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lunes, 25 de julio de 2016

¿Es la derecha la solución para Europa?









A. Robles.

Fortes fortuna adiuvat (La fortuna ayuda a los fuertes) He utilizado a propósito el término “extrema derecha”. Y debemos hacerlo con todas esas expresiones-policía que han sido y son utilizadas por el perverso Sistema como modo de ahuyentar los espíritus blandengues de una población europea que está siendo inexorablemente conducida a la muerte. Como utilizar la llegada del coco para controlar el instinto reflejo de un niño. La exigencia que se nos impone pasa por quebrantar todos los prejuiciosos tabúes que han sido impuestos a la población del entero Occidente para exorcizar los únicos demonios que pueden impedir el progresivo desmoronamiento de esta vieja e irremplazable civilización.



En este pavoroso contexto de atentados terroristas perpetrados por islamistas al que los dirigentes europeos concedieron asilo y cobijo en nuestro suelo, no parece disparatado afirmar que las ideologías clásicas están siendo letales para Europa: sometimiento de los productores al dictado de los mercados, deshumanización del hombre, desarraigo familiar, debilitamiento moral, reversión étnica, adoctrinamiento de nuestros jóvenes en la perversión, el relativismo y el nihilismo, islamización de nuestras ciudades… Al liberalismo se debe la mayor parte del proceso que mina y destruye la que se ha venido llamando civilización occidental, que no es otra, como decía Pio X, en “Notre charge apostólique” (1,11) que “la civilización cristiana”, vivificada por la fe y hecha cultura.

En nuestro tiempo, y con la fuerza y extensión de una metástasis colectiva, se hace presente el liberalismo, no solo en la política y en la economía, sino en la Iglesia; y me atrevo a decir que ha calado tan profundamente, que podemos hablar de un liberalismo semántico, que hace un juego de palabras, al darles, una significación distinta, y aun contraria, a aquella que le es propia.

Asentada pues la necesidad de reivindicar con orgullo lo que ellos más detestan, se nos ofrece la posibilidad de presentarnos ante Occidente como los únicos depositarios del antivirus que es causa de nuestra mortificación, sin que el enfermo parezca aún tener conciencia de la naturaleza de su mal. Terminará teniéndola. La élite política y financiera de Occidente lo sabe. Y por eso están aterrorizados y lo demuestran cada día. Han creado un monstruo que ha terminado por ser incontrolable.

De momento, los mortíferos efectos de su descontrol lo han padecido cientos de europeos en Madrid, París, Niza, Berlín, Múnich, Estocolmo… La espiral de muertes no hará sino crecer y robustecer la credibilidad de los únicos europeos que nunca ocultaron el verdadero nombre de la enfermedad, ni las recetas que eran necesarias para su erradicación antes de que sea demasiado tarde.

Lo sucedido el pasado viernes en Múnich constata hasta qué punto los dirigentes europeos están dispuestos a aceptar los inevitables daños colaterales que trae aparejado el siniestro plan de reducir a la población autóctona europea, convirtiéndola en minoritaria dentro de sus respectivos países. Mientras sigamos postrados en el altar de la multiculturalidad a la espera de nuestra inmolación, mientras las expectativas vitales de la población estén siendo orientadas hacia los frondosos caminos de la telebasura, el fútbol y ahora los Pokemon como última y ritulante moda, no nos quedará esperar más que desolación y muerte. La élite europea tiene asumida la inevitabilidad de ambas cosas, da igual en qué número, pero necesitan que el espíritu crítico del pueblo, su instinto rebelde, siga siendo tan estéril como una plantación de plátanos en la tundra siberiana.

Lo único que a esa élite parece ya inquietarles es el único grupo que, afortunadamente y de forma creciente, puede espolear el ánimo de la gente hasta convertirlo en un corazón unido e inexpugnable para los proyectos eugenésicos en marcha. Para cumplir sus objetivos y hacer frente a los que aquí defendemos, han adulterado principios y enajenado voluntades, han adulterado la Verdad suprema que la Iglesia hasta hace poco defendía, han promovido modas ideológicas que no son sino la conservación y propagación del virus latente, han generado un lacerante estado de inconciencia absoluta, han alterado los principios maniqueos sobre los que se asienta la moral natural, han relativizado hasta el derecho a nacer. Lo único que no han podido es doblegar al único movimiento político que ha escapado de sus siniestras manos. De ahí se entiende la obsesión con la llamada extrema derecha y todo el cúmulo de normas y campañas que han sido puestas en marcha para su aniquilamiento social.
Empiezan a tener inquietantes dudas sobre la culminación de sus planes. No de otra forma se entiende lo ocurrido el pasado viernes tras la matanza de Múnich. Con el rifle del islamista iraní aún humeante en la capital bábara, medios de todo el mundo se lanzaron a la sincronizada tarea de culpar del suceso a supuestos tiradores alemanes de ideología nazi. Esta fútil estrategia nos confirma hasta qué punto la élite europea tiene ya interiorizado como inevitable el sufrimiento de los europeos. Prender la llama en un edificio lleno de gente no es tan importante como la mano incendiaria. Evitar las devastadoras consecuencias del fuego les importa menos, infinitamente, que la providencial aparición de un bombero de signo ideológico distinto al de los pirómanos y que sea capaz de La ridícula teoría replicada irresponsablemente –mostrando cómo se construye la narrativa del terror– sobre el complot neonazi en la matanza de Múnich no se detuvo en barras cuando se descubrió que el matarife desgranaba suras coránicas y profesaba, cómo no, la “religión de la paz”. Resueltos como están los promotores de la islamización de Europa a que el peso de la indignación popular europea no caíga sobre sus cómplices en este ceremonia de destrucción y muerte, comenzó a abrirse paso en los titulares el consabido cuento chino del asesino solitario psicópata sin ninguna motivación religiosa. Debemos preguntarnos qué extraña y alambicada circunstancia hace que los asesinos psicópatas sean siempre los mismos. Incluso aún hoy domingo han aparecido titulares en los que se coloca a Breivik como el inspirador de la matanza. ¿Cuántas muertes deberán producirse para que el islamismo asesino pierda los atenuantes a que obliga el proyecto mundialista? Visto lo visto, no concibo esperanza alguna.El día después en Múnich: la misma letanía.Los titulares de la prensa occidental eran tan extravagantes como irrespetuosos con las víctimas. El pistolero iraní de 19 años no sólo segó la vida de una decena de inocentes, sino también el escaso sentido común que pudieran conservar algunos periodistas. AD se mantuvo en sus trece y, pese a la avalancha informativa que apuntaba a la autoría “neonazi” del crimen, mantuvimos nuestro firme convencimiento de que se trataba de una nueva dosis de envenenado islamismo en el paladar hendido de políticos y periodistas. Hasta la cadena televisiva de los obispos españoles se lanzó apresuradamente, con el habitual énfasis y engolamiento que requería la ocasión, a establecer paralelismos entre el pistolero “ultraderechista” de Múnich y el noruego masón Anders Behring Breivik. El suceso del viernes y sus postreras reacciones deberían despertar a los más incrédulos de su resignado amodorramiento. Deberían empezar a creer en que sólo desde las certezas que aquí mantenemos podrían salvar sus vidas. Y con las de ellos, las de todos.
En definitiva, que para una parte de la prensa oficial europea, lo importante no son los hechos destructivos, sino la demonización de cualquier persona o grupo que trate de impedirlos, llámese Donald Trump o el Frente Nacional francés. Lo que en realidad deberíamos aprender de esta lección es que sólo la derecha patriota y contraria a los planes mundialistas puede poner fin a tanto engaño, tanta mentira, tanta muerte predestinada y tanto sufrimiento.

La casta política y financiera está a la altura de los delincuentes. Las ideologías tradicionales son ya un monumental desastre, un fiasco superlativo. Desde la América de Trump hasta la Francia de Marine Le Pen, cada vez más gente está cabreada. Si no encuentran una voz en las fuerzas de gobierno, acabarán por hacerse escuchar saliendo del sistema. Si no creen que el orden global funciona para ellos, el Brexit amenaza con convertirse sólo en el comienzo de una descomposición de los planes mundialistas.

Hasta muchos escépticos reconocen que los monumentales errores que ha traído consigo la multiculturalidad están destruyendo Europa.

Se engañan quienes piensen que éste es un problema partidista. El fracaso es de todos los que a contrapelo de la tradición, de la historia y del sentido común, se obstinaron en vaciar los ideales tradicionales europeos para sustituirlos por otros que no podrán ser aceptados nunca sin alterar nuestro compromiso humano.

Luego está el lado cómico. En medio de centenares de muertos europeos que el terrorismo islámico lleva acumulados, políticos como Hollande y Merkel continúan su tarea depredadora con manifiesta impasibilidad. Si viniesen los marcianos, también seguirían haciendo lo mismo.
Nos están islamizando Europa, la han llenado de criminales y siguen como si no fuera con ellos. Los barrios más humildes van camino de albanokosovorizarse y ellos continúan ajenos al drama en sus residencias de lujo, rodeados de seguridad privada y de una legión de aduladores. Desde el cabo de Gata hasta el río Elba, se han hecho acreedores de nuestro odio y de nuestro desprecio.

Espero que los españoles con apego a su supervivencia colectiva reaccionen como ya lo están haciendo millones de europeos. Nada nos cabe esperar de quienes han pervertido la Historia, la moral natural, el sentido comunal de pertenencia a un pasado y hasta el lenguaje, para impedir cualquier tentativa efectiva de cambio, deseando que balemos sin cesar como tiernos corderos, anhelando que nos apacenten.

Desde 1945 están utilizando este gran continente como pantalla, pero todo se ventila a espaldas de los intereses de la gente. Se identifican antes con sus partidos, con la familia real de Arabia Saudí, con las órdenes de Bruselas y las consignas de los Bilderberg que con su propio pueblo. Son la casta más cruel, despreciable y traidora a la que hayamos tenido que enfrentarnos nunca. Mil veces peores que Escipión Emiliano, el cónsul romano que puso cerco a Numancia; los almorávides de Tarik; los piratas de sir Francis Drake; los mamelucos de Napoleón o los indígenas de Abdelkrim.

Sin embargo, todas estas cosas que ahora nos ocurren, llevan años siendo anunciadas por muchos españoles buenos. A sus advertencias se les hizo oídos sordos y fueron difamados, perseguidos, civilmente asesinados y hasta encarcelados. Pedro Varela ha sido el último ejemplo. Muchos españoles de buena voluntad se dejaron engañar por los encantadores de serpientes y se creyeron la estafa, mil veces repetida, de que en las tramposas urnas estaría la panacea, la solución antiséptica a todas nuestras heridas.

Esa es la diferencia entre la talla de unos y la de otros. Mientras algunos renunciaron a todo para seguir a su pueblo, otros, muchos, por no decir todos los demás, ni siquiera se acuerdan hoy de que existimos.

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