En la mesa de un buen estratega, como en el maletín de un buen cirujano, tiene que haber varias herramientas disponibles. Para evitar aquello de que si lo único que tengo es un martillo, todos los problemas tendrán la forma de un clavo. En ese sentido, los EUA están mutando de una estrategia fuertemente basada en las fuerzas convencionales a otra más sutil, pero no por ello, menos violenta y peligrosa.
Una evolución necesaria: la estrategia de los
EE.UU. se hace invisible.
por Steven Metz, en Institute of World Politics,
24 Jul 2012.
En los traumáticos meses posteriores al ataque del 11S, los EE.UU. lucharon
por entender al nuevo mundo que enfrentaban y redirigieron su sistema de
seguridad que estaba enfocado en los “Estados bandidos” y apoyado en su poder
militar convencional hacia una amenaza terrorista tenebrosa y ambigua. Algunos
componentes de su nueva estrategia, como el incremento de la seguridad interna
y la asistencia a los Estados aliados y asociados, eran obvios y entraron
fácilmente en vigencia. Pero cómo usar el poder militar de los EE.UU. en una
forma ofensiva contra el terrorismo no estaba tan claro.
La
inicial reacción de la administración Bush reflejó la vieja visión que cuando
uno tiene un martillo, cada problema se parece a un clavo. El martillo
norteamericano era una fuerza militar altamente capacitada para derrotar a
otras fuerzas militares convencionales. El desafío era encontrar la forma de
aplicarla contra el terrorismo. La administración Bush rápidamente encontró la
solución: concluyó que los Estados que apoyaban al terrorismo eran vitales para
los terroristas. Mediante la derrota de las fuerzas armadas de los Estados que
apoyaban el terrorismo, las fuerzas armadas norteamericanas estaban atacando al
terrorismo en forma directa. Así los EE.UU. pudieron pasar a la ofensiva usando
sus fuerzas para remover a los regímenes que apoyaban a los terroristas
abiertamente, como el talibán en Afganistán, o que teóricamente podrían llegar
a inclinarse por hacerlo en el futuro, como en el caso de Irak. En un periodo
de 15 meses, ambos regímenes fueron destruidos por la fuerza de las armas
norteamericanas en rápidas campañas de sorprendente brillantez.
Desafortunadamente,
la erradicación de Saddam Hussein y del talibán no logró el efecto estratégico
buscado. Para empezar, mientras la remoción de los regímenes, tanto por haber
apoyado o estar teóricamente inclinado a hacerlo, fue relativamente fácil. Pero
reconstruir un Estado deseoso de controlar a los extremistas fue duro y caro. Y
mientras los costos en dinero y en sangre de las campañas de Irak y de
Afganistán se amontonaban, el apoyo popular y el del Congreso declinaban. Se
hizo claro que tales esfuerzos no se podrían mantener lo suficiente como para
obtener un resultado decisivo, aun si este hubiera sido posible.
También,
quedó claro que la creencia que la remoción de Saddam Hussein o del talibán del
poder serían un golpe mortal contra al-Queda y otras organizaciones terroristas
se mostró que estaba infundada. Si algo, la guerra en Irak agregó al problema
del terrorismo mediante fue la radicalización de miles de terroristas al darles
la oportunidad de adquirir entrenamiento y experiencia. Aun la desaparición del
talibán del régimen de Afganistán, se pensó que forzaría a al-Queda a
relocalizarse y a reorganizarse, no fue el golpe contra el terrorismo que la
administración Bush esperaba. Antes que disuadir a los extremistas, motivó a
los nuevos.
Acabado el terrorismo, que pero no era un clavo,
después de todo
Pero una
cosa pasó durante este simple descubrimiento. Los EE.UU. desarrollaron una
forma diferente de acción ofensiva –supeditada de ser invisible, o al menos no
tan visible como otras. Como un ataque de las fuerzas especiales o con vehículos
aéreos no tripulados que son los más prometedores. Mientras ellos pueden no
llegar a conducirnos a una victoria decisiva y sin ambigüedades contra el
terrorismo, estas aproximaciones degradan ciertamente a las capacidades de los extremistas.
Una cosa que se ha hecho cada vez más difícil para los terroristas es entrenarse
y planificar, cuando al-Queda y sus aliados fueron forzados a abocar una
porción significativa de sus recursos y esfuerzos a mantenerse vivos. Mientras
la vida de los líderes terroristas se tornó más precaria y corta, la
efectividad de sus organizaciones declinó. Los nuevos líderes que reemplazaron
a los que murieron o fueron capturados tenían menos experiencia y a veces menos
talento. Ellos ciertamente continuaron tramando ataques y fueron capaces de
inspirar emuladores y franquicias en todo el mundo, pero “al-Queda casa central”
se transformó en una sombra de lo que era.
Los
políticos norteamericanos, también, encontraron que esta fuerza invisible era
política y económicamente más sustentable que las grandes operaciones de
estabilidad que abarcaban a cientos de miles de soldados y de civiles. La
estrategia siempre necesita asegurar que los beneficios y las ganancias sean
proporcionales a los costos, tanto si son económicos, militares, políticos o de
oportunidad. En las grandes misiones de estabilidad usando fuerzas
convencionales, las ganancias marginales, como una disminución del terrorismo,
no parecen justificar la enorme carga. Los mismos beneficios, cuando se
obtienen mediante una campaña invisible, se logran a un costo menor, por lo que
ellas se han convertido en la pieza central de la estrategia norteamericana en
su lucha contra el terrorismo.
Nada
indica que esto pueda cambiar. Dado el relativo pequeño número de personas
necesarias para mantener a esta campaña invisible, los EE.UU. pueden
continuarla por años o décadas. Esto refleja un profundo pero poco articulado
cambio en la forma en que los norteamericanos entienden la seguridad y el
terrorismo. La forma tradicional de pensamiento de los EE.UU. de que cuando una
amenaza a la seguridad emerge, el objetivo debe ser decisivo y debe lograse una
victoria sin ambigüedades. La forma en que los norteamericanos la obtienen
contra terroristas extremistas, según la estrategia y la doctrina de la
contrainsurgencia, fue diseñada para empezar por el refuerzo de las capacidades
de inteligencia, económicas, políticas y militares de un Estado asociado. Una
vez hecho esto, el gobierno asociado tiene que tomar a su cargo una larga y
ardua tarea de establecer su seguridad y erradicar a los extremistas, antes de
que lo hagan los EE.UU. directamente.
Mientras
esto puede ser cierto y bajo unas muy específicas circunstancias del mundo
real, hay una lado deficiente: solo funciona cuando hay aliados que comparten
los objetivos y las prioridades de los EE.UU. Solo con esos Estados asociados
se pueden desarrollar un sistema político inclusivo, abierto y justo que
minimice el resentimiento que alimenta al extremismo y establece un efectivo
control del gobierno sobre todo el territorio de la nación, de tal forma que se
le niega el uso del espacio a los extremistas.
En
realidad, los regímenes en Estados infectados por el extremismo están más
interesados en usar el Estado para beneficiar al grupo que representaba al
régimen. En ocasiones ello implica controlar las principales ciudades y las
regiones productoras de recursos, mientras que se pone poca atención al
interior (este es el espacio en el que operan los extremistas). A veces los
Estados no tienen la capacidad de controlar todo su territorio, o en otras ocasiones,
simplemente no están interesados en hacerlo. Últimamente, esos regímenes
reconocieron que la erradicación total de los extremistas se enfrentaba con una total falta de interés. Si
esto era el caso, los EE.UU. y el resto de la comunidad internacional perdían
rápidamente el interés y el flujo de asistencia cesaba. El cual beneficiaba al
régimen y a sus clientes. Sin una amenaza extremista, las naciones como
Afganistán podrían ser tan desérticas como irrelevantes. Con la amenaza
extremista, son importantes y conservaban el flujo de asistencia que podía
pagar las mansiones en Dubái.
Una
estrategia contra-extremista basada en la fuerza invisible por lejos evita este
problema. Mientras que a los EE.UU. les gustaría encontrar y apoyar a los Estados
asociados que compartan estos objetivos y prioridades, no se basa en ellos.
Hasta tanto que sea capaz de comprar cierto grado de acceso a las áreas que
generan extremistas, puede prevenir el desarrollo de los terroristas y proyectar
efectivamente su poder. Después de todo, este es el objetivo, aun aunque a veces
nos olvidamos de él.
Sin un
anuncio formal los EE.UU. han cambiado su estrategia contra-extremista en forma
parecida a los israelíes. Lo que los israelitas saben hoy es que nunca ganarán
el corazón y las mentes de los palestinos o ni crearán Estados clientes
obedientes que promuevan su seguridad, como una estrategia contrainsurgencia
clásica requeriría. Lo mejor que Israel puede esperar es mantenerse aceptablemente
seguro previniendo a terroristas y a otros enemigos para que desarrollen una
capacidad de proyección de poder. Para hacerlo, usa incursiones de sus
servicios de inteligencia, fuerzas militares y cibernéticas, así como –en
algunos casos- operaciones convencionales de duración limitada. A partir, de
que las incursiones a menudo tienen lugar en otros Estados es que existe la
necesidad de aliados o asociados, ellos tienen que mantenerse lo
suficientemente limitados para evitar o provocar una guerra. Mientras este tipo
de estrategia puede no ser la más
efectiva, es aceptablemente efectiva y sustentable tanto desde una perspectiva
política como económica. Israel puede continuar por décadas si fuera necesario.
Aun si los extremistas no se agotan en un momento dado, su habilidad de dañar a
Israel estará siempre degradada.
Esta
forma de pensamiento acerca de la seguridad es un mar de cambios para los
norteamericanos. Tradicionalmente, la cultura estrategia norteamericana
delimitaba a la guerra y a la paz. Se basaba en la creencia que la paz era la
condición humana normal, mientras que los episodios esporádicos de guerra
representaban la anormalidad. Cuando una guerra ocurre, el objetivo queda claro
y una Victoria decisiva es lo que marca el retorno de la paz. Sin embargo, esto
no refleja el ambiente de la seguridad del siglo XXI, donde los enemigos son
terroristas escondidos antes que ejércitos en marcha y flotas que se hacen a la
mar. Una estrategia basada en ofensivas invisibles mediante acciones militares
no es una “estrategia para la victoria” en el sentido histórico. Pero puede que
esto está ya haya quedado obsoleto. Si los norteamericanos son capaces de
trascender su obsesión para con una victoria clara, cualquier fuerza militar que
sea utilizada y ajustada para un nivel de baja violencia persistente y en
ebullición podrá aceptable para manejar y contener antes que para erradicar.
Entonces, esta estrategia basada en acciones militares invisibles funcionará.
A lo
largo de la historia, los imperios han reconocido que derrotar a otras imperios
y contener a los bárbaros, ambos componentes necesarios para lograr su
seguridad, no son la misma cosa. Sin embargo, los EE.UU. podría preferir la
claridad de derrotar a otros imperios, pero su tarea principal hoy es contener
a los bárbaros. En esta empresa, una estrategia que confíe en una fuerza
militar invisible es la menos mala de las opciones. Aunque puede ser que no sea
lo que deseemos, pero es lo que debemos hacer.
Traducción: Carlos
Pissolito.
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