julio de 1934 y en el que anunció sus medidas contra la Gran Depresión, tales como la creación del sistema de seguridad social y que desde entonces cambió para siempre el rol del Estado en la economía norteamericana.
Para varios expertos, la comparación del plan de Biden con el New Deal de Roosevelt se basa en que destina casi 40% del presupuesto federal y alrededor del 9% del PIB al estímulo económico y es el mayor refuerzo en décadas del denominado “Estado de bienestar”.
Concretamente, lo dijo el propio Biden en su discurso, cuando llamó a actuar como: “En otra era en la que nuestra democracia fue puesta a prueba” y a comparar su plan con el de Roosevelt, al definirlo con “inversiones que solo el gobierno estaba en condiciones de realizar”.
Con ello, Biden ha realizado lo que puede calificarse como un giro a la izquierda que cambia la teoría del derrame y que venía siendo aplicada desde el gobierno de Ronald Reagan desde los 80. Precisamente, J.W. Mason, miembro del Instituto Roosevelt, sostuvo que: “El cambio es lo suficientemente grande como para describirlo como una ruptura con el neoliberalismo”. Por lo que no nos debería sorprender que sus palabras fueran muy bien recibidas por el ala izquierda de su partido, por personas como como Bernie Sanders y Elizabeth Warren.
Estamos lejos de saber si lo que son, hoy, promesas políticas se concretarán y, más importante, que efectos concretos tendrán. Uno de los lemas de Biden fue “Go big and go fast” (“Hacerlo a lo grande y rápido”). Sin embargo, hemos confiado siempre antes que en las Ciencias Sociales, en la buena literatura, la de ficción incluida, para anticipar el futuro a grandes rasgos.
En este sentido la serie de suspenso para la TV de Netflix, “House of Card”, ambientada en la Casa Blanca, basada en la novela del mismo nombre de Michael Dobbs, nos da varias pistas al respecto. Su trama se desarrolla a caballo del ascenso del congresista Frank Underwood (Kevin Spacey) y de su igualmente ambiciosa esposa Claire Underwood (Robin Wright). Frank apelando a todo tipo de trampas, mentiras, sobornos, asesinatos, chantajes y otras manipulaciones desarrolla una carrera hasta alcanzar la primera magistratura del poder.
Ya que la primera temporada se lanzó en el 2013 y la quinta terminó en el 2018, se puede apreciar que la serie fue emitida durante tanto la presidencia de Barak Obama como la de Donald Trump. Ergo, las situaciones ficticias planteadas, bien pueden atribuirse inspiradas en ambas presidencias. Pero, más importante que esa atribución, nos parece mucho más interesante, dividirlas en las que se han cumplido y en las que pudieran llegar a concretarse. Veamos:
- Situaciones cumplidas:
- Juicios políticos a un presidente en ejercicio,
- Injerencia extranjera (especialmente rusa en asuntos internos de los EEUU),
- Manipulación de amenazas externas por exigencias de la política interna,
- Permanente tensión entre el poder político, el Estado Profundo y las grandes corporaciones,
- Injerencia y manipulación política mediante el uso y el abuso de las redes sociales,
- Uso del periodismo de investigación para producir efectos políticos y
- Fraude electoral y manipulación del Colegio Electoral.
- Situaciones que pueden llegar a cumplirse cumplirse:
- Creciente populismo en las políticas públicas,
- Empleo de la Ideología de género, especialmente, para domar y controlar a las FFAA,
- Excesivo protagonismo de un vicepresidente,
- Uso de armas nucleares contra organizaciones terroristas en Levante y
- Atentados contra la vida del presidente.
La serie debió terminar abruptamente cuando su actor principal, Kevin Space, enfrentó acusaciones de acoso y abuso sexual. Recientemente, él fue sobreseído de todos los cargos y estaría listo para retomar la 7ma temporada de la serie. Mientras tanto la presidencia de Joe Biden sigue su marcha. No sabemos que llegará primero, si la serie o los hechos que confirmen o que descarten las situaciones que hemos anunciado en este artículo. No hay que hacerse mayores problemas, porque como afirmó Albert Camus: “La ficción es la mentira a través del cual decimos la verdad”.
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