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por William Lind
Si esto parece extremo, ya está sucediendo. Inglaterra tiene ahora a unos 1.000 presos políticos en sus cárceles, la mayoría de ellos por decir o escribir algo considerado “políticamente incorrecto”. En un caso, un hombre fue arrestado por criticar al Islam. En el tribunal, demostró que simplemente estaba citando al Corán. El juez, diciendo que “la verdad no es defensa”, lo envió a prisión. ¡Esto en la tierra donde se originaron nuestras libertades! La situación es similar en Francia, Canadá y otros países que se nos dice que son “libres”.
También está sucediendo aquí, en muchas universidades y corporaciones. Si alguien se atreve a sugerir, por ejemplo, que los hombres y las mujeres son inherentemente diferentes y que sus roles sociales tradicionales reflejan sus diferencias inherentes, se le da a elegir entre la expulsión, el despido o la “capacitación para la sensibilidad”, que exige decir las mentiras que exige el marxismo cultural. Debe condenar su propia raza, sexo, cultura y, a veces, creencia religiosa. Si no está de acuerdo, no aprueba el curso y es despedido.
Esto es lo que los marxistas culturales (y tanto Kamala Harris como el gobernador Walz son fervientes marxistas culturales) buscan hacer en el país en su conjunto. Cualquiera que desafíe su ideología será arrestado, juzgado y enviado a un “campo de reeducación” donde solo será liberado después de que le hayan lavado el cerebro con los principios del marxismo cultural.
Todas las ideologías tienen aspiraciones totalitarias, con la posible excepción del libertarismo. Si los demócratas ganan la presidencia y ambas cámaras del Congreso y luego llenan la Corte Suprema, podrán dar pasos gigantes en esa dirección. Lo único que necesitan es que un tribunal repleto de miembros de la Cámara de Representantes dictamine que el “discurso de odio” no está protegido por la Constitución, y muchos de nosotros nos enfrentaremos a un arresto. ¿Por qué? Porque el marxismo cultural define el discurso de odio como cualquier disidencia del marxismo cultural.
El presidente Trump, en cambio, es un defensor de la libertad de pensamiento y expresión. En el último año de su primer mandato, inició una norma federal según la cual ninguna universidad que no adoptara una política sólida de libertad de pensamiento y expresión similar a la de la Universidad de Chicago podría recibir fondos federales, incluidas las becas de investigación. Al incluir estas últimas, su norma cambiaría el equilibrio político en todos los campus, porque con su dinero de investigación en juego, los miembros de la facultad de ciencias duras irían a las reuniones de la facultad que evitan y votarían a favor de esa política. Desafortunadamente, la nueva norma del presidente Trump no había completado el (largo) proceso de elaboración de normas federales antes de que dejara el cargo, y estoy seguro de que la administración Biden la mató el primer día. Pero creo que es probable que la reviviera en un segundo mandato.
Al mismo tiempo, los inversores conservadores han estado presionando con éxito a las corporaciones en las que invierten para que abandonen las llamadas políticas ESG, (1) que son puro marxismo cultural. Si no incluyen entre sus demandas la “eliminación de la capacitación en sensibilización”, deberían hacerlo. Las corporaciones pueden exigir con razón cierto decoro entre sus empleados, en forma de cortesía normal. Pero eso no es lo mismo que permitir que algunos empleados denuncien a otros como “racistas”, “sexistas” u “homófobos” y exigir a los acusados que se disculpen en lugar de defenderse.
Si el marxismo cultural puede matar la libertad de expresión, habrá dado un paso gigantesco hacia la conversión de Estados Unidos en un país totalitario e ideológico. Téngalo en cuenta en las urnas en noviembre, sea conservador o no.
Traducción y nota: Carlos Pissolito
Nota:
(1) Las siglas ESG, que responden en inglés, a las palabras Enviromental, Social and Governance, en la práctica, hacen referencia a los factores que convierten a una compañía en sostenible a través de su compromiso social, ambiental y de buen gobierno, sin descuidar nunca los aspectos financieros.
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