"Peor que el
crimen organizado es el crimen desorganizado."
Tom Wolfe
Por Carlos
Pissolito
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Del Bosco, El Jardín de las Delicias (detalle). |
Si hiciéramos un paseo diurno por determinados lugares de
nuestras ciudades nos encontraríamos con un cuadro similar en todas ellas.
Especialmente, si nuestro recorrido fuera realizado por lo que algunos no dudan
en calificar como “aéreas liberadas” o en los márgenes de las denominadas
“islas de seguridad” como puede serlo un country o un barrio tranquilo.
Notaríamos una cantidad excesiva de basura, veríamos grafitis de monótona
agresividad, tampoco sería extraño que nos topáramos con jeringas descartables
y botellas de alcohol rotas esparcidas en el piso de lugares públicos como
paseos y plazas. Si habláramos con algunos vecinos seguramente nos referirían
de su temor a salir después de determinadas horas o transitar por determinados
lugares.
Todo ello son indicios de que en esos lugares se desarrollan
actividades muy distintas durante la noche que durante el día. Si pudiéramos
observar estas actividades podríamos ver que tienen lugar, mayormente, entre
jóvenes y que tienen un denominador común: la violencia y el abuso del alcohol
y de las drogas. Si estas escenas fueran aún comunes durante las horas de luz,
nos encontraríamos en un cuadro aun más avanzado de deterioro. Para la gran
mayoría esto se engloba en un fenómeno generalizado al que denominan
“inseguridad”. Pero, una observación más profunda revela la presencia de lo
algunos expertos no dudan en calificar como a una guerra civil molecular. Una
librada sin lideres conocidos y donde los jóvenes desempleados de nuestra
sociedad son su vanguardia.
Si en el pasado las guerras civiles estaban justificadas, o
al menos esperaban estarlo, en un alzamiento revolucionario contra una
autoridad despótica. Hoy, no hay un motivo aparente a la vista para esta
violencia generalizada. Igualmente, si antes para que se diera una guerra civil
“exitosa” era necesario, tanto el apoyo externo como la partición de parte importante de la población en dos
bandos irreconciliables. No es lo que sucede hoy. Estas guerras civiles
moleculares estallan internamente sin necesidad de que se haya establecido
ningún contagio extranjero. Tampoco parten de una clara división de la sociedad
en dos bandos. Más se parecen a un todos contra todos, donde los más débiles,
especialmente ancianos, mujeres y niños, son sus víctimas predilectas. Son un
fenómeno nuevo, característico de nuestros tiempos. Uno que exige soluciones
diferentes hasta las intentadas hasta ahora.
Como nos dice el profesor y periodista alemán Hans Magnus
Enzensberger, este fenómeno tiene una característica que lo diferencia de otros
tipos de violencia en el pasado, cual es: “…la naturaleza autista de los
perpetradores y su incapacidad de distinguir entre destrucción y
auto-destrucción. Las guerras civiles de hoy ya no existe la necesidad de
legitimar las acciones. La violencia se ha liberado de la ideología.” (Civil
Wars, 20 p)
Este autor cita a la conocida pensadora de origen judío
Hannah Arendt, quién argumenta sobre las causas de este fenómeno diciendo lo
siguiente: “Sospecho que nunca ha habido escasez de odio en el mundo, pero
ahora ha crecido hasta convertirse en un factor político en todos los asuntos
públicos. Este odio no se basa en ninguna persona ni en ninguna cosa. No
podemos hacer responsable, ni al gobierno, ni a la burguesía, ni a los poderes
extranjeros. Se filtra en todos los aspectos de nuestra vida y va en todas las
direcciones, adoptando las formas más fantásticas e inimaginables. "Se trata de
todos contra todos, contra cualquiera, pero especialmente contra mi vecino.”
Llama aun más la atención cuando ella se pregunta y se contesta sobre los
porque de esta violencia sin sentido, dice: “La gente ha perdido su sentido
común y sus poderes de discernimiento, a la misma vez que sufre de la pérdida
del más elemental instinto de supervivencia.” (Op. Cit.: 26 p)
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