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martes, 10 de octubre de 2023

¿HAN VUELETO las GUERRAS de RELIGION?











por Carlos Pissolito



No exagero si afirmo que el sábado todos nos vimos todos sacudidos por las imágenes que nos traían los noticieros sobre la ofensiva lanzada por Hamas contra las fronteras y pueblos cercanos a la Franja de Gaza. La impresión trepó al máximo cuando, horas después, nos enteramos que centenares de civiles (incluyendo, mujeres, niños y ancianos) habían sido llevados como rehenes al interior de la misma.

No menos conmocionante fueron las sucesivas palabras del primer ministro israelí respecto de que su país estaba en guerra con Hamas y que su intención era la de arrasar a sus enemigos. A los que, de hecho, ya se les había desprovisto de insumos básicos como el suministro eléctrico, gas, alimentos y el agua, pues la Franja de Gaza es, técnicamente, un territorio ocupado por Israel. En pocas palabras: los rigores de un sitio propio de la Edad Media. 

Pero, seguramente, los hechos relatados no hubieran asombrado, digamos a un súbdito irlandés del Siglo XVII que hubiera sufrido la invasión inglesa a cargo de Oliver Cromwell y de su Nuevo Ejército que iba a la batalla entonando cánticos religiosos protestantes. La razón sería clara, estaban en vigencia las denominadas guerras de religión. Tampoco un azteca que hubiera sufrido las peripecias de la Noche Triste a manos de los conquistadores españoles, más o menos para esa misma época. A ambos les hubiera parecido “normal” que se quemara a los herejes por el bien de sus almas.

Pero, sería el Tratado de Westfalia, firmado por los principales monarcas europeos en 1648, el que le pondría coto a la costumbre de arrasar pueblos enteros por diferencias o motivos religiosos. A partir de allí, las guerras se librarían por motivos puramente profanos, preferentemente, por lo que pasó a denominarse la “raison d’ état” o la razón de Estado. 

Pero así como las guerras se libraron por siglos, por no decir por milenia por los más diversos motivos, entre los cuales los religiosos se destacaron; no podemos descartar que éstos hayan hecho su regreso y que lo que está aconteciendo en la denominada Tierra Santa sea un buen ejemplo de ello. 

En ese sentido, casi todos nosotros estamos familiarizados con la existencia y las exigencias de la denominada Yihad o Guerra Santa islámica. El Corán divide al mundo en dos partes –”dar al Islam” (La Casa del Islam) y “dar al Harb” (La Casa de la Espada) la que supuestamente se encuentra en guerra permanente. 

Más allá de las muchas y grandes diferencias que cada una de las corrientes islámicas de nuestros días le otorgan a esta distinción. Por lejos, se considera que cada musulmán libre, adulto y apto, está obligado a pelear y a morir por la mayor gloria de Alá; la única cuestión que los diferencia, es si a los no creyentes se le debe garantizar una tregua temporaria. En general, a los infieles no se les reconoce el derecho a la vida, pero los musulmanes pueden elegir ejercer la clemencia, perdonar a las mujeres, a los niños y otras personas indefensas, en cuyo caso sus medios de vida no son tomados ni destruidos. Además, los prisioneros son considerados parte del botín y aquellos que rechazan aceptar al Islam pueden ser esclavizados o ejecutados; También, algunas opiniones sostienen que, en su lugar, se puede pedir rescate por ellos.

Menos conocida son las exigencias y las normativas de la Guerra Santa judía, la “milchement mitzvah”. Una librada contra pueblos específicamente designados por Dios como sus enemigos o que sirve para alcanzar algún fin sagrado como la posesión de tierras para Israel. Cualquiera de estas vías, son consideradas más que un asunto puramente humano; representaban a la propia voz del Señor en la disputa.

La “milchemet mitzvah” es una guerra de exterminio en el pleno sentido de la palabra. Los israelitas que luchan en ella están obligados a no perdonar nada ni a nadie. Hombres, mujeres y niños, aun los animales como los burros y el ganado pueden ser pasados por las armas. 

Son bien conocidas las proclamas inflamatorias de Hamas respecto de que el Estado de Israel no merece existir. Pero, a su vez, tenemos conocimiento de la negativa de ese mismo Estado de no permitir la existencia de uno organizado por los palestinos tal como establecieron los Acuerdos de Oslo y la resolución 1860 del Consejo de Seguridad de la ONU, con el estatus de "estado observador no-miembro" bajo el nombre de Estado de Palestina.  De hecho, la Franja de Gaza, junto con Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán, está considerada por la comunidad internacional como "territorio ocupado" por Israel desde 1967.

Técnicamente, para un laico y un soldado profesional como nosotros, existe la prohibición de aplicar castigos colectivos como está recogido en el Reglamento de La Haya y en los Convenios de Ginebra III y IV. Además, la prohibición está reconocida en los Protocolos adicionales I y II como una garantía fundamental para todos los civiles y personas no combatientes. Por otra parte, somos contrarios al empleo de toda forma de terrorismo, pues viola la principal distinción de las leyes ya citadas, la distinción entre combatiente y no combatiente. 

Pero nos preguntamos si nuestro pensamiento moderno es el que sostienen, tanto los guerrilleros de Hamas como los mandos político/militares israelíes. Por estos motivos, no sería ilógico tratar de entender al actual conflicto desde una perspectiva religiosa. Porque, a pesar de que el establecimiento del Israel moderno fue mayormente un trabajo de socialistas ateos, la fulgurante victoria de la Guerra de los Seis Días de 1967 fue vista por muchos de ellos como un acto de Dios y fue acompañada por alabanzas mesiánicas. Hay en Israel, hoy, un resurgimiento de grupos extremistas a los que nada les gustaría más que ver a este sangriento concepto revivido y puesto en acción nuevamente. Con un Israel que se extiende desde el Nilo al Eufrates. 

Llegado a este punto, que podemos decir nosotros, los argentinos que somos mayormente -al menos formalmente- católicos. Sabemos que  la Iglesia, luego de las atrocidades cometidas en las cruzadas, vio la necesidad de imponer limitaciones a la guerra más allá de las religiosas. El movimiento “pax dei”, mencionado más arriba, representó un intento de asegurar que el tratamiento reservado a los cristianos no sería el mismo reservado para los herejes y los infieles. Estaba la denominada tregua dei, o tregua de Dios, la cual trató de limitar la duración de los combates de tal modo que sólo estaban permitidos entre Lunes y Miércoles. 

Por todo lo expresado nos sumamos a los pedidos por la paz del Papa Francisco y que ha condenado tanto al terrorismo como a la guerra. Le agrego como argentino que le podemos mostrar al mundo la excelente convivencia de esas comunidades provenientes del convulsionado Levante en nuestro propio suelo. 




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