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Dejen gasear a Bashar
Siria. En el marco de La Nueva Guerra Fría, cada alternativa es peor que la otra.
escribe Osiris Alonso D’Amomio
Internacionales, especial
para JorgeAsísDigital
“Bashar Assad es una línea roja”, definió Vladimir Putin, según el diario An Nahar, de Líbano. “Si quieren cambiarlo ¿qué les parece Maher Assad?”.
El hermano Maher es, acaso, peor que Bashar. Maneja la IV División de Infantería, la más comprometida en la represión militar.
Obama -pobre- felizmente arruga.
Retrocede en el amague principista de atacar a Siria, sin el imposible aval de las Naciones Unidas.
Transfiere entonces la responsabilidad hacia el congreso norteamericano, que recién lo va a tratar el 9 de septiembre.
Significa confirmar que Bashar se recarga de oxígeno y gana, transitoriamente, la partida. Sin la virtual licencia de corso para continuar con la gasificación.
Aunque Putin, el protector principal de Bashar, divulga sin ruborizarse que las armas químicas fueron lanzadas por los “rebeldes”. El recurso, después de todo, es previsible.
Antes del tratamiento en el Congreso, en la bellísima San Petersburgo, a orillas del Río Neva, en la cumbre del G-20 Obama debe encontrarse con los referentes que le retacean el apoyo para la aventura. Pero seguramente prefieren adherir a la “jornada de oración por la paz” en Siria. La impulsa el Papa Francisco.
Sobre todo Obama podrá mantener un aparte con Vladimir Putin. El contrapeso que le impide el amague. Y no exclusivamente porque Rusia sea el tradicional aliado de Siria, como Irán.
Con su rostro de desagrado, Putin supo arruinarle a Obama la fotografía de la última reunión de Irlanda. Y hasta lo incomodó con el otorgamiento del asilo a Edward Snowden. Símbolo nada menor.
Para algarabía de Rusia, Putin es la idea del equilibrio universal. Se asiste a la consolidación de la Neo Guerra Fría.
Después de veinte años, el mundo vuelve a ser representado como un tablero de ajedrez. Paradójico, entrecruzado y contradictorio. Donde ya no existe ninguna clara presencia hegemónica, en condiciones de dictar sus propios postulados hacia la complementaria humanidad.
Gracias, en parte, a la capacidad para la resistencia de Bashar al Assad, Estados Unidos asume que ya no puede imponer nada. Tiene, en adelante, que persuadir. Negociar.
Aceptar la persistencia de una noción meramente contable de la muerte. Mil quinientos muertos gasificados con sarín no pueden, en definitiva, conmover a nadie. Sobre todo cuando ya se asesinaron ciento diez mil. Suficiente con la jornada colectiva de oración.
Otro -digamos- Tony Blair. Como aquel estadista desperdiciado que se estrelló en el seguimiento de George Bush hijo. Del que Obama quiso, a su vez, paradójicamente, también diferenciarse.
A esta altura el pobre Obama no puede evitar la equiparación entre Siria e Irak.
Por lo tanto Obama se enreda en las tergiversaciones comparadas. Las que motivaron aquella cruzada, sin ir más lejos, contra Sadam. Con la intervención principista que se planifica en la Siria (ya destruida) por Bashar.
Persiste un agravante significativo: a un Bush, padre o hijo, ningún sueco inspirado jamás iba a proponerlo para el Premio Nobel de la Paz.
Como el Nobel que reluce entre los anaqueles del pacifista Obama, justo cuando llamativamente se dispone para ir a la guerra. Con la seguridad que las armas químicas que utiliza Bashar para diezmar a los rebeldes sirios, nada tienen en común con las armas de destrucción masiva que los americanos (humillados por Al Qaeda) fueron a buscar a Bagdad. Y que Sadam, en algún momento, las tuvo. Se las había entregado de favor el Occidente solidario, cuando Sadam combatía a los alucinados ayatolhas de Irán.
Marcan, en conjunto, la inviabilidad del sistema de las Naciones Unidas. Una monstruosidad presupuestaria que se muestra inútil cuando se deben resolver los problemas sustanciales de la guerra. Lo conveniente, y menos problemático, es orar.
Sin embargo la actual ONU sirve como formidable pretexto. Para delimitar las responsabilidades. Para resguardar la propia responsabilidad ante la indiferencia de la historia.
La injerencia, en el retroceso, dejó de ser un derecho. Para ser una impertinente osadía.
El consenso apaciguador nunca podrá darse, y los tiranos, por soberanos tienen, en adelante, el derecho moral de exterminar a sus pueblos. Agitados, invariablemente, “por intereses foráneos”. Siempre oscuros.
Dejen, entonces, gasear tranquilo a Bashar.
De manera que Bashar puede continuar con la faena destructiva. Con más impunidad de la necesaria, y con la ostensible admiración de los dictadores derrotados que lo admiran. Porque se cayeron, en el fondo, por un par de manifestaciones inofensivas. Podían haberse controlado con una madura represión. Sin entregarle Egipto con tanta facilidad a los islamistas, para reproducir, con el golpe de Al Sisi, el fenómeno del fracaso circular. Con el respectivo advenimiento de los yihadistas más violentos que se disponen a fortalecer, con sus cuerpos prescindibles, la totalidad de las franquicias de Al Qaeda.
Sea en el Maghreb, en Sahel, en Yemen o en Egipto. Y también en Siria, si es que Obama se sale con la suya y decide atacar. Para brindarle la lección moral a Bashar. Al que Putin sólo podría cambiarlo por Maher.
La intervención militar sería tal vez mucho más perjudicial que la diplomática parsimonia de la quietud. La condescendencia.
Es preferible hacerse el tonto y dejar los valores como están. Y que Bashar se entregue a la cordialidad de la matanza en paz, aunque preferiblemente sin recurrir al gas sarín. Neutralizado, apenas, por la oración colectiva de Francisco. Y por los llamados para establecer “el diálogo” de las cancillerías, que siguen el ejemplo magistral de Poncio Pilatos, sin conmoverse por los ciento diez mil muertos de Siria, ni sus tres millones de refugiados, diseminados entre Turquía y Jordania.
Como los países que pretenden tallar fuerte no se lo van a impedir, Bashar el oftalmólogo (cliquear) podrá mostrarse patrióticamente victorioso. Blindado. Favorecido por el golpe en Egipto, por el respaldo incondicional de Irán y especialmente de Rusia, que es mucho más que un aliado. Es el componente sustancial de la propia integridad.
Ya que Rusia mantiene, en Tartuz, frente a sus costas, la base militar que le puede facilitar las próximas extorsiones en el Mediterráneo.
Pieza invalorable -el Mediterráneo- para la atmósfera novelesca de la Nueva Guerra Fría.
La Guerra Fría que Putin, a pesar de Obama, supo recrear.
Internacionales, especial
para JorgeAsísDigital
“Bashar Assad es una línea roja”, definió Vladimir Putin, según el diario An Nahar, de Líbano. “Si quieren cambiarlo ¿qué les parece Maher Assad?”.
El hermano Maher es, acaso, peor que Bashar. Maneja la IV División de Infantería, la más comprometida en la represión militar.
Obama -pobre- felizmente arruga.
Retrocede en el amague principista de atacar a Siria, sin el imposible aval de las Naciones Unidas.
Transfiere entonces la responsabilidad hacia el congreso norteamericano, que recién lo va a tratar el 9 de septiembre.
Significa confirmar que Bashar se recarga de oxígeno y gana, transitoriamente, la partida. Sin la virtual licencia de corso para continuar con la gasificación.
Aunque Putin, el protector principal de Bashar, divulga sin ruborizarse que las armas químicas fueron lanzadas por los “rebeldes”. El recurso, después de todo, es previsible.
Antes del tratamiento en el Congreso, en la bellísima San Petersburgo, a orillas del Río Neva, en la cumbre del G-20 Obama debe encontrarse con los referentes que le retacean el apoyo para la aventura. Pero seguramente prefieren adherir a la “jornada de oración por la paz” en Siria. La impulsa el Papa Francisco.
Sobre todo Obama podrá mantener un aparte con Vladimir Putin. El contrapeso que le impide el amague. Y no exclusivamente porque Rusia sea el tradicional aliado de Siria, como Irán.
Con su rostro de desagrado, Putin supo arruinarle a Obama la fotografía de la última reunión de Irlanda. Y hasta lo incomodó con el otorgamiento del asilo a Edward Snowden. Símbolo nada menor.
Para algarabía de Rusia, Putin es la idea del equilibrio universal. Se asiste a la consolidación de la Neo Guerra Fría.
Después de veinte años, el mundo vuelve a ser representado como un tablero de ajedrez. Paradójico, entrecruzado y contradictorio. Donde ya no existe ninguna clara presencia hegemónica, en condiciones de dictar sus propios postulados hacia la complementaria humanidad.
Gracias, en parte, a la capacidad para la resistencia de Bashar al Assad, Estados Unidos asume que ya no puede imponer nada. Tiene, en adelante, que persuadir. Negociar.
Aceptar la persistencia de una noción meramente contable de la muerte. Mil quinientos muertos gasificados con sarín no pueden, en definitiva, conmover a nadie. Sobre todo cuando ya se asesinaron ciento diez mil. Suficiente con la jornada colectiva de oración.
Tergiversaciones comparadas
Para el (amague del) ataque a Siria, entre los cinco grandes del Consejo de Seguridad, Obama sólo cuenta con François Hollande, que busca desmarcarse en el tablero, a pesar de la reticencia de su sociedad. Hollande aprovecha para diferenciarse de la rigidez dominante de la señora Ángela Merkel, que prefiere escudar cualquier acción militar en el paraguas (agujereado) de las Naciones Unidas. Y se diferencia también del fragilizado David Cameron, a quien el parlamento británico le impidió que se convirtiera en otro aliado automático, de cualquier excursión norteamericana.Otro -digamos- Tony Blair. Como aquel estadista desperdiciado que se estrelló en el seguimiento de George Bush hijo. Del que Obama quiso, a su vez, paradójicamente, también diferenciarse.
A esta altura el pobre Obama no puede evitar la equiparación entre Siria e Irak.
Por lo tanto Obama se enreda en las tergiversaciones comparadas. Las que motivaron aquella cruzada, sin ir más lejos, contra Sadam. Con la intervención principista que se planifica en la Siria (ya destruida) por Bashar.
Persiste un agravante significativo: a un Bush, padre o hijo, ningún sueco inspirado jamás iba a proponerlo para el Premio Nobel de la Paz.
Como el Nobel que reluce entre los anaqueles del pacifista Obama, justo cuando llamativamente se dispone para ir a la guerra. Con la seguridad que las armas químicas que utiliza Bashar para diezmar a los rebeldes sirios, nada tienen en común con las armas de destrucción masiva que los americanos (humillados por Al Qaeda) fueron a buscar a Bagdad. Y que Sadam, en algún momento, las tuvo. Se las había entregado de favor el Occidente solidario, cuando Sadam combatía a los alucinados ayatolhas de Irán.
Alternativas desgraciadas
Las alternativas que se presentan, en la región, son todas, para colmo, desgraciadas. Una peor que otra.Marcan, en conjunto, la inviabilidad del sistema de las Naciones Unidas. Una monstruosidad presupuestaria que se muestra inútil cuando se deben resolver los problemas sustanciales de la guerra. Lo conveniente, y menos problemático, es orar.
Sin embargo la actual ONU sirve como formidable pretexto. Para delimitar las responsabilidades. Para resguardar la propia responsabilidad ante la indiferencia de la historia.
La injerencia, en el retroceso, dejó de ser un derecho. Para ser una impertinente osadía.
El consenso apaciguador nunca podrá darse, y los tiranos, por soberanos tienen, en adelante, el derecho moral de exterminar a sus pueblos. Agitados, invariablemente, “por intereses foráneos”. Siempre oscuros.
Dejen, entonces, gasear tranquilo a Bashar.
La Nueva Guerra Fría
Total Rusia y China, desde el Consejo de Seguridad, van a impedir cualquier intervención contra un país soberano, como Siria.De manera que Bashar puede continuar con la faena destructiva. Con más impunidad de la necesaria, y con la ostensible admiración de los dictadores derrotados que lo admiran. Porque se cayeron, en el fondo, por un par de manifestaciones inofensivas. Podían haberse controlado con una madura represión. Sin entregarle Egipto con tanta facilidad a los islamistas, para reproducir, con el golpe de Al Sisi, el fenómeno del fracaso circular. Con el respectivo advenimiento de los yihadistas más violentos que se disponen a fortalecer, con sus cuerpos prescindibles, la totalidad de las franquicias de Al Qaeda.
Sea en el Maghreb, en Sahel, en Yemen o en Egipto. Y también en Siria, si es que Obama se sale con la suya y decide atacar. Para brindarle la lección moral a Bashar. Al que Putin sólo podría cambiarlo por Maher.
La intervención militar sería tal vez mucho más perjudicial que la diplomática parsimonia de la quietud. La condescendencia.
Es preferible hacerse el tonto y dejar los valores como están. Y que Bashar se entregue a la cordialidad de la matanza en paz, aunque preferiblemente sin recurrir al gas sarín. Neutralizado, apenas, por la oración colectiva de Francisco. Y por los llamados para establecer “el diálogo” de las cancillerías, que siguen el ejemplo magistral de Poncio Pilatos, sin conmoverse por los ciento diez mil muertos de Siria, ni sus tres millones de refugiados, diseminados entre Turquía y Jordania.
Como los países que pretenden tallar fuerte no se lo van a impedir, Bashar el oftalmólogo (cliquear) podrá mostrarse patrióticamente victorioso. Blindado. Favorecido por el golpe en Egipto, por el respaldo incondicional de Irán y especialmente de Rusia, que es mucho más que un aliado. Es el componente sustancial de la propia integridad.
Ya que Rusia mantiene, en Tartuz, frente a sus costas, la base militar que le puede facilitar las próximas extorsiones en el Mediterráneo.
Pieza invalorable -el Mediterráneo- para la atmósfera novelesca de la Nueva Guerra Fría.
La Guerra Fría que Putin, a pesar de Obama, supo recrear.
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