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lunes, 23 de marzo de 2020

Las reacciones humanas frente a la Peste.






El que se aburre en esta cuarentena es porque quiere. (2)




Las reacciones humanas frente a la Peste.




"Todas las desdichas del hombre derivan del hecho de que no es capaz de estar sentado tranquilamente, a solas, en una habitación".
Blaise Pascal




por Carlos A. PISSOLITO


Desde hace tiempo, incluso antes de que la OMS declarara la pandemia, venimos escribiendo y analizando a la Peste. Siempre, lo hemos hecho desde la perspectiva de la ciencia que pretendemos conocer, cuál es la Estrategia, en su expresión geopolítica. Pero, creo que ha llegado el momento de darnos un descanso. Hemos dicho lo que hemos podido; otros, muchos otros, también, lo han hecho. Lo volveremos a hacer cuando haya nuevos elementos de juicio.

Ahora, es preciso reparar en los detalles. En uno en particular. Cual es la reacción humana frente a la Peste.  No en todas, sino en uno que no resulta, particularmente, interesante para entender qué nos está pasando y, más importante, qué nos podría pasar.



Nos referimos, concretamente, a las conductas extremas de la gente común frente a la Peste. Al respecto, la excelente periodista, Claudia Peiró, nos cuenta que:

“Una ciudad bajo una plaga presenta una inmejorable oportunidad para estudiar la naturaleza humana, su sociabilidad, sus instituciones”, escribió el filósofo argentino Leiser Madanes [en adelante, L.M.], en un trabajo titulado Deus Mortalis (Cuaderno de Filosofía Política, 5, Buenos Aires, 2006).

No vamos a hacer un estudio pormenorizado de todas las características de esa naturaleza. Solo nos interesa comentar dos en particular.

Para empezar, queremos ocuparnos de aquellos que, deliberadamente, buscan ignorar la ley, desafiando al Estado en su tarea de imponer la ley y mantener el orden, aún mediante métodos coercitivo y, si fuera necesario, mediante el uso legítimo de la fuerza.

Nosotros, no repararíamos en este tipo de conducta, si no fuera por el hecho fortuito o, tal vez no tanto, de haberlo presenciado la noche de este último domingo de “aislamiento social obligatorio”.

Concretamente, anoche varias unidades policiales de la localidad en la que vivo, la de Vistalba en Luján de Cuyo, Mendoza, debieron concurrir a pedido de un grupo de vecinos, entre indignados y asustados, a dispersar una “espontánea” fiesta que se desarrollaba en un barrio de zona, en una bodega abandonada,  con la aparente finalidad de festejar la cuarentena.

“Ningún temor a los dioses o a las leyes de los hombres servía de contención o freno”, escribió el historiador Tucídides, sobreviviente de la peste en Atenas en el siglo V a.C. Dando testimonio de cómo se diluyen las capacidades estatales para mantener el orden cuando las circunstancias excepcionales que impone la Peste se instalan en una sociedad.

Para seguir, nos gustaría ocuparnos de aquellos que, aparentemente, sienten el perverso placer del contagio deliberado. “Un síntoma extraño de la enfermedad fue el placer perverso o insano que manifestaron los infectados respirándoles en la cara a los sanos”. Tal es la observación que anota en su agenda Richard Mead, un médico inglés durante la plaga que afectó a Londres en 1665 y que cita, correctamente, la periodista, ya mencionada.

Una que si bien no hemos tenido una experiencia personal, debemos dar crédito a la prensa respecto de dos relatos similares. Nos referimos al de un joven argentino que embarcó en un crucero entre Colonia, Uruguay y el Puerto de Buenos Aires y al de una conocida modelo uruguaya que concurrió a una fiesta de casamiento en su país. En ambos casos, los sujetos mencionados participaron de eventos concurridos, aún, a sabiendas de saber  que portaban la Peste.

Las consecuencias, en ambos casos, fueron graves, tanto desde lo económico como desde lo epidemiológico. El primero de ellos, obligó a la cuarentena forzada de cientos de personas y a la suspensión de los viajes entre las ciudades afectadas en su modalidad ferry y en el segundo de ellos, se aprecia que llevó al contagio de, al menos, unos 20 concurrentes a la fiesta de marras.

Muchas conclusiones son la que podrían sacar los expertos en ciencias sociales; pero como ya dijimos, no son las ciencias que manejamos. Veamos que nos tiene que decir la Estrategia al respecto.

Un principio básico de esta ciencia aconseja a los estrategas a conocer, debidamente, varios factores con los que tienen que lidiar. A saber; a sus enemigos, al terreno y a las tropas de que disponen.

En esta situación, en particular, el enemigo es, a primera vista una cantidad casi infinita de pequeños microorganismos denominados virus. Su análisis se los dejamos a los médicos con la especialidad en la especialidad de la virología. De las tropas que disponemos, lo dejamos para otra oportunidad. Para ocuparnos,a hora, del “terreno” en el que se desarrolla esta “guerra”.

En la situación que nos ocupa el terreno no son ni los valles ni las montañas en la que se libraban los combates y las batallas de antaño, son las poblaciones en las que se disputan las guerras de hoy como esta contra la Peste.

En ese sentido, vemos que este “terreno”, también, tiene sus valles y sus montañas. Vale decir los lugares fáciles y los difíciles de transitar para la propia tropa.  Entendiendo como los primeros, a la población en general y como los segundos a los díscolos que tanto no quieren cumplir con la ley como a los muy pocos que encuentran un placer perverso en no hacerlo.

Enfrentados con una situación similar en Haití, cuando nuestras fuerzas de paz, los Cascos Azules, no se enfrentaban a un enemigo formal; pero sí a un grupo de díscolos alborotadores que no querían cumplir con las consignas de mantener un mínimo de orden público. En un lugar en el que el Estado, junto con todas sus funciones, desde la recolección de basura hasta la administración de justicia, había desaparecido hace tiempo, cuando nuestras tropas llegaron para imponer y mantener la paz.

En principio, no queríamos ni era conveniente llamarlos a ellos, simplemente, “enemigos”. A falta de un nombre mejor se acuñó el de “arruinadores” (spoilers, en inglés que es el idioma oficial de la ONU).  Aquí, hace pocos días, el conocido escritor dominical, Alejandro Borensztein, los llamó más  criollamente, “pelotudos”, en su última nota para el diario Clarín.

En nuestra experiencia en Haití, se dio un paso más en esa dirección, cuando acordamos que no los perseguiríamos a ellos como grupo ni como individuos, para no darles entidad. En su lugar nos centraríamos en combatir sus conductas antisociales, con la esperanza de convencerlos y de sumarlos al proceso de paz.

La maniobra tuvo éxito. Al margen de que hubo que encerrar a los más recalcitrantes, el grueso de la población, entendió que no estábamos ahí para ser parte de sus problemas, sino como u herramienta más para su solución.

Para terminar con esta entrega, podemos afirmar que en Haití nuestras tropas argentinas tuvieron éxito. Para ello, entre otras cosas, fue necesario actuar con firmeza, pero con humanidad. Al efecto, nos quitamos el casco, nos sacamos los infaltables anteojos ahumados y dejamos de apuntarles con nuestras armas. Preferimos patrullar a pie, no en vehículos. En el transcurso fuimos aprendiendo los rudimentos de su lengua, el creole, una mezcla del francés con el castellano.


En nuestra próxima entrega: más lecciones de las experiencias exitosas en Haití que nos podrían servir en esta nueva "guerra".

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