por Sebastián Ventura - Especial para Espacio Estratégico
Un típico grupo de combatientes híbridos posa para la foto durante la ocupación rusa de Crimea. |
A tal fin, abordaremos este trabajo, primero recordando la conceptualización de los tres términos y las implicancias en la forma actual de hacer la guerra y procesar conflictos entre Estados o entes no estatales.
En segundo término trataremos de repasar los conceptos de defensa y seguridad nacional de algunos Estados latinoamericanos y si éstos se adaptan, o podrían hacerlo, a los conceptos y formas referidas anteriormente.
En tercer término plantearemos interrogantes y posibles cursos de acción para la adecuación, cooperación y sofisticación de los sistemas de Defensa de Estados latinoamericanos en general y sudamericanos en particular con el fin de una mejor adaptación a las nuevas realidades globales.
Guerra Híbrida, Guerra Irrestricta y Zona Gris, conceptos y realidades
El término Guerra Híbrida (GH) lo catapulta el coronel Frank Hoffman del U.S. Army hacia el año 2007 conceptualizándola como: “la guerra híbrida mezcla la letalidad del conflicto estatal con el fanatismo y fervor prolongado de las guerras irregulares” y también, “la guerra híbrida incorpora un rango de diferentes modos de combatir incluyendo capacidades convencionales, formaciones y tácticas irregulares, actos terroristas, incluyendo violencia indiscriminada, coerción y desorden criminal”, todo de forma “simultánea y adaptativa”. En definitiva es un tipo de guerra multimodal utilizada y aprovechada por “estados o grupos que seleccionan de todo el menú de tácticas y tecnologías y las mezclan de manera innovadora para encontrar su propia cultura estratégica, geografía y objetivos”.
A su vez Hoffman define en otro trabajo el concepto de amenaza híbrida como “todo adversario que simultáneamente y medidamente emplea una mixtura fusionada de armas convencionales, tácticas irregulares, terrorismo y comportamiento criminal en el espacio de batalla para obtener sus objetivos políticos” . Queda claro que la GH no sólo implica el uso de la violencia armada o física, sino que también se utilizan diferentes modos o métodos (algunos muy antiguos) para escalar gradualmente hacia una guerra abierta convencional o bien para encubrir distintas fases de la iniciativa estratégica dentro de una perspectiva de gradualismo estratégico.
Por otra parte los coroneles del ejército chino Quiao Liang y Wang Xiangsui en 1999 publicaron un revolucionario trabajo, denominado Guerra Irrestricta (GI), sobre la forma en que se abordarían los conflictos en el siglo XXI (con la particular y amplia visión china del tema), este trabajo fue traducido en EE.UU. por un órgano de la CIA denominado FBIS y prendió las luces de alarma en el mundo académico de la Defensa norteamericana.
Liang y Xiangsui dicen que “la primera regla en la GI es que no hay reglas, no hay nada prohibido”, añadiendo la relación asimétrica entre Estados subordinantes y subordinados en el contexto internacional y cómo esta noción de guerra es la que aplican los denominados “Estados revisionistas” ya que “...las naciones fuertes hacen las reglas mientras que las que están creciendo rompen y explotan algunas....los EE.UU. rompen y hacen otras reglas nuevas cuando estas no se ajustan a sus propósitos, pero tienen que observar sus propias reglas o el resto del mundo no confiaría en ellos...”. Asimismo estipulan que en la GI ya no sólo la violencia queda restringida a la esfera militar sino que se amplía el concepto de conflicto “usando todos los métodos, incluyendo fuerzas armadas o fuerzas no armadas, militares y no militares, letales y no letales, para imponer al enemigo aceptar nuestros propios intereses” y observan que existe una “relativa reducción de la violencia militar, al mismo tiempo que observamos definitivamente un incremento de la violencia política, económica y tecnológica”. Se procura principalmente el control y sometimiento del adversario antes que la violencia y el aniquilamiento.
Para los coroneles, la GI es una guerra que combina medios militares (fuerzas armadas y especiales, armamento letal, espaciales) y no militares (psicológicos, diplomáticos, de inteligencia, económicos y financieros, cibernéticos), que combina niveles de operación (estratégico, operacional y táctico), como también combina Estados nacionales y organizaciones nacionales o transnacionales de diversa índole, por último combina dominios de guerra (convencional, irregular, diplomática, psicológica, económica); para ellos la guerra combinada es “una forma de pensar y luego un método”.
A su vez los autores plantean una serie de principios para ejercer la GI:
-Omnidireccionalidad: la guerra es omnidireccional en términos de espacios geográficos y en términos de espacios naturales (aire, tierra, agua, espacio ultraterrestre), no debe haber obstáculos ni puntos ciegos para las operaciones. La GI se libra en todos los espacios sociales, naturales y tecnológicos.
-Sincronía: la guerra se ejerce en distintos espacios y niveles en un mismo período temporal.
-Objetivos limitados: los objetivos deben estar limitados a la potencialidad y eficacia de cada uno de los instrumentos utilizados; los objetivos deben ser realistas y asequibles.
-Medidas sin límites: usar o contar para su uso, con la mayor cantidad de medidas o instrumentos posibles.
-Asimetría: es una forma de pensar, en la que se busca el desbalance y los puntos débiles del adversario de forma permanente. Vale en este punto plantear la abarcativa definición de “asimetría estratégica” de Metz: “en asuntos militares y de seguridad nacional, asimetría significa actuar, organizar y pensar de forma en forma diferente al adversario para maximizar los esfuerzos relativos, tomar ventaja de sus debilidades y adquirir mayor libertad de acción. Puede ser política-estratégica, militar-estratégica, operacional o una combinación que implica distintos métodos, tecnologías, valores, organizaciones o perspectivas de tiempo. Puede ser a corto o largo plazo. Puede ser también discreta o complementada en conjunto o con aproximaciones simétricas y tener una dimensión tanto psicológica como física”.
-Consumo mínimo: se consumen los mínimos recursos posibles a través de una actuación racional, tanto en la designación de objetivos, como en el uso de los recursos.
-Coordinación multidimensional: la coordinación de las distintas esferas, niveles o dominios del conflicto es primordial para lograr la sincronía y es una derivación lógica de la omnidireccionalidad. Implica estrategas y tácticos, civiles y militares, formados para actuar en este tipo de conflictos multidimensionales y transversales.
-Ajuste y control del proceso: al no haber planes o estructuras de pensamiento predeterminadas se debe evaluar, controlar y ajustar permanentemente todo el proceso de objetivos, ideas y acciones del conflicto con el fin de lograr las metas propuestas y mantener la iniciativa en todo el período.
El tercer concepto a observar es el más difuso pero el más interesante, hablamos de “Zona Gris” (ZG). Un primer abordaje para la definición de ZG es que sería el estado de las relaciones internacionales de un Estado en el que “sin llegar a constituir una guerra abierta, ya no se corresponde con la normalidad de las prácticas internacionales en tiempo de paz”. La ZG implicaría en términos generales que no se desea llegar al uso de violencia armada, ni mucho menos llegar a la guerra abierta, porque no sería redituable para los intereses del Estado en cuestión, por los costos y los riesgos que conllevarían tal tipo de acciones. Si las tácticas y estrategias de la ZG son respondidas por el enemigo con violencia armada es porque se cruzó el umbral de la ZG y se pasó a la guerra híbrida (GH) o guerra abierta convencional.
Los objetivos de la ZG pueden ser los mismos que los de una guerra abierta pero los instrumentos utilizados son otros (políticos, psicológicos, informativos, de movilización social, judicial, económicos, financieros, tecnológicos, culturales, de sabotaje/ delincuencia, etc.), en algunos puntos se podría solapar con el concepto de GH en caso que se utilizara violencia armada al menos de forma limitada y encubierta. En cierta forma se aproxima a la definición de ZG el viejo concepto de “Political Warfare” (guerra política) conceptualizado por George Kennan como “el empleo de todos los medios del comando de una Nación para conseguir los objetivos nacionales sin ir a la guerra (short of war). Esas operaciones son tanto cubiertas como encubiertas”; dicho concepto tuvo amplio uso durante casi todo el siglo XX, especialmente en la guerra fría; pero el de ZG abarcaría una dimensión ampliada, expandida por la cantidad de actores, instrumentos, variantes posibles en el siglo XXI; el caso del ciberataque a Estonia en 2007 tal vez sea uno de los ejemplos claves de la ZG en nuestro tiempo. Una definición omnicomprensiva de guerra política es la de Joe Celeski (Coronel retirado del U.S. Army), “El propósito de la Guerra Política es la de aislar, erosionar, manipular, extenuar, desgastar, agotar, derrocar, reducir, reemplazar, o crear condiciones para coaccionar a un gobierno o régimen beligerante para que asienta nuestros objetivos nacionales sin ir a la guerra”
La ZG se caracteriza por circundar permanentemente en el terreno de lo ambiguo, del engaño, de la desinformación, de lo clandestino, secreto y encubierto, de la turbidez o inclusive lo sórdido; implica desgaste de actores, deslegitimación del enemigo, deterioro de su imagen externa, de su moral, de su voluntad de lucha, de su conciencia y cohesión colectiva, de su empobrecimiento.
La ZG plantea estrategias de mediano o largo plazo, en donde se pueden escalar o desescalar situaciones conflictivas exponencialmente, de forma gradual (raramente de forma intempestiva), es compatible con las estrategias sin tiempo del pensamiento oriental (que generalmente se traducen en estrategias de largo o muy largo plazo para alcanzar los objetivos propuestos); no se plantea necesariamente concluir de forma definitiva el conflicto si no se obtuvieron todos los resultados esperados. Es muy probable que el actor que se sienta cómodo y sepa operar en la ZG mantenga la iniciativa estratégica y tenga éxito en la consecución de los objetivos planteados.
La guerra política o el concepto más amplio de ZG al decir de George F. Kennan es la “aplicación lógica de la doctrina de Clausewitz en tiempo de paz”.
Para Michael J. Mazarr la “combinación de estos tres elementos: revisionismo mesurado, gradualismo estratégico e instrumentos y técnicas no convencionales, juntos dan cuenta de los orígenes y el carácter del conflicto de ZG”. Para dicho autor un conflicto de ZG se caracteriza por:
“-Perseguir objetivos políticos a través de campañas cohesivas e integradas.
-Emplea instrumentos no militares y no cinéticos / violentos (non kinetic).
- Se esfuerza por permanecer por debajo de los umbrales clave de escalada o de la línea roja para evitar conflictos directos y convencionales.
- Se mueve gradualmente hacia sus objetivos en lugar de buscar resultados concluyentes en un período específico de tiempo.”
Como vemos se remarca la idea de la utilización de instrumentos no violentos, de una alta coordinación e integración de las acciones políticas (dirigidas principalmente por civiles) y de una fina y sofisticada apreciación de la realidad y de la ejecución de los planes tácticos y estratégicos en un, generalmente, amplio período temporal. Las nuevas tecnologías, la variedad de instrumentos y la sofisticación política hacen cada vez más difusos, imperceptibles los límites entre la guerra y la paz, entre lo militar y lo civil, entre la victoria y la derrota. Por lo tanto es de vital importancia contar con abundante y buena información, bien analizada e interpretada para evitar potenciales percepciones erróneas de hostilidad, malentendidos y riesgos; un peligro muy presente en la ZG y que pueden llevar a escaladas peligrosas. En efecto, la disuasión clásica queda en entredicho si cada vez más países adoptaran doctrinas y utilizaran acciones de ZG o GI.
Tanto en la GH, GI y ZG, la guerra con actores proxies (aliados o sujetos utilizables), en territorios lejanos o adyacentes a los actores principales puede llegar a ser una constante, generalmente deseable, para evitar un desgaste y deslegitimación rápida que conduzca a la derrota estratégica en el conflicto. La estrategia debe contar siempre con un correlato de acciones táctico/políticas bien planificadas, ejecutadas y coordinadas. Un relato comunicacional lógico y creíble es una condición sine qua non para el éxito en la ZG. También es clave para el éxito en la ZG permanecer siempre bajo los umbrales de agresión que merezca una respuesta de igual o mayor envergadura, especialmente si esa respuesta pasa a ser violenta, en definitiva evitar una escalada rápida y violenta. Como ya decía Clausewitz en su magna obra, controlar la escalada violenta de una crisis es uno de los problemas más importantes de la estrategia; por lo tanto la ZG se mueve cómodamente en el estadio de la tensión y el litigio, sin llegar a la crisis (violencia puntual y esporádica) y mucho menos a la guerra.
Así como para Sun Tzu “los que ganan todas las batallas no son realmente profesionales, los que consiguen que se rindan impotentes los ejércitos ajenos sin luchar son los mejores (maestros del arte de la guerra)”, es decir, someter al enemigo sin luchar es la cumbre de la habilidad estratégica; el maestro de la lucha en la ZG es que logra que el adversario no perciba fehacientemente la hostilidad manifiesta y los objetivos estratégicos a lograr. De hecho en estas conceptualizaciones de conflictos del siglo XXI existiría una percepción de conflicto permanente, donde los períodos de paz y las relaciones diplomáticas de buena fe son circunstancias accidentales o transitorias; la regla es el conflicto.
Sin embargo si la lucha en la ZG se transforma en un conflicto de largo plazo es muy probable que obtenga la victoria, no sólo el que se equivoca menos y obtiene más victorias tácticas, sino especialmente el que conserve mayor capacidad de resiliencia, cohesión, una alta moral colectiva y conserve la voluntad de lucha.
La Defensa Sudamericana en su laberinto
En este apartado debemos destacar en primer lugar, la diferenciación e interrelación de los conceptos de “Seguridad Nacional” y “Defensa Nacional”. El primero abarca al segundo; la O.N.U. la define a la seguridad de la siguiente forma: “Es la situación en la que los Estados consideran que no hay peligro de ataque militar, presión política o coerción económica, por lo que están habilitados para proseguir libremente con su propio desarrollo y progreso”. Como se observa es una definición muy cercana o similar a la de soberanía en un sentido amplio. Por ejemplo, Brasil a la definición anterior le agrega al comienzo que es “la condición que le permite al país mantener su soberanía, integridad territorial y promover sus intereses nacionales”, siguiendo luego una definición similar a la anterior. La Argentina posee una definición de seguridad nacional que es casi idéntica a la de la ONU. Chile hace hincapié además en el alcance de los objetivos y resguardo de los intereses nacionales libre de riesgos, amenazas o interferencias. La seguridad no es un fin en sí mismo sino una condición para alcanzar el Bien Común.
Observamos cómo en casi todas las definiciones y conceptos de Seguridad y Defensa Nacional se repiten como objetivos o principios: preservar la soberanía e independencia política del Estado, la integridad territorial, los intereses, valores u objetivos nacionales, la posibilidad de alcanzar un desarrollo socioeconómico armónico.
Actualmente destaca el concepto de Seguridad ampliada o integral acuñada por Barry Buzan, Ole Waever y Jaap De Wilde en 1998, en el cual se interrelacionan la economía, la sociedad, la política, la cultura, el ámbito militar, es decir una concepción multisectorial, transversal y al mismo tiempo global u holística.
El concepto de “Defensa Nacional” es más específico ya que implica el desarrollo y empleo de capacidades o herramientas militares (y no militares, aquí hay un punto bisagra y conflictivo). La defensa es uno de los factores o medios para alcanzar el estado o condición de “seguridad”.
En general, en la definición de defensa se recurre al término “todas las fuerzas de la Nación” sean materiales o inmateriales, militares o no, para hacer frente a una amenaza (voluntad de un agente hostil en condiciones de utilizar instrumentos de coacción) o agresión (acción violenta y hostil) externa; aunque para algunos países también puede ser interna o indistinta. Cabe recordar que los estadios anteriores a la amenaza y agresión; es la percepción de riesgos y peligros latentes a los que se podría hacer frente y que son necesarios controlar.
Las políticas de defensa se plasman en estrategias o directivas emanadas de los ministerios respectivos, preferentemente discutidas en concejos de defensa nacional, que generalmente en los países latinoamericanos se reúnen esporádicamente, como también en las comisiones parlamentarias respectivas. En los últimos años los países europeos (incluido Rusia) han seguido el ejemplo norteamericano de conformar consejos de seguridad nacional y formular estrategias de seguridad nacional; todavía en los países latinoamericanos no se ha generalizado esta mecánica pero existen mayores consensos en que es el camino a seguir, debido a la mayor amplitud del concepto de seguridad, la posibilidad de interrelacionar y coordinar múltiples ámbitos civiles con los militares y de seguridad pública, como también abarcar el análisis y resolución de mayor cantidad de amenazas, como también de operaciones en la ZG.
En las conceptualizaciones occidentales en general y latinoamericanas en particular hacen énfasis en la perspectiva militar de la defensa nacional dejando de lado otras visiones más holísticas si se quiere, en donde la política, la economía, la tecnología y fundamentalmente la cultura nacional (incluyendo la estructura de valores y tradiciones comunes) no tienen el espacio que merecen si se pretende mantener la independencia, la soberanía, la integridad territorial, los intereses nacionales y alcanzar objetivos colectivos; tal como rezan los distintos conceptos de defensa que aparecen en directivas, estrategias, libros blancos y legislación de países de la región.
También es cierto que en el pasado las doctrinas de Guerra Total o Defensa Integral han llevado progresivamente a una militarización de las sociedades (de hecho ha pasado en Cuba y pasa actualmente en Venezuela), sin embargo, si la política defensa adquiere un status de política de Estado de largo plazo, con una adecuada planificación y un amplio consenso social y político, cuanto más participación exista de organizaciones de la sociedad civil y cuanto más civiles adecuadamente formados en temas de defensa y seguridad tomen roles de liderazgo político y social; menor posibilidad habrá de militarización creciente de la sociedad, en este punto los países escandinavos, Austria o Suiza son ejemplos notables en dicho sentido.
Ahora bien, ¿cómo se coordina en la práctica la planificación y la acción de las fuerzas militares con las fuerzas no militares? En los papeles, existen en los países sudamericanos los consejos de defensa o los consejos de seguridad nacional, pero en general su eficacia y producción de políticas sostenidas en el tiempo son escasas, dudosas o directamente nulas. Muchas veces las políticas de defensa nacionales se han limitado, en cuestiones no militares o duales, a generar políticas tecnológicas sectoriales de producción y exportación de armamentos, de protección civil ante catástrofes o crisis, o bien una genérica legislación de movilización económica, industrial y humana ante un eventual conflicto bélico. En los últimos años se ha generalizado la preocupación por la ciberseguridad/defensa, muchas veces limitada a la seguridad de redes informáticas, internet y telefonía, siendo la seguridad/defensa digital un dominio mucho más amplio en tiempos de la tecnología 5G y de la digitalización de múltiples procesos productivos, financieros y de servicios sociales; sin embargo los países latinoamericanos lejos están de encarar este desafío como lo ha hecho Estonia por necesidad imperiosa de las circunstancias y con un fuerte apoyo de la OTAN.
Por lo tanto este campo de la coordinación inter, trans o multidisciplinaria entre fuerzas militares y no militares es una materia central pendiente para casi todos los países latinoamericanos y de vital importancia en tiempos de conflictos híbridos como los expuestos anteriormente.
Nuevas dimensiones, nuevos desafíos
A partir del permanente acicateo de agendas de seguridad y defensa no pensadas ni situadas desde la realidad latinoamericana se han generalizado terminologías, conceptos, doctrinas que deberían ser primero cuestionadas y si es necesario, revisadas o complementadas; por ejemplo el término “nuevas amenazas”, el concepto de “planeamiento por capacidades”, la demonización de las denominadas “hipótesis de conflicto” que implica otro tipo planeamiento complementario, vincular todo lo que implique una defensa total o integral a países con regímenes de tipo socialista o dictatoriales y podríamos continuar con una pléyade de conceptos y preconceptos que muchas veces incomodan o hacen ruido a la hora de perfeccionar los sistemas defensivos de los países de la región.
Sin duda, en la actual realidad estratégica, en la que Estados Unidos en los últimos años ha vuelto a intentar reordenar su espacio de influencia en el hemisferio occidental, varios países latinoamericanos se han encontrado en la disyuntiva de alinearse o no a dicha estrategia de la potencia continental dominante. Algunos países ya cuentan con una tradición de alineamiento político y militar, otros responden a un alineamiento inestable y otros por cuestiones ideológicas o políticas han decidido rechazar esa visión estratégica. Sin duda, cuanto mayor es el tamaño del país latinoamericano, en términos de población, superficie, recursos, proyección estratégica; más complicado es responder a la presión política norteamericana con un alineamiento automático o acrítico. El retroceso notable de las instituciones de la UNASUR como el Consejo de Defensa Sudamericano y otros foros multilaterales regionales han influido en el repliegue de cada Nación a una política de defensa más doméstica y a una mayor eficacia del tutelaje de Estados Unidos, vía diplomacia, Comando Sur u otras agencias. Asimismo hay otras potencias actuando en el subcontinente con intereses crecientes, China, Rusia y el Reino Unido; ya sea para ampliar mercados, para operar en el espacio de influencia norteamericana como represalia a la actuación de los Estados Unidos en las zonas de influencia de China y Rusia, en el caso del Reino Unido para afirmar su posición en el Atlántico Sur y la Antártida, como también para ampliar su influencia y negocios en Latinoamérica en vista al post Brexit.
Ante este marco de inestabilidad y confusión estratégica creemos que los países latinoamericanos de mayor tamaño deben readecuar profundamente sus políticas, estrategias y sistemas de defensa. Algunos ya han comenzado la tarea hace varios años pero todavía son incapaces de enfrentar la tipología de conflictos híbridos y multidimensionales descriptos, por diversos motivos, algunos organizacionales, de planeamiento, de financiamiento, pero especialmente doctrinarios y de formación.
Lamentablemente contar un mayor grado de autonomía nacional, que implica ejercer de modo efectiva la soberanía en las decisiones estratégicas y potencialmente sostener una neutralidad ante un conflicto regional o mundial, es una línea de acción muy costosa en términos de inversión de recursos de todo tipo. En general, contar con un sistema de defensa nacional que sea disuasivo y eficaz ante un conflicto en el siglo XXI es caro económicamente de sostener y esto debe ser comprendido cabalmente por la ciudadanía, porque la opción de delegar en una potencia regional o mundial la soberanía nacional también puede ser costosa en términos económicos, de prestigio externo, de dignidad nacional y especialmente humanos (observar cantidad de bajas canadienses, australianas y neozelandesas en los conflictos que intervinieron en el siglo XX) para un país mediano o grande, además que nada garantiza en este siglo el respeto de alianzas defensivas mutuas.
Los países latinoamericanos en general han experimentado en los últimos 50 años una creciente urbanización de su población y se ha profundizado la realidad de grandes espacios geográficos vacíos o semivacíos, mal comunicados, con abundantes recursos naturales y biodiversidad, además en varios de ellos se nota una debilidad en la gobernabilidad, estabilidad y fortaleza institucional del Estado y del sistema político, como también una débil y poco diversificada estructura económica. Estos aspectos configuran debilidades y potenciales amenazas de gran magnitud a resolver.
En primer lugar consideramos que los estamentos político-estratégicos de países latinoamericanos deberían comprender que es imposible plantear un sistema de seguridad y defensa serios sin el apoyo consciente de la ciudadanía y para que esto sea efectivo las políticas culturales, educativas y de comunicación social deben estar coordinadas y consustanciadas con los objetivos e intereses nacionales. El general Giap decía que Vietnam venció a Francia y a Estados Unidos porque tenía técnica de combate (doctrinas, entrenamiento, armamento moderno) pero especialmente porque mantenía alta la moral o voluntad de lucha de todo el pueblo. Trabajar sobre la voluntad de lucha de toda la nación, su capacidad de resiliencia ante catástrofes, fracasos y derrotas; fomentar su identidad, solidaridad, tradiciones, virtudes y conciencia nacional, es una misión ineludible y principalísima en este siglo ante estos tipos de conflictos que pueden derivar en generalizados en lugar de focalizados y probablemente sean de larga duración. Asimismo una conciencia nacional sólida es la mejor barrera ante campañas de acción psicológica de países o entes hostiles. Por otro lado, se debe contar con equipos de comunicación estratégica que sepan contrarrestar y operar en las turbias aguas de la Information Warfare. En este sentido, mantener bajo control y armonía las influencias foráneas que llegan por diversas vías (ONGs, medios de comunicación, empresas multinacionales, agencias y embajadas extranjeras, largo etc.) es otra responsabilidad del Estado y de la sociedad civil en su conjunto.
No menos importante, es la necesidad de contar con estrategias premeditadas ante bloqueos, sanciones e intervenciones económicas y financieras hostiles. En un mundo y una región con mercados abiertos o semiabiertos es extremadamente sencillo para agentes con poder económico suficiente crear problemas de extrema gravedad en los mercados financieros (bursátiles, bancarios, de divisas) y en el abastecimiento de productos de primera necesidad como alimentos, medicamentos, energía o materias primas y repuestos críticos.
En segundo lugar, los cuerpos diplomáticos, como también las comunidades de inteligencia (civil y militar) y los estados mayores de conducción militar y de seguridad pública de los países de la región, deberían adquirir un grado mayor de interrelación y cooperación en términos cualitativos. De estos estamentos nombrados, tal vez los más débiles son los de inteligencia externa y contrainteligencia, que en general no logran adquirir un nivel de profesionalismo y estabilidad acorde a las necesidades de seguridad cotidianas, más aun teniendo en cuenta que son la primera línea de acción de la defensa nacional y deben estar alertas todo el tiempo, sin descanso. En este sentido, la capacidad de reconocimiento espacial y las comunicaciones gubernamentales seguras se encuentran íntimamente relacionadas a estos altos niveles de conducción de los sistemas de defensa y seguridad, presentando falencias serias a resolver en varios países de la región en los últimos años por hechos de público conocimiento. La seguridad de las instituciones del Estado y el normal cumplimiento del Estado de Derecho se pueden ver vulnerados rápidamente ante agresiones planificadas y coordinadas externamente, no solamente con homicidios o magnicidios puntuales, sino especialmente con sobornos y extorsiones sistemáticas o el Law Warfare tristemente célebre en los últimos tiempos. Una vez que un estado pierde el monopolio de la violencia física legítima (y la disuasión), el monopolio de la fiscalidad, de la elaboración de las normas de orden público y la capacidad de ejercer el servicio de justicia, no sólo perdió la iniciativa estratégica, sino que comenzó su desintegración y por lo tanto también podría peligrar la supervivencia histórica de la Nación en su conjunto.
En tercer lugar, se debe desterrar de la mente y la formación de los militares occidentales en general y latinoamericanos en particular, la fobia, repulsión o desagrado por las tácticas y doctrinas de guerra irregular o no convencional (guerra de guerrillas, sabotajes, golpes estratégicos, acción directa de servicios de inteligencia, entre otras). La guerra convencional de armas combinadas tal vez sea una rareza en algunos tipos de conflictos del futuro o deberá coordinarse adecuadamente su uso con los otros modos y dominios de lucha, especialmente con el combate irregular que probablemente sea la regla y no la excepción.
Unido a lo anterior, si la asimetría estratégica y la combinación de guerra convencional y no convencional adquieren una relevancia mayor, lo más probable es que se requieran más combatientes entrenados, esto implica más soldados voluntarios y reservistas (territoriales o de proyección) con entrenamiento periódico. Los conflictos del siglo XXI se encargaron de poner rápidamente en entredicho la ilusión, post derrumbe soviético, de que podía haber ejércitos chicos y potentes, prácticamente integrados por pocas brigadas livianas, fuerzas especiales y un modesto apoyo aéreo. En este sentido, compartimos la opinión de que “si es pequeño, no es ni ejército, ni potente”; las fuerzas armadas convencionales y tecnológicamente avanzadas son tan imprescindibles como contar con tropas entrenadas en guerra no convencional y la cantidad de personal entrenado para el combate y la cantidad de equipamiento militar tiene que guardar relación con la cantidad de población, la superficie del país en cuestión y la cantidad de recursos económicos (naturales, industriales, financieros) y científico-tecnológicos a defender; es decir, si el país tiene grandes dimensiones o gran cantidad de población deberá contar con fuerzas armadas numerosas en personal y equipamiento.
Por otro lado, es de vital importancia para los países latinoamericanos reconstruir su red de alianzas defensivas, políticas y económicas, es casi imposible sobrevivir a un conflicto con grandes potencias mundiales o regionales sin contar con aliados que apoyen el esfuerzo de defensa en términos de armamentos y equipos militares, apoyo político/diplomático, apoyo económico (materias primas, energía, alimentos, medicamentos, activos financieros) y eventualmente tropas. La capacidad de movilización de recursos y personas es una faceta generalmente descuidada en los sistemas defensivos de países subdesarrollados, la cual requiere una legislación adecuada, logística aceitada y moderna, como también la configuración de una capacidad de almacenamiento seguro para todo tipo de recursos.
Las tácticas, equipamientos y armamentos A2/AD (antiacceso y denegación de área) son de fundamental importancia para bloquear, retrasar y posiblemente derrotar una incursión; los países latinoamericanos en general poseen defensas del espacio aéreo, de espacio marítimo más allá de las 24 millas, de cursos fluviales, de redes de comunicación y digitales, de la infraestructura energética y de transportes muy pobres y fácilmente intervenibles, con poca redundancia de redes y una capacidad limitada de reconstrucción rápida de infraestructura destruida a raíz de una catástrofe o un conflicto.
Si la realidad a contrastar por los países de la región es enfrentar a un enemigo superior en tecnología, medios, número de tropas y que eventualmente utilice armamento QRBN o electromagnético, se deberá tener en cuenta la posibilidad de contar con una amplia área de “Reducto Nacional”, donde se pueda ejercer una defensa elástica y en profundidad de largo plazo (convencional y no convencional) y esté asegurada la continuidad del gobierno del Estado agredido. Asimismo si la defensa de largo plazo descansa en una amplia cantidad de reservistas y eventualmente población civil reclutada, entrenada y armada; la cantidad de armamento liviano de todo tipo (antiaéreo, antiblindado, antipersonal, antimaterial) y sus municiones, deberán ser abundantes y estar en buen estado para su uso.
Queda claro que todos estos cambios no se podrán realizar en los países de la región si existen resistencias de tipo corporativo o subestimación de la problemática de seguridad y defensa por parte de la dirigencia política, lo que podría equivaler a un lento suicidio colectivo o a pérdidas irreparables de recursos, territorios o población. También es necesario señalar que estos cambios requieren inversiones de recursos económicos sustanciales, más aun si se pretende contar con autonomía tecnológica en equipamiento especializado, tal como lo enunciamos anteriormente.
Esperamos que este breve ensayo contribuya a poner en relieve algunos aspectos de la problemática actual a rever de la defensa y seguridad en América Latina en relación a una mayor sofisticación de las formas de la guerra y el desarrollo de los conflictos. Entendemos que en muchos países del subcontinente los problemas de seguridad pública son crecientes, gravísimos y prioritarios; es imprescindible una coordinación en algunos puntos de encuentro de la defensa nacional externa con la seguridad interna; sin embargo no se encuentra al alcance de este trabajo analizar dicha interrelación; sí podríamos mencionar que para alcanzar un estadio de seguridad externa cohesiva y firme es imprescindible una seguridad interna consistente y sin mayores sobresaltos.
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